¿Por qué quiere usted pronunciar un discurso bíblico?
JESUCRISTO a menudo hablaba a muchedumbres grandes, y sin duda era un orador eficiente. De hecho, después que Jesús concluyó su famoso Sermón del Monte, “el efecto fue que las muchedumbres quedaron atónitas por su modo de enseñar” (Mateo 7:28). No cabe la menor duda de que el Hijo de Dios tenía los mejores motivos y de que sus discursos públicos trajeron gloria a su Padre celestial. (Compárese con Juan 12:46-50.)
La oratoria pública también fue un método que los seguidores de Jesús utilizaron para esparcir las buenas nuevas en el primer siglo de nuestra era común. Por ejemplo, en Corinto el apóstol Pablo “todos los sábados pronunciaba un discurso en la sinagoga y persuadía a judíos y a griegos” (Hechos 18:1, 4). Además, Pablo estimuló a su colaborador Timoteo con las siguientes palabras: “Mientras llego, continúa aplicándote a la lectura pública, a la exhortación, a la enseñanza” (1 Timoteo 4:13). De modo que la lectura y la oratoria, realizadas con motivos nobles, ciertamente tuvieron su lugar entre los fieles siervos de Jehová del primer siglo.
Sin embargo, es necesario ejercer cautela. Cuando Herodes, vestido de ropaje real, empezó a pronunciar un discurso público, el pueblo congregado empezó a gritar: “¡Voz de un dios, y no de un hombre!”. En aquel instante el ángel de Jehová hirió a Herodes. ¿Por qué? “Porque no dio la gloria a Dios.” (Hechos 12:21-23.)
Se necesita la actitud mental correcta
Hoy día, el pronunciar un discurso público de la Biblia ciertamente es un privilegio muy deseable que se concede a los cristianos maduros. Sin embargo, cada ministro haría bien en examinar su corazón para ver cuál es su motivo al respecto (Génesis 8:21; Jeremías 17:9). ¿Lo mueve el deseo de honrar a Dios y beneficiar a sus compañeros de creencia y a otras personas? ¿O desea pronunciar discursos bíblicos debido a la prominencia que se asocia con la oratoria pública y a su propio deseo de sobresalir?
El motivo correcto se manifiesta de varias maneras. Primeramente, hará que nos demos cuenta de que solo con la ayuda del espíritu de Jehová podemos cumplir debidamente con el privilegio de hablar la verdad de Dios desde la plataforma pública. Por consiguiente, tendremos una actitud similar a la del apóstol Pedro, quien dijo: “Si alguno habla, que hable como si fueran las sagradas declaraciones formales de Dios; si alguno sirve, que sirva como dependiendo de la fuerza que Dios suministra; para que en todas las cosas Dios sea glorificado por medio de Jesucristo”. (1 Pedro 4:11.)
El amor debe ser la razón fundamental para querer pronunciar un discurso bíblico. En primer lugar, debemos amar a Jehová Dios, desear darle honra y participar en la santificación de su santo nombre. En segundo lugar, una parte integrante de nuestro motivo debería ser el amor a nuestros oyentes y el deseo sincero de instruirlos e incitarlos a “actos santos de conducta y hechos de devoción piadosa”. (2 Pedro 3:11.)
El deseo sincero de edificar a nuestros compañeros de creencia y a otras personas debería ser también otro de nuestros motivos para pronunciar un discurso público. Esto evitará que tratemos de ‘regalarles los oídos’ a nuestros oyentes, diciéndoles solo lo que ellos quieren escuchar (2 Timoteo 4:3). El deseo de edificar a otros en sentido espiritual también nos moverá a abstenernos de contar chistes o decir cosas solo para entretener a nuestro auditorio o para hacerlo reír. Tampoco usaremos un lenguaje florido ni haremos un despliegue de sabiduría mundana en un esfuerzo por impresionar a nuestros oyentes. Más bien, si tenemos el motivo correcto al hablar en público, seguiremos el ejemplo del apóstol Pablo, quien dio ‘una demostración de espíritu y poder, para que la fe de sus oyentes no estuviese en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios’. (1 Corintios 2:3-5.)
