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  • Jehová ha sido mi peñasco
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
w99 1/9 págs. 25-29

Jehová ha sido mi peñasco

Relatado por Emmanuel Lionoudakis

Mi madre frunció el ceño y me dijo: “Si sigues con tu decisión, tendrás que irte de esta casa”. Había decidido predicar de tiempo completo el Reino de Dios. Sin embargo, mi familia no podía soportar la humillación que les causaba el que me arrestaran continuamente.

MIS padres eran personas humildes y temerosas de Dios. Vivían en el pueblo de Douliana, en el oeste de la isla griega de Creta, donde nací en el año 1908. Desde mi juventud me enseñaron a temer y respetar a Dios. Amaba la Palabra de Dios, aunque nunca había visto una Biblia en las manos de los maestros ni de los sacerdotes ortodoxos griegos.

Después que un vecino leyó seis volúmenes de Estudios de las Escrituras, de C. T. Russell, y el libro El Arpa de Dios, me habló con entusiasmo de la reveladora información bíblica que contenían. Estos libros eran editados por los Estudiantes de la Biblia, como se conocía entonces a los testigos de Jehová. Me alegró conseguir una Biblia y varios libros de la sucursal de la Sociedad Watch Tower de Atenas. Aún recuerdo que aquel vecino y yo nos quedábamos despiertos hasta altas horas de la noche, orando a Jehová y, a la luz de las velas, imbuyéndonos de las Escrituras con la ayuda de aquellas publicaciones.

Yo tenía 20 años y era maestro en un pueblo cercano cuando empecé a hablar de las cosas que acababa de aprender de la Biblia. En poco tiempo, cuatro personas nos reuníamos para estudiar la Biblia en Douliana. También distribuíamos tratados, folletos, libros y Biblias para ayudar al prójimo a aprender acerca de la única esperanza para la humanidad, el Reino de Dios.

En 1931 estuvimos entre los miles de todo el mundo que adoptaron el nombre bíblico de testigos de Jehová (Isaías 43:10). Durante el siguiente año participamos en una campaña para informar a las autoridades de nuestro nuevo nombre y su significado, y distribuimos un folleto relacionado con el tema a todos los sacerdotes, jueces, policías y comerciantes de la zona.

Como se esperaba, el clero instigó una ola de persecución. La primera vez que me arrestaron fui sentenciado a veinte días de cárcel. Poco después de ser liberado, me detuvieron de nuevo y me sentenciaron a un mes. Cuando un juez nos mandó que dejáramos de predicar, respondimos con las palabras de Hechos 5:29: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. En 1932, un representante de la Sociedad Watch Tower visitó nuestro pequeño grupo en Douliana, y los cuatro que servíamos allí nos bautizamos.

Encuentro una familia espiritual

Abandoné mi trabajo de maestro porque deseaba ampliar mi predicación. Mi madre no pudo soportar esa decisión. Exigió que me fuera de casa. Con la aprobación de la sucursal de la Watch Tower de Atenas, un generoso hermano cristiano de la ciudad de Iráklion (Creta) me acogió con gusto en su hogar. Así que en agosto de 1933, los hermanos y algunas personas interesadas del pueblo fueron a la parada del autobús para despedirse de mí. Fue una ocasión muy conmovedora en la que todos lloramos, pues no estábamos seguros de cuándo nos volveríamos a ver.

En Iráklion llegué a formar parte de una amorosa familia espiritual. Había otros tres hermanos cristianos y una hermana con quienes nos reuníamos regularmente para estudiar y adorar a Dios. Experimenté personalmente el cumplimiento de la promesa de Jesús: “Nadie ha dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, por causa de mí y por causa de las buenas nuevas, que no reciba el céntuplo ahora en este período de tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres” (Marcos 10:29, 30). Mi asignación fue predicar en esa ciudad y en los pueblos vecinos. Cuando terminaba en la ciudad, pasaba a los distritos de Iráklion y Lasithion.

El único precursor

Pasé muchas horas caminando de un pueblo a otro. Además, tenía que llevar varios kilos de publicaciones, ya que los envíos eran poco frecuentes. Como no tenía dónde dormir, iba a un café del pueblo, esperaba hasta que se fuera el último cliente —por lo general después de la medianoche—, dormía en un sofá y me levantaba temprano antes de que el dueño empezara a servir café al público. Innumerables pulgas compartían el sofá conmigo.

