Destrucción nuclear... ¿cuán real es la amenaza?
Déjenme crecer, no me hagan arder
ÉSAS son palabras conmovedoras que estimulan la reflexión; un autor desconocido las escribió de prisa y sin cuidado en una pared del centro de la ciudad de Francfort, Alemania. ¿Cree usted que tal joven tiene la culpa de sentirse así?
Es probable que no, particularmente si usted está entre los millones de personas por todo el mundo cuyo temor va más allá del temor a una guerra atómica limitada... por más terrible que fuera hasta una así. La amenaza, como ellas la ven, consiste en el estallido de una guerra nuclear incondicional, que aniquilaría a toda la humanidad. Una guerra como ésa dejaría inhabitable la Tierra.
Una palabra que se utiliza con frecuencia para describir una destrucción nuclear de esa índole, particularmente en los países de habla inglesa, se ha tomado de la Biblia. Es “Armagedón”. Por ejemplo, en 1961 el ex presidente (de los Estados Unidos) Eisenhower dijo que la creciente amenaza nuclear puso a Chicago a “solo treinta minutos del Armagedón”. Y de los primeros años de la década de los setenta, Henry Kissinger, ex secretario de Estado de los Estados Unidos, escribió: “No ha habido ninguna generación anterior de hombres de Estado que haya tenido que dirigir los asuntos públicos en un ambiente tan desconocido y al borde del Armagedón”.
Mientras tanto, hemos llegado a los años ochenta. Han transcurrido varios años caracterizados por discusiones y gestiones políticas que aún no han conseguido volver inactiva la bomba nuclear sobre la que el mundo parece haber estado sentado por casi cuatro décadas. A pesar del aumento en la presión que ejercen los ciudadanos para que haya un desarme nuclear, las superpotencias siguen acumulando armas nucleares.
La amenaza continúa en aumento
Al dar aún otra causa de la creciente amenaza de una destrucción nuclear, el científico Joseph Weizenbaum, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, dijo: “El peligro se ha hecho mayor, porque muchos más países tienen ahora armas atómicas”. Puesto que no cabe duda de que ese grupo de países seguirá creciendo, las perspectivas para el futuro no son prometedoras. “Con gran probabilidad, no sobreviviremos los siguientes 20 años”, advierte Weizenbaum. “Nos movemos mucho más rápido que nunca hacia el abismo. Y temo que no haya nadie que nos detenga. Quizás ya estemos irremediablemente perdidos.”
Mientras tanto, la tecnología moderna sigue perfeccionando los sistemas de dirección de los mísiles. Los mísiles de largo alcance ya pueden viajar miles de kilómetros y caer a menos de 180 metros (197 yd) del objetivo. Eso es como lanzar una pelota a un blanco que esté a un kilómetro y medio de distancia —si hubiera alguien capaz de lanzarla tan lejos— ¡y no dar en el centro del blanco por menos de 2,5 centímetros (1 pulgada)!
¿Cómo reacciona usted?
Tal vez usted esté tratando de evitar que haya una destrucción nuclear. Es cierto que probablemente no sea un político ni un negociador en asuntos de desarme. Pero al participar en movimientos pacifistas o manifestaciones antinucleares de una u otra clase, puede que a usted le parezca que está cumpliendo con su deber. Hay centenares de miles de simples ciudadanos que comparten ese punto de vista.
Por otro lado, tal vez usted disponga de poca motivación para envolverse en el asunto. Puede que simplemente trate de hacer caso omiso de la amenaza al borrarla de la mente por medio de mantenerse ocupado en otros asuntos de interés. En el subconsciente usted espera que suceda lo mejor.
¿O cree usted que una guerra nuclear es inevitable? Si así es, quizás esté buscando los medios para asegurar su supervivencia. Puede que ya haya hecho ciertos planes para sobrevivir. Es posible que hasta se haya unido a un “grupo de supervivencia”... un sinnúmero de los cuales han surgido recientemente por todas partes del mundo.
Sea que una persona cuadre con una de estas tres categorías o no, ninguno de nosotros puede pasar por alto el hecho de que la amenaza de que estalle una guerra nuclear es real. Sea que nos guste o no, tenemos que encararnos a cuestiones que tienen consecuencias trascendentales. ¿Se hará realidad lo que más teme la humanidad? ¿Es inevitable que haya una guerra nuclear de tipo “Armagedón”? ¿Están condenados nuestros jóvenes a arder antes de crecer?