¡Los pacíficos verdaderamente hacen falta!
EL TEMA era prometedor: “Congreso internacional de literatura... escritores a favor de la paz”. El lugar era pintoresco: la antigua ciudad alemana de Colonia, que da al río Rin. El ambiente que reinaba en la asamblea era tranquilo hasta que una reyerta entre los delegados alteró la paz. De acuerdo con los reportajes sobre la asamblea de 1982, algunos de los asistentes gritaban y se daban empujones... hasta luchaban cuerpo a cuerpo por el control de la plataforma. El disturbio tenía que ver con cuál gobierno era el agresor en los conflictos mundiales.
Sea que el campo de batalla sea en algún país distante, en un lugar de asamblea o en la sala de su vecino de al lado, ¿por qué no pueden más personas vivir en paz unas con otras? La respuesta es sencilla: No puede haber paz genuina si las personas excluyen de su vida al Dios de paz, Jehová. (1 Tesalonicenses 5:23.)
En la Biblia, en Gálatas 5:22, 23, la paz figura entre los frutos del espíritu santo de Dios. Podemos tener paz verdadera y duradera en nuestra vida solo si el espíritu de Dios la hace crecer en nuestro corazón. ¿Cómo se efectúa esto? En primer lugar, tenemos que llegar a conocer a Jehová Dios y a su Hijo, Jesucristo, y entonces ejercer fe en ellos (Juan 17:3). Así se cumplirá en nosotros la petición ferviente del apóstol Pablo: “Que el Dios que da esperanza los llene de todo gozo y paz por el creer de ustedes, para que abunden en la esperanza con poder de espíritu santo”. Y note que en esta misma carta Pablo concluye su amonestación con esta otra petición: “Que el Dios que da paz esté con todos ustedes”. (Romanos 15:13, 33.)
La paz que el espíritu santo de Dios produce es diferente de la paz que el mundo busca. ¿En qué sentido?
Una paz diferente
A nivel internacional, un pacificador es alguien que tiene facilidad para hablar y domina el protocolo; alguien que por medio de un acuerdo puede apaciguar a dos grupos antagonistas sin cambiar necesariamente sus actitudes ni motivos. Por lo tanto, un comunista puede llegar a estar en paz con un capitalista sin que ninguno de los dos cambie de filosofía. En cambio, el estar en paz con Dios es diferente. Dios establece los términos para la paz. Los define y muestra cómo se aplican. Con Jehová Dios no es asunto de llegar a un acuerdo, sino de renunciar totalmente a nuestros propios motivos, a nuestras actitudes, a nuestro modo de vivir... a todo nuestro yo. (Mateo 22:37.)
Por lo tanto, lo que se necesita hoy día es paz que se base en la sabiduría divina, no en la sabiduría humana. Al leer Santiago 3:13-18, notamos los beneficios que la sabiduría celestial produce:
“¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que muestre por su conducta excelente sus obras con una apacibilidad que pertenece a la sabiduría. Pero si ustedes tienen en su corazón amargo celo y espíritu de contradicción, no anden haciendo alardes y mintiendo contra la verdad. Esta no es la sabiduría que desciende de arriba, sino que es la terrenal, animal demoníaca. [...] La sabiduría de arriba es primeramente casta, luego pacífica, razonable, lista para obedecer, llena de misericordia y buenos frutos, sin hacer distinciones por parcialidad, sin ser hipócrita. Además, en cuanto al fruto de la justicia, su semilla se siembra en condiciones pacíficas para los que están haciendo la paz”.
La paz que proviene de la sabiduría de Dios no se limita a evitar conflictos; busca de manera sincera y activa tener una buena relación con los demás.
Además, el ser pacífico de modo piadoso contribuye a que las inclinaciones perjudiciales, que se sembraron en el corazón de la humanidad desde el tiempo de la rebelión en Edén, no se conviertan en actos pecaminosos y mortales (Génesis 8:21; Mateo 15:19; Romanos 5:12). Al referirse a la eficacia de este escudo protector, el apóstol Pablo escribió que “la paz de Dios que supera todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales por medio de Cristo Jesús”. (Filipenses 4:7.)
