NOMBRE
“Toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre” a Jehová Dios. (Efe. 3:14, 15.) Él estableció la primera familia humana y permitió que Adán y Eva tuvieran hijos; por lo tanto, los linajes terrestres deben su nombre a Jehová. Él también es el Padre de su familia celestial y, tal como llama a todas las incontables estrellas por sus nombres (Sal. 147:4), sin duda dio nombres también a los ángeles. (Jue. 13:18.)
Un ejemplo interesante de cómo se dio nombre a algo completamente nuevo es el del maná provisto milagrosamente. Cuando los israelitas lo vieron por primera vez, exclamaron: “¿Qué es?” (¿Man hu’?). (Éxo. 16:15.) Al parecer, fue por esta razón que lo llamaron “maná”, que probablemente significa “¿Qué es?”. (Éxo. 16:31.)
NOMBRES DE ANIMALES Y PLANTAS
Jehová Dios otorgó a Adán el privilegio de dar nombre a las criaturas inferiores. (Gén. 2:19.) Los nombres que Adán puso probablemente eran descriptivos, como puede verse por algunos de los nombres hebreos de animales e incluso de plantas. “Esquilador” o “cortador” parece designar a la oruga, “excavador” a la zorra y “saltador” al antílope. El nombre hebreo de la tórtola imita el arrullo “torrr torrr” que emite la citada ave. Al almendro se le llama “despertador”, probablemente por ser uno de los primeros árboles que florecen.
NOMBRES DE LUGARES Y ACCIDENTES TOPOGRÁFICOS
Algunas veces los hombres designaron lugares con sus propios nombres, los de sus hijos o los de sus antecesores. El asesino Caín construyó una ciudad y le puso el nombre de su hijo Enoc. (Gén. 4:17.) Nóbah empezó a llamar a la ciudad conquistada de Quenat por su propio nombre. (Núm. 32:42.) Los danitas, después de capturar la ciudad de Lésem, la llamaron Dan, el nombre de su antepasado. (Jos. 19:47; véase también Deuteronomio 3:14.)
Los lugares eran llamados comúnmente según los acontecimientos ocurridos en sus alrededores, como en el caso de altares (Éxo. 17:14-16), pozos (Gén. 26:19-22) y manantiales. (Jue. 15:19.) Otros ejemplos son: Babel (Gén. 11:9), Jehová-yiré (Gén. 22:13, 14), Beer-seba (Gén. 26:29-33), Betel (Gén. 28:10-19) Galeed (Gén. 31:44-47), Sucot (Gén. 33:17), Abel-mizraim (Gén. 50:11), Masah, Meribá (Éxo. 17:7), Taberá (Núm. 11:3), Quibrot-hataavá (Núm. 11:34), Hormá (Núm. 21:3), Guilgal (Jos. 5:9), la llanura baja de Acor (Jos. 7:26) y Baalperazim. (2 Sam. 5:20.)
En algunas ocasiones se denominaba a los lugares, montañas y ríos por sus características físicas. Las ciudades de Gueba y Guibeah (ambas significan “Colina”) probablemente obtuvieron sus nombres debido a estar ubicadas en colinas. La cordillera del Líbano (“Blanco”) puede haber recibido su nombre debido al color claro de sus laderas y cimas de piedra caliza o porque sus cumbres están cubiertas de nieve durante la mayor parte del año. El río Jordán (“El Que Desciende”) pierde rápidamente altitud y a esto probablemente se deba su nombre. En otros casos, al nombre de las ciudades y pueblos se les añadía el prefijo “en” (“manantial”), “beer” (“pozo”) y “abel” (“prado”) cuando estaban situados en la proximidad de tales lugares.
Otros nombres se derivaban de características tales como tamaño, ocupación y productos agrícolas. Algunos ejemplos son: Belén (“Casa de Pan”), Betsaida (“Casa [o: [Lugar] de Pesca”), Gat (“Lagar”) y Bézer (“Fortaleza”).
También se empleaban los nombres de animales y plantas, muchos en forma compuesta. Entre estos estaban: Ayalón (“Lugar de Ciervos”), Enguedí (“Manantial del Cabrito”), En-eglaim (“Manantial de los Dos Becerros”), Bet-hoglá (“Casa [o: Lugar] de la Perdiz”), Aqrabim (“Escorpiones”), Baal-tamar (“Señor de la Palmera”) y En-Tapúah (“Manantial al Lado de los Manzanos”).
