PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN
Presciencia significa tener conocimiento de algo antes de que suceda o exista; también se puede llamar precognición. En la Biblia, la palabra presciencia tiene que ver principalmente, aunque no de manera exclusiva, con Jehová Dios, el Creador, y con sus propósitos. Predeterminación significa decretar o determinar algo por anticipado.
El término “presciencia” traduce la palabra griega pró·gno·sis (de pro, “antes” y gnó·sis, “conocimiento”). El verbo correspondiente, pro·gui·nó·sko, se emplea en dos ocasiones con referencia a los humanos: en la declaración de Pablo tocante a que ciertos judíos lo habían “conocido de antes” y en la referencia que hace Pedro al “conocimiento de antemano” que tenían aquellos a quienes él dirigió su segunda carta. (Hech. 26:4, 5; 2 Ped. 3:17.) En este último caso es obvio que tal presciencia no era infinita, es decir, no significaba que aquellos cristianos conocían todos los detalles sobre el tiempo, el lugar y las circunstancias relacionados con las condiciones y los sucesos futuros que Pedro había considerado. Pero sí tenían una idea general de lo que podían esperar, y esto lo habían recibido gracias a que Dios inspiró a Pedro y a los otros escritores de la Biblia.
“Predeterminar” traduce la palabra griega pro·o·rí·zo (de pro, “antes” y ho·rí·zo, “marcar o fijar los límites”). (La palabra española “horizonte” se deriva de la griega ho·rí·zon, que significa “delimitar”.) Como ilustración del sentido que tiene el verbo griego ho·rí·zo, véase la declaración que hizo Jesús con respecto a sí mismo: “El Hijo del hombre se va conforme a lo que está designado [ho·ris·mé·non]”, o las palabras de Pablo cuando dijo que Dios “decretó [“designó”, ho·rí·sas] los tiempos señalados y los límites fijos de la morada de los hombres”. (Luc. 22:22; Hech. 17:26.) Este mismo verbo también se usa para hacer referencia a la determinación por parte de humanos, como por ejemplo, cuando los discípulos “resolvieron [hó·ri·san]” enviar una ministración de socorro a sus hermanos necesitados. (Hech. 11:29.) No obstante, las referencias específicas a la acción de predeterminar que aparecen en las Escrituras Griegas Cristianas solo se aplican a Dios.
EL ENTENDERLO DEPENDE DE CIERTOS FACTORES
Para entender la presciencia y la predeterminación de Dios, es preciso reconocer ciertos factores.
Primero: En la Biblia se dice claramente que Dios puede preconocer y predeterminar. Jehová mismo presenta como prueba de su Divinidad esta capacidad de preconocer y predeterminar acontecimientos de salvación y liberación, así como actos de juicio y castigo, y entonces hacer que se realicen. Su pueblo escogido es testigo de ello. (Isa. 44:6-9; 48:3-8.) La presciencia y la predeterminación divinas constituyen la base de toda profecía verdadera. (Isa. 42:9; Jer. 50:45; Amós 3:7, 8.)
Un segundo factor que debe considerarse es el libre albedrío de las criaturas inteligentes de Dios. Las Escrituras muestran que Dios extiende a tales criaturas el privilegio y la responsabilidad de elegir lo que quieren hacer, de ejercer libre albedrío (Deu. 30:19, 20; Jos. 24:15), haciéndolas así responsables de sus actos. (Gén. 2:16, 17; 3:11-19; Rom. 14:10-12; Heb. 4:13.) Por lo tanto, no son meros autómatas o robots. No se podría decir que el hombre fue creado a la “imagen de Dios” si no tuviera libre albedrío. (Gén. 1:26, 27; véase LIBERTAD.) Lógicamente, no debería haber ningún conflicto entre la presciencia de Dios (así como su predeterminación) y el libre albedrío de sus criaturas inteligentes.
Otro factor que debe tomarse en cuenta, pero que a veces se pasa por alto, es el de las normas y cualidades morales de Dios reveladas en la Biblia, como su justicia, su honradez e imparcialidad, su amor, su misericordia y su bondad. Por lo tanto, la manera de entender el uso que Dios hace de sus facultades de presciencia y predeterminación tiene que armonizar, no solo con algunos de estos factores, sino con todos ellos.
Es evidente que cualquier cosa que Dios preconozca inevitablemente tiene que suceder, por lo que Dios puede llamar a las “cosas que no son como si fueran”. (Rom. 4:17.) Pero entonces surge la cuestión: ¿Es infinito o ilimitado su ejercicio de la presciencia? ¿Prevé y preconoce Él todas las acciones futuras de todas sus criaturas, tanto espíritus como humanas? Y, ¿predetermina Dios tales acciones o hasta preordina Él cuál será el destino final de todas sus criaturas, aun antes de que estas hayan llegado a existir?