Esto indica que es por medio del Hijo que Él transmite “la paz de Dios”. Jesús dijo: “Mi paz les doy. No se la doy a ustedes como el mundo la da” (Juan 14:27). La verdadera paz no es el resultado de reformas sociales, económicas, políticas ni ambientales, sino que más bien resulta de adorar a Jehová en imitación de su Hijo, Jesucristo. Por lo tanto, es apropiado que el apóstol Pablo empiece muchas de sus cartas con expresiones como: “Que tengan bondad inmerecida y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. (Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2.)
¿Es usted una persona pacífica?
Los cristianos pacíficos se dan cuenta de que alejados de Jehová dejan de tener la habilidad de ser pacificadores. La carne humana es débil. Necesita ser reforzada por el espíritu de Dios. Pablo recordó a los cristianos: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. Entonces añadió: “Pero si ustedes siguen mordiéndose y devorándose unos a otros, cuidado que no sean aniquilados los unos por los otros. Pero digo: Sigan andando por espíritu y no llevarán a cabo ningún deseo carnal. Porque la carne está contra el espíritu en su deseo, y el espíritu contra la carne; porque éstos están opuestos el uno al otro, de manera que las mismísimas cosas que ustedes quisieran hacer no las hacen”. (Gálatas 5:14-17.)
Cuando una persona se enfrenta a la oposición, sus ‘deseos carnales’ quizás le engañen y le hagan creer que tiene la razón, cuando, de hecho, está equivocada. Se encubren los rasgos horribles del egoísmo, la envidia y la competencia descontrolada. En la mente de la persona, estos toman la apariencia de agresividad y celo, los cuales son para ella la clave para convertirse en ganadora, o en un éxito. Esto fue lo que sucedió a algunos cristianos del primer siglo que vivían en la provincia de Galacia. Permitieron que sus ‘deseos carnales’ arruinaran la belleza de la paz no solo en su propia vida, sino también en la congregación. Las “enemistades, contiendas, celos, enojos, altercaciones” mancharon la apariencia espiritual de su congregación, y ellos tuvieron que quitar esas manchas a fin de restablecer la paz. (Gálatas 5:20, 22.)
Hoy, características no cristianas pueden de igual manera resultar en que no haya paz en nuestro paraíso espiritual. En los negocios, el trabajo, la escuela, las actividades sociales y de congregación surgen circunstancias que ponen a prueba si tenemos firmemente asido el fruto de la paz, o no. Para asegurarse de que usted es pacificador más bien que destructor de la paz, hágase las siguientes preguntas:
◻ ¿Deseo ardientemente que se me atribuya importancia y se me dé reconocimiento, o soy humilde y modesto? (Proverbios 11:2; Mateo 18:1-4.)
◻ ¿Tengo un fuerte deseo de adquisiciones materiales, o estoy contento con tener sustento y abrigo? (1 Timoteo 6:4-10; Hebreos 13:5.)
◻ ¿Muestro favoritismo a los miembros de la congregación que son prominentes o ricos en sentido material, o doy la bienvenida a todos los que están en la fe? (Romanos 15:7; Santiago 2:1-4.)
Reemplace la sabiduría humana con la sabiduría divina
El espíritu siniestro que impele a los destructores habituales de la paz proviene de deseos egoístas. Note cómo señala el discípulo Santiago al origen de los malos frutos en Santiago 4:1, donde escribe: “¿De qué fuente son las guerras y de qué fuente son las peleas entre ustedes? ¿No son de esta fuente, a saber, de sus deseos vehementes de placer sensual que llevan a cabo un conflicto en sus miembros?”. Los que perturban la armonía de la congregación se resisten a ser pacíficos porque permiten que deseos egoístas ‘lleven a cabo un conflicto dentro de ellos’. Permiten que un espíritu belicoso resida en su cuerpo. Por lo tanto, sus deseos egoístas, como un ejército invasor, se ponen en pie de guerra y hacen campaña para ganar importancia, mayor influencia, posesiones, y así por el estilo, mientras roban la paz de su relación con Dios y con sus compañeros de creencia.
