Beneficiándose de la bondad inmerecida de Dios
Según lo relató Eero Nironen
¡QUE cosa maravillosa es que Jehová Dios, el Creador del universo, Aquel cuya grandeza es tal que los cielos de los cielos mismos no pueden contenerlo, muestre bondad al mísero hombre! Amorosamente ha permitido que los hombres lleguen a conocerlo a él y sus cualidades superlativas. Él nos ha brindado buenos motivos para animarnos y tener esperanza y hasta nos ha invitado a ser sus colaboradores. ¡Qué bondad! ¡Qué bondad inmerecida! Es el aprecio de esta cualidad manifestada por Dios la que ha suministrado un norte a mi vida.
Desde mi temprana niñez en la vieja mansión en Mäntyharju, Finlandia, las hermosuras de las creaciones que Dios bondadosamente ha suministrado para el deleite del hombre me han hecho considerar al Creador con un sentido de temor reverente. Sin embargo, las varias iglesias no me ofrecían nada que me hiciera querer dedicar mi vida a sus actividades. Más bien, estaba fascinado por el estudio de los idiomas y por la música, y éstos hubieran continuado siendo mis intereses principales si no hubiera sido que hallé algo de mayor importancia. ¿Qué fue?
UN TRABAJO QUE HACER
Siempre había tenido un sentido de temor reverente hacia Dios, pero en 1910 comencé a entender sus propósitos. Fue entonces que mi propio hermano dirigió mi atención a la verdad tal como se encuentra en la Biblia. Me suministró el primer tomo de una serie de libros conocidos como los Estudios de las Escrituras. Concurría entonces a la escuela, pero dado que no me era difícil, tenía tiempo de sobra para otras cosas, y la lectura de estos libros llegó a ser mi nueva afición. A través de sus páginas llegué a apreciar que la provisión de Dios para que los hombres obtengan vida eterna, algunos en el cielo y otros en una Tierra paradisíaca, era una bondad aun mayor de la que había visto evidenciada en la creación. “Por esta bondad inmerecida,” declaró un apóstol de Jesucristo, “han sido salvados mediante fe; y esto no debiéndose a ustedes, sino que es dádiva de Dios.” (Efe. 2:8) Al aceptar tal bondad inmerecida, no podía yo permitirme ignorar su propósito. Había un trabajo que hacer. Tenía que compartirla con otros, y, aunque mis condiscípulos generalmente se oponían, comencé a hablarla Biblia.—2 Cor. 6:1.
Con el pasar de los años, aumentó mi conocimiento. Las publicaciones de la Watch Tower y los discursos por los hermanos maduros en la congregación me ayudaron a lograr un punto de vista más claro de mis responsabilidades. Entonces, en el verano de 1914, habiendo visto el maravilloso Fotodrama de la Creación y su representación de los propósitos de Dios desde el comienzo de la creación directamente hasta Su nuevo mundo, me vi impulsado a dedicarme a Jehová y lo simbolicé por el bautismo en agua en una asamblea en Helsinki.
Tal como me había ayudado a mí, de igual modo el Fotodrama continuó siendo una ayuda a muchos más. Efectuó un testimonio tremendo en Finlandia. Durante los últimos cuatro años se había dado un buen testimonio acerca de los comienzos del tiempo del fin en 1914, y mucha gente estaba informada de esto. Como resultado, los cañones de la I Guerra Mundial efectivamente ayudaron a anunciar nuestra exhibición del Fotodrama. Hasta hubo muchos oficiales rusos que vinieron a las exhibiciones.
TIEMPO DE GUERRA
Esos eran tiempos difíciles. Seguramente, tal como lo había predicho la Biblia, el mundo había entrado en su tiempo del fin. La guerra mundial trajo consigo oscurecimientos, escaseces de alimento, pestilencia, y un derrumbe de la moral en muchas formas distintas. Se cavaron trincheras hasta en el interior, y hubo disturbios constantes. En medio de este tumulto me encontré con un oficial ruso—alemán de nacimiento—que se interesó tanto en la verdad de la Biblia que adquirió todas las publicaciones de la Watch Tower disponibles en alemán, juntamente con una Biblia. Hasta tarde por la noche las leíamos, y luego al día siguiente me visitaba para que le explicara puntos que él no había entendido. Pero pronto desapareció cuando hubo un traslado de tropas.