O, ¿ejerce quizás Dios su presciencia de manera selectiva o a voluntad, de modo que sólo prevea o preconozca lo que Él opte por prever o preconocer? Y, en lugar de determinar Dios el destino eterno de sus criaturas antes que estas lleguen a existir, ¿espera Él hasta poder juzgar el proceder de ellas en la vida y la actitud que demuestren al estar bajo prueba?
El punto de vista de los que creen en la predestinación
El punto de vista de que Dios ejerce su presciencia hasta un grado infinito y que Él predetermina o preordina el proceder y el destino de todos los individuos se conoce con el nombre de predestinación. Sus defensores razonan que la Divinidad y la perfección de Dios requieren que Él sea omnisciente (que todo lo sabe), no solo tocante al pasado y al presente, sino también tocante al futuro. Según este concepto, el que Dios no preconociera todos los asuntos hasta en los mínimos detalles sería muestra de imperfección. Casos como el de Esaú y Jacob, los hijos gemelos de Isaac, se presentan como evidencia de que Dios predetermina antes de su nacimiento lo que será de sus criaturas (Rom. 9:10-13); también se citan textos como Efesios 1:4, 5 en prueba de que Dios preconoció y predeterminó el futuro de todas sus criaturas aun antes del principio de la creación.
Si el Creador de la humanidad verdaderamente hubiera ejercido su poder para preconocer todo lo que la historia ha visto desde la creación del hombre, entonces, cuando Él dijo: “Hagamos un hombre” (Gén. 1:26), en realidad habría estado poniendo en marcha deliberadamente toda la iniquidad practicada desde aquel tiempo. Estos hechos ponen en tela de juicio lo razonable y consecuente del concepto de la predestinación, particularmente en vista de que el discípulo Santiago muestra que el desorden y otras cosas viles no tienen su origen en la presencia celestial de Dios, sino que son de fuente “terrenal, animal, demoníaca”. (Sant. 3:14-18.)
La perfección no exige que se ejerza la presciencia hasta un grado infinito
El argumento que dice que si Dios no preconoce todos los sucesos y circunstancias futuras en pleno detalle esto indicaría imperfección de su parte, en realidad denota un concepto arbitrario de lo que es perfección. La perfección, propiamente definida, no exige un campo tan absoluto y abarcador, puesto que, en realidad, el que algo sea perfecto radica en que esté a la altura de las normas de excelencia impuestas por alguien capacitado para juzgarlas. (Véase PERFECCIÓN.) En el fondo, los factores decisivos que han de determinar si algo es perfecto o no son la propia voluntad y el beneplácito de Dios, no las opiniones o conceptos humanos. (Deu. 32:4; 2 Sam. 22:31; Isa. 46:10.)
Si en determinados asuntos Dios opta por ejercer su facultad infinita de presciencia de manera selectiva y solo hasta cierto grado, nadie, ni humano ni ángel, tiene derecho para decirle: “¿Qué estás haciendo?”. (Job 9:12; Isa. 45:9; Dan. 4:35.) Por lo tanto, no es una cuestión de capacidad, es decir, de lo que Dios puede prever, preconocer o predeterminar, porque “para Dios todas las cosas son posibles”. (Mat. 19:26.) La cuestión es lo que Dios considere conveniente o crea necesario prever, preconocer y predeterminar, porque “todo lo que se deleitó en hacer lo ha hecho”. (Sal. 115:3.)
Presciencia selectiva
Presciencia selectiva significa que Dios podría optar por no preconocer indistintamente todos los actos futuros de sus criaturas. Esto querría decir que, en lugar de que toda la historia desde la creación en adelante fuese una simple repetición de lo que ya había sido previsto y predeterminado por Dios, Él podría, con toda sinceridad, colocar ante la primera pareja humana la perspectiva de vida eterna en una Tierra libre de iniquidad. Jehová dio instrucciones a su primer hijo y a su primera hija humanos para que actuaran como sus agentes perfectos y libres de pecado en llenar la Tierra con su prole, transformarla en un paraíso y ejercer control sobre la creación animal. Dichas instrucciones no consistieron simplemente en una comisión que estuviera condenada de antemano al fracaso. Con ellas Dios expresó la concesión que les hacía de un privilegio verdaderamente amoroso y lo que sinceramente deseaba para ellos. Si Dios hubiera preconocido que la primera pareja humana pecaría y que ellos jamás podrían comer del “árbol de la vida”, la prueba por medio del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo” y el que hubiese creado un “árbol de la vida” en el jardín de Edén no hubiera tenido sentido o hasta pudiera considerarse un acto cínico. (Gén. 1:28; 2:7-9, 15-17; 3:22-24.)
