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  • Una puerta grande que conduce a la actividad se abre

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  • Una puerta grande que conduce a la actividad se abre
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1974
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1974
w74 1/5 págs. 277-281

Una puerta grande que conduce a la actividad se abre

Según lo relató George Fredianelli

ESTAS palabras del apóstol Pablo resumen bien mi vida desde que llegué a ser siervo de Dios: “Una puerta grande que conduce a la actividad se me ha abierto, pero hay muchos opositores.” (1 Cor. 16:9) De hecho, poco después de haber entrado por la puerta de la actividad de predicar la Palabra de Dios, encontré opositores. Fue en San Rafael, California, en julio de 1940, mientras ofrecía en la calle las revistas de la Sociedad Watch Tower. Un oficial de la fuerza aérea interrumpió y trató de hacer que una chusma me echara de la población.

El hombre estaba muy encolerizado en cuanto a la posición de neutralidad tocante a la guerra que habían adoptado los testigos cristianos de Jehová, de manera que se puso a gritarme obscenidades e insultos. A medida que continuaba en aquello, se reunió una muchedumbre. Incitada por el hombre, la muchedumbre se hacía más feroz con cada segundo que pasaba. Fue entonces cuando silenciosamente oré a Jehová para que me ayudara a ser fiel prescindiendo de lo que la muchedumbre decidiera hacer.

Apenas había terminado la oración cuando dos hombres se abrieron paso a través de la muchedumbre y se interpusieron entre la muchedumbre y yo. Se pusieron a razonar con la gente, preguntando: ‘¿De qué sirve hacer una guerra contra los destructores extranjeros de la libertad si aquí en el país la destruimos nosotros mismos?’ La muchedumbre se calmó, y uno por uno se dispersaron por la calle, hasta que solo quedó el oficial de la fuerza aérea. Grandemente frustrado, me agitó el puño en la cara, refunfuñando encolerizadamente, y prosiguió su camino.

Aunque el que yo entrara por la ‘puerta grande de la actividad de predicar’ trajo opositores, como lo hizo para el apóstol Pablo, también ha traído bendiciones ilimitadas. Pero, ¿cómo entró la verdad de Dios en mi vida y se abrió la ‘puerta grande que conduce a actividad’?

APRENDIENDO LA VERDAD DE DIOS

Una noche mi hermano Bruno llegó del trabajo trayendo consigo varios libros de colores brillantes. Mi hermano Carlos y yo mostramos curiosidad. Pero Bruno los encerró con llave, diciendo que eran libros “protestantes” y que no eran para que los leyéramos nosotros.

Pues, vea, nosotros éramos católicos italianos; mi padre y mi madre habían inmigrado a los Estados Unidos en los primeros años del siglo veinte. En casa el domingo quería decir asistir a misa. Es probable que yo hubiera continuado en esta rutina de vida si mi hermano Bruno no hubiera traído aquellos libros a casa a principios de los años treinta.

No muchas semanas después que Bruno trajo los libros de la Sociedad Watch Tower a casa, empezó a decirnos lo que contenían, instándonos a leerlos. Mi hermano Carlos y yo leímos algo de la literatura. El mensaje de la Biblia nos pareció lógico, y ofrecía una maravillosa esperanza para el futuro.

Inmediatamente en la escuela empecé a hablar a todos mis condiscípulos católicos acerca de la verdad de la Biblia, esperando que les sería tan lógica y maravillosa como había sido para mí. Pero, ¡qué equivocado estaba! Se opusieron vigorosamente a mi predicación y me insultaron verbalmente. Yo no había esperado tantos opositores a tan maravillosas verdades, y bajo presión finalmente dejé de leer y hablar acerca de la verdad de la Biblia. No fue sino hasta aproximadamente cinco años después, en 1938, que fue reavivado mi interés en la verdad de Dios.

