BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • ad págs. 33-34
  • Adán

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Adán
  • Ayuda para entender la Biblia
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • RESULTADOS DEL PECADO
  • Adán
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
  • Dios crea al primer hombre y a la primera mujer
    Lecciones que aprendo de la Biblia
  • Quiénes serán resucitados—¿por qué?
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1965
  • El último enemigo, la muerte, desaparecerá
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2014
Ver más
Ayuda para entender la Biblia
ad págs. 33-34

ADÁN

(“Hombre Terrestre; Humanidad”; proviene de una raíz que significa: “rojo”, o: “rubicundo”).

La palabra hebrea que se traduce “hombre”, “humanidad” u “hombre terrestre”, aparece unas 560 veces en las Escrituras, y se aplica tanto a individuos como a la humanidad en general. También se usa como nombre propio.

1. Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. (Gén. 1:26.) ¡Qué declaración histórica! Y cuán singular la posición que en la historia ocupa “Adán, hijo de Dios”, ¡la primera criatura humana! (Luc. 3:38.) Adán fue el coronamiento glorioso de la obra creativa terrestre de Jehová, no solo por haber sido creado hacia el final de seis períodos creativos, sino, aún más importante, porque “a la imagen de Dios lo creó”. (Gén. 1:27.) Por esta causa el hombre perfecto Adán y, a un grado mucho menor, su descendencia ya degenerada, poseía facultades y capacidades mentales muy superiores al resto de las criaturas terrestres.

Habiendo sido hecho a la semejanza de su Magnífico Creador, Adán tenía los atributos divinos de amor, sabiduría, justicia y poder. En consecuencia, poseía un sentido de moralidad que implicaba una conciencia, algo completamente nuevo en la esfera de la vida terrestre. Adán, por estar hecho a la imagen de Dios, habría de administrar toda la tierra y tener en sujeción a las criaturas terrestres y marinas, así como a las aves del cielo. De esta forma, no era necesario que Adán fuese una criatura espíritu, en su totalidad o en parte, para poseer las cualidades divinas. Jehová formó al hombre de los elementos del polvo del suelo y puso en él la fuerza de vida, de modo que vino a ser alma viviente, dándole la capacidad de reflejar la imagen y semejanza de su Creador. “El primer hombre procede de la tierra y es hecho de polvo.” “El primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente.” (Gén. 2:7; 1 Cor. 15:45, 47.) Esto sucedía en el año 4026 a. E.C. Probablemente ocurrió en el otoño, ya que los calendarios más antiguos comenzaban a contar el tiempo en el otoño, alrededor del 1 de octubre, o en la primera luna nueva del año civil lunar. (Véase AÑO.)

El hogar de Adán era un paraíso muy especial, un verdadero jardín de perfección y placer llamado Edén. Este paraíso le suministraba todas las cosas necesarias para la vida, porque había allí, para el sostén perpetuo de su vida, “todo árbol deseable a la vista de uno y bueno para alimento”. (Gén. 2:9.) Adán estaba rodeado de animales pacíficos de toda clase y características, pero estaba solo. No había otra criatura “según su género” con la cual pudiese hablar. Jehová reconoció que “no es bueno que el hombre continúe solo”. De modo que, mediante una operación quirúrgica divina, única en su género, Jehová tomó una costilla de Adán y la transformó en su complemento femenino para que llegara a ser su esposa y la madre de sus hijos. Con gran alegría ante la presencia de esta hermosa ayudante y permanente compañera que Dios le había dado, Adán pronunció la primera poesía de que hay registro: “Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, y la llamó mujer “porque del hombre fue tomada esta”. Más tarde, Adán le puso por nombre Eva. (Gén. 2:18-23; 3:20.) Jesús y sus apóstoles atestiguan de la veracidad de este relato. (Mat. 19:4-6; Mar. 10:6-9; Efe. 5:31; 1 Tim. 2:13.) Además, Jehová bendijo a estos recién casados con abundancia de trabajo deleitable. No fueron maldecidos con ociosidad, ya que habrían de mantenerse ocupados y activos cultivando y cuidando su hogar paradisíaco y, a medida que se multiplicaran y llenaran la Tierra con miles de millones de su mismo género, habrían de extender este paraíso por todo el globo terráqueo. Era un mandato divino. (Gén. 1:28.)

“Vio Dios todo lo que había hecho y, ¡mire!, era muy bueno.” (Gén. 1:31.) Desde el mismo comienzo, Adán fue perfecto en todo sentido. Se le dotó con la facultad del habla y con un vocabulario altamente desarrollado. Podía dar nombres significativos a las criaturas vivientes que le rodeaban y sostener una conversación tanto con su Dios como con su esposa.