Ofrecer algo muy deseable a otra persona sabiendo de antemano que no podrá cumplir las condiciones para obtenerlo se considera un acto hipócrita y cruel. Las invitaciones y oportunidades que Dios coloca delante de todas las personas para que reciban beneficios y bendiciones eternas son de buena fe. (Mat. 21:22; Sant. 1:5, 6.) Él puede instar a los hombres con toda sinceridad a que ‘se vuelvan de sus transgresiones y sigan viviendo’, como hizo con el pueblo de Israel. (Eze. 18:23, 30-32; compárese con Jeremías 29:11, 12.) Por lógica, Dios no podría instarlos de este modo si preconociera que individualmente estaban destinados a morir como practicantes de iniquidad. (Compárese con Hechos 17:30, 31; 1 Tim. 2:3, 4.) Jehová le dijo a Israel: “Ni dije yo a la descendencia de Jacob: ‘Búsquenme sencillamente para nada’. Yo soy Jehová, que hablo lo que es justo, que informo lo que es recto. [...] Diríjanse a mí y sean salvos, todos ustedes los que están en los cabos de la tierra”. (Isa. 45:19-22.)
De manera similar, el apóstol Pedro escribe: “Jehová no es lento respecto a su promesa, como algunas personas consideran la lentitud, pero es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. (2 Ped. 3:9, 13.) Si Dios ya hubiera preconocido y predeterminado con milenios de anticipación exactamente qué individuos serían los que recibirían la salvación eterna y cuáles la destrucción eterna, bien cabría preguntarse de qué sirve la ‘paciencia’ de Dios y cuán genuino es su deseo de que “todos alcancen el arrepentimiento”. El apóstol Juan escribió por inspiración que “Dios es amor”, y el apóstol Pablo dice que el amor ‘espera todas las cosas’. (1 Juan 4:8; 1 Cor. 13:4, 7.) En consonancia con esta sobresaliente cualidad divina, Dios muestra una actitud genuinamente sincera y bondadosa hacia todas las personas, deseando que obtengan la salvación, mientras no demuestren ser indignas y ya no quede para ellas esperanza. (Compárese con 2 Pedro 3:9; Hebreos 6:4-12.) Por eso el apóstol Pablo habla de la “cualidad bondadosa de Dios [que] está tratando de conducirte al arrepentimiento”. (Rom. 2:4-6.)
Finalmente, no podría decirse con verdad que el sacrificio de rescate de Cristo Jesús se hizo disponible a todos los hombres si la oportunidad para recibir sus beneficios ya hubiera estado irrevocablemente cerrada para algunos —quizás para millones de individuos— debido a que Dios, mediante su presciencia, ya hubiera sabido, aun antes de su nacimiento, que ellos nunca resultarían ser merecedores de recibirlo. (2 Cor. 5:14, 15; 1 Tim. 2:5, 6; Heb. 2:9.) Es obvio que la imparcialidad de Dios no es una simple metáfora. “En toda nación, el que le teme [a Dios] y obra justicia le es acepto.” (Hech. 10:34, 35; Deu. 10:17; Rom. 2:11.) La opción de buscar a Dios, por si acaso ‘buscan a tientas y verdaderamente lo hallan, aunque, de hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros’, está accesible a todas las personas. (Hech. 17:26, 27.) Por consiguiente, la exhortación divina que se da al final del libro de Revelación: “Cualquiera que oiga, diga: ‘¡Ven!’. Y cualquiera que tenga sed, venga; cualquiera que desee, tome gratis el agua de vida” (Rev. 22:17) no es una esperanza vacía o una promesa hueca.
COSAS PRECONOCIDAS Y PREDETERMINADAS POR DIOS
En todo el registro bíblico, cuando Dios ha ejercido su presciencia y predeterminación siempre ha sido en consonancia con sus propósitos y su voluntad. “Proponerse” algo significa aspirar a conseguir cierta meta u objetivo poniendo los medios conducentes a ello. (La palabra griega pró·the·sis, que se traduce “propósito”, significa literalmente: “algo que se coloca o se expone de antemano”.) Puesto que los propósitos de Dios han de cumplirse inevitablemente, Él puede preconocer los resultados, la realización final de sus propósitos, y puede predeterminar tanto esos resultados como los pasos que quizás crea conveniente dar para lograrlos. (Isa. 14:24-27.)
