BIOGRAFÍA
Me he esforzado por seguir buenos ejemplos
“¿Sabes qué edad tengo?”, pregunté. “Sé exactamente qué edad tienes”, me contestó Izak Marais, quien me había llamado a Colorado desde Patterson (Nueva York). Ahora les contaré qué fue lo que llevó a esta conversación.
NACÍ el 10 de diciembre de 1936, en Wichita (Kansas, Estados Unidos). Fui el mayor de cuatro hijos. Mis padres, William y Jean, eran Testigos muy fieles. Mi padre era siervo de compañía, nombre que se daba entonces a quien dirigía una congregación. Mi abuela materna, Emma Wagner, le enseñó la verdad a mi madre y a muchos otros, entre ellos, a Gertrude Steele, quien fue por muchos años misionera en Puerto Rico.a Como ven, tuve muy buenos ejemplos a los que imitar.
BUENOS EJEMPLOS QUE AÚN RECUERDO
Un sábado por la tarde, cuando tenía cinco años, estaba con mi padre en la calle ofreciendo la revista Consolación (ahora llamada ¡Despertad!). En ese tiempo, el país estaba inmerso en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, mi padre permaneció neutral en el conflicto. Un doctor que estaba ebrio se dirigió a nosotros e insultó a mi padre diciendo que era un cobarde y que no cumplía con sus obligaciones patrióticas. Luego, le gritó a la cara: “¡Por qué no me golpeas, maldito cobarde!”. Aunque yo estaba asustado, me admiró la reacción de mi padre, que sencillamente continuó ofreciendo las revistas al grupo de personas que se había acercado. Entonces, el doctor gritó a un soldado que pasaba por allí: “¡Haga algo con este cobarde!”. El soldado se dio cuenta de que el hombre estaba ebrio y le contestó: “¡Está borracho! ¡Váyase a su casa!”. Ambos se marcharon. Cuando recuerdo ese día, agradezco a Jehová que ayudara a mi padre a ser valiente. Él tenía dos barberías en Wichita, y el doctor era uno de sus clientes.
Yo tenía ocho años cuando mis padres vendieron su casa y sus negocios, construyeron una pequeña casa móvil y nos fuimos a vivir a Colorado, donde se necesitaban más publicadores. Nos establecimos cerca de Grand Junction; allí mis padres trabajaban de media jornada en granjas y ranchos, y servían de precursores. Gracias a su esfuerzo y a la bendición de Jehová, se formó una congregación. El 20 de junio de 1948, mi padre me bautizó en un riachuelo junto con otras personas que habían aceptado las verdades bíblicas, entre ellas Billie Nichols y su esposa. Más adelante, ellos comenzaron a servir en la obra de circuito, como también lo hicieron su hijo y su nuera.
Pasábamos tiempo con hermanos que servían a Jehová de toda alma y hablábamos de asuntos espirituales, especialmente con algunos miembros de la familia Steele —Don y Earlene, Dave y Julia, y Si y Martha—, quienes dejaron en mí una profunda huella. Ellos me enseñaron que poner el Reino en primer lugar da auténtico sentido a nuestra vida y nos hace felices.
ME MUDO DE NUEVO
Cuando yo tenía 19 años, Bud Hasty, un amigo de la familia, me invitó a servir de precursor con él en el sur de Estados Unidos. El superintendente de circuito nos dijo que nos mudáramos a Ruston (Luisiana), donde había varios Testigos inactivos. Nos pidió que celebráramos todas las reuniones cada semana sin importar cuántos acudieran, y así lo hicimos. Encontramos un lugar apropiado y lo preparamos. Como al principio solo asistíamos nosotros, nos repartíamos las asignaciones: cuando uno dirigía la reunión, el otro comentaba. Si había alguna demostración, los dos la hacíamos desde la plataforma aunque no hubiera nadie en el auditorio. Una hermana mayor empezó a ir a las reuniones y, con el tiempo, también lo hicieron otros hermanos inactivos y algunos estudiantes. Poco después, llegamos a ser una próspera congregación.
Un día Bud y yo hablamos con un pastor protestante que usó textos bíblicos que yo no conocía bien. Me sentí frustrado y me puse a pensar seriamente en mis creencias. Durante una semana, me quedé estudiando hasta tarde en la noche para encontrar respuesta a las preguntas que nos había hecho, lo que me ayudó a hacer mía la verdad. Ahora estaba deseando encontrarme con otro predicador.
Poco después, el superintendente de circuito nos pidió que nos mudáramos a El Dorado (Arkansas) para ayudar a la congregación. En aquel tiempo, viajaba a menudo a Colorado para presentarme en la oficina de reclutamiento. En uno de esos viajes, acompañado de otros precursores, tuvimos un accidente en Texas y mi automóvil quedó inservible. Así que llamamos a un hermano, que vino a recogernos, nos llevó a su casa y después a la reunión, donde anunciaron que habíamos sufrido un percance. La congregación fue muy generosa y nos dio algo de dinero; además, el hermano vendió mi auto por 25 dólares.