Por todas estas razones, y por muchas más, Adán estaba obligado a amar, adorar y obedecer estrictamente a su Magnífico Creador. Más que eso, el Legislador Universal le enunció la ley simple de la obediencia y le informó claramente en cuanto al castigo justo y razonable por la desobediencia: “En cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás”. (Gén. 2:16, 17; 3:2, 3.) A pesar de esta ley tan explícita, que preveía castigo severo en caso de desobediencia, Adán desobedeció.

RESULTADOS DEL PECADO

Eva fue cabalmente engañada por Satanás el Diablo, pero no sucedió así con su esposo. “Adán no fue engañado”, dice el apóstol Pablo. (1 Tim. 2:14.) Con pleno conocimiento de causa, Adán voluntariosa y deliberadamente escogió desobedecer, y luego, como un delincuente, intentó ocultarse. Cuando se le llamó a juicio, en vez de mostrar pesar o remordimiento, o de pedir perdón, Adán intentó justificarse y pasar la responsabilidad a otros, culpando aun a Jehová por su propio pecado voluntarioso: “La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí”. (Gén. 3:7-12.) De modo que Adán fue arrojado fuera del Edén, a una tierra agreste y maldecida que produciría espinos y cardos, y donde se ganaría su subsistencia con dificultad al segar los frutos amargos de su pecado. Fuera del jardín, en espera de su ejecución, Adán llegó a ser padre de hijos e hijas. Solo se ha llegado a conocer el nombre de tres de ellos: Caín, Abel y Set. Puesto que él mismo era pecador, Adán pasó a todos sus hijos la herencia del pecado y la muerte. (Gén. 3:23; 4:1, 2, 25.)

Este fue el trágico comienzo que Adán le dio a la raza humana. El paraíso, la felicidad y la vida eterna se perdieron y en su lugar empezaron, debido a la desobediencia, el pecado, el sufrimiento y la muerte. “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.” “La muerte reinó desde Adán.” (Rom. 5:12, 14.) Pero Jehová, en su sabiduría y amor, proveyó un “segundo hombre”, el “último Adán”, que es el Señor Jesucristo. Gracias a este “Hijo de Dios” obediente, se abrió el camino por el cual los descendientes del “primer hombre, Adán”, desobediente, podrían recobrar el paraíso y la vida eterna. En el caso de la iglesia o congregación de Cristo, podrían obtener la vida celestial. “Porque así como en Adán todos están muriendo, así también en el Cristo todos serán vivificados.” (Juan 3:16, 18; Rom. 6:23; 1 Cor. 15:22, 45, 47.)

Después de su expulsión del Edén, el pecador Adán vivió lo suficiente para ver el asesinato de uno de sus propios hijos, el destierro de su hijo asesino, el abuso del arreglo matrimonial y la profanación del nombre sagrado de Jehová. Fue testigo, igualmente, de la edificación de una ciudad, del desarrollo de instrumentos musicales y de la forja de herramientas de hierro y cobre. Observó el ejemplo de Enoc, “el séptimo en línea desde Adán”, alguien que ‘siguió andando con el Dios verdadero’, y fue condenado por él. Incluso vivió para ver al padre de Noé, Lamec, de la novena generación. Finalmente, después de 930 años, la mayor parte de los cuales se consumieron en el lento proceso de morir, Adán volvió al suelo del que había sido tomado, en el año 3096 a. E.C., exactamente como Jehová había dicho. (Gén. 4:8-26; 5:5-24; Judas 14.)

2. Nombre de una ciudad situada al lado de Zaretán según se registra en Josué 3:16. Generalmente se la identifica con Tell ed-Damiyeh, en la margen oriental del río Jordán, al sur de la confluencia de este con el valle torrencial de Jaboq, aproximadamente a 29 Km. al N. de Jericó. Es posible que el nombre de la ciudad se derive del color de la arcilla de los aluviones, que abunda en esa región. (1 Rey. 7:46.)

El registro bíblico indica que fue en Adán donde Jehová represó el agua del Jordán para que los israelitas pudiesen atravesar el río. El valle del Jordán se estrecha considerablemente, comenzando en Tell ed-Damiyeh hacia el norte, y la historia registra que en el año 1267 ocurrió un bloqueo del río en este mismo punto debido a la caída de un montículo elevado que quedó atravesado en el río, deteniendo el paso del agua por unas dieciséis horas. En épocas más recientes, concretamente en el verano de 1927, algunos temblores de tierra provocaron nuevamente corrimientos del terreno que represaron el Jordán de modo que se interrumpió el paso del agua durante veintiuna horas y media. (Véase The Foundations of Bible History—Joshua-Judges [Los fundamentos de la historia bíblica: Josué-Jueces], de John Garstang, págs. 136, 137.) Si este fue el medio que a Dios le pareció apropiado usar para represar el Jordán en los días de Josué, el represamiento del río debió ser calculado y provocado milagrosamente para permitir a los israelitas atravesar el Jordán el día que Jehová les había anunciado previamente mediante Josué. (Jos. 3:5-13.)

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir