“Eviten el hacerse causas de tropiezo”
El CIRCO más grande del mundo llenaba hasta el máximo los asientos del Madison Square Garden en la ciudad de Nueva York. Ahora venía el acto más conmovedor de la tarde. Hacia un lado dos ciclistas se equilibran en una cuerda que se extiende a través del Garden por sobre la muchedumbre. Se extiende una vara entre un ciclista y el otro, descansando en los hombros de ellos, y una silla descansa en la vara, equilibrada en sus travesaños. Sale un hombre, se sienta en la silla equilibrada en la vara y luego una muchacha se le sube a los hombros. Los dos ciclistas ahora pedalean hasta el centro del Garden a medida que varios ayudantes con una red extendida tirantemente se mueven para mantenerse directamente debajo de ellos. Al llegar al centro el hombre que está sentado en la silla se levanta para ponerse de pie en ella y la muchacha se levanta para ponerse de pie en sus hombros y luego ella saluda agitando las manos hacia la multitud allá abajo, la cual sigue sosteniendo el aliento, porque aún no termina el acto. Ahora la muchacha se sienta en los hombros del hombre, el hombre en su silla, y los ciclistas pedalean de vuelta al lado de donde vinieron, donde uno por uno abandonan su cuerda peligrosa y donde la silla, la vara y las bicicletas son quitadas en medio de aplauso atronador de parte de la multitud.
Esa actuación conmovedora y escalofriante requirió equilibrio y coordinación perfectos de parte de los cuatro ejecutantes. Pero supongamos que alguien hubiese golpeado la cuerda accidentalmente, haciendo que uno o el otro tropezara, ¿qué hubiera sucedido a los cuatro? Es verdad, había una red debajo, pero ¿quién sabe cuántas heridas se habrían sufrido si las bicicletas, la silla, lavara y los cuatro ejecutantes se hubieran lanzado a la red de una vez? ¿Hubiera causado descuidadamente tropiezo alguno cualesquier trabajador de circo? ¡Seguramente que no!
Hoy vivimos en tiempos críticos que son difíciles de manejar. La retención de nuestro equilibrio espiritual bien puede asemejarse a lo que se requería de esos artistas de circo. Ya que Satanás tiene grande ira porque sabe que le queda poco tiempo, él está haciendo todo lo que puede para hacer que tropecemos, que nos ofendamos, que caigamos en pecado y perdamos la salvación. Si alguna vez fuera importante el consejo de seguir “obrando su propia salvación con temor y temblor,” lo es ahora. Puesto que esto es así, los cristianos tienen que ser cuidadosos en sumo grado, no sea que sirvan para el propósito del Diablo por medio de hacer que tropiecen otros, de ese modo causando, no meramente algunas lesiones físicas, sino lesiones espirituales que podrían resultar en la muerte eterna.—Fili. 2:12.
Es tan fácil hacer tropezar a otros. Puede ser hecho por lo que decimos o cómo lo decimos, por lo que hacemos o cómo lo hacemos, y aun puede ser hecho por dejar nosotros de hablar cuando deberíamos o por dejar de actuar cuando deberíamos.
Ninguno de nosotros puede actuar independientemente, olvidando los intereses de nuestros hermanos o prójimos. No podemos adoptar la actitud del asesino Caín, quien preguntó hipócritamente: “¿Soy yo el guardián de mi hermano?” revelando de ese modo cuán empedernido había dejado que se hiciera su corazón, que él había matado a su hermano con malicia deliberada, y que no se había arrepentido de su acto malo. Ciertamente eso es exactamente lo contrario del espíritu que nosotros como cristianos queremos tener.—Gén. 4:9.
Sin embargo, según Jesús, si somos descuidados y hacemos que otros tropiecen, podemos esperar el mismo fin que Caín: “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y ellos recogerán de su reino todas las cosas que causan tropiezo y a las personas que están haciendo lo que es contrario a ley, y las arrojarán en el horno ardiente. Allí es donde será su lloro y el crujir de sus dientes.” “Pero a cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que ponen fe en mí, más provechoso le es que le cuelguen alrededor del cuello una piedra de molino. . .y que lo hundan en el ancho mar abierto.” Es verdaderamente un pensamiento mesurador el de que los que causan tropiezo hayan de ser clasificados con los que hacen lo que es contrario a ley y se diga que hubiera sido mejor para ellos que hubiesen perecido antes en el mar.—Mat. 13:41, 42; 18:6.
Es verdad, si todos los cristianos fuesen cabalmente maduros, no habría ningún peligro de hacer que otro tropezara: “La inclinación que está bien apoyada la salvaguardarás en paz continua.” “Paz abundante pertenece a los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo.” Pero puesto que no todos los cristianos son fuertes en la fe y maduros, tenemos que ejercer cuidado. El punto en cuestión es realmente interés propio contra intereses espirituales de otro, o, ¿cuáles son más importantes, lujos para nosotros mismos o las necesidades de otro? “Todas las cosas son lícitas; pero no todas las cosas son provechosas. Todas las cosas son lícitas; pero no todas las cosas edifican. Siga buscando cada uno, no su propio provecho, sino el de la otra persona.”—Isa. 26:3; Sal. 119:165; 1 Cor. 10:23, 24.