Aunque la gente normalmente respondía con frialdad al mensaje, me alegraba dar a Jehová mi vigor juvenil. Cuando encontraba a una persona interesada en las verdades bíblicas, se renovaba mi determinación de seguir efectuando este ministerio salvador. El compañerismo con mis hermanos espirituales también me animaba. Solía reunirme con ellos después de haber estado viajando entre veinte y cincuenta días, dependiendo de lo lejos que me hallara predicando de la ciudad de Iráklion.

Recuerdo muy bien la soledad que sentí cierta tarde, especialmente cuando pensé en que mis hermanos cristianos de Iráklion celebrarían su acostumbrada reunión esa noche. Fue tan intenso el deseo de verlos que decidí caminar más de 25 kilómetros para estar con ellos. Nunca había caminado tan rápido. Fue muy alentador disfrutar del agradable compañerismo de mis hermanos aquella noche y de volver a llenar, por decirlo así, mi depósito espiritual.

Al poco tiempo, todo el empeño que puse en la predicación empezó a dar fruto. Como en los días de los apóstoles, ‘Jehová continuó uniendo a nosotros a los que se iban salvando’ (Hechos 2:47). El número de adoradores de Jehová empezó a aumentar en Creta. A medida que otros se unían a mí en el ministerio, ya no me sentía solo. Aguantamos dificultades y oposición intensa. Nuestro alimento diario era pan y huevos, aceitunas o legumbres que trocábamos por publicaciones con las personas a quienes predicábamos.

En el pueblo de Ierápetra, en el sudeste de Creta, di testimonio a un vendedor de telas llamado Minos Kokkinakis. Tuve que esforzarme mucho para empezar un estudio de la Biblia con él, pues tenía poco tiempo debido a sus muchas ocupaciones. Pero cuando finalmente decidió tomar en serio el estudio, hizo grandes cambios en su vida. Se convirtió en un proclamador muy celoso y activo de las buenas nuevas. A Emmanuel Paterakis, empleado de 18 años que trabajaba para Kokkinakis, le impresionaron esos cambios y pronto pidió publicaciones bíblicas. Me alegró mucho ver a este joven progresar en sentido espiritual y llegar a ser misionero.a

Mientras tanto, la congregación de mi pueblo siguió creciendo, y ya contaba con catorce publicadores. Jamás olvidaré el día en que leí una carta de mi hermana carnal, Despina, en la que me contaba que ella y también mis padres habían abrazado la verdad y ya eran adoradores bautizados de Jehová.

Perseguido y desterrado

La Iglesia Ortodoxa Griega comenzó a ver nuestra obra de predicar como un azote de langostas desoladoras, y estaba resuelta a aplastarnos. En marzo de 1938 me llevaron ante el fiscal, quien exigió que me marchara inmediatamente de la zona. Le expliqué que nuestra predicación era en realidad provechosa y que la efectuábamos en obediencia a un mandato de una autoridad mayor, nuestro rey Jesucristo (Mateo 28:19, 20; Hechos 1:8).

Al día siguiente recibí la orden de presentarme en la comisaría. Allí me dijeron que me habían declarado persona no grata, y me impusieron la pena de un año de destierro en la isla de Amorgos, en el mar Egeo. Unos días después me llevaron esposado en barco a la isla. Allí no había ningún otro testigo de Jehová. Imagínese mi sorpresa cuando, seis meses después, me enteré de que había llegado otro Testigo deportado. ¿Quién sería? Minos Kokkinakis, con quien había estudiado la Biblia en Creta. ¡Cuánto me alegró tener a un compañero espiritual! Posteriormente, tuve el privilegio de bautizarlo en las aguas de Amorgos.b

Poco tiempo después de regresar a Creta me arrestaron de nuevo, y esta vez me desterraron por seis meses al pequeño pueblo de Neápolis, en esa isla. Después de cumplir la condena, me detuvieron y me pusieron en la cárcel diez días, tras lo cual me enviaron cuatro meses a una isla adonde deportaban únicamente a los comunistas. Me di cuenta de la veracidad de las palabras del apóstol Pablo: “Todos los que desean vivir con devoción piadosa en asociación con Cristo Jesús también serán perseguidos” (2 Timoteo 3:12).

Aumento a pesar de la oposición

A causa de la ocupación alemana de Grecia entre 1940 y 1944, nuestra predicación casi se detuvo. Sin embargo, el pueblo de Jehová en Grecia se reorganizó inmediatamente y empezó a predicar de nuevo. A fin de recuperar el tiempo perdido, continuamos efectuando la obra del Reino activa y celosamente.