Cuando Dios creó a la primera pareja humana los hizo perfectos, y pudo mirar los resultados de toda su obra creativa y ver que todo era “muy bueno”. (Gén. 1:26, 31; Deu. 32:4.) En lugar de preocuparse con un sentido de desconfianza por lo que la pareja humana pudiera hacer en el futuro, el registro dice que Dios “procedió a descansar”. (Gén. 2:2.) Pudo hacerlo porque, en virtud de su omnipotencia y sabiduría supremas, ninguna acción, circunstancia o contingencia que surgiera podría convertirse en un obstáculo insalvable o en un problema irremediable que impidiera la realización de su propósito soberano. (2 Cró. 20:6; Isa. 14:27; Dan. 4:35.) Por lo tanto, no existe ninguna base bíblica para apoyar los argumentos de los que creen en la predestinación y dicen que el que Dios se abstuviera así de ejercer sus poderes de presciencia pondría en peligro sus propósitos, dejándolos “siempre expuestos al fracaso por falta de previsión, lo cual lo obligaría a poner continuamente en orden su sistema a medida que este se desordenara por causa de la contingencia de las acciones de los seres con libre albedrío”. El que Dios ejerza su presciencia de manera selectiva tampoco significa que sus criaturas tengan el poder de “quebrantar las medidas [de Dios], obligarlo a cambiar continuamente su modo de pensar, someterlo a vejación o ponerlo en confusión”, como afirman los que creen en la predestinación. (Cyclopædia de M’Clintock y Strong, vol. III, pág. 556.) Si ni siquiera los siervos terrestres de Dios tienen verdadera necesidad de ‘inquietarse acerca del día siguiente’, se desprende que su Creador, para quien las naciones poderosas son “como una gota de un cubo”, ni tuvo ni tiene tal ansiedad. (Mat. 6:34; Isa. 40:15.)
Presciencia tocante a clases de personas
Se presentan casos en los que Dios preconoció el derrotero que ciertos grupos, naciones o la mayoría de la humanidad emprenderían y, en consecuencia, predijo el rumbo básico que seguirían sus acciones futuras y predeterminó la acción que tomaría con ellos. No obstante, tal presciencia o predeterminación no priva a los individuos que componen tales grupos de la humanidad de ejercer su libre albedrío para decidir el proceder que particularmente quieren seguir, como se desprende de los siguientes ejemplos:
Antes del diluvio del día de Noé, Jehová anunció su propósito de causar una destrucción que resultaría en la pérdida de vidas humanas y animales. No obstante, el relato bíblico muestra que Dios tomó esa determinación después que se hubieron desarrollado las condiciones que requirieron tal acción, como la violencia y otras maldades. Además, como Dios puede ‘conocer el corazón de los hijos de la humanidad’, Él examinó la situación y descubrió que “toda inclinación de los pensamientos del corazón [de la humanidad] era solamente mala todo el tiempo”. (2 Cró. 6:30; Gén. 6:5.) Sin embargo, hubo personas, a saber, Noé y su familia, que individualmente obtuvieron el favor de Dios y escaparon de la destrucción. (Gén. 6:7, 8; 7:1.)
Algo similar sucedió con la nación de Israel: aunque Dios les dio la oportunidad de llegar a ser un “reino de sacerdotes y una nación santa” por medio de guardar su pacto, no obstante, unos cuarenta años después, cuando la nación estaba a punto de entrar en la Tierra Prometida, Jehová predijo que quebrantarían su pacto y que, como nación, serían abandonados por Él. En este caso, la presciencia de Dios no carecía de base previa, puesto que ellos ya habían manifestado insubordinación y rebelión a nivel nacional. Por consiguiente Dios dijo: “Porque bien conozco su inclinación que van desarrollando hoy antes de que yo los introduzca en la tierra acerca de la cual he jurado”. (Deu. 31:21; Sal. 81:10-13.) Dios podía preconocer que la inclinación que manifestaban resultaría en que aumentara su iniquidad, pero eso no hacía que Él, en virtud de su presciencia, fuera responsable de ello tal como el que alguien sepa de antemano que una determinada estructura que ha sido edificada con materiales de poca calidad y de manera deficiente se deteriorará no lo hace responsable de ello. La regla divina que rige es: ‘Se siega lo que se siembra’. (Gál. 6:7-9; compárese con Oseas 10:12, 13.) Ciertos profetas proclamaron advertencias proféticas de las expresiones de juicio que Dios había predeterminado, pero todas se basaban en una condición o actitud de corazón ya existente. (Sal. 7:8, 9; Pro. 11:19; Jer. 11:20.) Sin embargo, aun en estos casos, había oportunidad para que algunos respondieran individualmente al consejo, censura y advertencias de Dios, haciéndose así dignos de su favor, y de hecho, hubo quienes lo hicieron. (Jer. 21:8, 9; Eze. 33:1-20.)
El Hijo de Dios, que también podía leer los corazones humanos (Mat. 9:4; Mar. 2:8; Juan 2:24, 25), fue dotado por su Padre con poderes de presciencia, de modo que pudo predecir condiciones, sucesos y expresiones de juicio divino que acontecerían en el futuro. Jesús predijo que, como clase, los escribas y fariseos recibirían el juicio del Gehena (Mat. 23:1 5, 33), pero con ello no quiso decir que cada fariseo o escriba estuviera individualmente condenado de antemano a la destrucción, como lo muestra el caso del apóstol Pablo. (Hech. 26:4, 5.) Jesús predijo ayes para la gente de Jerusalén y otras ciudades que no querían arrepentirse, pero no indicó que su Padre hubiera predeterminado que cada individuo de esas ciudades sufriría ese castigo. (Mat. 11:20-23; Luc. 19:41-44; 21:20, 21.) También preconocía en qué resultaría la inclinación y actitud de corazón de la humanidad y predijo las condiciones que se habrían desarrollado entre la humanidad para el tiempo de la “conclusión del sistema de cosas”, así como la manera en que se irían realizando los propósitos de Dios. (Mat. 24:3, 7-14, 21, 22.) Los apóstoles de Jesús también pronunciaron profecías que manifestaban la presciencia de Dios con respecto a ciertas clases, como el “anticristo” (1 Juan 2:18, 19; 2 Juan 7), y también el fin que tales clases tienen predeterminado. (2 Tes. 2:3-12; 2 Ped. 2:1-3; Jud. 4.)
Presciencia con respecto a individuos
Además de ejercer presciencia con respecto a clases de personas, Dios también ha predicho cosas acerca de ciertos individuos específicos. Entre estos están: Esaú y Jacob (mencionados anteriormente), el faraón del éxodo, Sansón, Salomón, Josías, Jeremías, Ciro, Juan el Bautista, Judas Iscariote y el propio Hijo de Dios, Jesús.
En los casos de Sansón, Jeremías y Juan el Bautista, Jehová ejerció presciencia antes de su nacimiento. Sin embargo, Dios no especificó mediante su presciencia cuál iba a ser su destino final. Lo que sí predeterminó Jehová sobre la base de su presciencia fue que Sansón viviría conforme al voto de los nazareos e iniciaría la liberación de Israel de los filisteos, que Jeremías serviría como profeta y que Juan el Bautista haría una obra preparatoria como precursor del Mesías. (Jue. 13:3-5; Jer. 1:5; Luc. 1:13-17.) Aunque fueron sumamente favorecidos con dichos privilegios, esto no garantizaba que obtendrían salvación eterna, ni siquiera que permanecerían fieles hasta la muerte (aunque los tres lo hicieron). Jehová predijo que uno de los muchos hijos de David sería llamado Salomón y predeterminó que ese sería el que edificaría el templo. (2 Sam. 7:12, 13; 1 Rey. 6:12; 1 Cró. 22:6-19.) No obstante, aunque fue favorecido de esta manera y hasta tuvo el privilegio de escribir ciertos libros de las Santas Escrituras, Salomón cayó en la apostasía en los últimos años de su vida. (1 Rey. 11:4, 9-11.)
En el caso de Esaú y Jacob, la presciencia de Dios tampoco fijó sus destinos eternos; lo que hizo fue determinar o predeterminar cuál de los grupos nacionales que descenderían de ellos conseguiría una posición dominante sobre el otro. (Gén. 25:23-26.) Al prever que Jacob sería el que dominaría, también se mostró que él sería el que obtendría el derecho de primogénito, lo que conllevaba el privilegio de pertenecer al linaje por medio del cual vendría la “descendencia” abrahámica. (Gén. 27:29; 28:13, 14.) De esta manera, Jehová Dios aclaró que cuando Él selecciona individuos para usarlos de determinada manera no se rige por las costumbres o procedimientos usuales que se conforman a las expectativas humanas. Tampoco se ve obligado a otorgar ciertos privilegios únicamente sobre la base de obras, de tal modo que alguien pudiera llegar a creer que se ha ‘ganado el derecho’ a tales privilegios y que estos ‘se le deben’. El apóstol Pablo destacó este punto al mostrar por qué Dios, por su bondad inmerecida, pudo conceder a las naciones gentiles privilegios que en otro tiempo parecía que estaban reservados a Israel. (Rom. 9:1-6, 10-13, 30-32.)
La cita que Pablo hace de que Jehová ‘amó a Jacob [Israel] y odió a Esaú [Edom]’ corresponde a Malaquías 1:2, 3, escrito mucho después del tiempo de Jacob y Esaú. De modo que la Biblia no dice precisamente que Jehová tuviera esa opinión de los gemelos antes de su nacimiento, aunque es un hecho establecido científicamente que gran parte de la manera de ser y del temperamento de un niño se determinan al tiempo de la concepción como consecuencia de los factores genéticos aportados por cada uno de los padres, y es evidente que Dios puede ver esos factores. David dijo que Jehová vio ‘hasta su embrión’. (Sal. 139:14-16; véase también Eclesiastés 11:5.) No se puede decir hasta qué grado afectó eso a la predeterminación de Jehová concerniente a los dos muchachos, pero, de todos modos, el hecho de escoger a Jacob en lugar de a Esaú no significó en sí mismo que condenaba a la destrucción a Esaú o a sus descendientes, los edomitas. Hasta algunos individuos de entre los cananeos, que habían sido maldecidos, recibieron el privilegio de asociarse con el pueblo en relación de pacto con Dios y recibieron bendiciones. (Gén. 9:25-27; Jos. 9:27.) El “cambio de parecer” que Esaú buscó encarecidamente con lágrimas solo fue un intento infructuoso de alterar la decisión de su padre Isaac respecto a que la bendición especial correspondiente al primogénito aplicara enteramente a Jacob. Por lo tanto, esto indicó que Esaú no sentía ningún arrepentimiento ante Dios por su actitud materialista. (Gén. 27:32-34; Heb. 12:16, 17.)
La profecía de Jehová concerniente a Josías requería que algún descendiente de David se llamara así y, además, predijo que ese rey tomaría acción contra la adoración falsa que se practicaba en la ciudad de Betel. (1 Rey. 13:1, 2.) Más de tres siglos después un rey llamado así cumplió esta profecía. (2 Rey. 22:1; 23:15, 16.) Sin embargo, él no prestó atención a “las palabras de Nekó procedentes de la boca de Dios”, lo que resultó en su muerte. (2 Cró. 35:20-24.) Por lo tanto, aunque fue preconocido y predeterminado por Dios para hacer un trabajo específico, Josías todavía era una persona con libre albedrío que podía escoger entre obedecer o no hacerlo.
De manera similar, Jehová predijo con casi dos siglos de anterioridad que usaría a un conquistador llamado Ciro para liberar a los judíos de Babilonia. (Isa. 44:26-28; 45:1-6.) Pero en la Biblia no se dice que el gobernante persa que fue llamado así en cumplimiento de la profecía divina haya llegado a ser un adorador verdadero de Jehová; de hecho, la historia seglar muestra que continuó siendo adorador de dioses paganos.
Estos casos de presciencia antes del nacimiento del individuo no están en pugna con las cualidades reveladas de Dios y las normas que Él ha declarado. Tampoco hay nada que indique que Dios haya ejercido coerción en los individuos para que obraran contra su propia voluntad. En los casos del faraón, de Judas Iscariote y del propio Hijo de Dios no hay ninguna evidencia de que Jehová haya ejercido su presciencia antes de que llegaran a existir.
La consideración que hace el apóstol Pablo de los tratos de Dios con el faraón a menudo se ha entendido, incorrectamente, que significa que Dios endurece el corazón de los individuos de manera arbitraria conforme a su propósito predeterminado, sin tomar en consideración la inclinación o actitud de corazón que esas personas hayan tenido antes. (Rom. 9:14-18.) Según muchas traducciones, Dios advirtió a Moisés que ‘endurecería su corazón [del faraón]’. (Éxo. 4:21; compárese con Éxodo 9:12; 10:1, 27.) No obstante, algunas traducciones vierten el relato bíblico de manera que diga: “Yo dejaré que a él se le haga obstinado el corazón” (NM); “Yo endureceré su corazón”. (BC; NOTA: “quiere decir, dejaré se endurezca. El propio Faraón, libérrimamente, fue la causa inmediata de su obstinación”.) De igual manera, el apéndice para la traducción al inglés de Rotherham muestra que en hebreo a menudo se presenta la ocurrencia o el permiso de un suceso como si fueran la causa del mismo, y que “ocasionalmente se debe entender que incluso mandatos positivos han de aceptarse como simplemente la concesión de un permiso”. Por eso, en Éxodo 1:17 el texto hebreo original dice que las parteras “causaban que los niños varones vivieran”, cuando la realidad era que, al no darles muerte, les permitían vivir. Después de citar como apoyo a los doctos hebreos M. M. Kalisch, H. F. W. Gesenius y B. Davies, Rotherham dice que el sentido hebreo de los textos relacionados con el faraón es que “Dios permitió que Faraón endureciera su propio corazón —le dejó permanecer—, le dio la oportunidad, la ocasión, de que saliera la iniquidad que había en él. Eso es todo”. (The Emphasised Bible, J. B. Rotherham, Apéndice, pág. 919; compárese con Isaías 10:5-7.)
Un hecho que corrobora este punto de vista es que el propio registro bíblico indica claramente que fue el propio faraón quien “endureció su corazón”. (Éxo. 8:15, 32, Val; “hizo insensible su corazón” NM.) De modo que él actuó según su propia voluntad y siguió su propia inclinación terca, lo que condujo a unos resultados que Jehová ya había previsto y predicho con exactitud. Las repetidas oportunidades que Jehová le dio obligaron al faraón a tomar decisiones, y a medida que las tomaba, iba endureciendo su actitud. Compárese con Eclesiastés 8:11, 12.) Como lo muestra el apóstol Pablo al citar Éxodo 9:16, Jehová permitió que la situación se desarrollara de esta manera a lo largo de las diez plagas para poner de manifiesto su propio poder y hacer que su nombre fuera conocido por toda la Tierra. (Rom. 9:17, 18.)
