Atención debida a nuestros mayores: un desafío al cristiano
HAN pasado tres meses. Sin embargo, ninguno de los hijos de la ancianita se han molestado en visitarla. Vive en soledad en un asilo de ancianos en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Sus hijos viven cerca.
En un asilo en Johannesburgo, otra ancianita pasa la mayor parte del tiempo en el balcón de su habitación. A menudo se la ve llorando.
Escenas dolorosas como esas se van haciendo cada vez más comunes, aun en países donde, por tradición, se solía atender bien a los envejecidos. En Soweto, el enorme complejo de población negra cerca de Johannesburgo, “la gente mayor [ha] perdido el respeto, la autoridad y el cuidado de que tradicionalmente se les hacía objeto por parte de su familia”, según un informe de prensa. Se ha visto una situación similar entre la gran población india en Sudáfrica. Aunque tradicionalmente la gente de la India ha atendido con esmero a sus mayores envejecidos, hace poco un funcionario explicó que ahora los matrimonios jóvenes ‘no quieren llevar la carga de atender a sus padres’.
Pero los verdaderos cristianos prestan atención al mandato bíblico: “Honra a tu padre y a tu madre”. (Éxodo 20:12; Efesios 6:2.) Esta obligación no cesa cuando los padres envejecen. Dice 1 Timoteo 5:8: “Ciertamente si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. Los padres envejecidos están entre las personas a quienes el cristiano tendría que suministrar sustento y cuidado, aunque ello implicara sacrificios considerables... en sentido emocional y financiero.
En la mayoría de los casos los miembros de la congregación cristiana hoy día se han encargado muy bien de atender a las necesidades emocionales y físicas de sus padres. Pero ¿qué sucede si los cristianos envejecidos no tienen hijos o nietos temerosos de Dios que los atiendan? ¿Cómo se les da lo que necesitan?
Una responsabilidad de la congregación
El discípulo Santiago escribió: “La forma de adoración que es limpia e incontaminada desde el punto de vista de nuestro Dios y Padre es esta: cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación”. Santiago también declaró: “Si un hermano o una hermana están en estado de desnudez y carecen del alimento suficiente para el día, y sin embargo alguno de entre ustedes les dice: ‘Vayan en paz, manténganse calientes y bien alimentados’, pero ustedes no les dan las cosas necesarias para su cuerpo, ¿de qué provecho es? Así, también, la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma”. (Santiago 1:27; 2:15-17.)
Por eso, si un cristiano envejecido necesita ayuda, esto debe interesar a toda la congregación. Los superintendentes pueden llevar la delantera a este respecto. Según las instrucciones de Pablo en 1 Timoteo 5:4, primero deben determinar si el envejecido tiene hijos o nietos que estén dispuestos a “seguir pagando la debida compensación a sus padres y abuelos, porque esto es acepto a vista de Dios”. Si no los tiene, pudieran determinar qué clase de seguro o de provisiones gubernamentales pudieran utilizarse. Quizás hasta miembros de la congregación pudieran dar ayuda financiera como arreglo personal.
Sin embargo, si nada de esto se puede hacer, los superintendentes pueden considerar si la persona llena o no los requisitos para recibir ayuda de la congregación misma. Dijo Pablo: “Que sea puesta en la lista la viuda que haya cumplido no menos de sesenta años, mujer de un solo esposo, de quien se dé testimonio por sus excelentes obras”. (1 Timoteo 5:9, 10.)
Pero muchas veces puede ser que no se necesite dinero. Los superintendentes pudieran determinar precisamente qué se requiere. ¿Necesita la persona mayor que alguien le ayude a hacer compras? ¿Se siente sola, o necesita estímulo? ¿Necesita transportación a las reuniones? ¿Necesita que alguien le lea la Biblia y las publicaciones cristianas? Si la persona mayor está físicamente incapacitada y no puede ir a las reuniones, ¿pudieran hacerse grabaciones para que las escuche en casa? Tal vez sea necesario visitarla y charlar con ella varias veces antes de obtener el cuadro completo de lo que se necesita. Pero, como pastores, los superintendentes ‘deben conocer positivamente la apariencia de su rebaño’. (Proverbios 27:23.)
Cómo han ayudado las congregaciones
Una vez que se sepa lo que necesita la persona mayor, se pueden hacer arreglos específicos. Cuando en la congregación hay un espíritu de afecto, interés en el bien de otros y altruismo, no es difícil hallar una buena cantidad de hermanos y hermanas que estén dispuestos a ayudar. Así no se impone una carga injusta sobre unas cuantas personas. Por ejemplo, una congregación ha preparado un horario para que los publicadores visiten a los envejecidos. Estos hermanos y hermanas se deleitan en participar en esto, y no se pasa por alto a nadie.
