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  • La verdad bíblica transformó sus vidas

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  • La verdad bíblica transformó sus vidas
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1980
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  • EL PUNTO DE VIRAJE
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  • MEJORA LA SITUACIÓN
  • LA VERDAD SE ESPARCE EN LATACUNGA
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1980
w80 15/2 págs. 24-27

La verdad bíblica transformó sus vidas

LO PRIMERO que uno observa en el caso de Delia Rosero es su estatura. Es bajita. Delia explica efusivamente: “Creo que vengo de antepasados pigmeos.” Su rostro irradia alegría. Uno simpatiza con Delia de inmediato.

Daniel Rosero, el esposo de Delia, es un “joven” de 50 años de edad, un hombre bien parecido y sociable. Con frecuencia, al encontrarse con alguien, su efusiva sonrisa no basta para expresar su alegría y la sigue con un fuerte abrazo. Daniel no siempre fue así.

Puesto que yo conocía algo del pasado de ellos, recientemente los visité con el propósito de hacer una grabación de sus experiencias. Me parecía que éstas podrían ser de verdadera ayuda y estímulo a muchas personas.

Los Roseros viven en una ciudad de los Andes, Latacunga, Ecuador, una ciudad de unos 30.000 habitantes. Esta es una comunidad agrícola en la cual abundan las flores y la gente se siente orgullosa de cultivar la tierra. La siguiente conversación tuvo lugar cuando nos sentamos en la sala del hogar de los Roseros, que da al río Cutuchi.

GRANDES PROBLEMAS MATRIMONIALES

“Apenas había cumplido los 15 años,” comienza Delia, “cuando puse pie en el mar del matrimonio. No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a tener muchas dificultades. Por 14 años estuve en un estado de esclavitud. No tenía ningún lugar adonde ir. No tenía ninguna esperanza. Daniel tomaba mucho. Cada sábado llegaba al hogar alrededor de la medianoche y maltrataba y golpeaba a la familia.

“Uno tiene que haber vivido la desesperación para saber lo que eso significa. Cuando Daniel me golpeaba, yo me subía a una silla y abrazaba fuertemente un cuadro de ‘San’ Vicente Ferrer y gritaba: ‘¡Pégame! ¡Pégame!’ Daniel desistía por temor al ‘santo.’”

Daniel confirma el relato de Delia. “Nos casamos en 1948. Yo era un simple muchacho, solo tenía 19 años de edad. No tenía preparación, y realmente, no podía mantener a una familia que iba aumentando. Con el tiempo tuvimos cuatro hijas y tres hijos. Para mí la vida no tenía propósito.

“En armonía con lo que se nos decía, mi futuro sería la muerte y quemarme en el fuego del infierno. El cura nos había convencido de que éramos unos inútiles, condenados al castigo eterno. Recuerdo que frecuentemente durante la frustración de la borrachera yo decía: ‘¡Voy a quemarme, así que déjenme beber!’”

Delia continúa con el hilo de la conversación y dice: “Teníamos una cesta grande de mimbre para guardar ropa. Benigno, nuestro hijo mayor, y yo vaciábamos la canasta y cuidadosamente guardábamos la ropa en otro lugar. Entonces, cuando Daniel llegaba a casa enfadado, con frecuencia Benigno se escondía en la canasta hasta que el sueño vencía a su padre. Era el único modo de evitar el maltrato.”

La casa de color rosado de los Roseros, con un patio nítido y lleno de flores, tiene un aspecto muy diferente del que presentaría según la situación económica de los primeros años del matrimonio de ellos. Daniel explica: “Yo hacía pantalones... un par al día. Trabajaba al destajo. Pero constantemente pedía al sastre que me anticipara el salario del día siguiente.”

“El dinero para el alimento no llegaba a la casa,” añade Delia. Los ojos se le llenan de lágrimas. “¡Ay, qué doloroso es recordar algunas de aquellas riñas de medianoche!” La relación familiar alcanzó tal grado de deterioro que en una ocasión Delia empuñó un cuchillo grande, y amenazó: “Aquí muere uno de nosotros, o los dos, pero esta vez no vas a pegarme.” Felizmente, la historia de los Roseros no terminó allí.