Logramos que alguien nos llevara a Wichita para visitar a un buen amigo de mi familia, Everidge McCartney —o Doc, como solíamos llamarle—, que servía allí de precursor. Sus hijos gemelos, Frank y Francis, siguen siendo dos de mis mejores amigos. Tenían un auto viejo que me vendieron por 25 dólares, exactamente lo que había obtenido por el mío. Fue la primera vez que vi claramente que, cuando ponía el Reino en primer lugar, Jehová me daba justo lo que necesitaba. La familia McCartney me presentó a Bethel Crane, una hermana encantadora y espiritual. Su madre, Ruth, vivía en Wellington (Kansas) y era una Testigo entusiasta que siguió siendo precursora incluso con más de 90 años. Bethel y yo nos casamos en 1958, menos de un año después de conocernos, y ella comenzó a servir de precursora conmigo en El Dorado.
INVITACIONES EMOCIONANTES
Pensar en los buenos ejemplos que habíamos tenido en nuestra vida nos impulsó a ofrecernos para realizar cualquier tarea que la organización nos diera. Se nos asignó a Walnut Ridge (Arkansas) para servir de precursores especiales, y en 1962 recibimos emocionados la invitación para la clase 37 de la Escuela de Galaad. Nos alegró enterarnos de que Don Steele estaría en la misma clase. Tras graduarnos, fuimos enviados a Nairobi (Kenia). Al dejar Nueva York, se nos hizo un nudo en la garganta, pero desapareció en cuanto llegamos al aeropuerto de Nairobi y los hermanos locales nos dieron la bienvenida.
Enseguida nos encariñamos con Kenia y con la predicación en aquella zona. De las personas con quienes estudiábamos la Biblia, las primeras que empezaron a progresar fueron Chris y Mary Kanaiya, que continúan sirviendo allí de tiempo completo.b Un año después nos asignaron a Kampala (Uganda). Fuimos los primeros misioneros en el país durante una época muy emocionante, pues muchas personas deseaban aprender las verdades bíblicas y se hacían Testigos. No obstante, después de tres años y medio en África, regresamos a Estados Unidos para tener allí a nuestros hijos. El día que volvimos a nuestro país, el nudo en la garganta era más grande que cuando salimos de Nueva York. Llegamos a querer mucho a la gente de África y deseábamos volver algún día.
UN NUEVO RETO
Nos establecimos en el oeste de Colorado, donde vivían mis padres. Al poco tiempo nació nuestra primera hija, Kimberly, y 17 meses después nació Stephany. Nos tomamos muy en serio nuestra labor de padres y nos propusimos inculcar la verdad en nuestras preciosas hijas. Queríamos imitar el buen ejemplo que otros nos pusieron. Aun así, hay algo que teníamos claro: aunque un buen ejemplo es una poderosa influencia en la vida de un niño, no garantiza que servirá a Jehová cuando crezca. De hecho, mi hermano menor y una de mis hermanas dejaron la verdad. Deseo de corazón que algún día vuelvan a seguir los buenos ejemplos que tuvieron.
Disfrutamos mucho criando a nuestras hijas y siempre tratábamos de hacer cosas juntos. Como vivíamos cerca de Aspen (Colorado), famosa por sus estaciones de esquí, a veces íbamos a practicar ese deporte. Aprovechábamos para conversar con ellas cuando subíamos en los telesquís, o cuando íbamos de acampada y estábamos alrededor de una fogata. Aunque eran jóvenes, se preguntaban: “¿Qué haremos cuando seamos mayores? ¿Con quién nos casaremos?”. Nos esforzamos por inculcar en el corazón y la mente de nuestras niñas valores espirituales. Las animamos a servir de tiempo completo y a casarse con alguien que tuviera esa misma meta. Tratamos de ayudarlas a comprender que es mejor no casarse siendo muy jóvenes. Teníamos un dicho: “Es mejor que libre estés hasta que tengas 23”.
Siguiendo el ejemplo de nuestros padres, nos esforzábamos por no faltar a las reuniones y por predicar en familia. Alojábamos a hermanos que servían de tiempo completo y a menudo hablábamos con cariño de los años en que fuimos misioneros. Conversábamos sobre viajar algún día a África los cuatro, y a nuestras hijas les entusiasmaba la idea.
Siempre celebrábamos el estudio de familia y aprovechábamos para ensayar con las niñas situaciones que pudieran surgir en la escuela. Ellas hacían el papel de un Testigo que defendía sus creencias. Aprender de esta manera les divertía y les hacía sentirse más seguras. Al ir creciendo, a veces se quejaban del estudio de familia. En una ocasión, me sentí tan frustrado que les dije que se fueran a sus cuartos y que ese día no tendríamos el estudio. Aquello les afectó tanto que comenzaron a llorar y dijeron que querían estudiar. Entonces nos dimos cuenta de que estábamos inculcando aprecio por los asuntos espirituales en sus tiernos corazones. Aprendieron a amar el estudio. Las dejábamos expresarse libremente y, aunque a veces era duro escucharles decir que no estaban de acuerdo con algunos aspectos de la verdad, esa era la manera de saber lo que realmente había en su interior. Al razonar con ellas, llegaban a entender la forma de pensar de Jehová.
