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  • Soy sobreviviente de la “Marcha de la muerte”

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  • Soy sobreviviente de la “Marcha de la muerte”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1981
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  • PRISIONERO EN BÉLGICA, HOLANDA Y ALEMANIA
  • LA VIDA EN SACHSENHAUSEN
  • LA “MARCHA DE LA MUERTE”
  • LA ÚLTIMA NOCHE
  • MARCHANDO ADELANTE
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    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1981
w81 1/1 págs. 5-10

Soy sobreviviente de la “Marcha de la muerte”

Como lo relató Louís Piéchota

MIS padres llegaron al norte de Francia junto con muchos otros mineros polacos en 1922. Como la mayoría de estos inmigrantes, eran buenos católicos. Sin embargo, cuando yo tenía más o menos 11 años de edad mi padre y madre se apartaron de la Iglesia Católica y se hicieron testigos de Jehová o Zloty Wiek (“Los de la edad de oro”), como los llamaban despectivamente los católicos polacos. Esto sucedió en 1928. Por lo tanto, desde mi juventud he conocido el gozo de compartir con otros las “buenas nuevas” que se presentan en las Sagradas Escrituras.

Poco antes de que estallara la II Guerra Mundial, probé por primera vez el servicio de precursor, o de predicar en servicio de tiempo completo. Mis compañeros y yo —nosotros cinco éramos de origen polaco— esparcimos el mensaje del Reino en pueblitos y aldeas a lo largo de la costa de Normandía. En aquel tiempo usábamos fonógrafos y grabaciones de discursos bíblicos en francés.

Después de estallar las hostilidades en 1939 y empezar a aumentar el fervor bélico, personas hostiles de la aldea de Arques la Bataille dieron a la policía un informe en cuanto a nosotros. Los aldeanos habían pensado que nuestros fonógrafos eran cámaras fotográficas. Puesto que teníamos acento extranjero, la policía creyó que éramos espías alemanes y nos arrestó y encarceló en el cercano puerto marítimo de Dieppe. Después de 24 días de detención, se nos hizo desfilar por las calles esposados unos a otros, y se nos llevó al tribunal. Las multitudes hostiles querían echarnos en la bahía. Pero el juez pronto se dio cuenta de nuestra inocencia y nos absolvió de la acusación.

PROSCRIPCIÓN

Poco después de haber sido proscrita la obra de los testigos de Jehová en octubre de 1939, fui arrestado nuevamente y sentenciado a seis meses de prisión, bajo la acusación de haber predicado ilegalmente el reino de Dios. Al principio pasé el tiempo en aislamiento penal en la cárcel de Béthune, sin nada para leer. Varias semanas después, cuando me parecía que iba a volverme loco, el guardia de la prisión me trajo una Biblia. ¡Cuánto agradecí aquello a Jehová! Aprendí de memoria centenares de versículos y varios capítulos enteros. Estos pasajes me sirvieron de ayuda fortificante en días subsiguientes. De hecho, hasta en la actualidad puedo citar textos que aprendí de memoria en la cárcel de Béthune.

En febrero de 1940 me transfirieron de Béthune al campo de Le Vernet, en el sur de Francia, donde las autoridades francesas supuestamente encarcelaban a extranjeros “peligrosos.”

En la primavera de 1941 una comisión alemana llegó al campo y preguntó por mí. Me enviaron a trabajar en las minas de carbón al norte de Francia en el pueblo de donde yo había venido. Este ahora formaba parte de la zona ocupada. Por supuesto, usé mi libertad recién adquirida para predicar las buenas nuevas del reino de Dios. Pero cuando una persona que recientemente se había hecho Testigo fue arrestada e imprudentemente dijo a la policía francesa que yo le había suministrado literatura bíblica, nuevamente fui arrestado y sentenciado a 40 días de encarcelamiento en la prisión de Béthune.

Después de haber recobrado la libertad, emprendí de nuevo la obra de testificar. Mientras llevaba a cabo esta obra en el pueblito minero de Calonne-Ricouart fui arrestado por cuarta vez y me enviaron de nuevo a la cárcel de Béthune. Los alemanes fueron allí para arrestarme porque yo había rehusado trabajar horas suplementarias y los domingos en las minas de carbón para apoyar el esfuerzo bélico de los nazis.

PRISIONERO EN BÉLGICA, HOLANDA Y ALEMANIA

Los alemanes me transfirieron a la penitenciaría de Loos, cerca de Lila, y unas cuantas semanas después a la prisión de Saint-Gilles, en Bruselas, Bélgica.

