RESCATE
Las palabras españolas “rescate” y “redención” vienen de las voces sinónimas latinas recaptare y redemptio, que se refieren a “recomprar”. Sin embargo, “rescate” generalmente transmite la idea de liberar a alguien de la esclavitud o de alguna obligación o circunstancia indeseable, mientras que “redención” también tiene la acepción de recuperar la posesión de algo.
Estas dos palabras (cuyos orígenes latinos son sinónimos) se usan para traducir varios términos hebreos y griegos. En todos estos términos la similitud estriba en la idea de dar un precio o cosa de valor para efectuar el rescate o redención. Por lo tanto la noción de canje, correspondencia, equivalencia o sustitución, se encuentra en los términos anteriormente mencionados. Es decir, se da una cosa a cambio de otra, satisfaciendo las demandas de la justicia y produciendo como resultado un equilibrio.
El sustantivo hebreo kó·fer viene del verbo ka·fár, que básicamente significa “cubrir”, como cuando Noé cubrió el arca con alquitrán. (Gén. 6:14.) Sin embargo, ka·fár se usa casi siempre para describir el hecho de cumplir con la justicia por medio de cubrir o expiar los pecados. El sustantivo kó·fer hace referencia a lo que se da para lograr el precio de rescate. (Sal. 65:3; 78:38; 79:8, 9.) Una cubierta corresponde con la cosa que cubre, sea en su forma (como en el caso de una tapadera material: la “cubierta [kjap·póreth]” del arca del pacto [Éxo. 25:17-22]), o en su valor (como en el pago efectuado para cubrir ciertos daños causados).
Como medio para equilibrar la justicia y enderezar los asuntos con su pueblo Israel, Jehová designó en el pacto de la Ley diversos sacrificios y ofrendas para expiar o cubrir los pecados, bien de los sacerdotes y los levitas (Éxo. 29:33-37; Lev. 16:6, 11), de otros individuos o de la nación entera (Lev. 1:4; 4:20, 26, 31, 35), así como para purificar el altar y el tabernáculo, haciendo expiación debido a los pecados del pueblo que estaba a su alrededor. (Lev. 16:16-20.) En realidad, la vida del animal sacrificado era presentada en lugar de la vida del pecador, y su sangre hacía expiación sobre el altar de Dios, aunque de modo limitado. (Lev. 17:11; compárese con Hebreos 9:13, 14; 10:1-4.) El “Día de Expiación [yohm hak·kip·pu·rím]” podría también llamarse apropiadamente el “día de los rescates”. (Lev. 23:26-28.) Estos sacrificios eran necesarios para que la nación y su adoración tuvieran y mantuvieran la aceptación y aprobación del Dios de justicia.
Algo que ilustra bien el sentido de un cambio redentor es la ley concerniente al dueño de un toro, del que se sabía que acorneaba, y al que a pesar de ello se le dejaba en libertad y mataba a alguien. Al dueño se le tenía que dar muerte, pagando así la vida de la persona muerta con su propia vida. Sin embargo, ya que él no había matado deliberadamente o directamente a la persona, si los jueces veían apropiado imponerle en lugar de ello un “rescate [kó·fer]”, entonces él debía pagar el precio de rescate. Se consideraba que la suma gravada y pagada tomaba el lugar de su propia vida y compensaba por la vida perdida. (Éxo. 21:28-32; compárese con Deuteronomio 19:21.) Por otro lado, no se podía aceptar ningún rescate por el asesino deliberado; solo su propia vida podía compensar la muerte de la víctima. (Núm. 35:31-33.) Posiblemente debido a que, cuando se hacía, el censo tenía que ver con vidas humanas, cada varón de veinte años de edad para arriba tenía que entregar a Jehová un rescate (kó·fer) de medio siclo por su alma, y el mismo precio aplicaba tanto si la persona era rica como pobre. (Éxo. 30:11-16.)
Ya que a Dios, como también a los humanos, le desagrada cualquier violación de la justicia, el rescate o compensación podía tener el efecto adicional de mitigar o calmar la cólera. (Compárese con Jeremías 18:23; también con Génesis 32:20, donde ka·fár se traduce “aplacar”.) Sin embargo, el esposo enfurecido con el hombre que comete adulterio con su esposa rehúsa cualquier “rescate [kó·fer]”. (Pro. 6:35.) El término también se puede usar con respecto a los que deberían ejecutar justicia, pero que en lugar de ello aceptan un soborno o regalo como “dinero con que se compra el silencio [kó·fer]”, dinero que les hace cerrar los ojos a la maldad. (1 Sam. 12:3; Amós 5:12.)
La palabra hebrea pa·dháh, según el lexicógrafo Gesenius, básicamente denota “soltar”, es decir, “desatar” o “librar” como si fuera con un pago o un precio de redención. (Pidh·yón; Éxo. 21:30.) De modo que este término enfatiza la liberación lograda con el precio de redención, mientras que kaf·ár coloca el énfasis en la calidad del precio y su eficacia en equilibrar las balanzas de la justicia. La liberación o redención (pa·dháh) puede ser de la esclavitud (Lev. 19:20; Deu. 7:8), de otras condiciones angustiosas u opresivas (2 Sam. 4:9; Job 6:23; Sal. 55:18) o de la muerte y la sepultura. (Job 33:28; Sal. 49:15.) A menudo se dice que Jehová redimió a la nación de Israel de Egipto para que fuera su “propiedad particular” (Deu. 9:26; Sal. 78:42), y que muchos siglos después les redimió del exilio en Asiria y Babilonia. (Isa. 35:10; 51:11; Jer. 31:11, 12; Zac. 10:8-10.) En esos casos la redención también tenía que ver con un precio, un cambio. Al redimir a Israel de Egipto, obviamente Jehová hizo que el precio lo pagase Egipto. Israel era como el “primogénito” de Dios, y Jehová le advirtió al faraón que su terca negativa en liberar a Israel haría que se exigiese la vida del primogénito del faraón y de los primogénitos de todo Egipto, tanto humanos como animales. (Éxo. 4:21-23; 11:4-8.) De manera similar, a cambio del derrocamiento de Babilonia por Ciro y el consiguiente acto de liberar a los judíos de su condición exiliada, Jehová dio a “Egipto como rescate [una forma de kó·fer] por [su pueblo], a Etiopía y Sebá” en lugar de ellos. Por lo tanto, el imperio persa más tarde conquistó esas regiones, y así ‘se dieron grupos nacionales en lugar de las almas de los israelitas’. (Isa. 43:1-4.) Estos cambios están en armonía con la declaración inspirada de que el “inicuo es [o sirve como] un rescate [kó·fer] para el justo; y el que obra traidoramente toma el lugar de los rectos”. (Pro. 21:18.)
Otro término hebreo asociado con redención es ga·’ál, que básicamente transmite la idea de reclamar, recuperar o recomprar. (Jer. 32:7, 8.) Su similitud con pa·dháh se ve por el paralelo que se hace con ese término en Oseas 13:14: “De la mano del Seol los redimiré [pa·dháh]; de la muerte los recobraré [ga·’ál]”. (Compárese con Salmos 69:18.) Ga·’ál da énfasis al derecho de reclamar o recomprar, tanto por parte de un pariente cercano de una persona cuya propiedad o cuya mismísima persona necesitase ser recomprada o reclamada, como por parte del propio dueño original o vendedor. Un pariente cercano, llamado un go·’él, era por lo tanto un “recomprador” (Rut 2:20; 3:9, 13), o, en caso de asesinato, un “vengador de la sangre”. (Núm. 35:12.)
Cuando un israelita pobre se veía obligado a vender sus tierras hereditarias, su casa en la ciudad, o incluso venderse él mismo en servidumbre, la Ley hacía provisión para que “un recomprador de parentesco próximo”, o go·’él, tuviese el derecho de “recobrar por compra [ga·’ál] lo que su hermano haya vendido”, o para que el propio vendedor pudiera hacerlo si conseguía los fondos necesarios. (Lev. 25:23-27, 29-34, 47-49; compárese con Rut 4:1-15.) Si un hombre ofrecía en voto a Dios una casa o un campo y luego deseaba comprarlo de nuevo, tenía que pagar la valoración que se había hecho de la propiedad más la quinta parte de ese valor estimado. (Lev. 27:14-19.) Sin embargo, no se podía recobrar por compra ninguna cosa “dada por entero a la destrucción”. (Lev. 27:28, 29.)