“Bet” (“casa”), “baal” (“amo”, “dueño”) y “quiryat” (“ciudad”) frecuentemente formaban la parte inicial de los nombres compuestos.
NOMBRES DE PERSONAS
Al principio de la historia bíblica se daba nombre a los hijos al tiempo de nacer, pero los niños hebreos recibían el nombre cuando eran circuncidados, al octavo día de su nacimiento. (Luc. 1:59; 2:21.) Por lo general, eran el padre o la madre quienes daban nombre al recién nacido. (Gén. 4:25; 5:29; 16:15; 19:37, 38; 29:32.) Una excepción notable, sin embargo, fue el hijo que le nació a Boaz por medio de Rut. Las vecinas de Noemí, la suegra de Rut, llamaron al niño Obed (“Siervo; Uno Que Sirve”). (Rut 4:13-17.) En algunas ocasiones los padres recibieron dirección divina en cuanto al nombre que debían poner a sus hijos. Entre estos estuvieron: Ismael (“Dios Oye”) (Gén. 16:11), Isaac (“Risa”) (Gén. 17:19), Salomón (“Apacible”) (1 Cró. 22:9) y Juan (“Jehová Ha Sido Benévolo”). (Luc. 1:13.)
El nombre que se le daba a un niño con frecuencia reflejaba las circunstancias de su nacimiento o los sentimientos del padre o la madre. (Gén. 29:32-30:13, 17-20, 22-24; 35:18; 41:51, 52; Éxo. 2:22; 1 Sam. 1:20; 4:20-22.) Eva llamó a su primogénito, Caín (“Algo Producido”), pues ella dijo: “He producido un hombre con la ayuda de Jehová”. (Gén. 4:1.) Eva consideró al hijo que le nació después del asesinato de Abel como un sustituto de este último por lo que le puso por nombre Set (“Nombrado; Puesto”). (Gén. 4:25.) Isaac llamó a su hijo gemelo más joven Jacob (“Asirse del Talón; Suplantador”), puesto que, al nacer, este niño estaba asiendo el talón de su hermano Esaú. (Gén. 25:26; compárese con el caso de Pérez en Génesis 38:28, 29.)
Algunas veces el nombre describía el aspecto del niño al nacer. El hijo primogénito de Isaac fue llamado Esaú (“Velludo”) debido a su mucho vello, algo infrecuente en un recién nacido. (Gén. 25:25.)
A menudo, los nombres que se daban a los niños incluían la partícula “El” (“Dios”) o una abreviatura del nombre Jehová. Tales nombres expresaban la esperanza de los padres, reflejaban su aprecio por haber sido bendecidos con descendencia o reconocían algún aspecto de Dios. He aquí algunos ejemplos: Jehdeyá (“Que Jehová Dé Gozo”), Elnatán (“Dios Ha Dado”), Jeberekías (“Jehová Bendice”), Jonatán (“Jehová Dio”), Jehozabad (“Jehová Ha Concedido”), Eldad (“Dios Ha Amado”), Abdiel (“Siervo de Dios”), Daniel (“Mi Juez Es Dios”), Jehozadaq (“Jehová Es Justo”) y Pelatías (“Jehová Ha Provisto Escape”).
“Ab” (“padre”), “ah(i)” (“hermano”), “ami” (“pariente”), “bat” (“hija”) y “ben” (“hijo”) se empleaban en nombres compuestos como Abidá (“Padre de Conocimiento”), Abías (“Mi Padre Es Jah”), Ahará (“Hermano de Raj”; o: “Después de un Hermano”), Ahiézer (“Mi Hermano Es Ayuda”), Amiud (“Mi Pariente Es Majestad”), Aminadab (“Mi Pariente Es Generoso”), Bat-seba (“Hija de un Juramento; Hija de Abundancia”) y Ben-háil (“Hijo de Fuerza”). “Mélec” (“rey”), “adoni” (“señor”) y “baal” (“amo”, “dueño”) también se combinaban con otras palabras para formar nombres compuestos, tales como Ahimélec (“Hermano del Rey”; o: “Mi Hermano Es Rey”), Adonías (“Jah Es Mi Señor”) y Merib-baal (“Contendiente Contra Baal”; o: “Baal Contiende”).