Tres elementos fundamentales
El pronunciar un discurso público de la Biblia es un asunto de la mente y el corazón. Por lo tanto, los oradores cristianos no solo deben tener la actitud correcta, sino también algo que valga la pena decirse. Eso exige que se consideren tres elementos fundamentales. Estos son: los textos bíblicos, los hechos y la lógica.
Primero, se debe tener presente que el peso de un discurso público de la Biblia obviamente recae en los textos bíblicos que utilice el orador. Si uno tiene el privilegio de pronunciar ese tipo de discurso, debería conocer a fondo el tema y debería poder citar textos bíblicos, leerlos bien y aplicarlos apropiadamente. En el día del Pentecostés de 33 E.C. el apóstol Pedro se refirió repetidas veces a las Escrituras en apoyo de sus comentarios (Hechos 2:14-41). Los habitantes de Berea estaban convencidos de que Pablo había basado sus comentarios, firmemente, en las Escrituras (Hechos 17:10, 11). Y Apolos “demostraba por las Escrituras que Jesús era el Cristo”, el Mesías esperado por mucho tiempo. (Hechos 18:28.)
Por supuesto, la base bíblica de un discurso público se suministra en el bosquejo que provee la Sociedad Watch Tower. No obstante, el orador puede usar textos bíblicos adicionales o paralelos siempre y cuando estos apliquen de igual manera y no se abuse de ello. A este respecto, el ministro cristiano debe esforzarse por mantenerse al día con la cada vez más brillante luz espiritual. Por ejemplo, cierto orador tal vez aplique incorrectamente 1 Corintios 2:9 al Paraíso terrestre futuro, mientras que el contexto (los 1Co 2 versículos 7 y 10) muestra que esto aplica a las cosas profundas de la sabiduría de Dios.
Segundo, hay que considerar el asunto de los hechos que se usen para apoyar los comentarios que hace el orador público. Se debe ejercer cuidado para que los puntos que se presenten no den lugar a preguntas o desafíos legítimos. El ejercer cuidado es especialmente importante cuando un punto parece ser sensacional. Es sabio —y esencial— asegurarse de que lo que se diga esté realmente basado en los hechos. Por esta razón, siempre es mejor poder referirse a fuentes de información confiables en caso de que se cuestionen ciertos comentarios. En el día del Pentecostés, Pedro señaló hechos bien conocidos. El apóstol Pablo hizo lo mismo en el Areópago, o Colina de Marte, en Atenas. (Hechos 2:22; 17:22, 23, 28.)
Tercero, la lógica es definitivamente necesaria. El orador público cristiano necesita razonar con sus oyentes. Por eso leemos que Pablo “se puso a razonar en la sinagoga con los judíos y con las otras personas que adoraban a Dios y todos los días en la plaza de mercado con los que se hallaban por casualidad allí” (Hechos 17:17). En un discurso público, el razonamiento debe ser lógico, sencillo, claro y fácil de seguir. De gran ayuda a este respecto es el uso de frases conectivas que muestren la relación entre lo que se ha dicho y lo que sigue.
Si usted tiene el privilegio de ser un orador público, entonces asegúrese de tener la actitud mental correcta respecto a pronunciar un discurso bíblico. Tenga amor en su corazón a su Creador y a su prójimo. Compile textos bíblicos y hechos, y preséntelos de manera lógica. De ser ese el caso, el siguiente proverbio aplicará a usted: “La lengua de los sabios es una curación” (Proverbios 12:18). Además, el pronunciar discursos bíblicos excelentes que honran a Dios es una manera de ‘salvarse a sí mismo y también a los que le escuchan’. (1 Timoteo 4:16.)