Asambleas teocráticas en tiempos bíblicos
EL GRAN Creador del universo, el Todopoderoso Dios Jehová, es un Dios sabio y amoroso. Él sabe mejor que cualquier otra persona qué cosas harán adelantar sus propósitos justos y amorosos y cuál es la mejor manera de equipar a sus siervos para que puedan cooperar con su Hacedor para la alabanza de él y la propia felicidad de ellos. La prueba de esto se ve en la provisión que él ha hecho para que sus siervos se reúnan en asambleas. Y dado que él es el gran Gobernante-Dios o Teócrata, síguese que toda asamblea que él disponga sería una asamblea teocrática.
Entre las primerísimas asambleas que Jehová hizo que sus siervos terrestres celebraran se cuenta la que se efectuó cuando vino el tiempo de Jehová para librar a los hijos de Israel de la esclavitud a Egipto. En esa asamblea “refirió Aarón todas las palabras que había dicho Jehová a Moisés, e hizo las señales a vista del pueblo. Y creyó el pueblo; . . . inclinaron la cabeza y adoraron.” (Éxo. 4:29-31) Sin duda alguna esa asamblea fué una ocasión gozosa, ya que por ésta se reveló el propósito de Jehová de librar al pueblo que llevaba su nombre.
Unos cuantos meses después los israelitas se hallaban reunidos en obediencia al mandato de Jehová al pie del monte Sinaí con el propósito de ser testigos del acto de darse la ley. “Y el monte Sinaí estaba humeando todo él, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y subía su humo como humo de un horno; y todo el monte temblaba en gran manera. Y el sonido de la trompeta siguió aumentándose.” (Éxo. 19:18, 19) ¡Qué base tan firme para ejercer fe, qué prueba más abundante se dió allí de que Moisés no era un impostor sino en realidad el vocero del Ser Supremo, Jehová Dios! En esa asamblea los hijos de Israel convinieron en ‘hacer todo cuanto Jehová mandó y ser obedientes.’ En esa asamblea también el pacto de la ley, que se hizo previamente en Egipto con la celebración de la Pascua, fué inaugurado.—Éxo. 24:7.
Sin embargo, los israelitas no cumplieron con el acuerdo que hicieron en esa asamblea y por eso, en vez de entrar a la Tierra Prometida en unos cuantos meses, todos los de mayor edad, salvo unas cuantas excepciones, perecieron en el desierto; y después de treinta y nueve años hallamos a su prole reunida en los llanos de Moab, todavía del mismo lado del río Jordán. En esta asamblea Moisés reiteró la ley de Dios, y relató la maravillosa manera en que Jehová los había conservado y guiado, exhortándolos repetidas veces a ser fieles, y les presentó a Josué como su sucesor. Uno tiene que leer el libro de Deuteronomio para poder apreciar la animadora lección de fe que Moisés dió allí a los israelitas reunidos.
Sin duda alguna esa asamblea y las palabras que Moisés pronunció han de haber quedado profundamente grabadas en la mente de Josué, porque después de conducir a los israelitas a través del Jordán y servir como su comandante militar y juez teocrático por veinte años, poco antes de morir convocó una asamblea. Habiendo reunido a todo el pueblo en Siquem, le relató la manera en que Jehová había tratado con su pueblo y expresó su propia determinación de que, sin importar lo que el pueblo decidiera hacer, ‘él y su casa iban a servir a Jehová.’ (Jos. 24:1-28) El pueblo expresó la misma determinación.
Después de haber tenido jueces tales como Josué, Gedeón, Sansón y Samuel por unos 350 años, se celebró otra sobresaliente asamblea, que señaló otra época significativa en la historia de la nación de Israel. Esto sucedió en la ocasión de pedir el pueblo un rey como los que tenían las naciones circunvecinas, no estando satisfecho con tener a Jehová como su Rey invisible. Después de determinar la voluntad y selección de Jehová en el asunto, Samuel le dijo al pueblo congregado en Mizpa lo que había dicho Jehová respecto a su petición. Por medio de echar suertes se supo que Saúl era al que Jehová había escogido; a quien en verdad Samuel había ungido anteriormente para ser rey.—1 Sam. 10:17-24.
ASAMBLEAS EN JERUSALÉN
La ley que Jehová dió a los hijos de Israel por mano de Moisés dispuso que se celebraran tres asambleas anuales en las cuales todo varón había de estar presente. Estas asambleas habían de celebrarse en la ciudad que Dios escogiera, la cual resultó ser Jerusalén. La primera de estas asambleas anuales era la fiesta del pan sin levadura, la cual venía inmediatamente después de la Pascua y duraba siete días, empezando el día quince de abib o nisán. Esta fiesta, lo mismo que la Pascua que la antecedía, conmemoraba la liberación de los hijos de Israel de Egipto; tiempo en que se hallaron en tan grande prisa que tuvieron que hornear su pan antes que pudiese leudarse.—Éxo. 12:39; 23:14-17.