En realidad, los cristianos tienen que ejercer cuidado no sea que hagan tropezar a “personas de afuera.” “Eviten el hacerse causas de tropiezo tanto a judíos como a griegos y a la congregación de Dios, aun como yo estoy agradando a toda la gente en todas las cosas, no buscando mi propio provecho, sino el de los muchos, para que puedan salvarse.”—1 Tim. 3:7; 1 Cor. 10:32, 33.
MEDIANTE USO DESCUIDADO DE LA LENGUA
Una de las maneras más comunes en que uno pudiera llegar a ser causa de tropiezo es por el uso descuidado de esa “cosa ingobernable y perjudicial,” la lengua. “Si algún hombre piensa que él mismo es un adorador formal y con todo no refrena su lengua, sino que sigue engañando su propio corazón, la forma de adoración de este hombre está por demás.” ¿Por qué? Porque tal vez haga tropezar a otros por usar lenguaje obsceno o indecente y vulgar o por decir cosas que no debería. Sabiamente, por lo tanto, se nos aconseja: “No dejen que nada salga desenfrenado de su boca.”—Sant. 3:8; 1:26; 1 Sam. 2:3.
¿Critica usted libremente? Es verdad, tal vez sean ciertos sus comentarios, pero ¿es verdaderamente su prerrogativa el expresar censura y lo hace usted de una manera bondadosa y al tiempo apropiado? ¿Es destructivo usted, causando tropiezo, o es constructivo, verdaderamente servicial y animador así como iluminador?
¿Está propenso usted a chismear? El chismear consta de habla frívola y quizás se arguya que solo a los inmaturos se les haría tropezar por él; pero estos mismísimos inmaturos son a los que uno tiene que tomar en cuenta. En el día de Pablo los que tropezaban a causa de carne ciertamente eran inmaturos, no obstante él dijo que nunca volvería a comer carne si esto fuese causa de tropiezo a su hermano. De modo que cuídese hasta de su habla liviana y frívola.—1 Cor. 8:13.
¿Traiciona usted confidencias? Hasta el grado al cual otros lo consideren a usted maduro, de experiencia, sabio, confiable, hasta ese grado probablemente le tomarán dentro de su confianza. El traicionarla refleja falta de confiabilidad de parte de usted y fácilmente pudiera hacer tropezar a los que dependen de usted por ayuda.
¿Le gusta a usted especular respecto al significado de ciertos pasajes bíblicos o cumplimientos de profecías? El que exprese usted opiniones particulares personales que le parecen razonables pero para las cuales tiene poca o ninguna base, fácilmente puede confundir a los inmaturos, haciendo que tropiecen. Además, tiende a atraer atención indebida a usted mismo, y así hasta pudiera hacer que usted tropiece. En vez de buscar gloria para usted mismo, honre a Dios y busque a su organización para instrucción.
MEDIANTE CONDUCTA DESCUIDADA
Especialmente respecto a su conducta personal tienen que recordar los cristianos dedicados que no todas las cosas que son lícitas edifican. Hoy quizás no tengamos el problema de hacer tropezar a otros por medio de comer ciertas clases de carne, pero nótese que Pablo añadió, “ni hacer cosa alguna por la cual tropiece tu hermano.”—Rom. 14:21.
En ciertos estados de los Estados Unidos de la América del Norte y en ciertos países el uso de licores alcohólicos es tabú. El que un cristiano guste de licor en tales lugares fácilmente podría causar tropiezo a una persona de buena voluntad. Aun donde es lícito, el frecuentar una cantina o taberna puede tener el mismo efecto perjudicial. O en una reunión social uno quizás se detenga a un pasito de la ebriedad pero siempre haber embebido lo suficiente como para crear una impresión desfavorable. ¡Cuánto mejor sería el negarse a sí mismo un poquito y así dejar en otros una buena impresión!
Usted quizás asista a ciertas películas cinematográficas o funciones de teatro de dudoso valor moral y crea que no le perjudicarán, pero tal vez perjudique a otros el verlo a usted asistiendo a las tales, de modo que ellos se pregunten cómo se permitiría usted la libertad de hacerlo. O quizás descuide usted una reunión de congregación porque quiera ver cierta película cinematográfica. Tal vez razone que el hacer esto solamente una vez no le perjudicaría a usted, pero quizás haga tropezar a aquellos en quienes insta usted la concurrencia regular a reuniones de congregación cristianas y a quienes recalca la importancia de éstas.
Además, tal vez tenga usted una abundancia de los bienes de este mundo y debido a esto manifieste una mayordomía deficiente y descuidada de lo suyo. Es cierto, pertenece a usted, pero ¿no podría su derrotero imprudente hacer tropezar a los más débiles quienes quisieran emularle o que quizás se pregunten acerca de la sabiduría del proceder de usted?
