BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • w79 1/11 págs. 5-8
  • Mi vida de soldado... en dos clases de guerrear

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Mi vida de soldado... en dos clases de guerrear
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • DE REGRESO A LA VIDA CIVIL
  • COMIENZO DE UNA GUERRA DIFERENTE
  • GUERRA MUNDIAL DE NUEVO
  • MÉTODOS DE GUERREAR
  • VIVIENDO COMO SOLDADO ESPIRITUAL
  • De soldado del káiser a soldado de Cristo
    ¡Despertad! 1973
  • Haciendo la guerra correcta
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
  • El guerrero cristiano
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1955
  • Combatientes por la verdad
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
Ver más
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
w79 1/11 págs. 5-8

Mi vida de soldado... en dos clases de guerrear

Como lo relató Charles A. Randall

SE HABÍA fijado la hora de las 11 de la mañana del 11 de noviembre de 1918 para el cese de las hostilidades de la Gran Guerra. Para aquel tiempo yo servía de soldado raso en un batallón de Nueva Zelanda en la línea de combate cerca de Mons, Bélgica, y había visto suficiente de la guerra como para poder recordarla toda la vida desde entonces.

Había permanecido en las trincheras por muchos días en medio de la nieve y la lluvia. Había salido con vida de entre balas, proyectiles de cañón y gases venenosos. Pero muchos de mis amigos no habían sido tan afortunados, y personalmente me había sido doloroso el enterrar los cuerpos ensangrentados de mis camaradas. El temor, la muerte y la destrucción grabaron en mí recuerdos que me abrumarían por años y que fácilmente puedo traer a la memoria hoy día, aun a la edad de 84 años.

Antes de que aquella guerra comenzara, había calma en todo el mundo. Durante aquel tiempo de paz, mientras viajaba desde mi tierra natal, Inglaterra, hacia Nueva Zelanda, algunos de mis mejores amigos habían sido marinos alemanes. Pero la primera guerra mundial nos convirtió en enemigos. ¡Qué fútil me pareció la guerra! Seguramente tenía que haber otra manera de solucionar los problemas del hombre. Aunque me habían dado una crianza estricta de protestante y nunca había perdido el respeto a la Biblia, llegué a tener poca confianza en la religión en general. El ver que nuestro “padre” o capellán militar nos llevaba hasta las líneas de combate, con un revólver al costado, y escucharle pedir la bendición de Dios antes de enviarnos a matar, me había parecido algo muy hipócrita para un hombre que supuestamente representaba al “Príncipe de Paz.”—Isa. 9:6.

Sin embargo, durante 1917 había topado con una manera radicalmente diferente de enfocar las cosas. Junto con 1.700 soldados armados que viajaban en el barco que nos transportaba (el “Waimana”) había siete jóvenes en ropa de civil y desarmados. Estaban allí en contra de su voluntad. Fue alarmante ver que los subieron a bordo boca abajo, sujetados por las manos y piernas. Ellos rehusaban ponerse el uniforme militar, manejar arma de clase alguna y hasta usar equipo militar protector. Aquellos objetores de conciencia pertenecían a un grupo conocido como Estudiantes Internacionales de la Biblia. A aquellos jóvenes se les obligó a viajar con nosotros a las líneas de combate y a permanecer con nosotros los dos años que estuvimos en el extranjero. Aunque yo apreciaba la sinceridad e integridad de ellos, pasarían años antes de que pudiera realmente entender exactamente por qué habían adoptado aquel proceder.

DE REGRESO A LA VIDA CIVIL

Después de salir del ejército en 1919, me fue extremadamente difícil reanudar una vida cotidiana normal. Tenía un sueño muy inquieto, pues repetidamente tenía visiones de la guerra. En ocasiones saltaba de la cama y comenzaba a salir por la ventana antes de que me diera cuenta de dónde estaba. Y constantemente me hacía la pregunta: “¿Por qué había sobrevivido yo cuando muchísimos otros habían muerto? De seguro tendría que haber algún propósito en la vida para mí.”

Puesto que mi salud continuaba deteriorándose, no me fue posible continuar con mi trabajo en una finca donde trabajaban soldados. Así que conseguí empleo de bombero y de conductor de varias palas mecánicas con una cuadrilla que estaba ocupada en la construcción de un ferrocarril. Pasaba las vacaciones con un amigo y su familia en la finca que éstos tenían. Una tarde, durante una de aquellas estadías, las dos hijas de edad escolar de mi amigo regresaron al hogar y dijeron que los “locos Belchers” vendrían al valle el día siguiente. La esposa de mi amigo explicó que la familia Belcher era gente religiosa que solía visitar brevemente para conversar y dejaban un librito para que lo leyéramos. Le dije que los recibiría en la entrada e impediría que subiesen la colina hasta la casa.

