INSPIRACIÓN
El apóstol Pablo declaró en 2 Timoteo 3:16: “Toda Escritura es inspirada de Dios”. La frase “inspirada de Dios” traduce la palabra griega compuesta the·ó·pneu·stos, que significa literalmente “respirada de Dios” o “respirada por Dios”.
Esta es la única vez que aparece dicha expresión griega en las Escrituras, y claramente identifica a Dios como la Fuente y el Productor de las Sagradas Escrituras, la Biblia. El ser “respirada de Dios” tiene cierto paralelo con la expresión que se halla en las Escrituras Hebreas en el Salmo 33:6: “Por la palabra de Jehová los cielos mismos fueron hechos, y por el espíritu [o aliento] de su boca todo el ejército de ellos”.
RESULTADOS DEL FUNCIONAMIENTO DEL ESPÍRITU DE DIOS
El medio o agencia que Dios usó para inspirar “toda Escritura” fue su espíritu santo o fuerza activa. (Véase ESPÍRITU.) Ese espíritu santo motivó o guió a ciertos hombres para poner por escrito el mensaje de Dios. Por consiguiente, el apóstol Pedro dice de la profecía bíblica: “Porque ustedes saben esto primero, que ninguna profecía de la Escritura proviene de interpretación privada alguna. Porque la profecía no fue traída en ningún tiempo por la voluntad del hombre, sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”. (2 Ped. 1:20, 21.) La evidencia muestra que eso fue cierto en todos los escritos bíblicos; el espíritu de Dios operó en la mente y el corazón de los escritores para conducirlos a la meta que Dios se había propuesto. El rey David dijo: “El espíritu de Jehová fue lo que habló por mí, y su palabra estuvo sobre mi lengua”. (2 Sam. 23:2; compárese con Mateo 22:43.)
Tal como el espíritu de Jehová impulsó a ciertos hombres y los capacitó para desempeñar otras asignaciones divinas—la confección de vestiduras sacerdotales y equipo para el tabernáculo (Éxo. 28:3; 35:30-35), llevar la carga de la administración (Deu. 34:9) y capitanear fuerzas militares (Jue. 3:9, 10; 6:33, 34)—también capacitó a algunos hombres para registrar las Escrituras. Por medio de ese espíritu, pudieron recibir sabiduría, entendimiento, conocimiento, consejo y poder más allá de lo normal y de acuerdo con sus necesidades particulares. (Isa. 11:2; Miq. 3:8; 1 Cor. 12:7, 8.) Jesús aseguró a sus apóstoles que el espíritu de Dios les ayudaría, enseñándoles, guiándoles y ayudándoles a recordar las cosas que habían oído de él, y además les revelaría cosas futuras. (Juan 14:26; 16:13.) Esto hizo que sus relatos evangélicos fuesen veraces y exactos, incluyendo las muchas citas largas de los discursos de Jesús, aunque, por ejemplo, el relato del evangelio de Juan fue escrito veintenas de años después de la muerte de Jesús.
Controlados por “la mano de Jehová”
Los escritores bíblicos estuvieron bajo la “mano” de Jehová, es decir, su poder guiador y controlador. (2 Rey. 3:15, 16; Eze. 3:14, 22.) Tal como la “mano” de Jehová podía hacer que sus siervos hablasen o guardasen silencio en tiempos señalados (Eze. 3:4, 26, 27; 33:22), también podía hacer que escribieran o que no lo hicieran; podía impulsar al escritor a mencionar ciertos asuntos o restringirle de incluir otros. El resultado final siempre sería lo que Jehová deseaba.