Es probable que todos los días nos enfrentemos a alguna situación, o a alguien, que nos parezca desagradable. ¿Cómo tratamos el asunto? Algunos tal vez protesten en voz alta y airadamente, pues esperan que así lograrán hacer que el problema retroceda y cambie. Otros, en su deseo de proteger su posición y nivel social en la vida, quizás hagan campaña activa contra cualesquier métodos mejores. Tales acciones destruyen la paz. Impiden el progreso y los logros en casa, en el trabajo o en la congregación. Por otro lado, “la sabiduría de arriba es [...] pacífica” (Santiago 3:17). El obrar de manera pacífica une a las personas unas con otras, y con Dios (Efesios 4:3). Por eso la sabiduría divina también manda:
◻ “Si, pues, traes tu don al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu don allí enfrente del altar, y vete; primero haz las paces con tu hermano, y luego, cuando hayas vuelto, ofrece tu don”. (Mateo 5:23, 24.)
◻ “Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres”. (Romanos 12:18.)
◻ “Por eso, pues, esforcémonos por alcanzar las cosas que contribuyen a la paz y las cosas que sirven para edificar los unos a los otros”. (Romanos 14:19.)
Los pacificadores son evangelizadores
El apóstol Pedro, por reconocer que Jehová Dios es el Patrocinador de un mensaje mundial de paz, dijo: “Él envió la palabra a los hijos de Israel para declararles las buenas nuevas de paz por medio de Jesucristo: Este es Señor de todos los otros” (Hechos 10:36). Jesús no solo “vino y declaró las buenas nuevas de paz” él mismo, sino que también enseñó a sus seguidores a hacerlo (Efesios 2:17). Explicó que esto se haría por medio de ir de casa en casa en ‘busca de los merecedores’, y les dio instrucciones: “Dondequiera que entren en una casa digan primero: ‘Tenga paz esta casa’”. (Mateo 10:11; Lucas 10:5.)
No obstante, tal como en el primer siglo, no todos hoy aprecian “las buenas nuevas de paz”. Tales personas no responden a estas de manera pacífica, sino con un espíritu de combate. Jesús dijo por anticipado que algunos responderían así a la obra de evangelizar, pues dijo: “Al entrar en la casa, salúdenla; y si la casa lo merece, venga sobre ella la paz que le desean; mas si no lo merece, vuelva sobre ustedes la paz de ustedes” (Mateo 10:12, 13). Habría quienes aceptarían con entusiasmo esta paz procedente de Dios; otros no lo harían. Pero, en cualquiera de ambos casos, el cristiano no perdería la paz con Dios ni con el hombre.
Las personas que rechazan la paz de Dios están realmente en guerra con él. Como parte de la profecía de Jesús en la que él enumera los acontecimientos que marcan la señal de su presencia en el poder del Reino Mesiánico está la siguiente ilustración de advertencia: “Cuando el Hijo del hombre llegue en su gloria, y todos los ángeles con él, [...] separará a la gente unos de otros, así como el pastor separa las ovejas de las cabras” (Mateo 25:31-33). La cuestión que resulta en dicha separación tiene que ver principalmente con el Reino de Dios en manos de Cristo. La manera como respondan las personas a las “buenas nuevas del reino” que les traen los ‘más pequeños de los hermanos de Cristo’ es un factor de mucha importancia en el juicio de ellas (Mateo 24:14; 25:34-46). En su obra de dividir, Cristo usa solamente a personas pacíficas para dar el mensaje de las buenas nuevas. De este modo ningún opositor puede tener base para decir: ‘Me pusieron tan furioso que no pude entender “el mensaje de paz”’.
Por lo tanto, en un mundo donde de día en día se suscitan tantos conflictos, tanto de naturaleza personal como internacional, los pacíficos verdaderamente hacen falta. Usted halla a esa clase de personas en la verdadera congregación cristiana. Deje que el “Dios de paz” le dé a usted Su espíritu santo. La calma, la serenidad y la tranquilidad, así como el estar libre de fricción, contienda, duda y temor será su feliz porción en la vida (Isaías 32:17, 18). Además, al esparcir “las buenas nuevas de paz”, usted disfrutará del magnífico privilegio de ayudar a otros a llegar a ser personas pacíficas. (Efesios 2:17; Mateo 28:19, 20.)
[Comentario en la página 15]
La paz que proviene de la sabiduría de Dios no se limita a evitar conflictos; busca de manera sincera y activa tener una buena relación con los demás
[Ilustración en la página 13]
La paz que el espíritu santo de Dios produce es diferente de la paz que el mundo busca