A la larga el desorden que había en el país se convirtió en una guerra civil entre la Derecha y la Izquierda, los “Blancos” y los “Rojos.” Cuando eso ocurrió sucedía que estaba en casa en Mäntyharju, en el territorio de los “Blancos,” separado de nuestros hermanos al sur. Había gran tensión entre la gente y consideraban a todos los que no estaban luchando activamente en sus filas como si fuesen del enemigo. Había muchos que se enojaron mucho por mi predicación del mensaje de paz de la Biblia en semejante tiempo como ése, pero Dios bondadosamente cuidó de nosotros. En corto tiempo la guerra civil concluyó; luego comenzó la conscripción regular.
Esto me brindó una oportunidad para explicar mi neutralidad cristiana a muchos oficiales militares. Algunos de ellos fueron muy bondadosos y humanitarios en el modo en que me trataron a pesar de las difíciles circunstancias. Uno venía a mí con bastante frecuencia para discutir problemas, y hubo muchas oportunidades para testificarles a otros oficiales y soldados. Recuerdo un oficial que, cuando se enteró de que yo no creía como la Iglesia Estatal Luterana, averiguó más. ‘No creo en el tormento eterno,’ le expliqué. Eso le pareció bien. ‘Yo tampoco creo en la inmortalidad del alma.’ ‘Pues, eso es hasta lo que yo he pensado,’ replicó. Como resultado quiso que yo hablara de estas cosas a los hombres de su batallón, y pude hacerlo en varias ocasiones.
APRENDIENDO A HABLAR
Durante aquellos años cuando concurría a las reuniones no podía sino admirar a los hermanos maduros que daban discursos públicos, y pensaba cuán grandioso sería si pudiera hacer lo mismo. Pero estaba firmemente convencido de que eso era algo que jamás podría hacer. Sin embargo en 1917 recibí una carta de la oficina de sucursal de la Sociedad Watch Tower preguntándome si habla considerado alguna vez hablar en público. Mi respuesta: ‘Ciertamente que lo había considerado y había admirado la habilidad en otros, pero yo mismo soy absolutamente incapaz de hacerlo.’ A eso contestó el siervo de la sucursal: ‘Bueno, le daremos solamente una gira corta de conferencias para comenzar.’ Me asombré y me llené de alegría; al mismo tiempo, temblando, le pedí a Jehová que me ayudara.
Todavía recuerdo mi primer discurso público. Lo había escrito todo y logré darlo de alguna manera, en parte leído, en parte improvisando. Aunque era en una aldea rural, hubo unas cuatrocientas personas escuchando y yo estaba mareado con temor al auditorio. Sin embargo allí comenzó y, por la bondad inmerecida de Jehová, he podido pronunciar más de 1,500 de tales discursos públicos en finlandés y sueco hasta la fecha, la mayoría en fines de semanas.
En la década que comenzó en 1920 tuve el privilegio de hacer varios viajes a distintos países de Europa, asistiendo a asambleas y hasta pronunciando discursos. La más emocionante de estas experiencias fue la asamblea de Londres, Inglaterra, desde el 25 hasta el 31 de mayo de 1926. Allí distribuimos el folleto nuevo, El estandarte para la gente, y todavía recuerdo como si hubiera sido ayer cuán feliz estuve al final del día por haber participado en esa obra. La resolución, “Un testimonio a los gobernantes del mundo,” que se adoptó por la asamblea, fue sumamente denodada, especialmente para aquellos días. Y el discurso público del hermano Rutherford, “Por qué tambalean las potencias mundiales—El remedio,” en el repleto Salón Royal Albert, fue como el atronador sonido de una trompeta de juicio. Yo estaba sentado en alto en el paraíso lleno de asombro por las cosas que contemplaba.
Con el tiempo llegó la II Guerra Mundial. Nuevamente Finlandia tuvo sus severas penalidades. Los hermanos jóvenes que habían llegado a la edad del servicio militar fueron arrestados y encerrados en penitenciarías, donde se les sometió a severas pruebas y se les trató con dureza debido a su posición de neutralidad cristiana. Nuestra predicación y la literatura bíblica fueron proscritas; prohibieron las reuniones y arrestaron al siervo de sucursal. Sin embargo, por la bondad inmerecida de Dios, la obra continuó. Nos las arreglábamos para estudiar juntos, ¡y hasta celebrar algunas asambleas! Durante todo el tiempo pude conducir estudios bíblicos de casa con regularidad.
