¡Nunca transigir!
LA MANO de Jehová estaba con los primeros seguidores de Jesucristo. (Hechos 11:21.) Con la ayuda de Dios siguieron un proceder recto y no transigieron, aunque la historia también revela que fueron objeto de hostilidad e incluso de persecución intensa.
La integridad de los primeros seguidores fieles de Cristo se ha hecho proverbial. Rehusaron transigir aun a costa de su vida. Pero ¿por qué se les trató con tanta crueldad?
Odiados sin causa
Los verdaderos cristianos no compartieron ni las aspiraciones ni las creencias de este mundo, como tampoco lo hizo Jesús. (1 Juan 4:4-6.) Además, el crecimiento del cristianismo “había sido tan rápido y su éxito tan notable, que era imposible evitar una terrible colisión [con el poder imperial de Roma]”, observa el historiador Edmond de Pressensé.
En una ocasión Jesús se aplicó a sí mismo un salmo profético, diciendo: “Me odiaron sin causa”. (Juan 15:25; Salmo 69:4.) Antes de dirigir estas palabras a sus discípulos, les había advertido: “El esclavo no es mayor que su amo. Si ellos me han perseguido a mí, a ustedes también los perseguirán”. (Juan 15:20.) No sería fácil seguir sus pasos. Por una parte, los caudillos religiosos judíos tratarían a los discípulos judíos de Jesús como apóstatas del judaísmo. Pero cuando les mandaron que dejaran de hablar de él, rehusaron obedecer y transigir con respecto a su fe. (Hechos 4:17-20; 5:27-32.)
En el testimonio presentado ante el Sanedrín judío poco después del Pentecostés de 33 E.C., se acusó al discípulo Esteban de “hablar dichos blasfemos contra Moisés y contra Dios”. Aunque los cargos eran infundados, fue lapidado. Como resultado, “se levantó gran persecución contra la congregación que estaba en Jerusalén”, y “todos salvo los apóstoles fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria”. (Hechos 6:11, 13; 8:1.) Muchos fueron encarcelados.
Los judíos persiguieron a los seguidores de Jesús “con odio implacable”, dice el libro Christianity and the Roman Empire (El cristianismo y el Imperio romano). Tanto es así, que a menudo el gobierno romano tuvo que actuar para proteger a los cristianos. Por ejemplo, los soldados romanos rescataron al apóstol Pablo de los judíos cuando estos intentaron matarlo. (Hechos 21:26-36.) De todos modos, la relación entre los cristianos y los romanos tampoco fue fácil.
Roma se endurece
Unos nueve años después de la muerte de Esteban, el gobernador romano Herodes Agripa I hizo matar al apóstol Santiago con el fin de ganarse el favor de los judíos. (Hechos 12:1-3.) Para aquel tiempo, la fe de Cristo había llegado a Roma. (Hechos 2:10.) En el año 64 E. C., gran parte de esa ciudad fue pasto de las llamas. Nerón culpó del desastre a los cristianos para acallar los rumores que lo culpaban a él, y esta acusación desencadenó una terrible persecución. ¿Prendió fuego a la ciudad como excusa para reedificarla con mayor magnificencia y darle el nombre de Nerópolis en su honor? ¿O le influyó la emperatriz Popea, prosélita judía conocida por su odio a los cristianos? Los investigadores no están seguros, pero las consecuencias fueron espantosas.
El historiador romano Tácito dice: “A su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación”, antorchas humanas para iluminar los jardines imperiales. Tácito, que no simpatizaba con los cristianos, añade: “Aunque fueran culpables y merecieran los máximos castigos, provocaban la compasión, ante la idea de que perecían no por el bien público, sino por satisfacer la crueldad de uno solo”, Nerón.
Claros contrastes
Aunque Nerón logró su propósito al acusar a los cristianos de la destrucción de Roma, nunca los proscribió ni prohibió la práctica de la religión cristiana en el Imperio. Entonces, ¿por qué los persiguieron los romanos? Porque “las pequeñas comunidades cristianas, con su piedad y su decoro, constituían una constante censura para el mundo pagano ávido de placeres”, dijo el historiador Will Durant. El contraste entre el cristianismo y el derramamiento de sangre de los combates de gladiadores romanos difícilmente podía ser mayor. Los romanos no podían perder esa oportunidad de librarse de los cristianos y de este modo calmar su conciencia.
Como potencia mundial, Roma parecía invencible. Los romanos creían que una razón de su poderío militar era su adoración a todas las deidades. Por este motivo se les hacía difícil comprender la exclusividad del monoteísmo cristiano y su rechazo de todos los demás dioses, incluida la adoración al emperador. No es de extrañar que Roma viera en el cristianismo una influencia que podía socavar los mismos fundamentos del imperio.