Las designaciones de animales y plantas eran otra fuente de nombres para la gente. Algunos de estos nombres son Débora (“Abeja”), Dorcas o Tabita (“Gacela”), Jonás (“Paloma”), Raquel (“Oveja”), Safán (“Damán”), Tamar (“Palmera”) y Susana (“Azucena”).
De la repetición de ciertos nombres en las listas genealógicas se desprende la costumbre de dar a los hijos el nombre de algún pariente. (Véase 1 Crónicas 6:9-14, 34-36.) Fue debido a esta costumbre que los parientes y conocidos de Elisabet no querían que le pusiera a su hijo el nombre de Juan. (Lucas 1:57-61; véase GENEALOGÍA [Repetición de nombres o diferentes nombres para la misma persona].)
En el primer siglo de la era común no era extraño que los judíos—especialmente los que vivían fuera de Palestina o en ciudades con una población mixta de judíos y gentiles—tuvieran un nombre hebreo o arameo y uno latino o griego. Esta puede ser la razón por la que Dorcas se llamara también Tabita y el apóstol Pablo, Saulo.
A veces los nombres llegaron a considerarse como un reflejo de la personalidad o tendencias características de sus portadores. Esaú dijo lo siguiente de su hermano: “¿No es por eso que se le llama por nombre Jacob [“Suplantador”], puesto que me suplantaría estas dos veces? ¡Mi primogenitura ya la ha tomado, y, mira, en esta ocasión ha tomado mi bendición!”. (Gén. 27:36.) Abigail hizo la siguiente observación con respecto a su esposo: “Porque, como es su nombre, así es él. Nabal [“Insensato”] es su nombre, y la insensatez está con él”. (1 Sam. 25:25.) No considerando que su nombre fuera ya apropiado en vista de las calamidades que le habían sobrevenido, Noemí dijo: “No me llamen Noemí [“Mi Agradabilidad”]. Llámenme Mará [“Amarga”], porque el Todopoderoso me ha hecho muy amarga la situación”. (Rut 1:20.)
Cambios de nombre o nuevos nombres
En algunas ocasiones, y con algún propósito especial, se cambiaba el nombre de una persona o se le daba otro nuevo. Poco antes de morir, Raquel llamó a su hijo recién nacido Ben-oní (“Hijo de Mi Pena”), pero su esposo, Jacob, le puso por nombre Benjamín (“Hijo de la Diestra”). (Gén. 35:16-18.) Jehová cambió el nombre de Abrán (“Padre de Ensalzamiento”) a Abrahán (“Padre de Multitud”) y el de Sarai (“Contenciosa”) a Sara (“Princesa”), ambos con significado profético. (Gén. 17:5, 6, 15, 16.) Debido a su perseverancia al luchar con un ángel, se le dijo a Jacob: “Ya no serás llamado por nombre Jacob, sino Israel [“Dios contiende; Contendiente (El Que Persevera) con Dios”], porque has contendido con Dios y con hombres de modo que por fin prevaleciste”. (Gén. 32:28.) Este cambio de nombre fue una muestra de la bendición de Dios y fue confirmado posteriormente. (Gén. 35:10.) Por lo tanto, cuando las Escrituras hablan proféticamente de un “nombre nuevo” lo hacen con referencia a un nombre que represente apropiadamente a su portador. (Isa. 62:2; 65:15; Rev. 3:12.)
También se solían dar nuevos nombres a quienes ascendían a puestos de gobierno elevados o recibían privilegios especiales. Puesto que estos nombres eran otorgados por superiores, el cambio de nombre podía significar también la sumisión del portador del nuevo nombre a quien se lo había dado. Después de llegar a ser el administrador de alimento de Egipto, a José se le llamó Zafenatpanéah. (Gén. 41:44, 45.) El faraón Nekoh le cambió el nombre a Eliaquim cuando le hizo rey vasallo de Judá, llamándole Jehoiaquim. (2 Rey. 23:34.) De igual manera, cuando Nabucodonosor hizo vasallo a Matanías, le cambió el nombre por Sedequías. (2 Rey. 24:17.) Daniel y sus tres compañeros hebreos, Hananías, Misael y Azarías, recibieron nombres babilonios cuando fueron seleccionados en Babilonia para una preparación especial. (Dan. 1:3-7.)
