El soldado que se convirtió en predicador
Como lo relató Richard A. Boeckel
COMENCÉ a estudiar literatura bíblica mientras estuve en el ejército durante la segunda guerra mundial. A medida que leía y trataba de entender la información, me preguntaba: ¿Cuál será el punto de vista de Dios sobre las difíciles situaciones a que nos enfrentamos en la vida actualmente?
Era mi modo de razonar que en 1776, cuando nacieron los Estados Unidos, hubo hombres valerosos que dieron la vida por su país, sí, y muchos que hasta se lamentaron de que solo tuvieran una vida que ofrecer por su patria. Pero realmente me preguntaba: ¿Qué beneficios eternos trajo el noble sacrificio de ellos? Ciertamente no conquistó a los enemigos más grandes del hombre: la enfermedad y la muerte, puesto que todas las personas que vivían entonces han muerto hace ya mucho tiempo.
La triste realidad es que ningún gobierno humano puede vencer la muerte, ni siquiera eliminar las enfermedades ni la vejez. Pero ahora me hallé aprendiendo acerca del gobierno de Jehová Dios que podía vencer, y vencería, a estos enemigos. En una profecía acerca del rey nombrado por Dios, Jesucristo, la Biblia dice: “Porque nos ha nacido un niño, Dios nos ha dado un hijo, al cual se le ha concedido el poder de gobernar . . . extenderá su poder real a todas partes y la paz no se acabará.”—Isa. 9:6, 7, Versión Popular.
Jesús enseñó a sus seguidores a orar por este gobierno de Dios. Dijo: “Ustedes deben orar así: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo.” Este gobierno del Reino, el cual, según muestra la Biblia, eliminará la ‘muerte, el lamento, el llanto y el dolor,’ es ciertamente superior a cualquier gobierno humano. Y puesto que Jesús nos instó a ‘poner toda la atención en el reino de Dios y en hacer lo que Dios exige,’ me parecía razonable que la obediencia a las leyes de Dios debería ocupar el primer lugar en la vida de los que apoyaran Su gobierno.—Mat. 6:9, 10, 33; Rev. 21:3, 4, VP.
Puesto que quedé convencido en cuanto a estos asuntos, solicité mi licenciamiento del ejército; pero no me lo concedieron.
PARTICIPANDO EN PREDICAR EL REINO
Por lo que estaba aprendiendo, reconocí que tenía la responsabilidad cristiana de compartir con otros las “buenas nuevas del reino.” (Mat. 24:14) Mientras estuve en el Fuerte Francis E. Warren, en Wyoming, comencé a asistir a las reuniones de los testigos de Jehová en Cheyenne, una ciudad cercana, y obtuve alguna literatura. En las semanas subsiguientes distribuí centenares de libros y folletos en el hospital del campamento y en los dormitorios. Pronto las autoridades del campamento se enteraron de esta campaña de predicación y trataron de averiguar quién era el responsable. Pero los soldados me ayudaron y no fui descubierto.
Pasaba de una litera a otra y, en voz baja hablaba tanto a individuos como a grupos pequeños. Mientras tanto, unos soldados se apostaban como centinelas tanto en la puerta delantera como en la trasera del dormitorio. Cuando los oficiales venían a buscarme, los hombres me avisaban, y yo salía por la otra puerta. Entonces me trasladaba a los dormitorios de otra sección del campamento y comenzaba a testificar allí. Pero no pude conseguir que me licenciaran.
UN PERMISO IMPORTANTE
En agosto de 1944 se me concedió permiso para asistir a la Asamblea Teocrática “Anunciadores Unidos,” que se celebró en Denver, Colorado. Realmente creo que fue por la dirección del Señor que se me concedió este permiso, especialmente en vista de lo que aconteció en la asamblea.
Durante una de las sesiones, me senté junto a Lotta Thayer, una Testigo de Abilene, Kansas. Mientras conversábamos, ella se enteró de los problemas que yo experimentaba al tratar de servir a Dios en un ambiente militar, en vista de lo que había aprendido de Isaías 2:4 y textos relacionados.
“¿Sabe quién es mi vecina?,” me preguntó. “¡La madre del general Eisenhower! Ella es testigo de Jehová. ¿Le gustaría que ella le escribiera?”
Le dije: “¡Claro que sí!”
AYUDA DE LA MADRE DE EISENHOWER
Para fines de agosto estábamos de maniobras en Colorado. Rehusé servir de centinela y me llamaron para que fuera a la tienda que servía de cuartel general. Cuando estaba a mitad de camino, se me dijo que me sentara bajo un enebro hasta que me llamaran. Mientras esperaba, un soldado gritó: “¡Correo!” y alguien me trajo una carta. Apenas había terminado de leerla cuando me avisaron que podía pasar.
Al entrar en la tienda que servía de cuartel general, en la cual se había reunido todo el “alto mando,” no di el saludo militar. Uno de los oficiales me dijo: “¿No saluda usted a sus superiores?”
“No, señor.”
“¿Por qué no?”
Con respeto, le di mis razones basándome en el entendimiento que tenía de la Biblia. En respuesta a esto el oficial dijo: “¡El general Eisenhower debería alinear a todos ustedes los testigos de Jehová y fusilarlos!”
“¿Cree usted que él fusilaría a su propia madre, señor?” le pregunté.
Él contestó de inmediato: “¿Qué quiere decir con eso?”
Metí la mano en el bolsillo y saqué la carta que me había escrito la hermana Eisenhower, y se la entregué. “Precisamente recibí esta carta de la madre del general mientras esperaba que me llamaran.”
A medida que el oficial leía la carta, la cual se puede ver traducida en la página siguiente, los otros oficiales también se le acercaron para leerla. Con aire pensativo y con una actitud muy cambiada, el oficial me devolvió la carta. Me dijo: “Regrese a las filas, no quiero problemas con la madre del general.”
Ida Eisenhower, cuyo hijo más tarde llegó a ser presidente de los Estados Unidos, tenía para entonces 82 años de edad. Por lo que dice su carta, se puede ver que ella había sido testigo de Jehová durante la mayor parte de su vida. ¡La carta de ella no pudo haber llegado en un tiempo más oportuno! El estímulo de ella era justamente lo que yo necesitaba.
MANTENIENDO UNA POSICIÓN FIRME
Aunque continué solicitando mi licenciamiento, no se me concedió. Sin embargo, rehusé participar en toda actividad en la que pensaba que había violación directa de los principios bíblicos. En cierta ocasión esto se prestó para una situación chistosa. Unos 60 de nosotros habíamos colocado nuestros catres en forma de un enorme círculo en el dormitorio para escuchar la instrucción de un mayor, o comandante, que nos estaba visitando. De pie en el centro del círculo, el mayor dio la vuelta y señaló hacia mí. “Usted... demuestre cómo se lanza una granada.”
“Preferiría no hacerlo, señor,” le contesté.
“¿Y por qué no?”
“Porque alguien pudiera resultar herido.”
Pues bien, los soldados presentes, puesto que sabían de mis creencias basadas en la Biblia, se echaron hacia atrás en sus catres y se rieron tanto que, en la confusión que siguió, el mayor no pudo volver a encontrarme. Por eso, pasó a otro asunto.
PREDICANDO EN FRANCIA
Más tarde, mientras yo aún procuraba salir del ejército, fui enviado a Francia. Acepté el giro en los acontecimientos como la voluntad de Jehová y me resolví a servirle sin importar lo que sucediera. Por eso, se abrieron ante mí maravillosas oportunidades de servicio al Reino en Francia. El Anuario de los testigos de Jehová para 1980 relata brevemente algo de esto bajo el encabezamiento: “Un soldado norteamericano hace discípulos.”