La tarde siguiente, cuando me disponía a traer las vacas para ordeñarlas, las jovencitas vinieron corriendo a informarme que habían llegado los “locos Belchers.” Así que salí, y se me acercó un jovencito de unos 16 años de edad. Después de un breve saludo, dijo: “Me llamo Allan Belcher y tengo un mensaje para usted. Es un mensaje acerca del reino de Dios, y cuando usted lo escuche se le alegrará el corazón.” Tuvimos una breve conversación y él me dejó un folleto intitulado “La guerra final.” Aquella misma noche recogí el folleto Guerra o paz, ¿cuál? que la misma familia había dejado en otra granja. Puesto que me interesaban los asuntos militares, aquella noche leí todo el folleto, y al terminar exclamé: “¡Es la verdad!” Aquí estaba el mensaje de que la solución a los problemas del hombre no dependía de guerras humanas, sino de la intervención de Dios en una guerra final contra la iniquidad.—Rev. 16:14, 16.

Poco tiempo después de aquella primera conversación con un Testigo en 1932, comencé a recorrer en bicicleta los 18 kilómetros que había hasta las reuniones que celebraban los testigos de Jehová para estudiar la Biblia. Además, me deleitaba el visitar las fincas vecinas y hablar con la gente acerca del reino de Dios, el único gobierno que traería verdadera paz a la Tierra.—Sal. 37:11; Dan. 2:44; Mat. 6:9, 10.

COMIENZO DE UNA GUERRA DIFERENTE

No me tomó mucho tiempo el darme cuenta de que ser testigo de Jehová también envolvía guerrear. Sin embargo, “las armas de nuestro guerrear no son carnales, sino poderosas por Dios para derrumbar cosas fuertemente atrincheradas. Porque estamos derrumbando razonamientos y toda cosa encumbrada levantada contra el conocimiento de Dios.” (2 Cor. 10:4, 5) Este es un guerrear espiritual, un luchar contra ideas y enseñanzas religiosas falsas. Es un guerrear que salva vidas en vez de destruirlas.

Sin embargo, una de las primeras batallas fue conmigo mismo. Yo era un fumador empedernido. Pero pronto entendí claramente que Dios no aceptaría a uno en aquel estado inmundo. En un comentario en cuanto a eso después de una reunión, un joven cristiano dijo: “No crea que soy formalista [un aguafiestas], pero cuando usted realmente llegue a conocer la verdad, abandonará esa práctica.” Yo disminuí el fumar considerablemente, pero todavía fumaba de vez en cuando, especialmente cuando hablaba con grupos de otros jóvenes, simplemente para mostrarles que no era “formalista.” Sin embargo, pronto me di cuenta de que era mejor tomar una decisión firme, y con la ayuda de Jehová dejé por completo aquel hábito inmundo.—2 Cor. 7:1.

Tal como me había alistado en el ejército en 1916, mi deseo era envolverme por completo en este guerrear espiritual. Por eso comencé a participar en la obra de predicar de tiempo completo y salí del hogar de mis amigos y me dirigí hacia Auckland, Nueva Zelanda. Ellos pensaron que yo, también, me había vuelto “loco” cuando me vieron abandonar la seguridad y comodidad del hogar sin tener apoyo económico. Aunque en aquel tiempo hubo poca respuesta a todo esfuerzo que hice por explicarles mis sentimientos en cuanto a servir a Dios, fue muy emocionante descubrir, años más tarde, que la esposa y uno de los hijos con el tiempo habían aceptado la verdad.

Me bauticé no mucho después de mudarme a Auckland y allí serví de “precursor” hasta 1934, cuando partí en barco hacia Sidney, Australia, en camino a la obra misional en Nuevas Hébridas. Cuando el barco en el cual pensábamos visitar aquellas islas naufragó, recibí una invitación para trabajar en el hogar Betel de Sidney, el lugar desde el cual se estaba dirigiendo la obra de predicar el Reino en Australia. Al poco tiempo de llegar, descubrí un hecho interesante. Aquellos objetores de conciencia que habían viajado en el barco que transportaba a mi tropa eran testigos de Jehová, aunque en aquel tiempo no se usaba ese nombre en particular.

GUERRA MUNDIAL DE NUEVO

En 1939, regresé una vez más a la agricultura cuando se me invitó a superintender una propiedad que se conocía como la Hacienda del Reino. Esta proveía alimento para los trabajadores de tiempo completo del hogar Betel. ¡Cómo contrastaba aquello con los esfuerzos que yo había hecho anteriormente en la agricultura! El conocimiento de los propósitos de Dios había hecho cambios dramáticos en mi salud física y emocional. Aquello había sido el mejor “tónico,” y me sentía establecido en la vida y con una excelente obra que hacer.

Poco tiempo después estalló la II Guerra Mundial. La primera guerra mundial debería haber sido la guerra que terminara con todas las guerras. ¡Qué falsa esperanza había resultado ser aquélla!

En esta ocasión mi posición fue diferente. Puesto que ya era soldado de un ejército, no iba a desertar para unirme a otro. (2 Tim. 2:3) Me resolví a mantenerme estrictamente neutral, y permanecer sin ser “parte del mundo” ni de sus conflictos militares.—Juan 15:19; Isa. 2:4.