Mi padre murió en aquel año, después de una larga enfermedad. Antes de su muerte los miembros de nuestra familia se turnaban sentándose toda la noche para atenderlo. Durante aquellas noches, empecé a leer varias publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Lo que leí acerca del amor y el nombre de Jehová despertó en mí un profundo sentido de gratitud para con el Dios verdadero por las abundantes provisiones que había hecho para nuestra bendición y salvación. Pero, más que todo, quedé impresionado profundamente por la verdad de que la vindicación de Jehová era aun más importante que la salvación del hombre. Allí mismo nació en mí un deseo intenso de participar en la vindicación del nombre de Jehová.

Revelé a Bruno este deseo el día del funeral de mi padre. En esta ocasión, también, mi hermano más joven, Carlos, expresó su deseo de servir a Jehová. Y así sucedió que el mismo día en que me entristecí por la pérdida de mi padre mi corazón sin embargo se llenó de la esperanza y gozo que recibe una persona cuando aprende la verdad de Dios.

‘LA PUERTA GRANDE SE ABRE’

Un mes después, el 17 de marzo, gozosamente atravesé el umbral de la ‘puerta grande’ que habría de conducirme a un maravilloso campo de actividad en la tierra de mis padres, Italia. Ese día empecé a predicar las buenas nuevas del reino de Dios de casa en casa. Cada semana después de eso mi felicidad continuó aumentando a medida que compartía con regularidad las verdades de Dios con otros. El participar en la obra de predicar me refrescaba después de una semana de asociación con compañeros de trabajo mundanos.

Bruno, Carlos y yo pasábamos juntos las noches hablando acerca de la verdad de la Biblia y la felicidad que nos había traído. Fue mientras meditábamos en las bendiciones de Jehová que llegamos a una decisión importante. Nuestro razonamiento fue que si solo tres o cuatro horas de predicación a la semana nos hacían tan felices, ¡cuánto aumentaría nuestra felicidad si fuéramos precursores o ministros de tiempo cabal! De modo que dejamos nuestros trabajos, obtuvimos asignaciones de territorio de la Sociedad Watch Tower e hicimos arreglos para dejar nuestra casa en Pittsburgo para nuestra primera asignación de precursores, en Clay County, Carolina del Norte.

AVANZANDO A MAYOR FELICIDAD

En abril de 1939 nos dirigimos al sur. Estábamos muy emocionados y nos preguntábamos cómo sería nuestra primera asignación. Solo había una familia que andaba en la verdad en Clay County, la familia Coffey. Jamás olvidaré su calurosa bienvenida, bondad y hospitalidad. El territorio era rural; la gente era pobre pero hospitalaria, y le tenían gran respeto a la Biblia. Escucharon con gozo el mensaje de la Biblia. Es decir, lo hicieron hasta que los clérigos locales la volvieron contra nosotros diciendo que éramos la “gente que dice que no hay infierno.” Jamás olvidaré a la señora que, con una escoba levantada, me preguntó: “¿Cree usted en el infierno?” Fue un alivio cuando, al contestar yo que sí creía en el infierno de la Biblia, la escoba descendió al suelo y la señora me permitió hablarle acerca del reino de Dios.

Más tarde, mientras servía de ministro de tiempo cabal en San Francisco, California, y la zona circunvecina, sucedió un acontecimiento muy importante en mi vida. Un día al llegar a casa procedentes del ministerio del campo, mis hermanos y yo hallamos una carta para cada uno de nosotros, una carta de la Sociedad Watch Tower. ¡Qué maravillosas noticias contenía! La Sociedad estaba haciendo arreglos para abrir una escuela para entrenar misioneros a fin de enviarlos a países extranjeros. ¡Se nos invitó a ir en febrero de 1943 para asistir a la primera clase!

¡Qué memorables resultaron aquellos cinco meses en Galaad! ¡Qué ocasiones felices tuvimos nosotros los estudiantes preparando nuestras lecciones juntos todas las noches para la clase del día siguiente! En los fines de semana teníamos oportunidades satisfactorias de aplicar de manera práctica en el campo lo que estudiábamos en clase. A menudo los sábados por la noche los pasábamos relatando nuestras muchas experiencias en la obra de predicación de tiempo cabal. Aquellos días pasaron tan rápidamente que, antes que nos diéramos cuenta de ello, el día de la graduación había llegado, el 23 de junio de 1943.

Después de su discurso a la clase que se graduaba, el presidente de la Sociedad, N. H. Knorr, leyó las asignaciones futuras de cada uno de nosotros. Muchos de nosotros todavía no iríamos a países extranjeros, puesto que la guerra todavía proseguía. Sin embargo, ¡cómo me emocionó oír que mi asignación era como superintendente de circuito para visitar y animar a las congregaciones de los testigos de Jehová en los estados de Nueva Inglaterra! Carlos y Bruno también serían superintendentes viajeros, Carlos en Texas y Bruno en Minnesota. De modo que por primera vez en nuestras vidas nos separaríamos.

Las visitas del superintendente de circuito a las congregaciones en aquellos días eran muy diferentes de lo que son hoy día. Mi programa era el siguiente: Pasaba un día visitando a las congregaciones de uno a veinte publicadores; cuando las congregaciones tenían de veintiuno a cuarenta publicadores, las visitaba durante dos días, y si tenían más de cuarenta, la visita duraba tres días. Recuerdo que en un mes rendí servicio a treinta congregaciones. Por lo general pasaba las noches viajando de una asignación a otra, saliendo después de la reunión con una congregación y llegando temprano en la mañana siguiente a mi siguiente asignación.

A ITALIA

En marzo de 1946 recibí una carta de la Sociedad en la cual se me invitaba a ir a Italia como misionero. El 30 de septiembre de 1946 zarpé de la ciudad de Nueva York, dirigiéndome a Italia en un barco que había sido usado como transporte de tropas. El 19 de octubre de 1946 desembarqué en Nápoles. Nápoles, con su abundante población de más de un millón de habitantes y sin un solo publicador de las buenas nuevas del Reino, me hizo comprender lo inmenso que era el campo de actividad de la predicación en Italia. Había menos de cien proclamadores de las buenas nuevas en este inmenso campo de cuarenta y cinco millones de personas. De veras había entrado por “una puerta grande que conduce a la actividad.”

De Nápoles viajé a Milán, donde entonces estaba ubicada la oficina de sucursal de la Sociedad. Jamás olvidaré la primera reunión a la que asistí en Italia. Fue el estudio de La Atalaya que se celebró el domingo, el día después de mi llegada a Milán. Éramos siete en aquella reunión, que condujo el hermano Giuseppe Tubini, que ahora sirve en la oficina de sucursal de la Sociedad en Roma.

Mi asignación en Italia era servir de superintendente de circuito. ¿Hasta dónde se extendía mi circuito? ¡Abarcaba todo el país de Italia, incluso las islas de Sicilia y Sardinia! La tarea inmediata en lo que pudiera llamarse mi primer viaje misional era visitar las pocas congregaciones ya establecidas, organizar nuevas congregaciones y visitar a personas de las cuales se sabía que estaban interesadas en la verdad de Dios.

Fue un privilegio fortalecedor de la fe conocer durante esta primera gira de Italia a mis hermanos cristianos que habían sostenido resueltamente la adoración verdadera durante los duros años del fascismo.

Mis años de servicio en Italia no han pasado sin que tuviera que enfrentarme a muchos obstáculos. Ante todo, el lenguaje italiano era, para mí, un problema. Aunque mis padres eran italianos, el lenguaje que aprendí de ellos era un italiano híbrido que constaba de palabras inglesas italianizadas. Todavía recuerdo las expresiones de perplejidad que causaba cuando trataba de usar algunas de estas palabras. Para resolver mi problema, pensé que sería una buena idea preparar un discurso escrito para leerlo. Pero esto no resultó muy bien. Por lo general los hermanos estaban muy cansados después de haber trabajado duro desde la salida hasta la puesta del Sol, y, por eso, mientras yo leía mi manuscrito, muchos dormían. De modo que tiré el manuscrito y empecé a hablar extemporáneamente, pidiendo a los que me escuchaban que me ayudaran en todo momento en que me encontrara en dificultades. Esto fue bueno para ellos y para mí, ya que los mantuvo despiertos y me ayudó a progresar en el idioma hasta tal punto que ahora se me hace más difícil hablar inglés que italiano.