EL PUNTO DE VIRAJE

Daniel habla del punto de viraje. “Tuvo lugar la mañana de un domingo de junio de 1962. Mario Hernández, un precursor especial (predicador de tiempo completo de los testigos de Jehová) estaba presentando un tema bíblico a mi esposa a la puerta de la casa y yo estaba acostado en la cama, fuera de la vista de él. De hecho, yo estaba prestando más atención que Delia. Yo había oído decir que la Biblia era uno de los mejores libros del mundo acerca de religión, aunque no tenía la impresión de que necesariamente fuera comunicación de Dios.

“Cuando Mario Hernández se marchó, salté de la cama y dije con insistencia: ‘¡Llama al predicador! ¡Llama al predicador y dile que regrese! Quiero estudiar la Biblia.’”

Ahora Delia interviene. “Yo era muy escéptica. Vacilé dos o tres veces antes de salir a la calle a llamar al Testigo.”

Cuando el Testigo regresó, Daniel pidió una Biblia. “Todavía recuerdo la respuesta del hermano Hernández,” dice Daniel. “‘¡Excelente, le traeré una Biblia, pero no para que se llene de polvo. ¡Es para que la estudie!’ El hermano Hernández siempre era así. Muy directo. Iba al grano. Uno sabía lo que él pensaba de las cosas.”

Daniel continúa: “Quince días después se estableció un estudio bíblico, pero no era del todo regular. Mi hermano Homero también comenzó a estudiar y progresó excelentemente. Homero dejó de usar las imágenes rápidamente, pero recuerdo que yo le dije: ‘Homero, todavía yo estoy con la virgen María.’ Homero contestó: ‘¡Hermanito, sigue estudiando! Pronto entenderás.’”

Daniel tomó la decisión de hacer algo respecto a lo que estaba aprendiendo como resultado de ir a una asamblea de circuito de los testigos de Jehová. “Homero me había hablado de la asamblea que se celebraría en Ambato. Le respondí que iría si tenía suficiente dinero.

“Quedé impresionado por la organización. Había mucha gente y se llevaban bien. Uno podía sentir que había amor en la muchedumbre. Nadie fumaba. Nadie usaba lenguaje obsceno. Los hombres, tanto los jóvenes como los adultos, no decían piropos ni hablaban maliciosamente a las jovencitas. Recuerdo que pensé: ‘¡Esta es la verdad!’ No fue el miedo a la muerte ni miedo al fin del mundo lo que me impulsó. Fue la limpieza de la organización.”

UN CAMBIO DE SITUACIÓN

“Regresé a casa entusiasmado y le anuncié a Delia: ‘Voy a hacerme testigo de Jehová.’”

“Tú eres un borrachín. Los testigos de Jehová no son así,” fue su respuesta.

A estas alturas en la conversación, los Roseros me explican que para aquel tiempo comenzó a suceder algo extraño. Daniel comenzó a cambiar de modo de ser en sentido positivo y Delia dio un cambio en dirección contraria. Parece que Delia cayó víctima del deseo de vengarse. Haría sufrir a Daniel por todo lo que ella había sufrido.

“No hay dinero para la comida, pero sí para la Biblia, ¿verdad?” era su reto sarcástico. Delia admite que atormentaba deliberadamente a Daniel. Estaba segura de que a medida que él creciera en estatura espiritual, iría disminuyendo progresivamente el peligro de que la maltratara.

En una ocasión, Daniel lloró abiertamente e imploró: “¡Delia, Delia, yo he cambiado! ¿Qué te está pasando a ti?” Hasta Benigno le preguntó a su madre si en verdad deseaba recibir las golpizas del pasado.