El proceder traidor de Judas Iscariote cumplió profecía divina y demostró la presciencia de Jehová, así como también la de su Hijo. (Sal. 41:9; 55:12, 13; 109:8; Hech. 1:16-20.) No obstante, no puede decirse que Dios predeterminó o predestinó específicamente a Judas para que siguiera tal proceder. Las profecías predijeron que un asociado íntimo de Jesús sería quien lo entregaría, pero no especificaron cuál de ellos sería.
Por consiguiente, se desprende que cuando se seleccionó a Judas para ser apóstol, su corazón no daba ninguna evidencia de tener una actitud traicionera. Él permitió que ‘brotara una raíz venenosa’ y lo contaminara, lo que resultó en que se desviara y que, en lugar de aceptar la dirección de Dios, aceptara la del Diablo, lo cual le llevó al robo y la traición. (Heb. 12:14, 15; Juan 13:2; Hech. 1:24, 25; Sant. 1:14, 15.) Cuando su desviación llegó a un determinado punto, Jesús mismo pudo leer el corazón de Judas y predecir su traición. (Juan 13:10, 11.)
Es verdad que en el relato de Juan 6:64, cuando algunos discípulos tropezaron debido a ciertas enseñanzas de Jesús, leemos que “Jesús supo desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo traicionaría”. Si bien la palabra “principio” (gr. ar·kjé) se usa en 2 Pedro 3:4 para referirse al comienzo de la creación, también puede referirse a otras ocasiones. (Luc. 1:2; Juan 15:27.) Por ejemplo, cuando el apóstol Pedro dijo que el espíritu santo había sido derramado sobre los gentiles “así como también había caído sobre nosotros en el principio”, obviamente no se refería al comienzo de su discipulado o de su apostolado, sino a un momento importante de su ministerio, a saber, el día del Pentecostés de 33 E.C., el “principio” del derramamiento del espíritu santo con un propósito determinado. (Hech. 11:15; 2:1-4.) En consecuencia, es de interés notar el comentario que se da en Critical, Doctrinal, and Homiletical Commentary, de Schaff-Lange, sobre Juan 6:64: “[“Principio”] no significa de manera metafísica desde el principio de todas las cosas [...], ni desde el principio de conocer Él [Jesús] a cada uno [...], ni desde el principio de congregar Él a los discípulos en torno de sí, ni desde el principio de Su ministerio mesiánico [...], sino desde los primeros gérmenes secretos de incredulidad [que hicieron tropezar a algunos discípulos]. Es con relación a esto que Él conoció al que lo traicionaría desde el principio”. (Compárese con 1 Juan 3:8, 11, 12.)
Predeterminación del Mesías
Las palabras de Pedro en cuanto a que Cristo, como el Cordero de sacrificio de Dios, había sido “preconocido antes de la fundación [una forma del término griego ka·ta·bo·lé] del mundo [kó·smou]” son interpretadas por los defensores de la predestinación en el sentido de que Dios ejerció tal presciencia antes de la creación de la humanidad. (1 Ped. 1:19, 20.) La palabra griega ka·ta·bo·lé, traducida “fundación”, significa literalmente “un echar o colocar abajo” y puede referirse a ‘la concepción de descendencia’, como en Hebreos 11:11. Aunque el que Dios creara a la primera pareja humana fue la “fundación” de un mundo de la humanidad, como se muestra en Hebreos 4:3, 4, esa pareja perdió después la posición que tenían como hijos de Dios. (Gén. 3:22-24; Rom. 5:12.) No obstante, por la bondad inmerecida de Dios, se les permitió concebir descendencia y producir prole, y entre sus descendientes hubo uno del que la Biblia dice específicamente que se ganó el favor de Dios y se colocó en condición de ser redimido y salvado, a saber, Abel. (Gén. 4:1, 2; Heb. 11:4.) Es digno de mención que en Lucas 11:49-51 Jesús se refiere a “la sangre de todos los profetas vertida desde la fundación del mundo” y pone esto en paralelo con las palabras “desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías”. Así, Jesús relacionó a Abel con la “fundación del mundo”.