MÉTODOS USADOS POR DIOS PARA DIRIGIR LA ESCRITURA DE LA BIBLIA
Tal como declara el apóstol, Dios habló “de muchas maneras” a sus siervos en tiempos precristianos. (Heb. 1:1, 2.) Por lo menos en un caso, los Diez Mandamientos o Decálogo, la información fue provista divinamente en forma escrita, y por lo tanto simplemente se requirió copiarla en los rollos o cualquier otro material usado por Moisés. (Éxo. 31:18; Deu. 10:1-5.) En otros casos la información fue transmitida palabra por palabra, por dictado verbal. Cuando se presentó el extenso conjunto de leyes y estatutos del pacto de Dios con Israel, Jehová le dijo a Moisés: “Escríbete estas palabras”. (Éxo. 34:27.) A los profetas a menudo también se les dieron mensajes específicos que debían transmitir, mensajes que luego fueron registrados y forman parte de las Escrituras. (1 Rey. 22:14; Jer. 1:7; 2:1; 11:1-5; Eze. 3:4; 11:5.)
Entre otros métodos que se usaron para transmitir información a los escritores de la Biblia estuvieron los sueños y las visiones. Los sueños o ‘visiones de la noche’, como a menudo se les llamó, evidentemente imprimían un cuadro del mensaje o propósito de Dios en la mente de la persona dormida. (Dan. 2:19; 7:1.) Las visiones dadas mientras la persona estaba consciente fueron un método aún más frecuente de comunicar los pensamientos de Dios a la mente del escritor, y en estos casos la revelación se impresionaba de forma pictórica en la mente consciente. (Eze. 1:1; Dan. 8:1; Rev. 9:17.) Algunas visiones fueron recibidas cuando la persona estaba sumida en un trance. Aunque consciente, parece ser que la persona estaba tan absorta por la visión que recibía durante el trance que estaba totalmente inconsciente a todo lo que tenía a su alrededor. (Hech. 10:9-17; 11:5-10; 22:17-21; véase VISIÓN.)
En muchas ocasiones, Dios usó a mensajeros angélicos para transmitir sus mensajes. (Heb. 2:2.) El papel de estos mensajeros como transmisores de la palabra divina fue más amplio de lo que a veces el registro parece indicar. Así pues, mientras que la Ley dada a Moisés se presenta como si la pronunciase Dios, tanto Esteban como Pablo muestran que Él usó a sus ángeles para transmitir dicho código legal. (Hech. 7:53; Gál. 3:19.) Puesto que los ángeles hablaron en el nombre de Jehová, el mensaje que presentaron podía ser llamado la “palabra de Jehová”. (Gén. 22:11, 12, 15-18; Zac. 1:7, 9.)
Sin importar qué medios en particular fuesen empleados para transmitir los mensajes, todas las porciones de las Escrituras serían de la misma calidad, pues fueron inspiradas o “respiradas de Dios”.
EL PAPEL DEL ESCRITOR EN LA PRODUCCIÓN DE LAS ESCRITURAS
Se ve claramente, sin embargo, que los hombres que Dios usó para registrar las Escrituras no fueron simples autómatas, limitándose únicamente a registrar información dictada. Concerniente al apóstol Juan, leemos que la Revelación “respirada de Dios” le fue presentada por medio del ángel de Dios “en señales”, y que Juan entonces “dio testimonio de la palabra que Dios dio y del testimonio que Jesucristo dio, aun de todas las cosas que vio”. (Rev. 1:1, 2.) Fue “por inspiración [ literalmente, “en espíritu”]” que Juan “[llegó] a estar en el día del Señor” y se le dijo: “Lo que ves, escríbelo en un rollo”. (Rev. 1:10, 11.) Por lo tanto, obviamente Dios consideró oportuno permitir que los escritores bíblicos usasen sus facultades mentales a la hora de seleccionar las palabras y las expresiones para describir las visiones que recibieron (Hab. 2:2), aunque siempre ejerció suficiente control y guía sobre ellos a fin de que el resultado final no solo fuese exacto y verdadero sino que también encajase con su propósito. (Pro. 30:5, 6.) En Eclesiastés 12:9, 10 se indica que esta actividad suponía un esfuerzo personal por parte del escritor, pues se dice que tuvo que meditar, escudriñar y poner en orden las ideas para presentar adecuadamente “palabras deleitables y la escritura de palabras correctas de verdad”. (Compárese con Lucas 1:1-4.)
Esto sin duda explica los diferentes estilos que se observan al examinar los libros de la Biblia, así como las expresiones que al parecer reflejan los antecedentes de cierto escritor en particular. Las capacidades naturales de los escritores puede que hayan sido un factor por el que Dios los seleccionase para su asignación específica; también es posible que Él los preparase con anterioridad para que luego cumplieran Su propósito.
Incluso cuando el escritor dice que recibió la “palabra de Jehová” o cierta “declaración”, es posible que esta hubiese sido transmitida no palabra por palabra, sino por medio de un cuadro mental del propósito de Dios, cuadro que el propio escritor pudiera posteriormente expresar en palabras. Esto quizá se indica por el hecho de que los escritores a veces decían que ‘veían’ (más bien que ‘oían’) la “declaración” o “la palabra de Jehová”. (Isa. 13:1; Miq. 1:1; Hab. 1:1; 2:1, 2.)
Los hombres que se usaron para escribir las Escrituras cooperaron con el funcionamiento del espíritu santo de Jehová. Fueron obedientes y sumisos a la guía de Dios (Isa. 50:4, 5), estuvieron deseosos de conocer la voluntad de Dios y sus caminos. (Isa. 26:9.) En muchos casos tuvieron presente ciertas metas (Luc. 1:1-4) o respondieron a una evidente necesidad (1 Cor. 1:10, 11; 5:1; 7:1), y Dios los dirigió para que lo que ellos escribían coincidiese con su propósito y lo cumpliese. (Pro. 16:9.)
Por consiguiente, el espíritu santo ejecutaba “variedades de operaciones” en esos escritores bíblicos. (1 Cor. 12:6.) A una parte considerable de la información podían acceder por medios puramente humanos, pues a veces ya existía en forma escrita, como en el caso de las genealogías y ciertos relatos históricos. (Luc. 1:3; 3:23-38; Núm. 21:14, 15; 1 Rey. 14:19, 29; 2 Rey. 15:31; 24:5.) En tales casos el espíritu de Dios operaría para evitar que se introdujesen inexactitudes o errores en el registro divino y también para dirigir la selección de la información que tenía que incluirse. Por otra parte, la información concerniente a la historia prehumana de la Tierra (Gén. 1:1-26), o acerca de acontecimientos y actividades celestiales (Job 1:6-12 y otros textos), así como profecías, revelaciones de los propósitos de Dios y doctrinas, no era humanamente alcanzable y era preciso que se transmitiese de manera sobrenatural por el espíritu de Dios. En cuanto a dichos y consejos sabios, aunque el escritor hubiese aprendido mucho de su experiencia personal en la vida, y más aún de su propio estudio y aplicación de las porciones de las Escrituras que ya habían sido registradas, todavía se requería la operación del espíritu de Dios para asegurar que lo que este escribiera calificara como parte de la Palabra de Dios que es “viva y ejerce poder, […] y puede discernir pensamientos e intenciones del corazón”. (Heb. 4:12.)
Esto puede verse por las expresiones que el apóstol Pablo hace en su primera carta a los Corintios. Al dar consejo acerca del matrimonio y la soltería, dice: “Pero a los demás digo—sí, yo, no el Señor—[…]”. De nuevo: “Ahora bien, respecto a vírgenes no tengo mandamiento del Señor, pero doy mi opinión”. Y finalmente, concerniente a la mujer que se queda viuda, declara: “Pero es más feliz si permanece como está, según mi opinión. Ciertamente pienso que yo también tengo el espíritu de Dios”. (1 Cor. 7:12, 25, 40.) Evidentemente Pablo hizo estas declaraciones porque no había ninguna enseñanza directa del Señor Jesús sobre ciertos puntos. De ahí que Pablo diese su opinión personal como apóstol lleno de espíritu. Sin embargo, su consejo fue “respirado de Dios” y por lo tanto llegó a formar parte de las Sagradas Escrituras, teniendo la misma autoridad que todo el resto de esas Escrituras.