Después de eso, fui encarcelado en la Fortaleza de Huy, cerca de Lieja, Bélgica, antes de que finalmente me enviaran al campo de concentración de S’Hertogenbosch, también llamado Vught, en los Países Bajos. Allí llegué a ser una cifra —7045— y se me dio un uniforme del campo con el triángulo color púrpura que me identificaba como Bibelforscher, o testigo de Jehová. Fui asignado al edificio 17-A.

Fue verdaderamente difícil para mí acostumbrarme a marchar con el pie desnudo dentro de zuecos holandeses. Tenía los pies despellejados, llenos de ampollas abiertas. Al menor tropiezo corría el riesgo de que me pateara en los tobillos uno de los guardias de la SS. Pronto la piel de los pies se me engrosó y pude marchar tan rápidamente como los demás.

Había otros 15 Testigos en aquel campo. Se nos ofreció libertad inmediata, a condición de que firmáramos un papel denunciando nuestra fe. Ninguno de nosotros cedió.

Con el tiempo se nos mudó de aquel campo de concentración en los Países Bajos a Alemania. Nos metieron en pequeños vagones de carga como si fuéramos un rebaño de ganado, 80 de nosotros en cada vagón; se nos obligó a permanecer de pie por tres días y tres noches sin alimento ni agua ni modo alguno de satisfacer la necesidad de evacuar. Finalmente el tren llegó a Oranienburg, a unos 30 kilómetros al norte de Berlín. Entonces tuvimos que marchar rápidamente unos 10 kilómetros hasta las fábricas de aviones Heinkel, mientras los perros de la SS nos mordían los talones si disminuíamos el paso. Nosotros los Testigos logramos mantenernos juntos.

Poco después fuimos transferidos al cercano campo de concentración de Sachsenhausen. Allí, junto a mi triángulo de color púrpura se puso un nuevo número: 98827.

LA VIDA EN SACHSENHAUSEN

Al entrar en Sachsenhausen me penetró de lleno la ironía del lema que Himmler, el jefe de la SS, había mandado que se exhibiera en letras enormes dentro del campo. Este lema decía: “Arbeit macht frei” (El trabajo es libertador). ¡Qué hipocresía! Claro, nosotros teníamos una libertad que los nazis nunca conocieron, la libertad que proviene de la verdad cristiana. (Juan 8:31, 32) En todo otro respecto, la vida en Sachsenhausen en resumidas cuentas consistía en trabajar como esclavos, ir muriendo lentamente de hambre, recibir humillación y degradación.

Los nazis estaban empeñados en hacer transigir a los testigos de Jehová o matarlos. De hecho, mataron a muchos. Pero aquellas muertes fueron una derrota moral para los nazis, y una victoria para la fe e integridad de los Testigos que murieron.

Respecto a los demás de nosotros, lejos de sentirnos derrotados espiritualmente, no permitimos que las condiciones degradantes nos impidieran respetar los altos valores espirituales. Un ejemplo es el del hermano Kurt Pape. A él se le ordenó que se uniera a un kommando (equipo de trabajo) que estaba trabajando en una fábrica de armamentos. Él rehusó, declarando que había estado llevando a cabo una guerra cristiana sin armas carnales por 16 años y que ahora no iba a manchar su integridad. Claro que al rehusar estaba arriesgando la vida. Sorprendente como parezca, el comandante del campo le permitió hacer otro trabajo. En otra ocasión el hermano Pape me censuró porque yo había tomado pan de la panadería del campo, donde me habían asignado a trabajar. Yo lo había hecho para que los hermanos tuvieran un poco más de comer, pero él me dijo que era preferible pasar hambre a desacreditar el nombre de Jehová porque se me sorprendiera robando. Esto me impresionó mucho. Los domingos por la tarde yo servía de intérprete para el hermano Pape, quien había logrado despertar interés en el mensaje del Reino entre un grupo de prisioneros rusos y ucranios. Sí, el hermano Pape fue un excelente ejemplo. Lamentablemente, murió durante un ataque aéreo que lanzaron los aliados poco antes de nuestra liberación.