A medida que su conocimiento bíblico aumentaba, Daniel ponía en práctica lo que iba aprendiendo. “El asunto de las imágenes me presentó cierto problema,” señala Daniel. “Yo creía que me habían ocurrido algunos milagros como consecuencia de la intervención de los ídolos. Sin embargo, Mario Hernández usó 2 Corintios 11:14 en su argumento... ‘Satanás sigue transformándose en ángel de luz.’ ¿Cómo respondí? ‘Ya veo; los demonios pueden engañarnos con los ídolos. ¡Así que terminemos con ellos!’”

Daniel quitó todos los cuadros y estatuas de la casa, y los llevó al patio, dio saltos sobre ellos y luego los quemó. “Yo quedé horrorizada y salí precipitadamente de la casa, pues esperaba que el techo se desplomara como expresión de la cólera divina,” relata Delia, “continuamente seguía suplicando: ‘¡Por favor, Dios querido, perdona a este ignorante! ¡Te suplico que no nos castigues!’”

No obstante, Daniel había cambiado. Se bautizó el 4 de mayo de 1963, en símbolo de su dedicación a Dios. “Después del bautismo la situación no fue fácil,” dice Daniel. “El fumar fue un verdadero problema. Recuerdo que durante el desayuno yo solía decir: ‘No me den pan. Denme tabaco.’ Pero también vencí ese vicio.”

MEJORA LA SITUACIÓN

Daniel y Homero Rosero fueron los primeros Testigos de Latacunga. Estos dos hermanos recuerdan las palabras de Arthur Bonno, que estaba sirviendo de superintendente de circuito: “Compórtense como cristianos, pues ustedes abrirán la puerta para otros.” Y eso hicieron. Con el tiempo, Delia dedicó su vida a Jehová; lo hizo en 1965.

Daniel recuerda que un superintendente de congregación, Luis Narváez, lo estimuló a adquirir más confianza en sí mismo con las siguientes palabras: “Daniel, tú has aprendido la verdad de la Biblia, lo cual es un verdadero logro. ¿Por qué no puedes aprender a hacer mangas y a cortar y coser chaquetas de trajes? ¡Hazte sastre!”

“Y eso fue lo que hice,” dice Daniel sonriendo. “Luis solía traerme las chaquetas de sus trajes viejos. Yo las desarmaba por completo y las rehacía. Yo obtuve la práctica y Luis obtuvo trajes casi nuevos. Construí un negocio; abrí una atractiva tienda con escaparates. Me hice un experto en el oficio de la sastrería. Ya no tenía que pedir dinero por adelantado. Los clientes me pagaban al obtener la mercancía. Andando el tiempo, con la ayuda de Jehová obtuvimos una casa.”

Pero a medida que la verdad bíblica crecía en su corazón, Daniel se daba cuenta de que lo que necesitaba no era más dinero, sino más tiempo para predicar. Homero, su hermano, tenía varios excelentes estudios bíblicos en el hogar de diferentes personas y Daniel deseaba disfrutar de aquel mismo gozo. Así que en julio de 1968 Daniel emprendió el servicio de precursor especial. Para aquel tiempo en la congregación había 12 publicadores del Reino bautizados y unas 30 personas asistían a las reuniones.

LA VERDAD SE ESPARCE EN LATACUNGA

Daniel recuerda que cuando Luis Narváez estaba a punto de marcharse de Latacunga le dijo: “Daniel, quiero dejarte una ‘oveja.’” La persona que tenía interés en la verdad bíblica era la esposa de un sobresaliente médico de Latacunga, el Dr. Mario Moscoso. A las dos semanas de haberse iniciado el estudio, el Dr. Moscoso comenzó a participar en él.

“Mario Moscoso fue siempre muy humilde,” menciona Daniel. “Nunca hizo que me sintiera incapacitado para conducir el estudio. De hecho, hizo que me convirtiera en un estudiante. Yo tenía que estudiar para hallar la respuesta a sus preguntas. El Dr. Moscoso era el director del banco de sangre, y cuando surgió el tema de la sangre, lo consideramos francamente. En unas semanas dejó el puesto en el banco de sangre.”

