El testimonio de las catacumbas
LA VERDADERA fe cristiana no tiene nada que temer del desentierro de registros de lo pasado. La arqueología no debilita la fe; al contrario, da testimonio que confirma el registro bíblico. La historia transmite un cuadro de las creencias de los adoradores verdaderos que hermana con la fe verdadera que se demuestra en este día. Y al mismo tiempo registra el crecimiento de la apostasía y su fusión de creencias adulteradas de seudocristianos con los ritos paganos del viejo mundo, cosa que también tiene lo que le corresponda hoy día.
Particularmente en siglos muy recientes se ha desenterrado un tesoro de información en las catacumbas de las afueras de la ciudad de Roma. Es verdad que en otras regiones, tales como Egipto, Persia, Siria, Malta, Grecia, etc., hay lugares subterráneos de entierro parecidos, pero los que están en la vecindad de Roma son de interés particular debido al uso que les dieron los cristianos primitivos.
Según una ley romana de gran antigüedad no se permitía enterrar a los muertos dentro de la ciudad. De manera que dentro de un radio de varios kilómetros de Roma se establecieron numerosos lugares de entierro. En el caso de los romanos, se requería poco espacio porque solían practicar la cremación. Sin embargo, la numerosa población judía de Roma no practicaba la cremación, sino que enterraba los cuerpos de los difuntos. Puesto que por largo tiempo había sido común el enterrar los cadáveres en una cueva u otro espacio labrado en una ladera, no es extraño el que los judíos hayan usado lugares subterráneos para entierro. (Mar. 15:46) Como Burgon declara: “el motivo del enterrar en una catacumba no fué en primer lugar ni pagano ni cristiano, sino judío.” Esta manera de enterrar fué adoptada por la comunidad cristiana, muchos miembros de la cual habían sido judíos ellos mismos.
Al principio sus lugares de entierro eran relativamente pequeños y de propiedad privada. En algunos casos los que se hicieron cristianos ofrecieron su propiedad para que la usaran otros de la fe cristiana. Los nombres que estas catacumbas llevan ahora en muchos casos indican el dueño de la propiedad. A otras se les daba el nombre del que era nombrado superintendente del lugar o algún mártir célebre enterrado allí; en otros casos el nombre tal vez indicara su ubicación. En algunos lugares parece que se tomó posesión de lugares de entierro que antes habían pertenecido a paganos.
El descenso a las catacumbas por una entrada en la superficie conduce a uno a un laberinto de corredores angostos que han sido cavados en la roca porosa y que pueden extenderse por muchos acres y cruzarse a tantos ángulos diferentes que la persona que no los conociera se perdería fácilmente. Contrario a la opinión que antes se tenía de que todas las catacumbas estaban de alguna manera conectadas, de ellas hay por lo menos treinta y cinco catacumbas diferentes cerca de Roma. Los corredores tienen por lo general entre un metro y metro y medio de ancho y tal vez dos metros a dos metros y medio de altura. Por las paredes están los espacios (locitli) parecidos a anaqueles que se usaban como sepulcros, la mayoría de ellos de tamaño suficiente para la colocación de un solo cuerpo envuelto en paños cubiertos de yeso, aunque algunos contenían más. Luego se sellaba la abertura perpendicular con baldosas o una laja de mármol y argamasa.
A medida que el lugar se llenaba hacía falta más espacio, de modo que los fossores, o cavadores, cavaban en el suelo, que era firme pero se prestaba fácilmente para excavación, y proveían de ese modo más espacio en las paredes, hasta que en algunas partes hay hasta doce nichos de entierro a cada lado del corredor. Tampoco estaban todos los pasadizos en el mismo nivel. A menudo había tres o cuatro galerías; en la catacumba de Calixto hay siete diferentes niveles.
Algunas personas de entre las más acaudaladas hacían que se labrara un arco en la pared y bajo éste un sarcófago o excavación parecida a un ataúd que podía sellarse por medio de una laja horizontal de mármol. Estos se llamaban arcosolia. Grupos de familia a menudo tenían una cámara entera (cubiculum) junto al corredor principal, y en las paredes de estas bóvedas se arreglaban los espacios de entierro individuales. Tales cámaras también servían como lugares para adoración.
Sería una tarea formidable la de realmente medir la extensión de los corredores de las catacumbas, pero se ha calculado que miden tal vez ochocientos kilómetros o más, lo cual sería equivalente a un túnel subterráneo desde Nápoles hacia el norte por la península italiana y casi hasta Zurich, Suiza.
LUGARES DE REFUGIO
Durante tiempos de persecución severa los interminables y obscuros corredores de las catacumbas servían como lugares donde refugiarse de los perseguidores romanos. Debido al sentir romano de que debían venerar a sus difuntos, los lugares de entierro eran relativamente seguros contra la invasión, aun por perseguidores encolerizados, y hasta fueron protegidos por la ley. Aun cuando las catacumbas no se construyeron para servir de refugio, sino más bien para entierro, sirvieron para ambas cosas. Hasta reuniones de congregación podían celebrarse allí con una medida de seguridad. Las cámaras o criptas para familias no eran muy grandes, pero un grupo de tamaño moderado fácilmente podía reunirse en una para adorar, y el respiradero que subía hasta la superficie impedía que el lugar se hiciera innecesariamente húmedo y estuviera mal ventilado.
De esto no debería concluirse que los cementerios fueran un asilo donde nadie entraría para causar disturbio. A veces los invadían y se asesinaba a los que hallaban allí. De hecho, Eusebio registra que en el tercer siglo, durante el reinado de Valeriano, el reunirse en las catacumbas y hasta el entrar en éstas fueron cosas específicamente prohibidas, y otra vez durante el reinado de Diocleciano fueron invadidas, en un esfuerzo por extirpar el cristianismo.
REFLEJO DE LA CREENCIA CRISTIANA
El vocablo “catacumba” se usa comúnmente con referencia a estos laberintos subterráneos de entierro, pero eso no era lo que se acostumbraba originalmente. Catacumbas se refería a un valle en la Vía Apia que se usaba para enterrar. El nombre es bastante apto; significa “cerca del hueco.” Los cristianos, sin embargo, las llamaban “lugares de reposo,” coemeteria, palabra de la cual se deriva nuestra palabra española cementerio. No hay ningún pensamiento de inmortalidad del alma en ese vocablo; al contrario esperanza en la resurrección.
Una cita de Hemans, en el Contemporary Review, que se halla en la Cyclopædia de McClintock y Strong, da más testimonio en cuanto a que los cristianos creían en la muerte del alma: “Aunque la expresión ‘Vixit in pace,’ muy rara en las inscripciones romanas, aparece comúnmente entre las de África y de varias ciudades francesas, de otro modo esa frase distintiva del epitafio pagano, ‘Vixit’ (como si aun en los registros del sepulcro se quisiera presentar la vida más bien que la muerte ante el ojo de la mente), no pertenece a la terminología cristiana.” No, no había ninguna creencia en una alma inmortal, ni en sus doctrinas compañeras de fuego del infierno, el purgatorio y la de decir misas para los muertos.—Eze. 18:4; Hech. 24:15.
¿Arrojan luz sobre otras creencias cristianas las catacumbas con su arte religioso? Sí, verdaderamente, y dan testimonio de que los cristianos de los primeros tiempos del cristianismo no se adhirieron a mucho de lo que actualmente es dogma en la cristiandad. Por ejemplo, no había crucifijos venerados. Rara es la vez que se halla siquiera la cruz. The Encyclopedia Americana comenta: “Aunque había ídolos por dondequiera, los fieles parecen haberse mantenido apartados de este ramo del arte.” (1 Cor. 10:14) Y ¿habríamos de esperar que fuera de otro modo cuando el caso era que los cristianos aborrecían las prácticas idolátricas de sus vecinos paganos? En realidad, esta carencia total de ídolos y reliquias entre los cristianos fué lo que ocasionó la acusación de ateísmo que el mundo romano levantó contra ellos.
Killen, en The Ancient Church, señala al testimonio de las catacumbas respecto a todavía otro tema cuando él dice: “Estos testigos a la fe de la Iglesia primitiva de Roma unánimemente repudian la adoración de la Virgen María, porque las inscripciones de la Galería Lapidaria, todas arregladas bajo la superintendencia papal, no incluyen ninguna petición a la madre de nuestro Señor. . . . Señalan sólo a Jesús como el gran Medianero, Redentor y Amigo.” Y la obra History of the Christian Church, por Hurst, agrega: “La adoración de la Virgen María no consigue apoyo del testimonio de las catacumbas. Únicamente en los simbolismos posteriores, cuando la Iglesia iba pasando a su larga noche de superstición, encontramos indicios de que se le rindiera honor divino a ella.”—Apo. 22:9.
Tales inscripciones como “A Basilio, el presbítero, y a Felícita, su esposa” muestran que los cristianos de ese tiempo todavía se adherían a la regla bíblica de que es correcto que el superintendente sea el “esposo de una sola mujer.” (1 Tim. 3:2) No había ningún requisito de celibato. De hecho, la Cyclopædia de McClintock y Strong hace la declaración arrolladora de que “ninguna doctrina específicamente romana halla apoyo alguno en inscripciones fechadas antes del siglo cuarto.” No fué sino hasta el siglo quinto que apareció la veneración a los santos, y hacia fines de ese siglo o a principios del siglo sexto comenzó a manifestarse por primera vez evidencia de creer que Pedro recibió de Cristo autoridad especial aunque aun entonces Pedro no aparece con las llaves como en simbolismos posteriores.
Algo que se destaca en las pinturas de las catacumbas, tanto en las de mucha antigüedad como en las de menos, es la repetida representación de escenas de todas partes de la Biblia. “Uno no puede contemplar estos memoriales expresivos del arte cristiano más antiguo sin quedarse convencido de que la Iglesia de los primeros tres siglos no sólo conocía cabalmente las Escrituras, y que completó su colección del canon en una fecha muy temprana, sino que su mente estaba imbuída de un intenso amor a la Biblia y de la percepción de que el conocimiento de cada parte es algo necesario a toda clase de creyentes. . . . La catacumba misma se levanta como testigo en contra del acto intencional y continuado de esconder de la gente la palabra de Dios.”—History of the Christian Church, por Hurst.
APOSTASÍA
Mientras que las catacumbas dan testimonio a la preservación de la adoración verdadera entre cristianos fieles, también relatan acerca del desarrollo de la apostasía. El apóstol Pablo lo había predicho cuando dijo: “Yo sé que después de mi partida entrarán entre ustedes lobos opresivos y no tratarán al rebaño con ternura, y de entre ustedes mismos se levantarán hombres que hablarán cosas torcidas para arrastrar a los discípulos tras sí.” (Hech. 20:29, 30) “De modo que ahora conocen ustedes la cosa [presencia personal de los apóstoles] que obra como restricción con la mira de que sea revelado a su propio tiempo. Entonces el que actúa contrario a ley será revelado, sí.”—2 Tes. 2:6, 8.
La unidad sobresaliente del pensar cristiano del primer siglo comenzó a desvanecerse después de la muerte de los apóstoles, y muchos comenzaron a ‘apartar los oídos de la verdad.’ (2 Tim. 4:4) Gradualmente el arreglo de superintendentes cristianos que fueran siervos en la congregación se volvió en arreglo de dominio clerical. La filosofía griega y otras prácticas paganas fueron entremezcladas con la doctrina acepta. Para 321 d. de J.C. muchos habían aceptado el día de la adoración pagana del sol, y a partir del Concilio de Nicea, 325 d. de J.C., la fusión por el emperador Constantino de la religión pagana de Roma con las congregaciones cristianas apóstatas avanzó a paso más rápido todavía. Los que estuvieron así dispuestos a hacerse parte del mundo también estuvieron dispuestos a abrazar los accesorios de adoración demoníaca de éste, con el fin de quedar bien con el mundo.—Sant. 1:27; 4:4.
En 378 (d. de J.C.) el emperador Graciano le concedió a Dámaso, obispo de Roma, llevar el título de Pontífice Máximo. Durante el tiempo que él gobernó la iglesia se hizo mucho para embellecer las tumbas de los mártires. El anterior respeto sano que le tenían los cristianos al ejemplo de integridad que habían puesto los que habían sido martirizados ahora fué contaminado con la corrupta adoración de héroes que se practicaba en Roma y se convirtió en la adoración de santos durante el siglo subsiguiente.
Una vez que las catacumbas fueron limpiadas y adornadas con inscripciones y obras de arte más extensas, llegaron a ser grutas adonde acudió la gente en grandes grupos, y los mártires llegaron a ser objetos de adoración. Cuando el reinado de terror de Diocleciano fué reemplazado con una era en que se trató con tolerancia a los cristianos y las cosas avanzaron hasta que la nueva religión fusionada recibió la aprobación del estado los cristianos ya apóstatas abrazaron tanto los pensamientos como los símbolos paganos. Las lámparas sencillas de arcilla que se usaban en las catacumbas ya no quedaron sin adorno, sino que portaron el símbolo pagano del pez (palabra que en griego contiene las mismas letras que corresponden a las letras iniciales de “Jesús Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador”), el monograma de Constantino, etc.
Y así fué que símbolos de origen pagano como el pez, el pavo real, el ancla y la paloma, sea que se haya dicho que tuvieran un nuevo significado en la iglesia o no, llegaron a ser parte del llamado arte cristiano de las catacumbas, tal como por largo tiempo los habían usado los paganos y tal como se hallan en los lugares de entierro de ellos. Algunos libros tratan detalladamente del significado de estos símbolos y pinturas, pero The Catholic Encyclopedia admite francamente que “escritores a veces han encontrado un más rico contenido dogmático en los cuadros de las catacumbas que lo que un examen estricto puede probar.”—Tomo 3, página 423.
Aunque se ha notado que las catacumbas proveyeron lugares de refugio y asamblea durante tiempos de persecución, ahora se hace patente que no dejaron de ser usadas cuando cesó la persecución. Las catacumbas volvieron a usarse como lugares de adoración cuando terminó la persecución, pero esta vez era una adoración bastante diferente a la que practicaron los cristianos anteriores.