LA “MARCHA DE LA MUERTE”

Para abril de 1945 los Aliados occidentales estaban avanzando apresuradamente a la zona de Berlín desde el oeste y los rusos adelantaban desde el este. Los líderes nazis consideraron varios modos de acabar con los prisioneros que estaban en los campos de concentración. Pero resultaba muy difícil para estos hombres perversos matar a centenares de miles de personas y disponer de sus cadáveres dentro de unos cuantos días sin dejar rastro alguno de tan horrendo crimen. Por lo tanto decidieron matar a los enfermos y hacer que los demás marcharan al puerto más cercano, donde se les pondría en embarcaciones que serían hundidas en el mar de modo que los prisioneros bajaran a una sepultura acuosa.

Desde Sachsenhausen nos tocaba marchar unos 250 kilómetros a Lübeck. Se había fijado el partir del campo para la noche del 20-21 de abril de 1945. Primeramente se reuniría a los prisioneros según su nacionalidad. Por lo tanto, ¡qué agradecidos estuvimos para con Jehová cuando se ordenó que todos los prisioneros que eran Testigos se reunieran en la sastrería! Habíamos 230, y éramos de seis diferentes países. Puesto que a todos los que estaban en el dispensario se les había de dar muerte antes de la evacuación, algunos hermanos arriesgaron la vida para rescatar a los Testigos enfermos que estaban allí y llevarlos a la sastrería.

Una confusión indescriptible reinó entre los demás prisioneros. Hubo mucho robo. Nosotros, en cambio, celebramos una “asamblea,” y nos fortalecimos unos a otros espiritualmente. Sin embargo, pronto llegó nuestro turno de comenzar la larga marcha, que supuestamente nos llevaría a un campo, pero que en realidad era para conducirnos a una muerte en agua. Las varias nacionalidades partieron en grupos de 600 prisioneros —primero los checoslovacos, luego los polacos, y así por el estilo— un total de más o menos 26.000 prisioneros. El grupo de los testigos de Jehová fue el último en partir. La SS nos hizo arrastrar una carreta. Luego supe que ésta contenía parte del botín que la SS había pillado de entre los prisioneros. Los guardias sabían que los testigos de Jehová no se llevarían nada de ello. Aquella carreta resultó ser una bendición, pues los enfermos y los de edad avanzada podían sentarse sobre ella y descansar por algún tiempo durante la marcha. Cuando uno recobraba las fuerzas, se bajaba y echaba a caminar, y otro Testigo, que se sentía demasiado débil para continuar caminando, tomaba su lugar, y así se hizo durante las dos semanas que duró la “marcha de la muerte.”

En todo sentido era una “marcha de la muerte,” no solo porque íbamos hacia una sepultura acuosa, sino también porque la muerte nos asechaba durante todo el trayecto. A cualquiera que se quedaba atrás la SS despiadadamente le disparaba y mataba. Unos 10.700 prisioneros perderían la vida de esta manera antes de que la marcha terminara. Sin embargo, gracias al amor cristiano y la solidaridad, ni un solo Testigo quedó atrás para ser muerto por la SS.

Los primeros 50 kilómetros fueron una pesadilla. Los rusos estaban tan cerca que podíamos oír el disparo de los rifles. Los capataces de la SS que nos dirigían en la marcha temían caer en manos de los soviéticos. Por eso el primer trecho, de Sachsenhausen a Neuruppin, resultó ser una marcha forzada que duró 36 horas.

Yo había empezado llevando conmigo unas cuantas pertenencias menudas. Pero a medida que me fui cansando fui deshaciéndome de una cosa tras otra hasta que no me quedó nada más que una frazada en la cual me envolvía de noche. La mayoría de las noches dormimos a la intemperie, resguardados de la tierra húmeda solamente por ramitas y hojas. Sin embargo, una noche pude dormir en un establo. ¡Imagínese mi sorpresa cuando encontré un libro Vindicación (una publicación de la Sociedad Watch Tower) oculto entre la paja! La mañana siguiente los que nos alojaron nos dieron algo de comer. Pero aquello fue excepcional. Después de eso, por días enteros no tuvimos nada de comer ni de beber, excepto unas cuantas plantas que pudimos obtener para preparar té por la noche, cuando nos deteníamos para dormir. Recuerdo haber visto a unos cuantos prisioneros que no eran Testigos precipitarse hacia el cadáver de un caballo que estaba cerca del camino y devorar su carne a pesar de los golpes que los guardias de la SS les daban con la culata de sus rifles.

