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  • ¿Tenemos miedo de confiar en otros?

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  • ¿Tenemos miedo de confiar en otros?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1997
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1997
w97 1/3 págs. 25-28

¿Tenemos miedo de confiar en otros?

‘NO HAY nadie con quien pueda hablar. No van a entenderme. Todos están muy ocupados con sus propios problemas. No tienen tiempo para los míos.’ Así se sienten muchas personas, por lo que guardan para sí sus inquietudes. Cuando se les pregunta cómo están, con frecuencia desean abrirse, pero no lo hacen. Sencillamente no pueden.

Es verdad que hay personas que no quieren ayuda de nadie. Muchas, no obstante, la desean urgentemente, pero tienen miedo de revelar sus pensamientos, sentimientos y experiencias más íntimos. ¿Es usted una de ellas? ¿Verdaderamente no hay nadie en quien pueda confiar?

Es comprensible que exista tal temor

Un clima de desconfianza reina en el mundo de hoy. Los jóvenes no hablan con sus padres. Estos no pueden hablar el uno con el otro. Pocas personas están dispuestas a hablar con los que tienen autoridad. Incapaces de confiar en el prójimo, algunos recurren al alcohol, las drogas o al desenfreno para intentar escapar de los problemas. (Proverbios 23:29-35; Isaías 56:12.)

El interminable número de casos de falta de honradez e inmoralidad que ha salido a la luz, han sacudido la confianza en las personas que tienen cierta influencia en los demás, como los ministros religiosos, los médicos, los terapeutas y los maestros. Por ejemplo, se ha calculado que más del 10% de los clérigos están implicados en casos de adulterio. Estas “personas que minan la confianza —hace notar un escritor— abren simas, grietas y fisuras en las relaciones humanas”. ¿Qué efecto tiene esta situación en sus iglesias? Acaba con la confianza.

La pérdida generalizada de los valores morales también ha contribuido a la crisis de la familia, hasta el grado de que las familias con problemas son prácticamente la norma, no la excepción. En un tiempo, el ambiente del hogar favorecía la crianza de los hijos. En la actualidad, el hogar no suele ser más que una estación de servicio para la hora de comer. Cuando un niño se cría en el seno de una familia ‘sin cariño natural’, la consecuencia normal es que se convierta en un adulto incapaz de confiar en el prójimo. (2 Timoteo 3:3.)

Además, al empeorar las condiciones del mundo, cada vez estamos más expuestos a vivir experiencias potencialmente traumáticas. En una situación parecida, el profeta Miqueas escribió: “No cifren su confianza en un amigo íntimo”. (Miqueas 7:5.) Puede que nos sintamos así después de una pequeña desilusión, cuando alguien ha traicionado nuestra confianza o tras haber visto amenazada nuestra vida. Entonces, encontramos difícil volver a confiar en los demás y nos endurecemos, de modo que vivimos todos los días refugiados detrás de un muro emocional. (Compárese con Salmo 102:1-7.) Es verdad que esa actitud quizá nos ayude a seguir adelante, pero el “dolor del corazón” nos priva de toda la alegría de vivir. (Proverbios 15:13.) Lo cierto es que para mantenernos saludables espiritual, emocional, mental y físicamente, ese muro tiene que venirse abajo y debemos aprender a confiar en la gente. ¿Es posible? Sí.

¿Por qué debe venirse abajo el muro?

Confiar en los demás alivia el corazón afligido. Ana pasó por esa situación. Tenía un buen matrimonio y un hogar seguro, pero se sentía profundamente angustiada. Aunque estaba “amargada de alma”, sabiamente “se puso a orar a Jehová” con tal intensidad, que sus mudos labios le temblaban. Sí, confió en Jehová. Luego se sinceró con el representante de Dios, Elí. ¿Con qué resultado? “[Ana] procedió a irse por su camino y a comer, y su rostro no volvió a mostrar preocupación por su propia situación.” (1 Samuel 1:1-18.)

