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  • ¿Quiénes nacen otra vez?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1955
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1955
w55 15/2 págs. 105-107

¿Quiénes nacen otra vez?

CRISTO mismo introdujo el tema de ‘nacer otra vez.’ Es un tema que, a través de los siglos, ha sido poco entendido. Muchos maestros religiosos hoy se adhieren al punto de vista de que no hay salvación si uno no ‘nace otra vez.’ En otras palabras, el que uno “nazca otra vez,” dicen ellos, es la única vía a la salvación. Los apoyadores de esta enseñanza están listos para señalar a las palabras de Jesús, esas palabras que él dijo una noche a Nicodemo: “Muy en verdad le digo a usted: A menos que uno nazca otra vez, no puede ver el reino de Dios.” (Juan 3:3, NM) ¿Quiso decir aquí Jesús que es necesario que toda persona que espera la vida “nazca otra vez”? ¿Qué quiere decir realmente el ‘nacer otra vez’?

Para entender lo que quiere decir el ‘nacer otra vez’ hay que saber quiénes son los que ‘nacen otra vez.’ Nótese con cuidado que, al hablar de este asunto, Jesús no dijo que todos los que consiguieran vida eterna tendrían que ‘nacer otra vez.’ Más bien, lo que él dijo fué que a menos que uno ‘naciese otra vez’ uno no podría ver el “reino de Dios.” Ahora bien, el reino de Dios es celestial. Jehová se ha propuesto que el Reino sea la capital o parte gubernativa de su organización universal. Jehová también se ha propuesto que un número limitado de personas, tomadas de entre la humanidad, reine con Cristo Jesús como reyes asociados. Para que disfruten de este sublime privilegio es menester que sean resucitados y que se les den cuerpos espirituales, puesto que, como dijo el apóstol, “carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios.” Que el Padre ha fijado límite al número de los que reinarán con su Hijo en el reino celestial se manifiesta por las palabras de Jesús: “No tema, manada pequeña, porque su Padre ha aprobado darles el reino.” El número exacto de la “manada pequeña” aprobada por el Padre para ser herederos del Reino no fué conocido hasta que Cristo, por medio de un ángel, reveló que son 144,000 los “que se han comprado de la tierra.” Esta “manada pequeña” de 144,000 herederos del Reino, entonces, son aquellos de entre la humanidad que ‘nacen otra vez.’—1 Cor. 15:50; Luc. 12:32; Apo. 14:1-3, NM.

De modo que el abrir más que de par en par las palabras de Jesús registradas en Juan 3:3 y hacerlas abarcar a toda la humanidad es una indecorosa tergiversación de las Escrituras. Esto se debe a que la gran mayoría de la humanidad que recibe la salvación no formará parte del “reino de Dios” sino que vivirá sobre la tierra bajo el dominio del reino de Dios. Pues además de su “manada pequeña” de herederos del Reino Jesús tiene sus “otras ovejas, que no son de este redil”; es decir, no son de la manada pequeña. No tiene límite el número de estas “otras ovejas.” Hoy una “grande muchedumbre” de estas “otras ovejas” ha sido juntada dentro de la sociedad del Nuevo Mundo de Jehová: “Una grande muchedumbre, que ningún hombre podía contar, de entre todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas.” Esta “grande muchedumbre” de gente no ‘nace otra vez,’ ni necesita ‘nacer otra vez,’ porque consigue vida eterna sobre la tierra.—Juan 10:16; Apo. 7:9, NM.

LA NECESIDAD DE UN NUEVO NACIMIENTO

¿Por qué, pues, tienen que ‘nacer otra vez’ esos 144,000 herederos del Reino? Porque como criaturas humanas ellos fueron engendrados por Adán. Adán no podía engendrar a nadie para una herencia celestial. A él se le ofrecieron solamente esperanzas terrenales. Además, cuando Adán engendró hijos ellos nacieron pecadores. Por lo tanto los hijos de Adán heredaron el pecado y la muerte. Por eso los 144,000 tienen que ser engendrados por un padre diferente a Adán, un padre celestial que pueda conferir la vida espiritual y una herencia espiritual. Sólo Jehová puede hacer eso. Puesto que nacen de Dios, los 144,000 herederos del Reino llegan a ser hijos espirituales de Dios: “No obstante, a cuantos lo recibieron, a ellos les dió autoridad de llegar a ser hijos de Dios, porque ellos estaban ejerciendo fe en su nombre; y ellos nacieron no de sangre ni de la voluntad de carne ni de la voluntad de hombre, sino de Dios.”—Juan 1:12, 13, NM.

Jesús fué el primero que ‘nació otra vez.’ Esto fué en armonía con la regla de Dios concerniente a su Hijo: “Para que llegara a ser el que es primero en todas las cosas.” ¿Cuándo fué que Jesús ‘nació otra vez’? ¿Al tiempo de su nacimiento humano? No, sino más bien treinta años más tarde, al tiempo de su bautismo en 29 d. de J.C. Después de la inmersión de Jesús, acto que simbolizó la dedicación de Jesús a Jehová, el espíritu de Dios vino sobre él, y una voz desde los cielos dijo: “Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado.” Jesús ahora era un hijo de Dios engendrado por el espíritu; él había ‘nacido otra vez.’ Este, por supuesto, no fué un engendramiento en el seno de alguna virgen humana. Eso ya había pasado y servido su propósito. Pero ahora Jehová engendró a Jesús por el espíritu para que llegara a ser un hijo espiritual de Dios con gloria celestial en mira. Esta era la primera vez que tal cosa había ocurrido en la tierra.—Col. 1:18; Mat. 3:17, NM.