Como nos habíamos imaginado, la oposición religiosa se dejó sentir de nuevo. Con mucha frecuencia, los sacerdotes ortodoxos griegos se tomaban la justicia por su propia mano. En un pueblo, el sacerdote levantó una turba contra nosotros. Él mismo empezó a darme golpes, mientras que su hijo me pegaba por detrás. Corrí a una casa cercana en busca de protección, y a mi compañero lo arrastraron hasta la plaza pública. Allí, la muchedumbre rompió sus publicaciones, mientras que una mujer gritaba desde su balcón: “¡Mátenlo!”. Finalmente, un médico y un policía que pasaban por ahí nos rescataron.

En 1952 me detuvieron de nuevo y me sentenciaron a cuatro meses de destierro en Kastelli Kissamos (Creta). Tras recobrar la libertad recibí preparación para visitar a las congregaciones y fortalecerlas en sentido espiritual. Después de servir dos años en calidad de superintendente viajante, me casé con una cristiana fiel llamada Despina, como mi hermana carnal. Ha resultado ser una adoradora leal de Jehová durante todos estos años. Después que nos casamos, me asignaron como precursor especial al pueblo de Hania (Creta), donde aún sirvo.

Durante el transcurso de casi setenta años en la obra de tiempo completo, he servido en casi toda la isla de Creta, que tiene una extensión de 8.300 kilómetros cuadrados y unos 250 kilómetros de longitud. Mi mayor felicidad ha sido ver aquel puñado de Testigos que servían en la isla en los años treinta aumentar a más de mil cien proclamadores activos del Reino de Dios en la actualidad. Doy gracias a Jehová por haberme dado la oportunidad de poder ayudar a muchos de ellos a adquirir conocimiento de la Biblia y una maravillosa esperanza para el futuro.

Jehová, “el Proveedor de escape”

La experiencia me ha enseñado que se requiere aguante y paciencia para ayudar a las personas a conocer al Dios verdadero. Jehová provee generosamente estas cualidades necesarias. Durante mis sesenta y siete años de servicio de tiempo completo, he reflexionado muchas veces sobre las palabras del apóstol Pablo: “De toda manera nos recomendamos como ministros de Dios, por el aguante de mucho, por tribulaciones, por necesidades, por dificultades, por golpes, por prisiones, por desórdenes, por labores, por noches sin dormir, por veces sin alimento” (2 Corintios 6:4, 5). Particularmente durante mis primeros años de servicio, mi situación económica era muy mala. Sin embargo, Jehová nunca me abandonó a mí ni a mi familia. Ha demostrado ser un Ayudante constante y poderoso (Hebreos 13:5, 6). Siempre vimos su amorosa mano, tanto al recoger a sus ovejas como al satisfacer nuestras necesidades.

Cuando medito en el pasado y observo que, en sentido espiritual, el desierto ha florecido, estoy seguro de que mi trabajo no fue en vano. Utilicé el vigor de mi juventud de la manera más provechosa. Mi carrera en el ministerio de tiempo completo ha sido más significativa que cualquier otra actividad. Ahora que soy mayor puedo animar de todo corazón a los más jóvenes a ‘acordarse de su Magnífico Creador en los días de su mocedad’ (Eclesiastés 12:1).

Aunque tengo 91 años, todavía puedo dedicar más de ciento veinte horas a la predicación cada mes. Me levanto a las siete y media de la mañana todos los días y doy testimonio en las calles, en las tiendas o en los parques. Distribuyo un promedio de ciento cincuenta revistas al mes. Los problemas auditivos y mi mala memoria me dificultan la vida ahora, pero mis amorosos hermanos y hermanas espirituales —mi gran familia espiritual—, así como las familias de mis dos hijas, han resultado ser un verdadero apoyo.

Sobre todo, he aprendido a cifrar mi confianza en Jehová. A lo largo de los años ha demostrado ser “mi peñasco y mi plaza fuerte y el Proveedor de escape para mí” (Salmo 18:2).

[Notas]

a La biografía de Emmanuel Paterakis se publicó en La Atalaya del 1 de noviembre de 1996, págs. 22-27.

b Para la victoria legal que implicó a Minos Kokkinakis, véase La Atalaya del 1 de septiembre de 1993, págs. 27-31. Minos Kokkinakis falleció en enero de 1999.

[Ilustraciones de las páginas 26 y 27]

Abajo: con mi esposa. Izquierda: en 1927. Página contigua: con Minos Kokkinakis (izquierda) y otro Testigo en la Acrópolis (1939), poco después de mi regreso del destierro

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