En caso de asesinato, al asesino no se le concedía protección en las ciudades de refugio designadas, sino que después de la audiencia judicial, era entregado por los jueces al “vengador [go·’él] de la sangre”, un pariente cercano de la víctima, quien entonces daba muerte al asesino. Ya que no se concedía ningún “rescate [kó·fer]” por el asesino y puesto que el pariente cercano con derecho de recompra no podía reclamar o recuperar la vida de su pariente muerto, él reclamaba con todo derecho la vida del que se había apoderado de la vida de su pariente al asesinarle. (Núm. 35:9-32; Deu. 19:1-13.)
No era siempre un precio tangible
Como se ha mostrado, Jehová ‘redimió’ (pa·dháh) o ‘reclamó’ (ga·’ál) a Israel de Egipto. (Éxo. 6:6; Isa. 51:10, 11.) Más tarde, debido a que los israelitas continuaron “vendiéndose a hacer lo que era malo” (2 Rey. 17:16, 17), Jehová en varias ocasiones ‘los vendió en manos de sus enemigos’. (Deu. 32:30; Jue. 2:14; 3:8; 10:7; 1 Sam. 12:9.) Su arrepentimiento hizo que Dios los recomprase o reclamase de la angustia o exilio (Sal. 107:2, 3; Isa. 35:9, 10; Miq. 4:10), desempeñando así el papel de un Go·’él, un Recomprador emparentado con ellos, puesto que había desposado a la nación consigo mismo. (Isa. 43:1, 14; 48:20; 49:26; 50:1, 2; 54:5-7.) Al ‘venderlos’, Jehová no cobró ninguna compensación material de las naciones. Las ganancias o ingresos de la ‘venta’ pueden ser algo diferente a cosas tangibles, como bienes o dinero. Por ejemplo, los israelitas ‘se vendieron’ con el fin de recibir placer de su mala conducta, al igual que el rey Acab ‘se vendió para hacer lo que era malo’ con el fin de obtener dicho placer. (1 Rey. 21:20.) Así también, aunque con motivos justos, Jehová podía ‘vender’ a su pueblo por algo que no fuese tangible, siendo su pago el ver satisfecha su justicia y cumplido su propósito de corregirlos y disciplinarlos por su rebelión y falta de respeto. (Compárese con Isaías 48:17, 18.)
De igual manera, la ‘recompra’ por parte de Dios no requería el pago de algo tangible. Aparte del caso de Ciro, que de buena voluntad liberó a los israelitas exiliados, cuando Jehová liberó a su pueblo en otras ocasiones, no pagó nada a las naciones opresivas, ya que estas habían actuado sin una causa justa y con malicia al esclavizar a su pueblo. Por el contrario, Jehová exigió el precio de los mismos opresores, haciéndoles pagar con sus propias vidas. (Compárese con Salmos 106:10; Isaías 41:11-14; 49:26.) Cuando fue vendido a naciones paganas, el pueblo de Dios no recibió “nada” de sus esclavizadores en el sentido de verdadero beneficio o alivio, y por lo tanto Jehová no tuvo que pagar nada para recomprarlo a aquellos que lo habían mantenido cautivo. En lugar de eso, Él efectuó la recompra por medio del poder de “su santo brazo”. (Isa. 52:3-10; Sal. 77:14, 15.)
Por lo tanto, el papel de Jehová como Go·’él supuso el vengar los males cometidos contra sus siervos y resultó en la santificación y vindicación de su propio nombre contra los que usaron la angustia de Israel como excusa para criticarle. (Sal. 78:35; Isa. 59:15-20; 63:3-6, 9.) Como el Gran Pariente cercano y Redentor tanto de la nación en conjunto como de sus miembros individuales, Dios dirigió la “causa judicial” de ellos para hacer justicia. (Sal. 119:153, 154; Jer. 50:33, 34; Lam. 3:58-60; compárese con Proverbios 23:10, 11.)
EL PAPEL DE CRISTO JESÚS COMO RESCATADOR
La información precedente pone la base para entender el rescate provisto para la humanidad por medio de Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Debido a la rebelión en Edén la humanidad precisaba un rescate. Adán se vendió a hacer el mal por el placer egoísta de complacer a su esposa y seguir disfrutando de la compañía de esta transgresora pecadora. Por esta acción, compartió con ella el mismo estado de condenación ante Dios. Él se vendió a sí mismo, y también a sus descendientes a la esclavitud al pecado y a la muerte, siendo la muerte el precio que requería la justicia de Dios. (Rom. 5:12-19; compárese con Romanos 7:14-25.) Habiendo sido perfecto, Adán perdió esta valiosa posesión tanto para él como para toda su prole.
La Ley, que tenía una “sombra de las buenas cosas por venir”, hacía provisión para que se hicieran sacrificios animales con el fin de cubrir el pecado. Sin embargo, solo era de manera simbólica o de muestra, ya que tales animales eran inferiores al hombre; por eso, como dice el apóstol, “no es posible que la sangre de toros y de machos cabríos quite [realmente] los pecados”. (Heb. 10:1-4.) Aquellos sacrificios animales tenían que ser sin tacha, especímenes perfectos. (Lev. 22:21.) Por consiguiente, el verdadero sacrificio de rescate, un humano que realmente pudiese quitar los pecados, tenía que ser también perfecto, sin tacha. Debía corresponder con el perfecto Adán y tener perfección humana para poder pagar el precio de rescate que liberase a la prole de Adán de la deuda, la incapacidad y la esclavitud a la que los vendió su primer padre Adán. (Compárese con Romanos 7:14; Salmos 51:5.) Solo de este modo podría él satisfacer la justicia perfecta de Dios que requiere igual por igual: un ‘alma por un alma’. (Éxo. 21:23-25; Deu. 19:21.)
La estricta justicia de Dios hacía imposible que la humanidad suministrara su propio redentor o go·’él. (Sal. 49:6-9.) No obstante, este hecho resultó en magnificar el amor y la misericordia de Dios, pues satisfizo sus propios requisitos a un coste enorme para Él, dando la vida de su propio Hijo para proveer el precio de redención. (Rom. 5:6-8.) Para ello, fue preciso que su Hijo llegase a ser un humano, a fin de corresponder con el perfecto Adán. Dios lo hizo posible al transferir la vida de su Hijo desde el cielo a la matriz de la virgen judía María. (Luc. 1:26-37; Juan 1:14.) Ya que Jesús no debía su vida a ningún padre humano que descendiera del pecador Adán, y puesto que el espíritu santo de Dios ‘cubrió con su sombra’ a María, es obvio que desde el tiempo en que ella lo concibió hasta el momento de su nacimiento, Jesús nació libre de toda herencia de pecado o imperfección, como si fuese “un cordero sin tacha e inmaculado” cuya sangre podría resultar en un sacrificio aceptable. (Luc. 1:35; Juan 1:29; 1 Ped. 1:18, 19.) Él mantuvo esta condición libre de pecado durante toda su vida, razón por la cual no se le descalificó. (Heb. 4:15; 7:26; 1 Ped. 2:22.) Como ‘partícipe de sangre y carne’, él era un “pariente próximo” de la humanidad y tenía el precio con el cual recomprarla o emanciparla: su propia vida perfecta mantenida pura a través de pruebas de integridad. (Heb. 2:14, 15.)
Las Escrituras Griegas Cristianas hacen patente que la liberación del pecado y la muerte depende en realidad del pago de un precio. Se dice que los cristianos son “comprados por precio” (1 Cor. 6:20; 7:23) y tienen un “dueño que los compró” (2 Ped. 2:1), y a Jesús se le presenta como el Cordero que ‘fue degollado y que con su sangre compró para Dios personas de toda tribu, lengua y nación’. (Rev. 5:9.) En estos textos se utiliza el verbo a·go·rá·zo, que simplemente significa comprar en el mercado (a·go·rá). Pablo usa el término relacionado e·xa·go·rá·zo (“liberar por compra”) al mostrar que Cristo, por medio de su muerte en el madero, liberó “por compra a los que se hallaban bajo ley”. (Gál. 4:5; 3:13.) Pero la idea de redención o rescate se expresa con más frecuencia y de manera más plena con la palabra griega lý·tron y otros términos relacionados.
Lý·tron (de lý·o, que significa “desatar”) es un vocablo usado especialmente por los escritores griegos para referirse a un precio pagado para rescatar prisioneros de guerra o liberar a los que estaban bajo cautiverio o en esclavitud. (Compárese con Hebreos 11:35.) Las dos veces que aparece en las Escrituras describe a Cristo dando “su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mat. 20:28; Mar. 10:45.) Una forma especial de esta palabra, an·tí·ly·tron, aparece en 1 Timoteo 2:6. A Greek and English Lexicon of the New Testament, de Parkhurst (pág. 47), dice que significa: “Un rescate, precio de redención, o más bien un rescate correspondiente. ‘Apropiadamente significa un precio por el cual se redimen los cautivos del enemigo; y la clase de canje en la cual la vida de uno es redimida por la vida de otro’. De modo que Aristóteles usa el verbo antilytroo en el sentido de redimir vida por vida”. Así, Cristo “se dio a sí mismo como rescate correspondiente por todos”. (1 Tim. 2:5, 6.) Otras palabras relacionadas son ly·tró·o, “liberar al recibir el rescate” (Tito 2:14; 1 Ped. 1:18, 19), y a·po·lý·tro·sis, una “liberación por rescate”. (Efe. 1:7, 14; Col. 1:14.) Es evidente la similitud que existe en el uso de estas palabras y los términos hebreos considerados. Dichos términos no describen una compra o liberación ordinaria, sino una redención o rescate, una liberación efectuada por el pago de un precio correspondiente.
Aunque está disponible a todos, el sacrificio de rescate de Cristo no es aceptado por todos, y la “ira de Dios permanece” sobre los que no lo aceptan y también sobre aquellos que primero lo aceptaron y después lo rechazaron. (Juan 3:36; Heb. 10:26-29; contrástese con Romanos 6:9, 10.) Por su actitud, no consiguen ninguna liberación de la esclavitud a los reyes Pecado y Muerte. (Rom. 5:21.) Bajo la Ley, el homicida deliberado no podía ser rescatado. Adán, por su proceder voluntarioso, trajo la muerte a toda la humanidad, por lo que fue un homicida. (Rom. 5:12.) Por consiguiente, Dios no puede aceptar la vida que Jesús sacrificó como un rescate por el pecador Adán.
Pero Dios se complace en aprobar la aplicación del rescate para redimir a los de la prole de Adán que se valen de tal liberación. Como declara Pablo: “Como mediante la desobediencia del solo hombre muchos fueron constituidos pecadores, así mismo, también, mediante la obediencia de la sola persona muchos serán constituidos justos”. (Rom. 5:18, 19.) Cuando Adán pecó y fue sentenciado a muerte, su prole o descendencia todavía estaba por nacer, ‘en sus lomos’, y por lo tanto, todos murieron con él. (Compárese con Hebreos 7:4-10; Romanos 7:9.) Jesús, como hombre perfecto, “el último Adán” (1 Cor. 15:45), tenía ‘en sus lomos’ una descendencia o prole por nacer, y cuando él murió en inocencia como sacrificio humano perfecto, esta prole en potencia murió con él. Voluntariamente, Jesús se abstuvo de producir una familia propia por medio de la procreación natural. En su lugar, usa la autoridad concedida por Jehová sobre la base de su rescate para dar vida a todos los que aceptan esta provisión. (1 Cor. 15:45; compárese con Romanos 5:15-17.)
Jesús fue en verdad un “rescate correspondiente”, no para redimir al pecador Adán, sino para redimir a toda la humanidad que descendió de Adán. Por medio de presentar el valor completo de su sacrificio de rescate al Dios de justicia absoluta en el cielo, Jesús recompró a las personas para que pudieran llegar a ser su familia. (Heb. 9:24.) De esta manera él consigue una novia, una congregación celestial formada por sus seguidores. (Compárese con Efesios 5:23-27; Revelación 1:5, 6; 5:9, 10; 14:3, 4.) Las profecías mesiánicas también muestran que tendrá “prole” como un “Padre Eterno”. (Isa. 53:10-12; 9:6, 7.) Para ser un “Padre Eterno”, su rescate tiene que abarcar a más personas que solo a los que componen su ‘novia’. Por consiguiente, además de estos “comprados de entre la humanidad como primicias” para formar aquella congregación celestial, otros tienen que beneficiarse de su sacrificio de rescate y conseguir vida eterna por medio de la remoción de sus pecados y la imperfección. (Rev. 14:4; 1 Juan 2:1, 2.) Ya que los de la congregación celestial sirven con Cristo como sacerdotes y “han de reinar sobre la tierra”, las otras personas que reciben los beneficios del rescate tienen que ser súbditos terrestres del reino de Cristo, y como hijos de un “Padre Eterno” consiguen la vida eterna. (Rev. 5:10; 20:6; 21:2-4, 9, 10; 22:17; compárese con Salmos 103:2-5.) En conclusión, el rescate manifiesta en todos sus aspectos la sabiduría y justicia de Jehová, al equilibrar de manera perfecta la balanza de la justicia y al mismo tiempo mostrar bondad inmerecida y perdón de pecados. (Rom. 3:21-26.)