Poco tiempo después, en Australia proscribieron a los testigos de Jehová debido a la posición de neutralidad de éstos. Sin yo saberlo, al poco tiempo se expidió una orden de detención contra mí. Aunque las autoridades sabían que yo estaba en la Hacienda del Reino, nunca cumplieron con aquella orden, a pesar de que algunas veces las fuerzas de seguridad nos visitaron. Sin embargo, finalmente la razón triunfó sobre los prejuicios religiosos y la histeria de guerra, y la proscripción fue quitada en 1943.

Continué en la Hacienda del Reino hasta 1950, cuando tuve que ingresar en el hospital debido a una reacción alérgica a una mala hierba de la localidad. Mi piel se puso casi negra, y una erupción que ocasionaba un increíble picor me cubrió; más tarde me enteré de que esta reacción alérgica había hecho que un hombre se suicidara. Al recuperar, regresé al hogar Betel, donde he continuado sirviendo.

MÉTODOS DE GUERREAR

El hombre ha continuado mejorando sus armas de guerra hasta que ahora tiene armamentos nucleares, los cuales son una amenaza a la mismísima continuación de la vida en la Tierra. A través de los años también ha habido constante mejora en nuestro guerrear espiritual.

El uso de automóviles con equipo sonoro —automóviles preparados con equipo de amplificación— fue un excitante modo de servir en los años treinta. Para atraer atención, poníamos un disco musical y a continuación el mensaje grabado. Más adelante usamos gramófonos portátiles, y cargábamos aquel equipo tan pesado de casa en casa e invitábamos al amo de casa a escuchar un breve discurso bíblico grabado, o hacíamos una cita para considerar más información acerca de la Biblia y tocar discursos más largos.

Algunas veces un grupo de nosotros marchaba calle abajo sosteniendo carteles o pancartas que llevaban lemas como: “La religión es un lazo y un fraude” y “Servid a Dios y a Cristo el Rey.” Además había radiodifusiones que llevaban el mensaje a muchos hogares. Todos estos métodos ocasionaban una división entre la gente. Algunas personas se oponían, mientras que otras se interesaban en la Biblia.

El estudiar la Biblia con individuos y familias y verlos unirse a mí en el guerrear espiritual me ha traído gran satisfacción. Algunas veces, hace años, un grupo de nosotros viajaba a zonas rurales durante el fin de semana, y por la noche nos acostábamos sobre algunos helechos en el campo y por el día declarábamos las “buenas nuevas” o estudiábamos la Biblia con los residentes locales. Cambiábamos literatura por alimento que nos sustentara hasta regresar a casa. En aquellas mismas zonas hoy día hay muchas congregaciones de testigos de Jehová.

La disponibilidad de muchas excelentes publicaciones cristianas y el excelente entrenamiento que se ha provisto en cuanto a manejar “la espada del espíritu,” la Palabra de Dios, ha mejorado continuamente la calidad de nuestro guerrear espiritual. (Efe. 6:17) Los resultados de esa clase de guerrear también han sido excitantes, pues el grupito de 41.000 predicadores que había por todo el mundo en 1934 ha aumentado a mucho más de dos millones hoy día. ¡Qué emocionante fue asistir a la asamblea de 1958 en la ciudad de Nueva York, donde más de 250.000 testigos se reunieron!

VIVIENDO COMO SOLDADO ESPIRITUAL

El apóstol Pablo escribió: “Ningún hombre que sirve como soldado se envuelve en los negocios comerciales de la vida, a fin de conseguir la aprobación de aquel que lo alistó como soldado.” (2 Tim. 2:4) En mi caso, el llevar una vida sencilla, libre del desorden de este mundo materialista, me ha permitido concentrarme en el estudio de la Palabra de Dios y en el servicio a él. A su vez, esto me ha traído gran contentamiento. Siempre me ha causado tristeza el ver a otros menguar en el servicio que rinden a Jehová o hasta abandonar el guerrear espiritual.—2 Tim. 4:10.

¿Qué está envuelto en ser un buen soldado? La autodisciplina, el estar uno dispuesto a luchar valientemente y a hacer frente a las penalidades que surgen a veces, así como constancia en apegarnos a la tarea que se nos ha asignado, sin importar lo pequeña que pueda ser. (Luc. 16:10) Muchos hombres han hecho esto al servir a comandantes humanos. Pero yo considero como un maravilloso privilegio el ‘pelear la excelente pelea de la fe,’ por medio de servir al Rey de reyes, Jesucristo, y a su Dios y Padre, Jehová.—Isa. 55:4; 1 Tim. 6:12; Juan 20:17; Rev. 19:16.

“Las armas de nuestro guerrear no son carnales, sino poderosas por Dios para derrumbar cosas fuertemente atrincheradas. Porque estamos derrumbando razonamientos y toda cosa encumbrada levantada contra el conocimiento de Dios.”—2 Corintios 10:4, 5.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir