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  • Constantino y el “signo de la cruz”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
w52 15/7 págs. 437-440

Constantino y el “signo de la cruz”

LA ADORACIÓN moderna de la así llamada cruz de Cristo se apoya grandemente en la historia que cuentan acerca de Constantino el Grande al emprender la conquista del mundo. Parece que tuvo una visión, luego un sueño, luego una victoria, y subsecuentemente fué “convertido” al cristianismo, y todo esto se debió, se dice, al poder milagroso de la cruz de Cristo.

En el año 312, Constantino, quien en ese tiempo era emperador de lo que ahora se conoce como Francia e Inglaterra, partió con su ejército para combatir contra Majencio, entonces emperador de Italia, y quien, incidentalmente era cuñado de Constantino por parte de su esposa. Un día, alrededor del mediodía, en algún lugar a lo largo del camino, Constantino se sorprendió al ver en el cielo una columna de luz en forma de cruz en la cual estaba escrito Hoc vince, que significa “Por este signo, vence”.

La noche siguiente, dice el relato, Jesucristo mismo se apareció a Constantino mientras dormía, y le dijo que hiciera un estandarte con esta cruz celestial en él y que lo llevara al frente de su ejército, porque habría de ser una señal o signo de victoria. Esto lo hizo, y, además, hizo pintar el monograma de la cruz en los escudos de sus guerreros antes de la batalla final y decisiva en el puente Milvio cerca de Roma donde Majencio fué muerto.

A simple vista hay muchas cosas acerca de este relato que parecen increíbles. Pero cuando el honrado investigador de la verdad cava en los hechos históricos en busca de autenticidad, se sorprende de que alguien que se llame cristiano dé crédito alguno a esta fábula puramente pagana. Primero, el relato se basa sólo en los escritos antiguos de Eusebio, Lactancio y unos cuantos más, y todos estos violentamente se contradicen uno a otro. Es verdad que muchos famosos escritores de historia desde su día han escrito de nuevo el relato, pero sus esfuerzos tremendos por allanar los defectos contradictorios son meramente trabajo conjetural y por consiguiente de ningún valor auténtico.

Para comenzar, considere el asunto sencillo del tiempo y lugar donde se supone que Constantino tuvo su visión y sueño. Eusebio en su Vida de Constantino (L. ii, c. 28, pág. 410) declara en lenguaje claro que el emperador determinó ir a combatir contra Majencio sólo después que hubo visto la cruz, después que hubo tenido el sueño, y después que hubo colocado el estandarte que llevaba la cruz al frente de su ejército. Ahora todos los historiadores convienen en que Constantino determinó combatir contra Majencio mientras todavía estaba en Galia, ahora llamada Francia, y antes de que hubiera cruzado los Alpes. De modo que Eusebio definidamente coloca el “milagro” al norte de los Alpes. Sin embargo, Lactancio, con la misma autoridad, dice en su tratado, De Mortibus Persecutorum (c. 44, pág. 999), que Constantino tuvo su visión y sueño después que había cruzado los Alpes y precisamente antes de la batalla decisiva cerca de Roma. ¿A quién, entonces, vamos a creer?

¿VINO DEL SEÑOR LA VISIÓN?

Pasando sobre esta discrepancia a preguntas más importantes, uno debe considerar quién fué este hombre Constantino a quien se dice que el Señor le otorgó este favor singular. Antes de recibir la visión, Constantino había vivido la vida de soldado. Matar gente era su trabajo y en esta empresa tuvo muy buen éxito. Públicamente se había distinguido en el campo de batalla, primero como soldado y luego como general, y en su vida privada había asesinado a su propio suegro, Maximiano Hércules.

Religiosamente, Constantino era un adorador del sol, como otros paganos de su día. Apolo era su “santo patrón”. Puede contarse, por ejemplo, que después de sofocar la rebelión entre los galos en el año 308, inmediatamente fué al templo de Apolo y ofreció regalos y oraciones de gracias a ese dios pagano.

Ahora bien, se supone que creamos que el Señor le dió a tal hombre privilegios y bendiciones sumamente apreciables. ¿Cuáles, entonces, fueron los resultados? ¿Demostró Constantino que hizo tales cosas en ignorancia y que en el fondo verdaderamente era un hombre honrado y sincero? ¿Siguió este soldado el curso del centurión Cornelio, dedicándose a Dios y simbolizándolo por medio de ser bautizado? (Hechos 10) ¿Se reformó inmediatamente Constantino, cambió, abandonó su antiguo curso y llegó a ser un cristiano verdadero y seguidor fiel del ejemplo de Jesús? ¿Hizo todo esto y además entró al campo de la predicación del evangelio en imitación de Saulo que llegó a ser el apóstol Pablo? (Hechos 9) ¿Dimitió su puesto de emperador y abandonó este viejo mundo que está bajo el señorío del Diablo, así como todos los cristianos verdaderos tienen que hacerlo?—Sant. 4:4; Juan 15:19; Luc. 4:5-8.

