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  • El uso de imágenes en la adoración cristiana

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  • El uso de imágenes en la adoración cristiana
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
w56 15/3 págs. 163-167

El uso de imágenes en la adoración cristiana

¿Cuáles argumentos que usan ahora los que profesan ser cristianos para defender la adoración de imágenes fueron rechazados por los cristianos de los primeros tres siglos? ¿Por qué es abominable el inclinarse, quemar incienso y de otras maneras adorar delante de una imagen?

LOS beatos del indoísmo, particularmente entre las castas más bajas, tratan a sus imágenes como si fueran criaturas vivas “con todas las necesidades, debilidades y pasiones que son comunes a los humanos. Los adoradores dan alimento a las imágenes, las bañan, les ponen vestidos, joyas y coronas de flores, las arropan en la cama de noche. En por lo menos un templo al anochecer se lleva a la diosa al dormitorio del dios para que pase la noche con él. En otro templo la imagen se resfría cuando la bañan y luego tiene que convalecer durante varias semanas.” De una manera muy parecida la gente católica romana indocta de Méjico, Centroamérica y Sudamérica diariamente viste y baña a imágenes de la “virgen” y de los “santos,” y coloca ofrendas de alimento y bebida delante de ellas. Ante estas imágenes la gente se inclina, ora, quema incienso y confiesa pecados.

La Iglesia católica romana, por supuesto, niega la acusación de que se le rinde adoración a las imágenes, o idolatría. La Encyclopedia of Religious Knowledge, de Schaff-Herzog, declara: “La Iglesia católica romana tiene un talento peculiar para negar en principio lo que ella admite en la práctica. Ella no prohibe que la gente lea la Biblia, pero impide que lo haga. Ella no niega que es el mérito de Cristo lo que hace meritorias las obras del hombre, pero inculca que son las obras propias del hombre las que le salvarán. Ella no enseña la adoración de imágenes, pero la permite.” La Iglesia católica, ya que no confiesa abiertamente ni condena oficialmente esta clara idolatría, da lugar para todo grado posible de idolatría dentro de sus propias filas. Ella cuidadosamente se refrena de dar definiciones doctrinales acerca del tema que pudieran condenarla cabalmente de idolatría. Ella cuidadosamente hace una distinción entre la adoración y la veneración de “santos,” distinción tan fina que ni la gente católica ni su clero la comprende u observa.

Los teólogos católicos dividen la adoración en tres grados: “Latría es el nombre de la forma más elevada; la que es algo inferior se llama hiperdulía, mientras que el orden más bajo de todos se llama dulía.” Ellos enseñan que la adoración latría pertenece a Dios, pero que la adoración dulía puede rendirse a las imágenes. Pero estos teólogos no dan ningún apoyo bíblico para tal distinción. Tales grados de adoración yacen estrictamente dentro de las imaginaciones de hombres y no tienen absolutamente ninguna autoridad basada en la Biblia.

Para probar este punto, en Mateo 6:24 (NM) Jesús declara: “Nadie puede ser esclavo de dos señores.” Aquí, en el griego original la palabra que se traduce “esclavo” es la mismísima de la cual la Iglesia católica saca su “dulía,” su adoración inferior. Pero Cristo claramente declaró que nadie puede ser esclavo de dos amos; que esta adoración “dulía” es el derecho exclusivo de Dios. Y en 1 Tesalonicenses 1:9 (NM): “Como ustedes se volvieron de sus ídolos a Dios para ser esclavos a un Dios vivo y verdadero.” Aquí de nuevo la palabra “esclavos” es simplemente la traducción de la palabra griega original en la cual la Iglesia católica romana encuentra su adoración inferior “dulía.” Pero Pablo muestra inequívocamente que esta adoración, servicio como esclavos, no había de rendirse a ídolos, sino “a un Dios vivo y verdadero.” Por medio de su profeta Isaías, Jehová dice: “Yo soy Jehová; éste es mi nombre, mi gloria no la daré a otro, ni mi alabanza a las esculturas.” Estos textos bíblicos prueban más allá de toda controversia que los que rinden la adoración de “dulía” a cuadros e imágenes, y no a Jehová Dios, son culpables de idolatría.—Isa. 42:8.

ADORACIÓN “RELATIVA” A IMÁGENES

Pero los católicos dirán: “No adoramos a la imagen, sino a aquel a quien la imagen representa.” Dicen que adoración de esa clase es relativa, diferente a la adoración que se dirige a Dios. Tómese nota, sin embargo, de que Dios no sólo mandó a los israelitas que no sirvieran o adoraran a ninguna imagen sino que también les dijo que no hiciesen alguna con el propósito de adorarla ni inclinarse ante ella: “No deben hacer dioses inútiles para ustedes, y no deben erigir una imagen tallada ni un pilar sagrado para ustedes, y no deben colocar una piedra como obra maestra para exhibición en su tierra para inclinarse hacia ella, porque yo soy Jehová el Dios de ustedes.” El hombre no conoce la forma de Dios, de manera que es inútil tratar de representarla. Y el asemejar al gran Creador con la creación terrestre ensucia la dignidad de Él.—Lev. 26:1, NM.

Note cuán enfáticamente Moisés les enseñó este punto a los israelitas: “Y ustedes deben cuidar bien de su alma, porque no vieron ninguna forma en el día en que Jehová les habló en Horeb de en medio del fuego, para que no actúen ruinosamente y no hagan para sí una imagen tallada, la forma de símbolo alguno, la representación de macho o hembra, la representación de bestia alguna que haya en la tierra, la representación de ave alada alguna que vuele en los cielos, la representación de cosa alguna que se arrastre sobre el suelo, la representación de pez alguno que esté en las aguas debajo de la tierra; y para que no alces los ojos a los cielos y de hecho veas el sol y la luna y las estrellas, todo el ejército de los cielos, y ciertamente seas seducido y te inclines ante ellos y los sirvas, las cuales cosas Jehová tu Dios ha dado como porción a todos los pueblos debajo de los cielos en su entereza. . . . Tengan cuidado de no olvidar el pacto de Jehová su Dios que él concluyó con ustedes y de no hacer para ustedes una imagen tallada, la forma de cosa alguna acerca de la cual Jehová tu Dios te ha mandado. Porque Jehová tu Dios es un fuego consumidor, un Dios que exige devoción exclusiva.”—Deu. 4:15-24, NM.

En cuanto a la pretensión de que sólo se rinde adoración “relativa” a la imagen, no es verdad. Du Bois, uno de los primeros misioneros católicos romanos en la India, declaró: “La gente común indubitablemente adora a la imagen misma.” Tomás de Aquino, una de las primerísimas autoridades de la iglesia de Roma, enseñó que una imagen puede recibir la misma adoración que lo que está representado por ella; la imagen de Cristo puede recibir igual adoración que la que recibe Cristo mismo. Según Roberto Bellarmine, otro alto dignatario de la iglesia, las “imágenes de Cristo y de los santos han de adorarse no sólo de una manera figurativa, sino de manera bastante positiva, de modo que las oraciones se dirijan directamente a ellas, y no meramente como a los representantes del original” Buenaventura afirma que “puesto que toda la veneración que se le muestra a la imagen de Cristo se muestra a Cristo mismo, entonces la imagen de Cristo también merece que se le ore.”

Así que, a las imágenes se les da más que adoración relativa. Esto se prueba por la manera en que los beatos las tratan. El periódico L’Europeo del 5 de abril de 1947 mostró fotografías de devotos católicos romanos en Nápoles arrastrándose postrados boca abajo ante las imágenes de madonas y lamiendo el suelo con la lengua en camino hacia las estatuas. En mayo de 1952 la imagen de la “Virgen de la Caridad” fué llevada en una procesión a través de La Habana y miles de personas se creyeron bendecidas al siquiera alcanzar a dar una ojeada a la imagen de quince pulgadas. En los varios pueblos de Navarra se hacían rezos a San Pedro pidiendo lluvia, y como para hacer que se cumpliera lo que pedían los aldeanos llevaban la imagen del “santo” en una procesión al río, donde por tres veces exigían a la imagen que reconsiderara sus oraciones; entonces, si no ocurría un aguacero, tiraban el “santo” al agua porque rehusaba prestar atención a las demandas de ellos.