En otra congregación los hijos incrédulos de una Testigo de edad avanzada la habían desatendido. Sin embargo, Testigos jóvenes de la localidad le hacían el lavado, el planchado y la limpieza, y además le cuidaban el patio. Los hermanos le ayudaban a pagar el alquiler y la alimentación. La llevaban a las asambleas y a las reuniones. Y cuando ella murió, se encargaron de todas las diligencias y los gastos funerales.
En una pequeña congregación sudafricana un hermano de edad avanzada, mestizo, quedó completamente paralizado por una apoplejía. Porque no tenía ningún familiar que lo atendiera, una hermana viuda de la congregación y su hijo lo acogieron en su hogar. Varones de la congregación se turnaban para bañarlo. Además, un hermano precursor blanco llevaba a pasear a este hermano envejecido en su silla de ruedas. Este cuadro, extraordinario en Sudáfrica, causó conmoción. La congregación atendió amorosamente a este hermano hasta su muerte.
Sin embargo, no estamos diciendo que sea fácil atender a las necesidades de los hermanos y hermanas envejecidos. Se necesita verdadera iniciativa y resolución para resolver los problemas que puedan surgir.
Cómo ayudarlos a llegar a las reuniones
Un superintendente de cierta congregación visitó a una hermana viuda envejecida que padecía del corazón. Mientras él estaba en casa de ella, una vecina pasó a visitarla y se quejó así: “Vengo aquí muchas veces y la encuentro llorando porque nadie la ha llamado para llevarla al Salón del Reino”. El problema no era tan serio como la vecina daba a entender, porque una familia de la congregación acostumbraba suministrarle transportación a la hermana. Sin embargo, hubo ocasiones en que el padre había tenido que hacer horas extraordinarias y no había pasado a buscar a la hermana. De seguro pudieran haberse hecho otros arreglos de transportación.
Por lo tanto, es bueno recordar que el asistir a las reuniones es vital para los envejecidos. (Hebreos 10:24, 25.) Un superintendente siempre se asegura de notar si cierta Testigo de edad avanzada está presente. Si no la ve, porque nadie ha podido ir por ella, él corre a su automóvil y va a buscarla. La hermosa sonrisa de ella lo recompensa por el esfuerzo adicional.
Prudencia y persistencia
No obstante, a veces puede suceder que las personas de edad avanzada sean hasta cierto grado independientes. Aunque necesiten ayuda, quizás se resistan a aceptarla. Y a menos que los superintendentes o los que han sido asignados para ayudar estén alerta, esas personas mayores pudieran tratar de arreglárselas por su cuenta.
Una viuda envejecida tenía cáncer, pero no se lo había dicho a nadie. Necesitaba ayuda para transportar sus pertenencias a cierto lugar a kilómetro y medio (una milla) de distancia. En vez de mencionarles a otros que necesitaba ayuda, le pidió a una amiga de 84 años de edad que la ayudara. Juntas metieron unos objetos en una carretilla y trataron de empujarla ellas mismas. Sin embargo, en poco tiempo se dieron cuenta de que no podían seguir, y la amiga de la viuda fue a buscar a un anciano de la congregación, que vivía cerca, para que las ayudara.
Por eso, quizás tengamos que ejercer prudencia, pero a la vez ser persistentes, para determinar precisamente qué podemos hacer para ayudar a tales personas. Si solo nos ofrecemos a la ligera, con expresiones como: ‘Avíseme si le puedo servir en algo’, pudiéramos recibir la pronta respuesta: ‘Gracias, pero no necesito nada’. Pero recuerde que cuando Lidia invitó a su hogar al apóstol Pablo y a otros no se dio por vencida porque pareció que ellos habían rehusado su invitación. Más bien, ‘sencillamente los obligó a aceptar’. (Hechos 16:15.) Por eso, sea persistente. Averigüe qué necesitan y lo que prefieren los mayores, antes de que tengan que pedir ayuda.
Por supuesto, las personas mayores deberían apreciar los esfuerzos de otros y no irritarse fácilmente ni exigir demasiado ni adoptar una postura crítica. Por ejemplo, si se les suministra transportación, sería muy apropiado que ofrecieran contribuir algo por los gastos del viaje. Una hermana de edad avanzada hornea pan y hace a ganchillo artículos pequeños para regalarlos a los que la llevan a las reuniones. Pero en muchos casos basta con una palabra de agradecimiento.
Hoy los cristianos se esfuerzan por obedecer el mandato de Levítico 19:32: “Ante canas debes levantarte, y tienes que mostrar consideración a la persona del envejecido”. Los siervos de Jehová no siguen la tendencia del mundo de echar a un lado a la gente mayor y pasar por alto la responsabilidad filial. En vez de eso, con tiempo, paciencia y la ayuda de Jehová, los cristianos nos esforzamos por enfrentarnos con éxito al desafío de atender a nuestras personas mayores.
[Fotografía en la página 23]
Frecuentemente los jóvenes de la congregación pueden ayudar de muchas maneras a las personas mayores