El precio de dar testimonio
A finales del siglo primero de la era común, se deportó al apóstol Juan a la isla de Patmos “por hablar acerca de Dios y por dar testimonio de Jesús”. (Revelación 1:9.) Se cree que fue el emperador romano Domiciano el responsable de su deportación. A pesar de la presión que se impuso a los seguidores de Jesús, a finales del siglo primero el cristianismo se había extendido por todo el Imperio romano. ¿Cómo fue posible? El libro A History of the Early Church (Historia de la Iglesia primitiva) dice que el cristianismo “se mantuvo unido por su ministerio”. Los cristianos perseguidos de aquel tiempo no transigieron, como tampoco lo hizo Juan, sino que siguieron hablando con celo de Dios y dando testimonio de Jesús. (Hechos 20:20, 21; 2 Timoteo 4:2.)
La persecución de los cristianos tomó un nuevo giro para el año 112 E.C., dos años después de que el emperador Trajano nombró a Plinio gobernador de Bitinia (hoy el noroeste de Turquía). La administración anterior había sido tolerante, lo que había resultado en desorden. Los templos estaban casi abandonados y las ventas de forraje para los animales que se sacrificaban habían descendido considerablemente. Los comerciantes culparon de ello a la simplicidad de la adoración cristiana, en la que no cabía el sacrificio de animales ni el uso de ídolos.
Plinio procuró restablecer la adoración pagana, y los cristianos pagaron con la vida su negativa a ofrecer vino e incienso ante las estatuas del emperador. Con el tiempo, las autoridades romanas reconocieron que los cristianos eran “personas virtuosas, pero inexplicablemente hostiles a la antigua tradición religiosa”, dice el profesor Henry Chadwick. Aunque ser cristiano seguía constituyendo un delito capital, los verdaderos seguidores de Jesús estaban resueltos a no transigir.
El odio también se debió a “la molestia que causaba a las familias paganas la conversión de algún familiar”, dice el profesor W. M. Ramsay. “Se hacía muy difícil la vida social cuando el vecino no podía conformarse a las costumbres sociales más comunes debido a que implicaban el reconocimiento de deidades paganas”, dice el Dr. J. W. C. Wand. No es de extrañar que muchos pensaran que los primeros cristianos odiaban a la humanidad o que les consideraran ateos.
El crecimiento provoca más persecución
Policarpo era un anciano respetado de la ciudad de Esmirna (hoy Izmir), y se cree que fue discípulo directo del apóstol Juan. Se le quemó en un madero por su fe en el año 155 E.C. El gobernador romano de la provincia, Estacio Quadrato, convocó a las muchedumbres. El estadio se llenó de paganos hostiles que desdeñaron a Policarpo, de 86 años de edad, por oponerse a la adoración de sus dioses, y unos judíos fanáticos recogieron de buena gana la leña, aunque tuvieron que hacerlo durante un sábado grande.
Después se desencadenó una ola de persecución contra los cristianos por todo el mundo romano. El emperador Marco Aurelio aún endureció más el hostigamiento. Si eran ciudadanos romanos, morían por la espada; en caso contrario, se les arrojaba a las fieras en los anfiteatros. ¿Cuál era su delito? Sencillamente ser cristianos que no querían renunciar a su fe.
La moderna ciudad francesa de Lyon tiene su origen en la colonia romana de Lugdunum, centro administrativo clave y única guarnición romana entre Roma y el río Rin. Para el año 177 E.C. había allí una fuerte comunidad cristiana, a la que la población pagana hizo el blanco de sus iras. La chispa estalló cuando se excluyó a los cristianos de los lugares públicos. La chusma provocó una revuelta, y la persecución subsecuente fue tan intensa que ningún cristiano se atrevía a salir de casa. El gobernador romano mandó que se buscara a los cristianos y se les diera muerte.
La recompensa
Con la muerte de los apóstoles de Jesús y la desaparición de su influencia restrictiva, la apostasía empezó a extenderse entre los que afirmaban ser cristianos. (2 Tesalonicenses 2:7.) A finales del siglo IV E.C. el cristianismo apóstata se convirtió en religión estatal. Para entonces el cristianismo ya se había corrompido y estaba en posición de transigir e identificarse con el mundo, algo que Jesús y sus primeros discípulos nunca hicieron. (Juan 17:16.) Sin embargo, mucho tiempo antes se había completado el canon de la Biblia, con su constatación histórica de la fe cristiana.
¿Fue en vano el sufrimiento y la muerte de miles de aquellos primeros cristianos? De ningún modo. Resueltos a nunca transigir, ‘se probaron fieles hasta la misma muerte y se les dio la corona de la vida’. (Revelación 2:10.) Los siervos de Jehová aún sienten el calor de la persecución, pero la fe e integridad de los primeros cristianos sigue siendo una fuente de mucho ánimo para ellos. Por eso, los cristianos de hoy en día también están resueltos a nunca transigir.
[Fotografías en las páginas 8, 9]
Nerón
[Reconocimientos]
Nerón: Cortesía del Museo Británico
Maqueta de la Roma imperial
Museo della Civiltà Romana (Roma)
Un altar dedicado a la adoración de César
Museo della Civiltà Romana (Roma)
[Fotografía en la página 10]
Marco Aurelio
[Reconocimiento]
The Bettmann Archive