NOS ADAPTAMOS A MÁS CAMBIOS
Los años que pasamos criando a nuestras hijas se fueron más rápido de lo que pensábamos. Con la ayuda y dirección de la organización de Dios, hicimos todo lo posible para que llegaran a amar a Jehová. Nos hizo muy felices ver que empezaron el precursorado al terminar sus estudios y se capacitaron para mantenerse económicamente. Luego se mudaron junto con otras dos hermanas a Cleveland (Tennessee), donde había más necesidad. Aunque las extrañábamos mucho, estábamos muy contentos de que dedicaran su vida a servir a Jehová de tiempo completo. Bethel y yo retomamos el precursorado, lo que nos abrió las puertas a otras bonitas asignaciones, como sustituir al superintendente de circuito y su esposa, y realizar otros trabajos en las asambleas.
Antes de mudarse a Tennessee, nuestras hijas viajaron a Londres (Inglaterra) y visitaron la sucursal. Stephany, con 19 años, conoció allí a Paul Norton, un joven betelita, y Kimberly conoció al compañero de trabajo de este, Brian Llewellyn, en un viaje posterior. Paul y Stephany se casaron después de que ella cumpliera los 23, y Brian y Kimberly se casaron el año siguiente —cuando ella tenía 25—. Así que se mantuvieron “libres” hasta los 23 años. Nos agradó mucho que eligieran buenos esposos.
Nuestras hijas nos dijeron que el ejemplo que sus abuelos y nosotros les pusimos las ayudó a obedecer el mandato de Jesús de seguir “buscando primero el reino”, incluso cuando tuvieron problemas económicos (Mat. 6:33). En abril de 1998, Paul y Stephany fueron invitados a asistir a la clase 105 de la Escuela de Galaad y, después de su graduación, fueron destinados a Malaui (África). Al mismo tiempo, se invitó a Brian y Kimberly a trabajar en el Betel de Londres y, más tarde, se les transfirió al Betel de Malaui. Nos sentíamos muy felices, pues estaban aprovechando su juventud de la mejor manera posible.
OTRA INVITACIÓN EMOCIONANTE
En enero de 2001, recibí la llamada telefónica mencionada al principio. El hermano Marais, superintendente de Servicios de Traducción, me explicó que se estaba preparando un curso de comprensión del inglés para ayudar a los traductores de todo el mundo. Aunque yo ya tenía 64 años, querían capacitarme para ser uno de los instructores. Bethel y yo oramos al respecto y hablamos con nuestras madres para saber su opinión. A pesar de que eran mayores y se quedarían sin nuestra ayuda, deseaban que aceptáramos, así que llamé al hermano para comunicarle que podían contar con nosotros para esta hermosa tarea.
Entonces, mi madre enfermó de cáncer. Le dije que me quedaría a cuidarla junto con mi hermana Linda. “¡Nada de eso! —contestó—, me sentiré peor si no vas”. Linda pensaba lo mismo. Estamos muy agradecidos a ellas por su espíritu de sacrificio y a los hermanos locales por su ayuda. El día después de partir para el Centro Educativo de la Watchtower en Patterson, Linda nos llamó para decirnos que mi madre había fallecido. Decidimos concentrarnos en nuestro nuevo trabajo, tal como ella habría deseado.
Nos alegró mucho saber que nuestro primer destino sería la sucursal de Malaui, donde trabajaban nuestras hijas y sus esposos. ¡Qué reencuentro tan emocionante! Luego impartí el curso en Zimbabue y posteriormente en Zambia. Después de servir de instructor durante tres años y medio, me pidieron que regresara a Malaui para recopilar y poner por escrito las experiencias de los hermanos que sufrieron persecución por mantenerse neutrales.c
En el 2005, de nuevo con un nudo en la garganta, regresamos a nuestro hogar en Basalt (Colorado), donde Bethel y yo seguimos siendo precursores. En el 2006, Brian y Kimberly se mudaron a una casa junto a la nuestra para criar a sus hijas: Mackenzie y Elizabeth. Paul y Stephany continúan en Malaui, donde él forma parte del Comité de Sucursal. Ahora, con casi 80 años, me alegra ver que hombres más jóvenes con los que he trabajado en el transcurso de los años asumen responsabilidades que yo solía tener. El gozo que experimentamos se debe, en gran parte, al excelente ejemplo que otros nos han puesto y que hemos tratado de seguir por el bien de nuestras hijas y nietas.
a Para saber más sobre algunos miembros de la familia Steele y su labor misional, vea La Atalaya del 1 de febrero de 1957, págs. 76-79 y del 15 de agosto de 1971, págs. 506-511.
b La hermana Kanaiya murió fiel a Jehová mientras se preparaba esta biografía.
c Por ejemplo, vea la biografía de Trophim Nsomba de La Atalaya del 15 de abril de 2015, págs. 14-18.