Después de ésta venía la fiesta de la siega o las primicias, que se celebraba cincuenta días después que la primera gavilla de trigo había sido traída al sacerdote para que la meciera ante Jehová. Y, finalmente, había la fiesta de las Enramadas o de los tabernáculos en el séptimo mes, al fin de la siega, fiesta que se celebraba por siete días empezando con el día quinto después del día de la expiación. Respecto a esta fiesta se les mandó a los israelitas: “Bajo enramadas habitaréis por siete días; . . . para que vuestras generaciones venideras sepan que bajo enramadas hice yo habitar a los hijos de Israel, cuando los saqué de la tierra de Egipto.”—Lev. 23:39-43.
La celebración de asambleas anuales en Jerusalén sin duda imponía una carga tremenda sobre las facilidades de alojamiento de esa ciudad y sus suburbios, y muchas personas se hallarían obligadas a usar tiendas de campaña y otras clases de abrigo provisional, salvo durante la fiesta de los tabernáculos, cuando se exigía que todos vivieran en enramadas. La gente veía las ceremonias significativas, tales como la del día de expiación, ejecutadas por los sacerdotes, oía la Palabra de Dios que se le leía y escuchaba cantar a miles de cantores levitas entrenados acompañados con orquestas tremendas.
Estas asambleas anuales dejaban en la mente de los israelitas una impresión de la pavorosa majestad de Jehová su Dios y de sus leyes y además les recordaban geográficamente de las maravillosas liberaciones que él había efectuado para ellos en tiempos pasados, todo lo cual los haría regocijarse con cánticos de alabanza y acciones de gracias. Esas asambleas, sin duda, también daban por resultado el que llegaran a trabar nuevas amistades, y seguramente hasta el viajar a ellas ensanchaba su conocimiento, ya que se familiarizaban más y más con otras partes de su tierra de Palestina.
David convocó una asamblea especial en Jerusalén después que se había juntado todo el material que se necesitaba para la edificación del templo, ocasión en la cual él dió a Salomón instrucciones respecto a su puesto y la construcción del templo y exhortó al pueblo a ser fiel. Para captar el espíritu de esa ocasión lea 1 Crónicas 29:10 al 19.
Unos once años después Salomón hizo que se convocara otra gran asamblea en Jerusalén, ésta para distinguir la dedicación del glorioso templo, asamblea en la cual ‘estuvo presente toda la congregación de Israel con el rey Salomón y se hicieron tantos sacrificios que no era posible contarlos o numerarlos por ser tan grande la multitud.’ Esa asamblea duró más de tres semanas, y la gente regresó a sus hogares el día vigésimo tercero “alegres y gozosos de corazón por todos los beneficios que había hecho Jehová.”—2 Cró. 5:2 a 7:10.
ASAMBLEAS CRISTIANAS PRIMITIVAS
En los días de Jesús los judíos estaban observando escrupulosamente las fiestas que la ley les mandaba observar. Y aunque puede decirse desde cierto punto de vista que las reuniones públicas que Jesús celebraba a las cuales concurrían miles de personas y que duraban horas, haciendo necesario el que Jesús les proporcionara alimento, fueron las primeras asambleas cristianas, la fiesta del Pentecostés en realidad fué la primera de todas las asambleas cristianas.
El fenómeno sobrenatural que acompañó al derramamiento del espíritu santo, acontecimiento que señaló el principio de la congregación cristiana, bien pudiese ser comparado con la asamblea que se celebró en el monte Sinaí en la inauguración del pacto de la ley. “Y todos fueron llenados de espíritu santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas,” lo cual los capacitó para predicar al gran número de judíos reverentes que se hallaban en ese tiempo en Jerusalén para la celebración de la fiesta del Pentecostés, quienes habían venido de “toda nación de las que hay bajo el cielo.”
Esa asamblea de 120 cristianos aumentó y llegó a ser veinticinco veces más grande en su primer día, pues el número de los creyentes llegó a ser tres mil. (Hech. 1:15; 2:1-41, NM) ¡No cabe duda de que ésta fué una ocasión gozosa! Es verdad que las asambleas teocráticas de los tiempos bíblicos trajeron alabanza a Jehová y conocimiento e instrucción a los de su pueblo, e invariablemente les proporcionaron mucho motivo para regocijarse. Lo mismo puede decirse de las asambleas teocráticas que se celebran en tiempos modernos.