El Mesías o el Cristo habría de ser la prometida Descendencia por medio de la cual serían bendecidas todas las personas justas de todas las familias de la Tierra. (Gál. 3:8, 14.) La primera vez que se mencionó esa “descendencia” fue después de la rebelión en Edén, pero antes del nacimiento de Abel. (Gén. 3:15.) Esto fue más de cuatro mil años antes de que se hiciera la revelación del “secreto sagrado” de la administración que habría de venir mediante el Mesías; por lo tanto, ciertamente puede decirse que fue “guardado en silencio por tiempos de larga duración”. (Rom. 16:25-27; Efe. 1:8-10; 3:4-11.)
A su debido tiempo, Jehová Dios asignó a su propio Hijo primogénito para que cumpliera el papel profético de la “descendencia” y llegara a ser el Mesías. No hay nada que muestre que ese Hijo estuviera predestinado a desempeñar ese papel aun antes de su creación o de que estallara la rebelión en Edén. El que, con el tiempo, Dios lo escogiera para que se encargara de cumplir las profecías tampoco se hizo sin que hubiera una base previa. El período de íntima asociación entre Dios y su Hijo antes de que este último fuera enviado a la Tierra indudablemente resultó en que Jehová ‘conociera’ a su Hijo a tal grado que pudiera estar seguro de que cumpliría fielmente las promesas y los cuadros proféticos. (Compárese con Romanos 15:5; Filipenses 2:5-8; Mateo 11:27; Juan 10:14, 15.)
Predeterminación de los ‘llamados y escogidos’
Todavía quedan por explicar los textos que tratan acerca de aquellos cristianos que han sido “llamados” o “escogidos”. (Jud. 1; Mat. 24:24.) Se les describe como “escogidos según la presciencia de Dios” (1 Ped. 1:1, 2), ‘escogidos antes de la fundación del mundo’, ‘predeterminados a la adopción como hijos de Dios’ (Efe. 1:3-5, 11), ‘elegidos desde el principio para la salvación y llamados a este mismo destino’. (2 Tes. 2:13, 14.) El sentido de estos textos depende de que se refieran a la predeterminación de ciertas personas individuales o de que describan la predeterminación de una clase de personas, a saber, la congregación cristiana, el “solo cuerpo” (1 Cor. 10:17) de los que serán coherederos con Cristo Jesús en su reino celestial. (Efe. 1:22, 23; 2:19-22; Heb. 3:1, 5, 6.)
Si estas palabras aplican a individuos específicos que han sido predeterminados a la salvación eterna, entonces se desprende que esas personas nunca podrían resultar infieles ni fallar en su llamada, puesto que la presciencia de Dios para con ellos no podría resultar inexacta y el que Él les predeterminara a cierto destino jamás podría fracasar o verse frustrado. No obstante, los mismos apóstoles que fueron inspirados para escribir las palabras supracitadas mostraron que algunos que fueron “comprados” y “santificados” por la sangre del sacrificio de rescate de Cristo y que habían “gustado la dádiva gratuita celestial” y habían “llegado a ser participantes de espíritu santo [...] y los poderes del sistema de cosas venidero” apostatarían sin poder ya arrepentirse, acarreándose así destrucción. (2 Ped. 2:1, 2, 20-22; Heb. 6:4-6; 10:26-29.) Los apóstoles instaron unidamente a aquellos a quienes escribieron diciéndoles: “Hagan lo sumo posible por hacer seguros para sí su llamamiento y selección; porque si siguen haciendo estas cosas no fracasarán nunca” y, “sigan obrando su propia salvación con temor y temblor”. (2 Ped. 1:10, 11; Fili. 2:12-16.) Es obvio que Pablo, quien fue “llamado a ser apóstol de Jesucristo” (1 Cor. 1:1), no se consideró individualmente predestinado a la salvación eterna, puesto que habla de sus vigorosos esfuerzos por tratar de alcanzar “la meta para el premio de la llamada hacia arriba por Dios” (Fili. 3:8-15) y también expresa su preocupación de ‘no llegar a ser desaprobado de algún modo’. (1 Cor. 9:27.)
Si se considera que los textos citados anteriormente aplican a una clase, es decir, a la congregación cristiana o “nación santa” de los llamados considerada en conjunto (1 Ped. 2:9), entonces significarían que Dios preconoció y predeterminó que llegaría a existir dicha clase (pero no los individuos específicos que la formarían). Estos textos también querrían decir que Él prescribió o predeterminó, según su propósito, el ‘modelo’ al cual tendrían que conformarse los que, a su debido tiempo, fueran llamados para ser miembros de ella. (Rom. 8:28-30; Efe. 1:3-12; 2 Tim. 1:9, 10.) Dios también predeterminó las obras que se esperaría que estos llevaran a cabo, así como el hecho de que serían probados debido a los sufrimientos que el mundo les causaría. (Efe. 2:10; 1 Tes. 3:3, 4.)
En cuanto a los textos que se refieren a los “nombres [...] escritos sobre el rollo de la vida”, véase NOMBRE.