La gran pobreza que existía en el país me conmovía el corazón. En ciertas visitas había veces que hallaba a personas que no habían comido ese día. De modo que yo compraba algo de comer y lo compartía con ellos, mientras que al mismo tiempo los alimentaba espiritualmente. El celo y la generosidad de mis hermanos cristianos eran muy conmovedores. Compartían conmigo el poco alimento que tenían y a menudo insistían en que yo durmiera en la cama de ellos mientras ellos dormían en el suelo sin frazada que los cubriera. Íbamos al territorio a pie y a menudo andábamos muchos kilómetros para llegar a él.

Debido a la guerra, las condiciones sanitarias eran muy malas. Muchas fueron las noches de desvelo que tuve debido a las chinches y las cucarachas, que a veces eran tantas que parecía que el piso y las paredes caminaban. En una ocasión me senté por tres noches sobre una mesa, ya que era imposible acercarse a la cama. Por supuesto, las condiciones han cambiado mucho desde entonces.

Cuando salí para la ciudad de Caltanissetta, en Sicilia central, viajé en un tren que tenía locomotora de vapor. Me llevó desde las seis de la mañana hasta aproximadamente las diez de esa noche viajar los ochenta a cien kilómetros. ¡Cuánto me alegré de llegar a Caltanissetta, ya que ahora podría ir a un hotel, darme el baño que tanto necesitaba, y acostarme! Pero no sería así. En la población tenían una festa para el “santo” patrón Michele. Como resultado de esto, todos los hoteles de la población estaban atestados, principalmente de monjas y sacerdotes. Regresé a la estación, planeando estirarme en una banca que había notado en la sala de espera. Pero no sería así tampoco. La estación estaba cerrada con llave. De modo que no pude hacer nada más que sentarme en los escalones de la estación y tratar de descansar un poco.

“HAY MUCHOS OPOSITORES”

Por supuesto, la ‘gran puerta de actividad’ abierta a los predicadores de la Palabra de Dios no viene sin opositores. Y esto ha sido cierto también en el gran campo de actividad aquí en Italia. El clero ha recurrido a varios medios en sus esfuerzos por impedir que la gente humilde oiga la verdad de Dios. Incitaban a la gente y a las autoridades a estorbar nuestra obra de predicar de casa en casa. Cuando predicábamos en poblaciones pequeñas, toda la gente salía de sus casas y nos rodeaba, gritándonos que nos fuéramos. Esto o asustaba al amo de casa a quien hablábamos en aquel momento, de modo que nos cerraba la puerta en la cara, o hacía que él se uniera a la muchedumbre y nos hostigara junto con ella.

Para efectuar alguna predicación en la pequeña población de Monte Pagano, que da al mar Adriático, otro Testigo y yo tuvimos que salir de la población cuatro veces. Siempre que nos obligaban a salir de un extremo de la población, le dábamos la vuelta y entrábamos por el otro lado. Entonces podíamos visitar unas cuantas casas hasta que la muchedumbre nos volvía a descubrir y nos obligaba a salir. ¡Qué maravilloso es ver que, a pesar de aquella oposición, en casi todas las poblaciones donde adoptamos esta táctica ahora hay congregaciones florecientes del pueblo de Jehová!

En la ciudad de Taranto tuve la experiencia de pronunciar un discurso público mientras, detrás de mí, una chusma afuera gritaba toda clase de lenguaje profano, y hasta trató de derribar la puerta. Pero Jehová me dio la fortaleza necesaria para continuar hasta el fin del discurso, y los esfuerzos de la chusma por interrumpirlo fracasaron.

MARAVILLOSAS BENDICIONES

Pero esas dificultades no fueron nada en comparación con las experiencias gozosas que tuve a través de los años. ¡Cuántas veces he tenido experiencias similares a las del apóstol Pedro en su visita a Cornelio, el oficial del ejército gentil! A menudo al llegar al hogar de una persona interesada, encontraba su casa llena de sus “parientes y . . . sus amigos íntimos.”—Hech. 10:24.

Esto sucedió, por ejemplo, en la ciudad de Bisceglie. Al llegar a la estación, encontré a Pasquale De Liddo que me esperaba, junto con casi cuarenta de sus vecinos y parientes que querían oír las buenas nuevas. Todo el día hicieron preguntas sobre la Biblia y se alegraron muchísimo al oír la verdad. En Italia septentrional, en el hogar de Battista Dialley, hubo unas sesenta personas esperando cuando llegué. Entonces empezamos una sesión de preguntas y respuestas que terminó en la madrugada del día siguiente.

¡Qué maravilloso privilegio me ha dado Jehová de ser testigo presencial del gran crecimiento de la obra del Reino en este país! Recientemente me emocionó mucho la noticia de que Italia tuvo un máximo de 30.822 predicadores del Reino en junio de 1973. Cuando recuerdo que cuando llegué a Nápoles no había un solo proclamador de las buenas nuevas, y veo a Nápoles hoy con sus once congregaciones de alabadores de Jehová, mi corazón rebosa de acción de gracias a Jehová. Y, ¿qué hay de la ciudad de Milán, donde, cuando llegué a Italia, encontré a otras seis personas que se reunían para un estudio de La Atalaya? Ahora allí existen trece congregaciones.

Con el aumento de congregaciones, surgió la necesidad de tener un superintendente de distrito de tiempo cabal. Este fue otro campo de actividad al cual la organización de Jehová me asignó en 1954. Por eso, otra vez, mi territorio, como al principio de mi asignación de servicio, abarcó todo el país de Italia, desde los Alpes hasta la isla de Sicilia. Fue mientras celebrábamos una asamblea de circuito en Alejandría en 1954 que conocí a Eva Celli, una predicadora de tiempo cabal de la verdad de Dios. En julio del año siguiente nos casamos, de modo que después de casi veinticinco años de viajar solo, ahora tenía una esposa que me acompañaba. Durante la década de los años cincuenta estuve muy ocupado, visitando congregaciones, sirviendo en asambleas de circuito y, en el ínterin, preparándome para asambleas de distrito o nacionales.

En 1959 Jehová derramó sobre mí otra bendición y privilegio. Fui invitado a asistir a la Escuela del Ministerio del Reino, que entonces se celebraba en South Lansing en el estado de Nueva York. Esto habría de prepararme para servir de instructor para la Escuela del Ministerio del Reino en Italia.

En enero de 1961, en Italia, empecé a enseñar a los superintendentes de congregación el curso que yo había tomado en South Lansing. En enero de 1963 se suspendió la escuela para que yo pudiera servir de superintendente de asamblea para la Asamblea “Buenas Nuevas Eternas” de 1963 en Milán. Unos diecisiete años antes de esto, a mi llegada a Italia, jamás había esperado no solo asistir a una asamblea de tan grande tamaño en Italia, sino tampoco tener el privilegio de organizarla. ¡Qué gozo fue ver a 20.000 personas reunidas en el Velódromo Vigorelli para el discurso público! Y en 1973 fue una emoción aun mayor estar presente cuando más de 57.000 se reunieron para la Asamblea Internacional “Victoria Divina” en el Estadio Flaminio en Roma.

A fines de los años sesenta mis pies empezaron a causarme mucha dificultad, y el problema se hizo más serio con el transcurso de los años. Comprendiendo que no podría cumplir bien con mi servicio en el distrito, le solicité al presidente de la Sociedad que se me permitiera servir en la oficina de sucursal en Roma. Gracias a Jehová y su organización, se me concedió mi petición, y mi esposa y yo llegamos a ser miembros de la familia de Betel en abril de 1970.

Estoy muy agradecido a Jehová por esta asignación en Italia, que me ha permitido contribuir a la expansión de la adoración verdadera en este país. Otra gran bondad de Jehová es que podamos vivir en el nuevo y hermoso hogar Betel en Roma, construido en 1972. No me falta trabajo que hacer a medida que prosigue la expansión en Italia. ¡Cuánto agradezco a Jehová el que me haya suministrado aguante durante estos años pasados en Italia! Puesto que Jehová me abrió la “puerta grande que conduce a la actividad,” continuaré confiando en que me suministrará el aguante y perseverancia que se necesite para llevar a cabo cualquier actividad futura que opte él por asignarme.

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