La mayoría de las culturas han reconocido los beneficios de revelar a otros con carácter privado los asuntos personales. Por ejemplo, hacer partícipes de nuestras ideas y experiencias a aquellos que han estado en circunstancias parecidas puede ser beneficioso. Los investigadores llegan a la siguiente conclusión: “El aislamiento emocional causa enfermedad; tenemos que sincerarnos con los demás para conservar la cordura”. Cada vez más investigaciones científicas confirman la veracidad del proverbio inspirado que dice: “El que se aísla buscará su propio anhelo egoísta; contra toda sabiduría práctica estallará”. (Proverbios 18:1.)

Si no nos confiamos a los demás, ¿cómo van a ayudarnos? Jehová Dios lee los corazones, pero para nuestra familia y amigos, nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos son un libro cerrado, a menos que lo abramos. (1 Crónicas 28:9.) Cuando el problema implica una violación de la ley divina, no confesarla solo empeora la situación. (Proverbios 28:13.)

Sin duda, los beneficios de confiar las angustias personales a los demás, superan con mucho los riesgos de lastimarnos. Claro está, no se quiere decir que deberíamos divulgar indiscriminadamente detalles personales. (Compárese con Jueces 16:18; Jeremías 9:4; Lucas 21:16.) “Existen compañeros dispuestos a hacerse pedazos”, advierte Proverbios 18:24, para luego añadir: “pero existe un amigo más apegado que un hermano”. ¿Dónde podemos encontrar esa clase de amigos?

Confiemos en la familia

¿Hemos tratado de hablar sobre los problemas que tenemos con nuestro cónyuge o nuestros padres? “En la mayoría de los casos, todo lo que se necesita es hablar en profundidad de los problemas”, reconoce un consejero experimentado. (Proverbios 27:9.) Los esposos cristianos que ‘aman a sus esposas como a sí mismos’, las esposas que están “en sujeción a sus esposos” y los padres que se toman en serio la labor que Dios les ha encomendado de ‘criar a sus hijos en Su regulación mental’, deben procurar con todas sus fuerzas ser oyentes comprensivos y consejeros útiles. (Efesios 5:22, 33; 6:4.) Aunque Jesús no tuvo ni esposa ni hijos en un sentido carnal, dio un estupendo ejemplo a este respecto. (Marcos 10:13-16; Efesios 5:25-27.)

¿Qué hacer en el caso de que la situación sea tan complicada que la familia no pueda manejarla? En la congregación cristiana no tenemos por qué estar solos. “¿Quién es débil, y no soy débil yo?”, dijo el apóstol Pablo. (2 Corintios 11:29.) Y aconsejó: “Sigan llevando las cargas los unos de los otros”. (Gálatas 6:2; Romanos 15:1.) No cabe duda de que entre nuestros hermanos y hermanas espirituales podemos encontrar un “hermano nacido para cuando hay angustia”. (Proverbios 17:17.)

Confiemos en la congregación

En las más de ochenta mil congregaciones de los testigos de Jehová distribuidas por toda la Tierra, hay hombres humildes que son ‘colaboradores para nuestro gozo’. (2 Corintios 1:24.) Se trata de los ancianos. “Cada uno —indicó Isaías— tiene que resultar ser como escondite contra el viento y escondrijo contra la tempestad de lluvia, como corrientes de agua en país árido, como la sombra de un peñasco pesado en una tierra agotada.” Eso es lo que procuran ser los ancianos. (Isaías 32:2; 50:4; 1 Tesalonicenses 5:14.)

Los ancianos llenan los requisitos bíblicos antes de ser ‘nombrados por espíritu santo’. Conocer este hecho refuerza nuestra confianza en ellos. (Hechos 20:28; 1 Timoteo 3:2-7; Tito 1:5-9.) Los ancianos mantendrán en la más estricta confidencialidad lo que hablemos con ellos. Uno de los requisitos que han de llenar es ser dignos de confianza. (Compárese con Éxodo 18:21; Nehemías 7:2.)

Los ancianos de congregación ‘están velando por nuestras almas como los que han de rendir cuenta’. (Hebreos 13:17.) ¿No nos impulsa este hecho a depositar en ellos nuestra confianza? Claro está, no todos los ancianos destacan en las mismas cualidades. Algunos quizá parezcan más accesibles, amables o comprensivos que otros. (2 Corintios 12:15; 1 Tesalonicenses 2:7, 8, 11.) ¿Por qué no nos confiamos a algún anciano con el que nos sintamos cómodos?