¡No! es la respuesta enfática a estas preguntas, una respuesta que sale claramente como grito desde las páginas de la historia. En vez de abandonar su curso anterior de iniquidad, Constantino simplemente ensanchó su campo de actividad, aumentó su apetito de conquista, y llevó más lejos su trabajo de matar gente. Su orgullo, altivez y arrogancia alcanzaron su plena madurez. Semejante a los dictadores codiciosos de los tiempos modernos, él codició vehementemente la dominación mundial y no estuvo contento hasta que fué el gobernante único del mundo occidental.

La ocupación secundaria de Constantino era una clase de “Asesinato, Inc.”, un pasatiempo suyo, de la que parecía obtener un gozo especial. De sus asesinatos conocidos, su suegro encabezó la lista. Su segunda víctima, la primera después de la visión de la cruz, fué el esposo de su hermana Anastasia, de nombre Bassiano. Luego asesinó a su sobrino de 12 años, Liciniano, el hijo de su hermana Constantina. A su esposa, Fausta, la mató en un baño de agua hirviendo. Luego le tocó a un amigo llamado Sopater. Luego asesinó al esposo de su hermana Constantina, Licinio. El número siete de la lista fué su propio hijo, su primogénito, Crispo, a quien decapitó.

La gente en su ignorancia vergonzosa puede llamar a Constantino un “cristiano”; en estos días han llamado cristianos a crueles dictadores; pero, ¡gracias a Dios, ninguno de esos asesinos entrará al reino del nuevo mundo! (Gál. 5:21; 1 Ped. 4:15; 1 Juan 3:15; Apo. 21:8; 22:15) Por eso, aunque no hubiera más prueba que ésta, la pretensión de que Constantino fué “convertido” al cristianismo se desploma completamente. El fué un hijo del Diablo.—Juan 8:44.

SOLO UN CRISTIANO FICTICIO

Apologistas que tratan de defender las cualidades “cristianas” de Constantino pasan por alto y excusan sus crímenes monstruosos como debidos sólo a flaqueza y debilidad humanas. Ellos describen a Majencio como tirano, y a Maximiano, el emperador oriental, lo muestran como un cruel perseguidor de los cristianos. Al otro emperador, Licinio, lo acusan de traición y perfidia. Efectuado esto, entonces edifican a Constantino y justifican sus asesinatos de los otros emperadores, y de este modo lo invisten y coronan como salvador y liberador, un vaso escogido del Señor. Con júbilo triunfante alaban sus edictos victoriosos expedidos de Roma en favor de los cristianos como prueba concluyente de su conversión por medio del poder de la cruz. Sin embargo, tales argumentos, aparentemente plausibles, demandan un examen más estrecho.

Los edictos extensamente anunciados de Constantino en favor de los así llamados cristianos no ofrecen absolutamente ninguna prueba de que el hombre había sido convertido. Mucho antes de ver la aparición en el cielo, él había proclamado leyes parecidas a través de Galia. Sus edictos expedidos después de la captura de Roma, por eso, sólo fueron la extensión de una norma que ya él había establecido, y que era semejante a la ideada por su padre, que en ningún sentido fué cristiano. Nótese que esta norma no levantó y exaltó el cristianismo apóstata sobre las demás religiones y a costa de ellas. La misma libertad, los mismos privilegios y favores concedidos a los así llamados cristianos se extendieron a todas las demás sectas. Por lo tanto, es muy evidente que el motivo detrás de esta norma de conveniencia de este político astuto era el de fortalecer su propio poder y dominio sobre el imperio romano religiosamente dividido.

El decir que la visión de la cruz, o el sueño que siguió, de algún modo apartó a este dictador imperial profano de sus caminos paganos es negar y contradecir todos los hechos del caso. Después que este pagano llegó a ser gobernante supremo, “como pontífice máximo él [Constantino] superentendió la adoración pagana y protegió sus derechos.” (Enciclopedia Católica, vol. 4, pág. 299) Siete años después de la visión, Constantino el pagano expidió leyes protegiendo los adivinos adoradores de demonios. Ocho años después de la visión este pagano decretó que si un rayo cayera sobre un edificio público o sobre un palacio imperial, los oficiales habían de consultar los adivinos en cuanto al significado del presagio, y luego enviarle su informe. Nueve años después de su visión este pagano confirmado dedicó un día de la semana para adoración especial del sol, dies solis, o “Sunday” (inglés para domingo, literalmente día del sol).