Hay una clara distinción entre los escritos inspirados de la Biblia y otros escritos que, aunque manifiestan una medida de la dirección del espíritu y su guía, es propio que no estén clasificados con las Sagradas Escrituras. Tal como se ha mostrado, aparte de los libros canónicos de las Escrituras Hebreas también había otros escritos, tales como los registros oficiales concernientes a los reyes de Judá e Israel, los cuales, en muchos casos, puede que hayan sido recopilados por hombres dedicados a Dios. Hasta fueron usados para la investigación hecha por los escritores que fueron inspirados para escribir parte de las Sagradas Escrituras. Esto también ocurrió en los tiempos apostólicos. Además de las cartas incluidas en el canon bíblico, también había sin duda muchas otras cartas escritas a las numerosas congregaciones durante el transcurso de los años por los apóstoles y hombres de mayor edad. Aunque los escritores fueron hombres guiados por el espíritu, Dios no colocó su sello de garantía haciendo una distinción de estos escritos como si formasen parte de la inequívoca Palabra de Dios. Es posible que los escritos hebreos no canónicos contuviesen algunos errores, y que los escritos no canónicos de los apóstoles reflejasen hasta cierto grado el entendimiento incompleto que existió en los primeros años de la congregación cristiana. (Compárese con Hechos 15:1-32; Gálatas 2:11-14; Efesios 4:11-16.) Sin embargo, tal como por s u espíritu o fuerza activa Dios otorgó a ciertos cristianos “discernimiento de expresiones inspiradas”, también pudo guiar al cuerpo gobernante de la congregación cristiana para discernir qué escritos inspirados tenían que incluirse en el canon de las Sagradas Escrituras. (1 Cor. 12:10.)
LAS SAGRADAS ESCRITURAS SON RECONOCIDAS COMO INSPIRADAS
La evidencia claramente indica que todas las Sagradas Escrituras, a medida que se añadían progresivamente al canon de la Biblia, fueron reconocidas siempre por los siervos de Dios, entre ellos Jesús y sus apóstoles, como escritos inspirados. Por “inspiración” no se quiere decir una mera elevación del intelecto y las emociones a un grado más alto de comprensión o sensibilidad (como se dice a menudo de los artistas o poetas), sino la producción de escritos que son infalibles y que tienen la misma autoridad que si hubiesen sido escritos por Dios mismo. Por esta razón, los profetas que participaron en escribir las Escrituras Hebreas en muchísimas ocasiones atribuían sus mensajes a Dios, pues declaraban: “Esto es lo que ha dicho Jehová”, y esta frase aparece más de trescientas veces. (Isa. 37:33; Jer. 2:2; Nah. 1:12.) Jesús y sus apóstoles se refirieron a las Escrituras Hebreas mostrando que confiaban en que eran la propia palabra de Dios hablada por medio de los escritores asignados por Él, por lo que era seguro que se cumplirían, y las veían como la autoridad final en cualquier controversia. (Mat. 4:4-10; 19:3-6; Luc. 24:44-48; Juan 13:18; Hech. 13:33-35; 1 Cor. 15:3, 4; 1 Ped. 1:16; 2:6-9.) Contenían “las sagradas declaraciones formales de Dios”. (Rom. 3:1, 2; Heb. 5:12.) Después de explicar en Hebreos 1:1 que Dios habló a Israel por medio de los profetas, Pablo prosigue citando de varios libros de las Escrituras Hebreas, presentando los textos como si hubiesen sido hablados personalmente por el propio Jehová Dios. (Heb. 1:5-13; compárense referencias similares al espíritu santo en Hechos 1:16; 28:25; Hebreos 3:7; 10:15-17.)
Mostrando su plena fe en la infalibilidad de los escritos sagrados, Jesús dijo que “la Escritura no puede ser nulificada” (Juan 10:34, 35), y que ‘antes pasarían el cielo y la tierra que pasara de modo alguno una letra diminuta o una pizca de una letra de la Ley sin que sucedan todas las cosas’. (Mat. 5:18.) A los saduceos les dijo que estaban equivocados con respecto a la resurrección debido a que “no [conocían] ni las Escrituras ni el poder de Dios”. (Mat. 22:29-32; Mar. 12:24.) Estuvo dispuesto a ser arrestado y a morir debido a que sabía que eso cumpliría la Palabra escrita de Dios, las Sagradas Escrituras. (Mat. 26:54; Mar. 14:27, 49.)