Cuando llegué a Francia para más o menos el 1 de octubre de 1944, envié mi paga a la Sociedad Watchtower en Nueva York y pedí literatura en francés. Pasaron muchos meses antes que la literatura llegara.
Yo sabía algún francés, puesto que en el verano de 1933 había estudiado en la Universidad de Grenoble. Por eso, pude predicar a la gente local dondequiera que íbamos... en Nancy, Dijon, Le Mans y Vittel. A menudo regresaba al puesto para la medianoche después de pasar de cinco a diez horas llevando a los hogares el mensaje del Reino.
Cuando estuve en París conocí a Henri Geiger, quien para entonces supervisaba las actividades de los testigos de Jehová en Francia. Por él obtuve alguna literatura en francés. Pero como había tan grande escasez de literatura, yo le prestaba un folleto al amo de casa por tres o cuatro días y después regresaba para recogerlo y prestárselo a otra persona. Mi predicación, así como mi renuencia a llevar armas o saludar a los oficiales, llamó mucho la atención. ¡Pero aún no obtenía mi licenciamiento!
REHUSO TRANSIGIR
Para cuando los alemanes montaron su campaña, última ofensiva de importancia en Ardenas, se requirió mi presencia en el cuartel general local del ejército. Debido a la escasez de combatientes, querían que yo portara armas. También me ordenaron que saludara a los oficiales y dejara de predicar. “Espero que haga el trabajo de un buen soldado,” dijo el coronel.
Le explique al coronel: “Si todo el mundo aceptara mi consejo moral basado en la Biblia, no habría problemas de borrachera entre los soldados, ni necesidad de curar sus enfermedades sexuales.”
La respuesta del coronel a esto fue: “Los Estados Unidos no negarían el placer de las relaciones sexuales a sus soldados, pues los Estados Unidos se fundan sobre ese principio.”
Corregí al coronel y le dije que, según mi entendimiento, los Estados Unidos tenían como fundamento el principio de la dignidad del matrimonio, y que no apoyaban el adulterio ni la fornicación. Cuando dije esto recibí el siguiente ultimátum: ‘O deja de predicar, o será fusilado por la mañana.’ Utilizando las palabras de los apóstoles en Hechos 4:19, 20 y Hch 5:29, les dije que tenía que obedecer a Dios más bien que a ellos, y que por lo tanto no podía dejar de hablar acerca del reino de Dios.
En vez de fusilarme, me arrestaron y me pusieron a trabajar cavando una letrina. De modo que allí estaba, metido en un hoyo de casi dos metros, con el sargento Randy Tarbell vigilándome desde arriba. Después de la guerra Randy estudió con John Booth, quien ahora es miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová, y actualmente Randy sirve de anciano en una congregación cristiana.
PRUEBA DE LA DIRECCIÓN DE JEHOVÁ
Puesto que la necesidad de combatientes todavía era muy grande, un soldado joven fue transferido desde Vittel y yo fui enviado para reemplazarlo. Por lo tanto, ya no estuve bajo arresto. Y en vez de vivir en una pequeña tienda de campaña ¡ahora tuve una habitación con una verdadera cama en el lujoso Hotel des Grandes Sources, de Vittel!
Al primer día de mi llegada recibí una caja grande con unos 60 libros... la literatura que había pedido de la Sociedad Watchtower unos cinco meses antes. Me había estado siguiendo por todas partes, pero sencillamente no me había alcanzado. La escondí debajo de la cama. Este fue el primer lugar en que estuve donde pude guardar literatura bíblica con seguridad. Esto de seguro sucedió por dirección de Jehová. Pero además de libros en francés, la Sociedad también envió libros en italiano, ruso y alemán. “¿Por qué?,” me pregunté. “¿No saben que estoy en Francia?”