Estos hombres no son profesionales asalariados, sino que son “dones en forma de hombres” que Jehová proporciona para ayudarnos. (Efesios 4:8, 11-13; Gálatas 6:1.) ¿Cómo? Utilizando con sabiduría la Biblia para aplicar su poder curativo a nuestra situación personal. (Salmo 107:20; Proverbios 12:18; Hebreos 4:12, 13.) Orarán con nosotros y por nosotros. (Filipenses 1:9; Santiago 5:13-18.) La ayuda de tales consejeros puede hacer mucho para curar un espíritu quebrantado y devolver la tranquilidad de ánimo.

Cómo forjar relaciones confiables

Pedir ayuda, consejo o tan solo un oído dispuesto a escuchar no es una señal de debilidad ni de fracaso. Es, más bien, un reconocimiento realista de que somos imperfectos y de que nadie sabe todas las respuestas. Desde luego, el mayor consejero y confidente que tenemos es nuestro Padre celestial, Jehová Dios. Estamos de acuerdo con el salmista que escribió: “Jehová es mi fuerza y mi escudo. En él ha confiado mi corazón, y se me ha ayudado”. (Salmo 28:7.) Podemos ‘derramar nuestro corazón’ sin reservas en oración ante él en cualquier momento, con la seguridad de que nos escucha y se interesa por nosotros. (Salmo 62:7, 8; 1 Pedro 5:7.)

Ahora bien, ¿cómo podemos aprender a confiar en los ancianos y en otras personas de la congregación? En primer lugar, examinémonos nosotros mismos. ¿Están plenamente justificados nuestros temores? ¿Sospechamos de los motivos de los demás? (1 Corintios 13:4, 7.) ¿Hay alguna manera de reducir el riesgo de salir lastimados? Sí. ¿Cómo? Intentemos familiarizarnos con los demás personalmente en un ambiente espiritual. Hablemos con ellos en las reuniones de la congregación. Salgamos juntos a la obra de casa en casa. La confianza, al igual que el respeto, debe ganarse. Así que seamos pacientes. Por ejemplo, cuando lleguemos a conocer a un pastor espiritual, nuestra confianza en él aumentará. Revelemos nuestras inquietudes poco a poco. Si responde de un modo apropiado, comprensivo y discreto, entonces podemos revelar otros asuntos.

Quienes adoran a Jehová con nosotros, sobre todo los ancianos cristianos, se esfuerzan por imitar las atractivas cualidades de Dios en su relación con los demás. (Mateo 5:48.) El resultado es un ambiente de confianza en la congregación. Un anciano de muchos años dice: “Los hermanos deben saber algo: independientemente de lo que haga una persona, los ancianos no dejan de amarla. Quizá no les guste lo que hizo, pero siguen amando a su hermano y quieren ayudarlo”.

De modo que no tenemos por qué sentir que nos enfrentamos solos a los problemas. Hablemos con los que tienen “cualidades espirituales”, que pueden ayudarnos a llevar la carga. (Gálatas 6:1.) Recordemos que “la solicitud ansiosa en el corazón de un hombre es lo que lo agobia”, pero “los dichos agradables son un panal de miel, dulces al alma y una curación a los huesos”. (Proverbios 12:25; 16:24.)

[Recuadro de la página 26]

Se puede pedir a cualquier cristiano que ayude a un pariente, un amigo o un hermano espiritual a enfrentarse a un problema personal. ¿Sabe usted ayudar?

UN BUEN CONSEJERO

Es accesible: Mateo 11:28, 29; 1 Pedro 1:22; 5:2, 3

Escoge el ambiente apropiado: Marcos 9:33-37

Procura comprender el problema: Lucas 8:18; Santiago 1:19

No reacciona de modo exagerado: Colosenses 3:12-14

Ayuda a enfrentarse a emociones dolorosas: 1 Tesalonicenses 5:14; 1 Pedro 3:8

Conoce sus propias limitaciones: Gálatas 6:3; 1 Pedro 5:5

Da consejo específico: Salmo 19:7-9; Proverbios 24:26

Sabe cuándo retirarse: Hechos 17:32, 33

Mantiene confidenciales los asuntos: Proverbios 10:19; 25:9

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