NOMBRES DE ÁNGELES
La Biblia solo indica el nombre personal de dos ángeles: Gabriel (“Uno Físicamente Capacitado de Dios”) y Miguel (“¿Quién Es Como Dios?”). Quizá para no recibir honra y veneración indebidas, en ciertas ocasiones los ángeles no revelaron su nombre a las personas a quienes se aparecieron. (Gén. 32:29; Jue. 13:17, 18.)
NOMBRE DE DIOS
Conocer el nombre de Dios significa más que un simple conocimiento de la palabra. (2 Cró. 6:33.) En realidad significa conocer a la Persona: sus propósitos, actividades y cualidades según se revelan en su Palabra. (Compárese con 1 Reyes 8:41-43; 9:3, 7; Nehemías 9:10.) Puede ilustrarse con el caso de Moisés, un hombre a quien Jehová ‘conoció por nombre’, esto es, conoció íntimamente. (Éxo. 33:12.) Moisés tuvo el privilegio de ver una manifestación de la gloria de Jehová y también ‘oír declarado el nombre de Jehová’. Aquella declaración no fue simplemente una repetición del nombre “Jehová”, sino una exposición de Jos atributos y actividades de Dios. (Éxo. 34:6, 7.) De manera similar, la canción de Moisés que incluye las palabras: “Porque yo declararé el nombre de Jehová”, cuenta los tratos de Dios con Israel y describe su personalidad. (Deu. 32:3-44.)
Cuando estuvo en la Tierra, Jesucristo ‘puso el nombre de su Padre de manifiesto’ a sus discípulos. (Juan 17:6, 26.) Aunque ya conocían el nombre de Dios y estaban familiarizados con sus actividades, registradas en las Escrituras Hebreas, estos discípulos llegaron a conocer a Jehová de un modo mejor y mucho más amplio a través de aquel que está “en la posición del seno para con el Padre”. (Juan 1:18.) Cristo Jesús representó perfectamente a su Padre, pues hizo las obras de su Padre y habló, no de su propia iniciativa, sino las palabras de su Padre. (Juan 10:37, 38; 12:50; 14:10, 11, 24.) Por eso Jesús pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Juan 14:9.)
Esto muestra claramente que los únicos que verdaderamente conocen el nombre de Dios son sus siervos obedientes. (Compárese con 1 Juan 4:8; 5:2, 3.) De modo que, la promesa de Jehová registrada, en el Salmo 91:14, aplica a tales personas: “Lo protegeré porque ha llegado a conocer mi nombre”. El nombre en sí mismo no tiene poder mágico; sin embargo, el que posee ese nombre puede proveer protección a su pueblo dedicado. De modo que el nombre representa a Dios mismo. Por esta razón el proverbio dice: “El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo y se le da protección”. (Pro. 18:10.) Esto es lo que hacen las personas que arrojan su carga sobre Jehová. (Sal. 55:22.) De igual modo, amar el nombre (Sal. 5:11), celebrarlo con melodía (Sal. 7:17), invocarlo (Gén. 12:8), darle gracias (1 Cró. 16:35), jurar por él (Deu. 6:13), recordarlo (Sal. 119:55), temerlo (Sal. 61:5), buscarlo (Sal. 83:16), confiar en él (Sal. 33:21), ensalzarlo (Sal. 34:3) y esperar en él (Sal. 52:9) es hacer estas cosas con referencia a Jehová mismo. Hablar abusivamente del nombre de Dios es blasfemar contra Dios. (Lev. 24:11, 15, 16.)
Jehová tiene celo por su nombre y no tolera ninguna rivalidad o infidelidad en cuestiones de adoración. (Éxo. 34:14; Eze. 5:13.) Se mandó a los israelitas que ni siquiera mencionaran los nombres de otros dioses. (Éxo. 23:13.) Sin embargo, en vista de que en las Escrituras aparecen los nombres de dioses falsos, la prohibición de mencionarlos debe entenderse con respecto a la adoración. (Véase JEHOVÁ.)