Pues bien, la mañana siguiente baje al comedor, y ¿qué vi? ¡Sentí un hormigueo por todo el cuerpo! ¡Había unos 50 soldados italianos allí! Para esta fecha, febrero de 1945, ellos se habían unido a los aliados para pelear en contra de los nazis. Pero eso no fue todo. Había también unos 50 soldados rusos en el hotel. En los días siguientes, mientras comía con ellos en el comedor, logré comunicarme con ellos en idiomas que hablábamos en común, y coloqué todos los libros que tenía en italiano y ruso.
¿Qué hay de los libros en alemán? Más tarde, mientras estaba en Nancy, me encontré con 60 prisioneros alemanes. Puesto que hablaba alemán, pude predicarles. ¡Qué agradecidos se sintieron de tener algo para leer! ¡Cuán claramente pude ver que Jehová está dirigiendo la predicación del Reino! Estoy convencido que todo esto no pudo haber sucedido por casualidad.
Durante las semanas que pasé en Vittel, visité cada hogar del pueblo con el mensaje del Reino. Hubo una visita que nunca olvidaré. Fue la que hice a André y Suzanne Perrin. Nos reunimos, junto con los hijos de ellos, alrededor de una mesa, y estudiamos hasta la medianoche. La mañana siguiente, Suzanne me gritó al verme pasar por su casa: “Monsieur Richard, ¿sabe lo que hice después que usted se fue anoche? ¡Quemé todas mis cruces, imágenes, vírgenes, rosarios... todo, en el fuego!”
Recientemente, Suzanne me escribió para decirme que 50 personas se asocian con la congregación de Vittel. Aunque su esposo murió, ella, su hijo y otros parientes son Testigos activos. Considero un gran privilegio el haber podido sembrar las semillas de la verdad del Reino en Francia y el haber podido ver que algunas de ellas llevaron fruto, mientras yo aguardaba mi licenciamiento del ejército.
DE REGRESO A ESTADOS UNIDOS
La guerra en Europa terminó unas semanas después, a principios de mayo. Poco después viajábamos de regreso a los Estados Unidos.
Fuimos enviados al Campamento Lee, en Virginia, donde se nos alojó antes de que se nos licenciara. Me puse en comunicación con un grupo local de testigos de Jehová, y pasé la mayor parte del tiempo predicando, tanto en los hogares de la gente de la localidad como en el enorme campamento del ejército. Cada día salía con una bolsa llena de unos 25 libros de texto basados en la Biblia y colocaba todos los libros en manos de la gente. Los hermanos tenían que continuar haciendo viajes especiales a Richmond para abastecer su existencia de literatura.
Luego llegó el último fin de semana antes de nuestro licenciamiento. Me quedaban tres días para predicar en el ejército. No me quedaba literatura. ¿Qué haría? Entré en un cuartel donde todos los soldados esperaban su licenciamiento. Me planté frente a la puerta y dije en voz fuerte: “¡Señores, quisiera que me prestaran atención! Tengo un mensaje para ustedes y algo que pueden llevar a su hogar y de lo que pueden disfrutar durante el siguiente año.”
Al oír esto, se reunieron alrededor de mí y les testifiqué, enfatizando que el reino de Dios es la única esperanza para la humanidad. Les presenté las revistas Atalaya y Consolación (ahora ¡Despertad!) y suscribí a algunos a las revistas. Llegué a obtener una docena de suscripciones en un solo cuartel. Obtuve la última suscripción a las dos de la mañana en el autobús de regreso a Nueva York. Llegué a mi hogar con 203 dólares por las 203 suscripciones. Mi servicio en el ejército terminó con licenciamiento honorable.
Casi 35 años han pasado desde aquel día, y mis convicciones con relación a las promesas del reino de Dios no han cambiado en lo más mínimo. Después que salí del ejército, pude alcanzar la meta de servir como ministro de Dios. A través de los años he podido disfrutar de muchos privilegios en la congregación cristiana, y en la actualidad sirvo de anciano. Además, por los últimos 13 años he estado sirviendo de tiempo completo en la actividad de predicar, proclamando las buenas nuevas del reino de Dios, el único gobierno que puede traer paz duradera a la Tierra.