Esas declaraciones se refieren por supuesto a las Escrituras Hebreas precristianas. Pero queda claro que las Escrituras Griegas Cristianas también se presentaron y aceptaron como inspiradas (1 Cor. 14:37; Gál. 1:8, 11, 12; 1 Tes. 2:13); el apóstol Pedro asoció las cartas de Pablo con el resto de las Escrituras. (2 Ped. 3:15, 16.)
Así pues, la totalidad de las Escrituras componen la unificada y armoniosa Palabra escrita de Dios. (Efe. 6:17.) Todas las porciones comparten la misma autoridad en cuanto a ser totalmente inspiradas y estar libres de error. Como se ha visto, la operación del espíritu de Dios en los diversos casos no resultó en “grados” de inspiración. Por este motivo, todas las Escrituras son totalmente inspiradas y no meramente ciertas porciones, tal como afirman algunos eruditos.
AUTORIDAD DE LAS COPIAS MANUSCRITAS Y LAS TRADUCCIONES
Por lo tanto, a la Palabra escrita de Dios se le puede atribuir absoluta infalibilidad. Eso es así en el caso de los escritos originales, aunque no se sabe de ninguno que haya llegado hasta nuestros días. En cambio, no se puede atribuir exactitud absoluta a las copias de esos escritos originales, como tampoco a sus traducciones a otros idiomas. Por otra parte, hay evidencia sólida y razones válidas para creer que los manuscritos disponibles de las Sagradas Escrituras proporcionan copias de la palabra escrita de Dios casi exactas; los puntos dudosos no influyen en el sentido del mensaje transmitido. El propósito de Dios al preparar las Sagradas Escrituras y la declaración inspirada de que “el dicho de Jehová dura para siempre” dan la seguridad de que Jehová Dios ha conservado la integridad interna de las Escrituras a través de los siglos. (1 Ped. 1:25.)
En muchos casos los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas hicieron uso de la traducción griega llamada Septuaginta cuando citaron de las Escrituras Hebreas. A veces, sus citas de la Septuaginta difieren algo de la traducción de las Escrituras Hebreas tal como se conocen ahora (la mayoría de las traducciones actuales se basan en el texto hebreo masorético que se remonta aproximadamente al siglo X E.C.). Por ejemplo, la cita que hace Pablo del Salmo 40:6 contiene la expresión “pero me preparaste un cuerpo”, expresión que se halla en la Septuaginta. (Heb. 10:5, 6.) En los manuscritos hebreos disponibles del Salmo 40:6, en lugar de esa expresión, aparecen las palabras “estos oídos míos los abriste”; no obstante, en la actualidad no se puede establecer con certeza si el texto hebreo original contenía la frase que se halla en la Septuaginta. En cualquier caso, el espíritu de Dios guió a Pablo en su cita, y por lo tanto esas palabras tienen la autorización divina. Eso no significa que la entera traducción de la Septuaginta tenga que considerarse inspirada; pero las porciones que fueron citadas por los escritores cristianos inspirados llegaron a formar parte íntegra de la Palabra de Dios.
En algunos casos, las citas hechas por Pablo y otros difieren de los textos hebreos y griegos que se hallan en los manuscritos disponibles. Sin embargo, las diferencias son mínimas, y al examinarlas puede verse que se deben a que se ha parafraseado, resumido, usado términos sinónimos o añadido palabras o frases explicativas. Génesis 2:7, por ejemplo, dice “el hombre vino a ser alma viviente”, mientras que Pablo, al citar esta porción, dijo: “Así también está escrito: ‘El primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente’”. (1 Cor. 15:45.) Su añadidura de las palabras “primer” y “Adán” sirvieron para enfatizar el contraste que estaba estableciendo entre Adán y Cristo. La inserción estaba completamente en armonía con los hechos registrados en las Escrituras y de ninguna manera desvirtuaron el sentido o contenido del texto citado. Aquellos a los cuales Pablo escribió, tenían copias (o traducciones) de las Escrituras Hebreas más antiguas que las que hay disponibles actualmente y podían examinar sus citas, como lo hicieron los habitantes de Berea. (Hech. 17:10, 11.) El que la congregación cristiana del primer siglo incluyera estos escritos en el canon de las Sagradas Escrituras prueba que aceptaban tales citas como parte de la Palabra inspirada de Dios. (Compárese Zacarías 13:7 con Mateo 26:31.)