Algunos, antes de llegar a ser siervos dedicados de Jehová, quizás hayan hallado placer en cazar o pescar como deporte. Por gustarles aún el deporte, quizás se entreguen a él y suavicen su conciencia por medio de comer lo que cazan, aunque tal vez les cueste varias veces más que lo que habría costado comprarlo. Esto fácilmente podría causar tropiezo a algunos que nunca han participado en tales deportes. Sin embargo, ninguna objeción puede levantarse en contra de los que cazan o pescan por alimento o para ganarse la vida.
¿Ha hecho la prosperidad que usted desarrolle un amor al dinero? Si es así, entonces usted tendrá que vigilar para que no ponga delante de los intereses de otros la acumulación de más riqueza, mostrándose más preocupado de las utilidades que del rendimiento de buen servicio y el dar el valor justo.
¿Qué hay del decoro entre los sexos? Uno pudiera sentir confianza en sí mismo y permitirse ciertas libertades o indiscreciones, tales como el coquetear con personas casadas o comprometidas a casarse. Puede ser que nunca se deje implicar emocionalmente hasta un grado profundo, pero está jugando a algo a lo cual no tiene ningún derecho, y tal vez caiga en el pecado o haga que otros tropiecen. Por lo tanto que todos tengan presente el consejo: “Sigan haciendo sendas rectas para sus pies, para que lo que esté lisiado no sea descoyuntado, sino que más bien sea sanado. Busquen la paz con toda persona, . . .vigilando cuidadosamente que nadie vaya a ser privado de la bondad inmerecida de Dios; que no brote raíz venenosa alguna y cause perturbación y muchos sean contaminados por ella.”—Heb. 12:13-15.
MEDIANTE LO QUE DEJAMOS DE DECIR Y DE HACER
Hay veces en que un cristiano quizás haga tropezar a otros por no hablar cuando debiera. Por ejemplo, cuando se necesita incentivo, el dejar de manifestar amor mediante el pronunciarse de una manera edificante pudiera causar desaliento y un sentimiento de fracaso.
De igual manera, cuando algún hermano está enfermo o de otro modo necesitado, ¿vamos en socorro suyo? El dejar de hacerlo podría hacerle tropezar si es inmaturo. ¿Descuidamos oportunidades de ser serviciales en ayudar a otros a llegar a las reuniones o en el ministerio del campo? ¿Permitimos que las condiciones del tiempo nos impidan participar en la adoración pura, es decir, innecesariamente? La omisión en cualquiera de estos sentidos bien pudiera hacer tropezar a los débiles.
¿Tenemos motivos para creer que hemos ofendido a otro? Entonces no podemos pasarlo por alto, arguyendo que Mateo 18:15, 16 requiere que él venga a nosotros con su motivo de queja. No, si él es inmaturo, tal vez no se sienta capaz de cumplir ese mandato y por eso tenemos que acercarnos a él en obediencia al mandato que se halla en Mateo 5:23, 24: “Entonces, si estás trayendo tu dádiva al altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, . . . primero haz las paces con tu hermano, y luego . . . ofrece tu dádiva.” El dejar de obedecer este mandato fácilmente podría hacer que su hermano tropezara.
Por supuesto, en todos estos respectos los siervos de la congregación y particularmente los superintendentes tienen responsabilidades adicionales de no permitirse llegar a ser causas de tropiezo. A causa del conocimiento, madurez y experiencia mayores que tienen, más requieren de ellos, tanto Dios como sus hermanos, y también en virtud de su puesto ellos más fácilmente pueden hacer tropezar a otros. Al mismo tiempo tienen que ejercer vigilancia no sea que otros causen tropiezo. Tienen que sentirse como se sintió el apóstol Pablo: “¿A quién se le hace tropezar, sin que yo me indigne?” Especialmente tienen que vigilar “a los que crean divisiones y motivos para hacer tropezar,” para que no sean lastimadas las ovejas que han sido confiadas a su cuidado.—2 Cor. 11:29; Rom. 16:17.
¿Qué nos ayudará a evitar que se nos haga tropezar y que lleguemos a ser causas de tropiezo? El amor. El amor hará que seamos sufridos y serviciales. Hará que no tengamos celos, que no nos jactemos, que no nos hinchemos, que no nos portemos indecentemente, que no busquemos solamente nuestros propios intereses y que no nos provoquemos. Nos ayudará a soportar, creer, aguantar y esperar en todas las cosas. Nunca falla.—1 Cor. 13:4-8.
De modo que en estos tiempos críticos que el amor salvaguarde a todos los cristianos dedicados de llegar a ser causas de tropiezo para que ninguno haga que otro pierda la salvación eterna, recordando a la vez que al cristiano maduro no lo hacen tropezar fácilmente las cosas que otros digan y hagan o no digan y no hagan.