[Comentario en la página 9]
‘Mi vecina es la madre de Eisenhower,’ dijo la señora. ‘Ella es testigo de Jehová’
[Comentario en la página 10]
“Regrese a las filas,” dijo el oficial, “no quiero problemas con la madre del general”
[Comentario en la página 12]
En vez de fusilarme, me arrestaron y me pusieron a trabajar cavando para una letrina
[Comentario en la página 13]
Llegué a obtener una docena de suscripciones en un solo cuartel
[Recuadro en la página 11]
Abilene, Kansas.
20 de agosto de 1944.
Sr. Richard Boeckel.
35 Garland Drive
Eggertsville.21, Nueva York.
Estimado Señor:
Una amiga mía que regresó de la asamblea Anunciadores Unidos de los testigos de Jehová me informó que lo conoció a usted allí. Me regocijo de que usted haya tenido el privilegio de asistir a esta asamblea.
En los años que han pasado, muchas veces he tenido la dicha de poder asistir a estas reuniones de los que proclaman fielmente el nombre de Jehová y su glorioso Reino, el cual pronto derramará sus abundantes bendiciones sobre toda la Tierra.
Mi amiga me informa que usted tiene deseos de comunicarse con la madre del general Eisenhower, de la cual usted ha oído decir que es testigo de Jehová. Ciertamente lo soy, y ha sido un glorioso privilegio el serlo en asociación con los del tiempo presente y con los que han vivido a través de los anales de la historia bíblica hasta el mismo Abel.
Por lo general he rehusado tales peticiones debido a que deseo evitar toda publicidad. Sin embargo, puesto que usted es una persona de buena voluntad para con Jehová Dios y su gloriosa teocracia, me alegro mucho de poder escribirle.
He sido bendecida con siete hijos, cinco de los cuales aún viven, y todos han sido muy buenos con su madre y me siento obligada a creer que, ante todos los que han llegado a conocerlos, son personas excelentes.
Siempre fue mi deseo el criar a mis hijos en el conocimiento del Creador y que ellos aprendieran a honrarlo, y por ello me esforcé. Mi ruego es que todos cifren su esperanza en el Nuevo Mundo, cuyo rasgo central es el Reino por el cual todas las personas buenas han estado orando por los pasados dos mil años.
Creo que mi tercer hijo Dwight siempre se esforzará por cumplir con su deber con integridad según lo que él considera que es su deber. Lo menciono a él en particular debido al interés que usted mostró en él.
Por lo tanto, como madre del general Eisenhower y como testigo del Gran Jehová de los Ejércitos (lo he sido durante los pasados 49 años) me complazco en escribirle para instarle a que mantenga su fidelidad como compañero y siervo de los que “guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús.”
No puede haber duda de que, lo que ahora se llama el período de la posguerra, es “la hora” que se menciona en los capítulos 17 y 18 de Revelación. Ya que en este caso el número diez es símbolo no solo de diez naciones, sino más bien del entero número de todas las naciones, entonces si tenemos una Liga o Sociedad de Naciones actuando eficazmente como gran guía para las naciones de la Tierra para el fin de esta guerra, esto debe suministrar prueba amplia.
Con seguridad, esto augura que muy pronto la gloriosa teocracia, el por tan largo tiempo prometido Reino de Jehová el gran Dios y de su hijo el rey eterno, gobernará la Tierra entera y derramará múltiples bendiciones sobre todas las personas que son de buena voluntad para con Él. Todas las demás personas serán removidas.
Nuevamente, lo insto a mantenerse siempre fiel a estas “Autoridades Superiores” y al Nuevo Mundo que está muy cerca.
Quedo respetuosamente de usted en la esperanza del Nuevo Mundo y como combatiente a favor de éste,
Ida E. Eisenhower