Durante todo este tiempo los rusos estaban avanzando por un lado y los americanos por el otro. Para el 25 de abril había tanta confusión que los guardias de la SS que nos vigilaban ya no sabían dónde estaban las tropas soviéticas ni las de los Estados Unidos. Por lo tanto, mandaron a toda la columna de prisioneros que acampara por cuatro días en una región arbolada. Mientras estuvimos allí, comimos ortigas, raíces y corteza de árboles. Esta demora resultó ser providencial, pues si nos hubieran hecho seguir marchando habríamos llegado a Lübeck antes de que se deshiciera el ejército alemán y habríamos terminado por estar en el fondo de la bahía de Lübeck.

LA ÚLTIMA NOCHE

El 29 de abril la SS decidió continuar la marcha de los prisioneros a Lübeck. Esperaban hacernos llegar allí antes de que las fuerzas rusas y americanas se juntaran. La marcha continuó por varios días, y para ese tiempo nos estábamos acercando a Schwerin, una ciudad situada a unos 50 kilómetros de Lübeck. Una vez más, la SS nos mandó ocultarnos en el bosque. Esta resultó ser nuestra última noche de cautiverio. ¡Pero qué noche!

Los rusos y los norteamericanos se estaban acercando a lo que quedaba de las fuerzas alemanas; los proyectiles de mortero venían de ambas direcciones y pasaban silbando por encima de nuestras cabezas. Un oficial de la SS nos aconsejó que siguiéramos caminando sin guardia a las líneas americanas, que quedaban a unos 6 kilómetros de distancia. Pero nosotros tuvimos nuestras sospechas y, después de orar a Jehová Dios para que él nos guiara, decidimos pasar la noche en el bosque. Luego supimos que los prisioneros que habían aceptado la propuesta de este oficial y habían tratado de pasar hacia las líneas americanas habían sido muertos a tiros por la SS. Unos 1.000 de los prisioneros murieron aquella noche. ¡Cuánto agradecimos la protección de Jehová!

Sin embargo, aquella última noche que pasamos en el bosque de Crivitz estuvo muy lejos de ser pacífica. A medida que se iba acercando la batalla, los guardias de la SS cayeron presa del pánico. Algunos huyeron secretamente durante la noche, mientras que otros ocultaron sus armas y uniformes y se pusieron la ropa de rayas que habían quitado a prisioneros muertos. Algunos prisioneros que reconocieron a los guardias y hallaron las armas que éstos habían dejado dispararon contra ellos. ¡La confusión fue indescriptible! Había hombres corriendo de aquí para allá y las balas y proyectiles pasaban volando por todas partes. Pero nosotros los Testigos nos mantuvimos juntos y, bajo la mano protectora de Jehová, sobrevivimos a la tormenta hasta la mañana siguiente. Expresamos nuestra gratitud a Jehová en una Resolución que adoptamos el 3 de mayo de 1945. Habíamos marchado unos 200 kilómetros en 12 días. De los 26.000 prisioneros que habían emprendido aquella “marcha de la muerte” desde el campo de concentración de Sachsenhausen, poco más de 15.000 sobrevivieron. Sin embargo, los 230 Testigos que habíamos salido del campo pasamos por aquella severa prueba con vida. ¡Qué liberación maravillosa!

MARCHANDO ADELANTE

El 5 de mayo de 1945 me puse en comunicación con las fuerzas americanas, y el 21 de mayo me hallé de regreso en mi hogar en Harnes, en el norte de Francia. Había sobrevivido la “marcha de la muerte,” y ciertamente compartía los sentimientos que David expresó en el Salmo 23:4: “Aunque ande en el valle de sombra profunda, no temo nada malo, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado son las cosas que me consuelan.” La “marcha de la muerte” desde Sachsenhausen resultó ser solamente un trecho en el viaje a través de este presente sistema de cosas hacia la meta de la vida. Me ha proporcionado mucho gozo el compartir las “buenas nuevas” con otras personas desde entonces. Pido en oración que de la misma manera que Jehová me permitió sobrevivir aquella terrible marcha, también permita que, junto con mi esposa y nuestros tres hijos, yo siga caminando en el camino estrecho que conduce a la vida, evitando trampas a la derecha y a la izquierda.—Mat. 7:13, 14; Isa. 30:20, 21.

[Mapa en la página 9]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

EL CAMINO A LA MUERTE

20 y 21 de abril de 1945

Evacuación del CAMPO DE SACHSENHAUSEN y de las cuadrillas de trabajadores de HEINKEL

Schwerin

Bosque de Crivitz

Crivitz

Bosque de Zapel

Bosque de Below

Ravensbrück

Wittstock

Neuruppin

Oranienburg

Sachsenhausen

Heinkel

Berlín

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