EL NOMBRE DEL HIJO DE DIOS
Debido a que permaneció fiel hasta la misma muerte, Jesús fue recompensado por su Padre con una posición superior y con un “nombre que está por encima de todo otro nombre”. (Fili. 2:5-11.) Todos los que desean la vida deben reconocer lo que este nombre representa (Hech. 4:12), esto es, la posición de Jesús como Juez (Juan 5:22), Rey (Rev. 19:16), Sumo Sacerdote (Heb. 6:20), Mediador (1 Tiro. 2:5) y Agente Principal de la salvación. (Heb. 2:10; véase JESUCRISTO.)
Cristo Jesús, como “Rey de reyes y Señor de señores”, también tiene que dirigir a los ejércitos celestiales en llevar a cabo guerra en justicia. Como ejecutor de la venganza de Dios, desplegará poderes y cualidades completamente desconocidos para aquellos que peleen contra él. Por esta razón se dice que “tiene un nombre escrito que nadie conoce sino él mismo”. (Rev. 19:11-16.)
VARIOS USOS DE LA PALABRA “NOMBRE”
Un determinado nombre puede “llamarse sobre” una persona, ciudad o edificio. Cuando Jacob adoptó a los hijos de José, dijo: “Y sea llamado sobre ellos mi nombre y el nombre de mis padres, Abrahán e Isaac”. (Gén. 48:16; véase también Isaías 4:1; 44:5.) El que se llamara el nombre de Jehová sobre los israelitas indicaba que eran su pueblo. (Deu. 28:10; 2 Cró. 7:14; Isa. 43:7; 63:19; Dan. 9:19.) Jehová también puso s u nombre sobre Jerusalén y el templo, aceptándolos de este modo como el centro legítimo de su adoración. (2 Rey. 21:4, 7.) Joab prefirió no completar la captura de Rabá para que su nombre no fuera llamado sobre esa ciudad, es decir, para que no se le atribuyera a él el crédito de la captura. (2 Sam. 12:28.)
Por otra parte, el nombre de la persona que moría sin descendencia masculina era “quitado”, según la expresión bíblica. (Núm. 27:4; 2 Sam. 18:18.) Por eso el matrimonio de levirato dispuesto en la ley de Moisés sirvió para conservar el nombre del hombre fallecido. (Deu. 25:5, 6.) Por otra parte, la destrucción de una nación, pueblo o familia significaba la desaparición o eliminación de su nombre. (Deu. 7:24; 9:14; Jos. 7:9; 1 Sam. 24:21; Sal. 9:5.)
Hablar o actuar ‘en el nombre de’ otra persona significa hacerlo como representante de esa persona. (Éxo. 5:23; Deu. 10:8; 18:5, 7, 19-22; 1 Sam. 17:45; Est. 3:12; 8:8, 10.) De modo similar, recibir a una persona en el nombre de alguien indica un reconocimiento de ese alguien. Por lo tanto, ‘recibir a un profeta en nombre de profeta’ significaría recibir a un profeta por el hecho de ser profeta. (Mat. 10:41, Mod, NM.) Del mismo modo, bautizar en el “nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo” significa un reconocimiento del Padre, del Hijo y del espíritu santo. (Mat. 28:19.)
REPUTACIÓN O FAMA
La palabra “nombre” se emplea con frecuencia en las Escrituras con el sentido de fama o reputación. Ocasionar un mal nombre a alguien significaba hacer una acusación falsa contra esa persona, manchando su reputación. (Deu. 22:19.) El que a alguien se le ‘deseche su nombre como inicuo,’ significa la pérdida de la buena reputación. (Luc. 6:22.) Fue para hacerse “un nombre célebre”, desafiando a Jehová, que los hombres empezaron a edificar una torre y una ciudad después del Diluvio. (Gén. 11:3, 4.) Por otra parte, Jehová prometió hacer grande el nombre de Abrán (Abrahán) si dejaba su país y sus parientes y se mudaba a otra tierra. (Gén. 12:1, 2.) Como testimonio del cumplimiento de esa promesa está el hecho de que, en la actualidad, pocos nombres de tiempos antiguos han llegado a ser tan grandes como el de Abrahán, sobre todo como ejemplo de fe sobresaliente. Millones de personas aún alegan ser los herederos de la bendición abrahámica debido a contarse entre sus descendientes. Jehová también hizo grande el nombre de David al bendecirle y darle victorias sobre los enemigos de Israel. (1 Sam. 18:30; 2 Sam. 7:9.)
Cuando la persona nace no tiene ninguna reputación, por lo que su nombre es poco más que una etiqueta. Por esta razón Eclesiastés 7:1 dice: “Mejor es un nombre que el buen aceite, y el día de la muerte que el día en que uno nace”. No es cuando una persona nace, sino que es durante toda su vida cuando su “nombre” cobra un significado real en el sentido de identificarlo como alguien que practica justicia o iniquidad. (Pro. 22:1.) Debido a la fidelidad de Jesús hasta la muerte, su nombre llegó a ser el único nombre “dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”, y “ha heredado un nombre más admirable” que el de los ángeles. (Hech. 4:12; Heb. 1:3, 4.) En cambio, Salomón, de quien se esperaba que su nombre fuera “más espléndido” que el de David, murió con el nombre de un descarriado de la adoración verdadera. (1 Rey. 1:47; 11:6, 9-11.) Por eso el salmista dice de los que se hacen un nombre de leales hasta el fin: “Preciosa a los ojos de Jehová es la muerte de los que le son leales”. (Sal. 116:15; compárese con Filipenses 4:3; Revelación 3:4, 5, 12, 13.) Sin embargo, “el mismísimo nombre de los inicuos se pudrirá” o llegará a ser un hedor odioso. (Pro. 10:7.) Por todo lo antedicho, “ha de escogerse un [buen] nombre más bien que riquezas abundantes”. (Pro. 22:1.)
NOMBRES ESCRITOS EN EL “LIBRO DE LA VIDA”
Parece que Jehová, hablando figuradamente, ha estado escribiendo nombres en el libro de la vida desde la “fundación del mundo”. (Rev. 17:8.) Jesucristo relacionó el tiempo de Abel con la “fundación del mundo”, lo cual indica que, en este contexto, la palabra “mundo” se refiere al mundo de la humanidad que puede ser rescatada, mundo que llegó a existir con el nacimiento de los hijos de Adán y Eva. (Luc. 11:48-51.) El nombre de Abel debe haber sido el primero registrado en ese rollo simbólico.
Sin embargo, los nombres que aparecen en el rollo de la vida no son los de personas que han sido predestinadas a ganarse la aprobación de Dios y la vida, puesto que según las Escrituras los nombres pueden ser ‘borrados’ del “libro de la vida”. Por lo tanto, parece que el nombre de una persona es escrito en el “libro de la vida” cuando llega a ser siervo de Jehová, y solo permaneciendo fiel puede conservar su nombre en este libro. (Rev. 3:5; 17:8; compárese con Éxodo 32:32, 33; Lucas 10:20; Filipenses 4:3.)
NOMBRES REGISTRADOS EN EL ROLLO DEL CORDERO
De igual manera, los nombres de las personas que adoran a la simbólica bestia salvaje no son registrados en el rollo del Cordero. (Rev. 13:8.) La bestia salvaje ha recibido su autoridad, poder y trono del dragón, Satanás el Diablo. Los que adoran a la bestia salvaje son, por lo tanto, parte de la ‘descendencia de la serpiente’. (Rev. 13:2; compárese con Juan 8:44; Revelación 12:9.) Antes de que les nacieran hijos a Adán y Eva, Jehová Dios anunció que habría enemistad entre la ‘descendencia de la mujer’ y la ‘descendencia de la serpiente’. (Gén. 3:15.) Así, ya fue determinado desde la fundación del mundo que ningún adorador de la bestia salvaje tendría su nombre escrito en el rollo del Cordero. Solo tendrían ese privilegio personas que, desde el punto de vista de Dios, fueran ‘sagradas’. (Rev. 21:27.)
En vista de que este rollo pertenece al Cordero, es lógico concluir que los nombres en él registrados corresponden a las personas que Dios le ha dado. (Rev. 13:8; Juan 17:9, 24.) Por eso es significativo que la siguiente referencia al Cordero en el libro de Revelación lo describa de pie en el monte Sión, con 144.000 personas compradas de entre la humanidad. (Rev. 14:1-5.)