Un despacho especial al periódico Sunday Journal de Providence, el 24 de diciembre de 1950, relató que los aldeanos enojados de Mascali abandonaron la estatua de su santo patrón, San Leonardo, dejando que la quemara la fuerte corriente de lava, porque ésta no había detenido la corriente que venía del volcán. El periódico Catholic Herald, de Londres, el 19 de diciembre de 1950, publicó una fotografía que mostró a los habitantes de Milo llevando una estatua de “Nuestra Señora” hasta la misma orilla de un alud de lava que avanzaba durante una reciente erupción del monte Etna. De manera parecida, en 1944 los campesinos de Italia colocaron sus imágenes en el camino de la lava que fluía del monte Vesubio en un esfuerzo vano por detenerla. Estos son sólo unos pocos entre los muchos casos que muestran que los adoradores consideran a estas imágenes como más que representaciones y que se les da mucho más que honor relativo.

LA LEY COMO PROTECCIÓN

Para proteger a los israelitas de la idolatría, el Todopoderoso Dios les dió el Decálogo, o los Diez Mandamientos. Y los primeros dos de los Diez Mandamientos amonestan en contra de dioses extraños y la idolatría: “Nunca debes tener otros dioses algunos contra mi rostro. No debes hacer para ti una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo o que esté en las aguas debajo de la tierra. No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirlas, porque yo Jehová el Dios tuyo soy un Dios que exige devoción exclusiva.”—Éxo. 20:2-5, NM.

Los teólogos católicos están tan convencidos de que el segundo mandamiento condena la adoración de imágenes que ellos recurren a la improbidad cuando alistan los Diez Mandamientos en muchos de sus catecismos. “Yo desafío a todo hombre,” dice el Dr. Berg, “a que me muestre el segundo mandamiento en cualquiera de los manuales de la Iglesia romana, de antes de la Reforma.” Si usted tiene la edición revisada del Catecismo de Baltimore, busque el segundo mandamiento. Notará que dice: “El segundo mandamiento de Dios es: No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano.” Esto no es cierto. Ese es el tercer mandamiento. El segundo ellos no lo muestran, porque éste declara la prohibición contra la adoración de imágenes. Es fraudulento el omitir el segundo mandamiento y dividir el décimo mientras se pretende enseñar la ley completa de Dios. La misma manera disimulada en que esto se hace es por sí sola evidencia de lo antibíblica que es esta práctica.

El Dr. Dens, erudito católico romano, en su libro Theology, trata de justificar el uso de imágenes por medio de declarar que el segundo mandamiento no prohibía que se hicieran imágenes, porque “semejanzas e imágenes de querubines fueron hechas por Moisés en obediencia al mandato de Dios; también, por mandato de Dios Moisés erigió una serpiente de bronce.” ¿Por qué, entonces, temen las autoridades católicas que se revele la verdad acerca del segundo mandamiento? El mismo Dr. Dens no lo cuenta todo, como debiera haberlo contado con toda honradez, a saber, que esos querubines que Moisés hizo conforme al mandato de Dios nunca los veía el pueblo, salvo el sumo sacerdote una vez al año; que ningún hombre jamás se inclinó, quemó incienso o adoró delante de ellos. El Dr. Dens no añade que cuando la gente se puso a adorar a la serpiente de bronce el fiel rey Ezequías hizo añicos la imagen, que él ordenó la destrucción completa de todas las otras imágenes en la tierra de Israel. Y porque hizo esto él recibió de Dios mención favorable.—Núm. 4:5; 2 Rey. 18:4.

Cuando los israelitas adoraron al becerro de oro en Sinaí, lo hicieron sólo como “una ayuda para la devoción,” “relativamente,” por decirlo así. Por que Aarón dijo: “Mañana hay una fiesta en honor de Jehová.” No obstante, Dios se enojó con ellos y los castigó severamente por su idolatría. Vez tras vez Israel apostató y adoptó la adoración de ídolos, estas “ayudas para la devoción” paganas, y cada vez Dios le castigó por ello. Porque él estableció la adoración de becerros en Israel, Jeroboam recibió el infame título de uno “que hizo pecar a Israel.” Sin embargo, los israelitas hacían sacrificios nominalmente a Jehová tal como lo hacían en Jerusalén, pero se postraban ante becerros y los besaban. El que se inclinaran delante de imágenes fundidas y las besaran como adoración “relativa” fué cosa abominable a la vista de Dios.—Éxo. 32:5, NM.