En seis meses, Mario Moscoso, que más tarde llegó a ser el médico de cabecera del presidente de la república, agradeció abiertamente a Daniel el que le hubiese ayudado a encontrar la verdad. Envió a Daniel a conducir estudios bíblicos con sus parientes. “¡Hubo una explosión de la verdad!” exclama Delia. “La lista parecía una guía telefónica... las familias Armas, Bravo, Coronel, León, y Villagómez. Más de 30 miembros de la familia dedicaron la vida a Jehová, por no mencionar los muchos niños y otros parientes que asistían regularmente a las reuniones.

“En tres años y medio se bautizaron 60 nuevas personas, y era común que en Latacunga la concurrencia a las reuniones fuera de 200 personas.

OTRAS ASIGNACIONES

En 1971 los Roseros fueron asignados a Cayambe, una pequeña comunidad de 8.000 personas. “Llevamos con nosotros a toda la familia,” dice Daniel, “incluso a mi suegra.” En tres años y medio se estableció una congregación en Cayambe, y 12 personas dieron el paso positivo de dedicarse y simbolizarlo por medio del bautismo en agua.

En 1974 los Roseros se trasladaron a Otavalo, Ecuador. “Nuevamente se mudó toda la familia, excepto Benigno y mi suegra, que se quedó para preparar las comidas a Benigno. Pero de todas formas la familia creció,” dice Daniel, rebosante de alegría. “En dos años, se bautizaron 11 nuevas personas, incluso tres jóvenes que llegaron a ser mis yernos. Estos se casaron con tres de mis hijas.”

Especialmente desde 1973, como consecuencia de la inflación, se les ha hecho continuamente más difícil a los Roseros seguir en el servicio de precursor especial. A pesar de todo, han continuado en el servicio. En 1976 fueron asignados de nuevo a servir en su ciudad natal de Latacunga, donde la tensión económica no es tan severa.

“Lo que más me estimula a mantenerme en el servicio es el tener un estudio bíblico progresivo en el hogar,” explica Daniel. “Regularmente le pido a Jehová que me conduzca adonde alguien que verdaderamente desee aprender la verdad, pues esto es tan estimulante para mí como para el estudiante. Ahora mismo hay una familia muy agradable que está progresando y viene a las reuniones. Creo que la descripción que el esposo da de su desarrollo religioso es muy reveladora. Él dice: ‘Católico por tradición, bautista por emoción, testigo de Jehová con el conocimiento exacto.’”

AGRADECIMIENTO POR LA VERDAD BÍBLICA

La conversación va disminuyendo y nos vamos al patio, donde abundan las zinias, las rosas y las parras. Al otro lado del río Cutuchi el ganado apacienta en una alfombra de hierba en medio de ropa de brillantes colores que ha sido tendida afuera para secarse. La brisa susurra entre las hojas de los polvorientos eucaliptos. El cielo está azul brillante. Delia se encuentra pensativa.

“La gente me dice que estoy llena de vida,” dice ella. “Se lo debo todo a la verdad bíblica. ¿Quién sabe dónde estarían mis hijos si no fuera por la Palabra de Dios? Los siete están bautizados y en condición estable. Para mí la verdad ha significado una vida completamente nueva, nueva felicidad.” Con una gran sonrisa declara: “Nosotros continuaremos sirviendo a Jehová y confiando en su dirección.”

Daniel añade: “Para mí la verdad es vida. Estoy convencido de que si no hubiese sido por la verdad, habría muerto de alcoholismo.” Comento que cada vez que veo a Daniel me da la impresión de que se está poniendo más joven. Él se ríe y dice: “Es interesante que la gente de Latacunga dice lo mismo. De hecho, me dicen que la predicación que hago debe tener algo que ver con ello. Tengo un texto bíblico que me gusta mostrarles, aquí en el Salmo 92:14, 15: ‘Todavía seguirán medrando durante la canicie, gordos y frescos continuarán siendo para anunciar que Jehová es recto. Él es mi Roca, en quien no hay injusticia.’”

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