Y dieciocho años después de haber sido supuestamente convertido por la visión, él hizo que la ciudad de Constantinopla fuera dedicada en su honor con una gran exhibición de pompa pagana, concerniente a lo cual la Enciclopedia Católica (vol. 4, pág. 299) dice: “El carro del dios del sol fué colocado en la plaza, y sobre la cabeza se le colocó la Cruz de Cristo [ese símbolo fálico de origen pagano], mientras el kirie-leisón [otra reliquia de los paganos, según el cardenal Newman] se cantaba.”

VISIÓN DEL DIABLO

La idea de que el Señor Dios Todopoderoso ordenó a Constantino que hiciera un estandarte militar y saliera a vencer con tal signo es enteramente inconsistente y contraria a la Palabra de verdad de Dios. Dios no se pone de parte de ninguno en las luchas entre dictadores de este viejo mundo, cuyo dios es el Diablo. (2 Cor. 4:4) “Mi reino no es de este mundo,” declaró Cristo.—Juan 18:36.

El individuo que se dice haber aparecido al Constantino dormido, ¿le mandó que abandonara su modo de vida pagano, que dejara su curso asesino, y que se abstuviera de su vida orgullosa y desenfrenada? ¿Le dijo a Constantino que renunciara a la espada para que no pereciera por la espada? (Mat. 26:52) ¿Le indicó que el reino celestial de Dios es la única esperanza de la humanidad? ¡No lo hizo!

El eminente historiador, J. L. von Mosheim, amonesta contra tales personificadores demoníacos. “Tengamos cuidado,” él dice, “no sea que por defender demasiado vehementemente los milagros que nos contaron los antiguos en su época, hagamos injusticia a la majestad de Dios, y a la santísima religión que nos enseña la sujeción de nosotros mismos, no la de nuestros enemigos.”—Comentarios históricos sobre el estado del cristianismo de Mosheim, trad. al inglés de Múrdock, 1853, vol. 2, pág. 478.

Si Dios le hubiera mostrado a Constantino un signo en los cielos para representar el instrumento sobre el cual Su amado Hijo había sido ejecutado, le hubiera mostrado un simple poste de tormento y no una cruz fálica usada por los paganos adoradores del sexo. En nuestro número de La Atalaya del 15 de agosto de 1951, se dió mucha prueba para manifestar que Cristo fué colgado en un poste vertical sin ningún travesaño, y al mismo tiempo se mostró que la cruz en sus diferentes for1nas era el emblema adorado por todos los paganos antiguos como un sucio símbolo de vida.

El historiador Eduardo Gibbon, al poner en tela de juicio la autenticidad del relato en su Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, capítulo 20, dice: “Si los ojos de los espectadores a veces han sido engañados por fraude, el entendimiento de los lectores con mucha más frecuencia ha sido insultado por la ficción. Todo acontecimiento, o aparición, o accidente, que parece desviarse del curso ordinario de la naturaleza, ha sido imprudentemente atribuído a la acción directa de la Deidad; y la imaginación atónita de la multitud a veces le ha dado forma y color, lenguaje y movimiento, a los fugaces y no poco comunes meteoros de los aires.”

Aprovechándose de este rasgo supersticioso de hombres ignorantes, el Diablo hace que los que le adoran se comuniquen con las fuerzas demoníacas invisibles. En tiempos antiguos los paganos siempre consultaban a sus dioses demoníacos antes de cualquier empresa importante. Era una cosa común para ellos ver visiones y tener sueños como los de Constantino. Un caso moderno que sirve de ilustración es el del endemoniado Hítler, que también tuvo en sus sueños enloquecidos la visión de una cruz, la svástica, que él interpretó ser el signo mediante el cual debería conquistar el mundo.

Pero el decir que tales visiones originan con el Señor Dios Todopoderoso es blasfemia inicua contra su grande y sagrado nombre. Esta pretensión la hizo Constantino, no al tiempo de tenerla, sino muchos años después, cuando se propuso unir el cristianismo degenerado de su día con todas las costumbres, creencias y supersticiones paganas, para formar lo que ha sido conocido desde entonces como la iglesia católica romana. Fué entonces que sugirió a Eusebio, un obispo en su arreglo de iglesia y estado, que a esta aparición que había visto muchos años antes, bien se le podría llamar “cristiana” tan fácilmente como pagana, y así fué. Por consiguiente, sólo de nombre se parece al cristianismo.

El que quisiere amar la vida, y ver días buenos, . . . apártese del mal, y obre el bien; busque la paz, y vaya en pos de ella.—1 Ped. 3:10, 11

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