Por lo tanto ¿qué quiere decir el que uno “nazca otra vez”? Quiere decir el recibir de Dios un derecho como el que viene por nacimiento, un derecho a expectativas y esperanzas de vida espiritual mediante la resurrección para el cielo. ¿Cómo se logra esto? Jesús nos ilumina: “Muy en verdad le digo a usted: A menos que uno nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”—Juan 3:5, NM.

NACIDO “DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU”

Mediante esa cláusula Jesús describió la manera en que uno ‘nace otra vez.’ No sería lógico pensar que el “agua” sea literal. ¿Se refiere, entonces, al bautismo en agua? No, se refiere más bien a la verdad de la Palabra de Dios. Esta agua de verdad tiene poder limpiador. Así en Efesios 5:26 (NM) Pablo habla de que Cristo limpia a la congregación “con el baño de agua por medio de la palabra.” Mostrando nuevamente que es el agua de verdad que hay en la Palabra de Dios lo que ayuda a producir el nuevo nacimiento, Santiago escribe: “Él nos engendró por la palabra de verdad, para que seamos como primicias de sus criaturas.” El apóstol Pedro también muestra el papel que desempeña la Palabra de Dios: “Porque se les ha dado un nuevo nacimiento, no por semilla corruptible, sino por semilla reproductiva que es incorruptible, por medio de la palabra del Dios viviente y duradero.” Al predicárseles las buenas nuevas los que llegan a contarse entre los 144,000 herederos del Reino se ponen en contacto inteligente con Dios. Es la Palabra de Dios lo que explica la esperanza celestial; y sólo mediante el llegar a conocer su Palabra podría engendrarse tal esperanza en el corazón de ellos.—Sant. 1:18; 1 Ped. 1:23, NM.

El apóstol Pedro trajo el “agua” o palabra de verdad al primer converso gentil, Cornelio. Cornelio, junto con los de su casa, la aceptó. El registro bíblico dice: “Mientras todavía estaba hablando Pedro acerca de estos asuntos el espíritu santo cayó sobre todos los que escuchaban la palabra.” Fué después de esto que Pedro respondió: “¿Puede alguien prohibir agua para que éstos no sean bautizados, quienes han recibido el espíritu santo igual que nosotros?” De manera que en el caso de Cornelio, distinto al de Jesús, su bautismo en agua vino después que había ‘nacido otra vez.’ Por lo tanto el bautismo en agua, aunque esencial, no produce el nuevo nacimiento ni precede necesariamente al nuevo nacimiento de una criatura fiel.—Hech. 10:44, 47, NM.

Claramente, entonces, hay dos requisitos para que uno “nazca otra vez.” Estos son el agua de verdad y el espíritu de Dios. El conocimiento de la Palabra de Dios no basta en sí mismo. Pues, durante todo el tiempo que los discípulos estaban con Jesús, incluyendo los cuarenta días después de su resurrección, Jesús les enseñó acerca del reino de Dios. Ellos tenían el agua de la verdad. Pero faltaba el otro requisito. Aun tenían que ‘nacer del espíritu.’ Hasta que fueran engendrados por el espíritu ellos eran solamente hijos en perspectiva de Dios. Su engendramiento por el espíritu no tomó lugar sino hasta el Pentecostés. Pero ¿cómo hemos de entender Juan 20:22 (NM), donde se relata que Jesús, en el día de su resurrección, dijo a sus discípulos: “Reciban espíritu santo”? Esa fué solamente una acción simbólica, una noticia por anticipado de lo que iba a venir. El prometido bautismo del espíritu de Dios, su engendramiento como hijos espirituales de Dios, no vino sino hasta el quincuagésimo día contando a partir de la resurrección de Jesús.

Pero ¿no se derramó el espíritu de Jehová sobre hombres fieles mucho antes del día de Pentecostés? Es verdad, el espíritu de Jehová fué lo que, por ejemplo, impulsó a los profetas a que escribieran las inspiradas Escrituras hebreas. Sin embargo ninguno de esos hombres fué engendrado por el espíritu para que llegara a ser hijo de Dios ni se les impartió a ellos como si fuera por nacimiento el derecho a esperanza celestial. El espíritu de Dios estaba sobre David. Sin embargo él no fué al cielo. Porque once siglos más tarde Pedro dijo: “David no ascendió a los cielos.” Elías y Eliseo tuvieron el espíritu de Jehová, teniendo Eliseo una “porción doble”; aun así no fueron ellos al cielo. Porque 900 años más tarde aquel que descendió del cielo dijo: “Ningún hombre ha subido al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre.”—Hech. 2:34; Juan 3:13, NM.

Entonces, ¿cuál era la esperanza de aquellos siervos precristianos de Jehová? Era una esperanza de vivir sobre la tierra bajo el dominio del reino celestial. De modo que la expresión ‘nacer otra vez’ no aplica a ninguno de los primeros hombres de fe, ni aplica hoy a la “grande muchedumbre” de otras ovejas, cuya esperanza es ser preservadas vivas a través de la venidera guerra del Armagedón para gozar de la vida sobre esta tierra para siempre. Los únicos que ‘nacen otra vez’ son los 144,000, junto con su Cabeza, Cristo Jesús, los cuales componen el Reino. Ahora solamente un resto de la “manada pequeña” de los 144,000 engendrados por el espíritu están todavía sobre la tierra. Pero ellos, junto con sus compañeros de buena voluntad, unidamente proclaman las buenas nuevas del nuevo mundo de Dios, diciéndoles a cuantos oyen que “cualquiera que invoque el nombre de Jehová será salvado.”—Hech. 2:21, NM.

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