“EXPRESIONES INSPIRADAS” VERDADERAS Y FALSAS
La palabra griega pnéu·ma (“espíritu”) se usa de una manera especial en algunos escritos apostólicos. En 2 Tesalonicenses 2:2, por ejemplo, el apóstol Pablo insta a sus hermanos tesalonicenses a que no se dejen excitar o sacudir de su razón “tampoco mediante una expresión inspirada [literalmente, “espíritu”], ni mediante un mensaje verbal, ni mediante una carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día de Jehová esté aquí”. Está claro que Pablo usa la palabra pnéu·ma (“espíritu”) con relación a ciertos medios de comunicación, tales como un “mensaje verbal” o una “carta”. Por este motivo el Critical Doctrinal and Homiletical Commentary, de SchaffLange, dice acerca de este texto: “Con esto el apóstol indica una comunicación espiritual, supuesta predicción, expresión de un profeta […]”. Word Studies in the New Testament, de Vincent (tomo IV, pág. 63), declara: “Por espíritu: Por expresiones proféticas de individuos en las asambleas cristianas, afirmando tener la autoridad de revelaciones divinas”. Así pues, aunque algunas traducciones simplemente vierten pnéu·ma en este caso y otros similares como “espíritu”, otras traducciones dicen “mensaje espiritual” (VP), “anuncios proféticos” (LT), “inspiración” (CI), “expresión inspirada” (NM).
Las palabras de Pablo establecen claramente que hay “expresiones inspiradas” verdaderas y falsas. En 1 Timoteo 4:1, el apóstol se refiere a ambas clases cuando dice que “la expresión inspirada [del espíritu santo de Jehová] dice definitivamente que en períodos posteriores algunos se apartarán de la fe, prestando atención a expresiones inspiradas que extravían y a enseñanzas de demonios”. Esto identifica a la fuente de las “expresiones inspiradas” falsas como los demonios, lo cual está apoyado por la visión dada al apóstol Juan acerca de “tres expresiones inspiradas inmundas” parecidas a ranas, procedentes de las bocas del dragón, de la bestia salvaje y del falso profeta, de las cuales específicamente se declara que son “inspiradas por demonios”, y sirven para reunir a los reyes de la Tierra a la guerra en Armagedón. (Rev. 16:13-16.)
Con buena razón, por lo tanto, Juan insta a los cristianos a que “prueben las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios”. (1 Juan 4:1-3; compárese con Revelación 22:6.) Entonces procedió a mostrar que las expresiones que verdaderamente son inspiradas de Dios se transmitían a través de la genuina congregación cristiana, no a través de fuentes mundanas no cristianas. Por supuesto, la declaración de Juan fue inspirada por Jehová Dios, pero además, la carta de Juan había establecido una base sólida para hacer la franca declaración: “El que adquiere el conocimiento de Dios nos escucha; el que no se origina de Dios no nos escucha. Es así como notamos la expresión inspirada de la verdad y la expresión inspirada del error”. (1 Juan 4:6.) Lejos de ser mero dogmatismo, Juan había mostrado que él y otros cristianos verdaderos estaban manifestando los frutos del espíritu de Dios, principalmente amor, y estaban demostrando por su conducta correcta y habla veraz que estaban en verdad ‘andando en la luz’ en unión con Dios. (1 Juan 1:5-7; 2:3-6, 9-11, 15-17, 29; 3:1, 2, 6, 9-18, 23, 24; contrástese con Tito 1:16.)