Poco después de la guerra el presidente de la Sociedad, el hermano Knorr, nos visitó en la oficina de sucursal en Helsinki, ayudándonos a organizar mejor la obra. Fue para mí una experiencia fortalecedora, e hizo mucho para impresionarme con el funcionamiento teocrático de la organización. Pero todavía no sabía ni la mitad.
DE VUELTA A LA ESCUELA
Después de esa visita cuatro hermanos finlandeses recibieron una invitación para concurrir a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, situada en los Estados Unidos, ¡y yo estuve entre ellos! ¿Podía creer mis oídos y ojos? Sí, mediante su organización, Jehová me estaba exhibiendo a mí también esta bondad.
Poco después de llegar a los Estados Unidos concurrimos a la asamblea de Cleveland, Ohío, en agosto de 1946. Fue una gran experiencia el pronunciar los breves discursos que se me asignaron ante aquella muchedumbre de setenta mil personas. Y hubo tantas sorpresas para todos nosotros: nuevos libros para usar en nuestro estudio, nuevos arreglos de organización, y el anuncio de un programa de expansión de las comodidades de la Sociedad. Las emociones no concluyeron con la asamblea sino que continuaron creciendo al viajar a Galaad, la escuela de misioneros.
La recepción que recibimos fue muy bondadosa. Los instructores se presentaron y nos hicieron sentir bienvenidos. Ah, sí, el curso era difícil, pero lleno de bendiciones. Ahora por primera vez aprendía cómo verdaderamente estudiar la Biblia. Se abrieron ante mi vista amplias vistas nuevas. Al aprender del funcionamiento de la organización y ver la devoción sincera de los hermanos se fortaleció mi propio corazón. De vuelta ahora en Finlandia, y muchos años después, todavía puedo mirar atrás a esa experiencia y reconocerla como una expresión de la bondad inmerecida de Jehová hacia mí.
SU BONDAD INMERECIDA ES SUFICIENTE
Por supuesto, ha habido momentos en el transcurso de los años cuando podría haber deseado un aguante físico mayor. Mi debilidad física a veces ha interrumpido mi obra, y la última interrupción casi puso fin a mi servicio aquí cuando afectó seriamente mi estómago. Se me llevó directamente a la sala de operaciones, pero, lleno de confianza en Jehová, hallé paz aun en medio de esas circunstancias. El cirujano era un caballero, y, aunque no podía darme muchas esperanzas, estuvo dispuesto a respetar mi punto de vista religioso que excluía el uso de la sangre, e hizo un trabajo muy bueno. Para el asombro de todos, mi recobro, aunque requirió tiempo, fue bueno. Me hace sentir como ha de haberse sentido el apóstol Pablo debido a la aflicción que él llamó una “espina en la carne.” El anhelaba verse libre de ella, pero el Señor le dijo: ‘Mi bondad inmerecida es suficiente para ti; porque mi poder se está haciendo perfecto en la flaqueza.” (2 Cor. 12:7-9) Aun mi propia dolencia, mi propia debilidad, abrió el camino para un buen testimonio a todo el personal del hospital y otros pacientes, todos los cuales fueron muy bondadosos conmigo.
Han transcurrido más de cuarenta años desde que vine a trabajar en la oficina sucursal finlandesa de la Sociedad Watch Tower; no obstante, este tiempo me ha parecido muy corto. Abandoné una carrera de entretenimiento musical pero he llegado a estar convencido de que la verdadera felicidad no proviene de buscar ganancias materiales ni honra para uno mismo. He hallado una felicidad mucho mayor al cantar las alabanzas de Dios. Y mi fascinación por los idiomas ha llegado a tener para mi mucho más significado de lo que jamás tuvo cuando era un muchacho, pues he podido tener una parte en la traducción del mensaje de vida al idioma de la gente entre la cual sirvo. Es la bondad inmerecida de Dios la que me abrió todas las oportunidades, trayéndome gozo y permitiéndome dedicarme a compartirlo con otros.