Hoy en día, a las imágenes y estatuas se les besa a un grado del que nunca disfrutaron los becerros de Jeroboam. El dedo gordo de la estatua de bronce de Pedro en la iglesia de Roma ha sido virtualmente desgastado por este proceso. El adorador primero se inclina delante de la estatua hasta que su frente toca el dedo, luego lo besa, entonces se inclina otra vez. ¿Será posible que los que adoran así estén levantando el corazón a Dios? La respuesta de Lactancio fué: “Ustedes las adoran; porque, si creen que están en el cielo, ¿por qué no levantan los ojos al cielo? ¿Por qué miran la madera y piedra, y no arriba, donde creen que están los originales?” La marca que identificó a los fieles en los días de Elías fué que éstos no doblaron las rodillas ante Baal ni besaron su imagen. La marca que ha distinguido a los hombres fieles desde el día de Adán hasta el nuestro es que ellos no han adorado a ningún otro Dios sino sólo a Jehová, ni tampoco se han inclinado ante esculturas.—1 Rey. 19:18.

Con la venida de Jesucristo y el nuevo sistema de cosas, la prohibición contra la adoración de imágenes no fué cambiada. Pablo aconsejó a los cristianos: “Huyan de la idolatría.” Juan amonestó: “Hijitos, guárdense de los ídolos.” The Encyclopædia Britannica, Vol. XII, página 750 (edición de 1907), declara: “Los cristianos primitivos estuvieron absolutamente unánimes en condenar totalmente toda la adoración pagana de imágenes y las varias costumbres, muchas de ellas obviamente inmorales, con las cuales estaba asociada; es inútil multiplicar citaciones de los padres en prueba de un hecho tan indisputable.” “De hecho era una acusación común presentada contra los cristianos por sus enemigos que ellos ‘no tenían altares, templos, imágenes conocidas’; y que ‘no erigían ninguna imagen o forma de algún dios’, y este cargo jamás fué negado.”—1 Cor. 10:14; 8:4-6; 1 Juan 5:21, NM.

¿Por qué debiera alguien inclinarse delante de una imagen de Cristo Jesús o de algún santo, cuando puede doblar las rodillas directamente a Dios? Dios busca a los que estén dispuestos, para que lo adoren “con espíritu y verdad.” Cuando Juan se postró delante de un ángel, se le dijo que no hiciera eso—“Adora a Dios.” Cuando el piadoso Cornelio le rindió reverencia a Pedro, Pedro lo levantó, diciendo: “Levántese; yo mismo soy hombre también.” El verdadero adorador se inclina con adoración solamente a Dios. A él dirige sus oraciones por medio de Jesucristo. La fabricación de imágenes y la adoración de imágenes son antiDios. “Maldito es el hombre que hace una imagen tallada o una estatua fundida, cosa detestable a Jehová.” “¿De qué aprovechan las esculturas cuando su artífice las haya esculpido; también la imagen fundida, y el maestro de mentiras, para que haciendo ídolos mudos, el artífice confíe en su propia hechura? ¡Ay de aquel que dice al leño: Despierta; y a la muda piedra: Levántate! ¿Acaso ésta puede enseñar? He aquí que está cubierta de oro y de plata; mas en su interior no hay espíritu alguno. Jehová empero está en su santo Templo: ¡guarde silencio delante de él toda la tierra!” Ese hecho en sí mismo, el hecho de que Dios está en su santo templo, debiera hacer que despierten los hombres y vean la responsabilidad que tienen delante de él, que quiten sus imágenes esculpidas y lo adoren a él, el único Dios vivo y verdadero. Él no tolerará el que su alabanza vaya a las imágenes.—Apo. 19:10; Hech. 10:24-26; Deu. 27:15, NM; Hab. 2:18-20.

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