¿Qué factores influyen en su actitud?
HACE unos dos mil setecientos años, un escritor inspirado compuso este proverbio que induce a la reflexión: “Para el estúpido el ocuparse en conducta relajada es como un juego”. (Proverbios 10:23.) La veracidad de estas palabras se ha hecho particularmente patente desde que empezó la revolución sexual. Antes de que surgiera la alarma del sida, una de las actitudes que predominaban era que las relaciones sexuales habían de verse como un ‘juego en el que participar’, y que el instinto sexual tenía que satisfacerse ‘sin importar las consecuencias’. ¿Ha cambiado esta actitud? En realidad, no.
La obsesión actual por el sexo sigue produciendo “adictos a la atracción”, ‘polígamos en serie’ y “depredadores sexuales”, que alegan que la moralidad es una cuestión personal y que el amor libre con múltiples parejas es normal. (Véase el recuadro “Comportamientos sexuales”, página 6.) Afirman que las relaciones sexuales promiscuas ‘no perjudican a nadie’ siempre y cuando se practiquen entre adultos y por consentimiento mutuo. En 1964, Ira Reiss, sociólogo de la Universidad Estatal de Iowa, calificó tal proceder de “permisividad con afecto”.
Al parecer, el obispo anglicano de Edimburgo (Escocia) opina lo mismo, pues dijo que se nace para tener muchos amantes. En un discurso sobre la sexualidad y el cristianismo, dijo: “Cuando Dios nos hizo, sabía que nos había dotado de un impulso sexual inherente para buscar la gratificación de nuestros deseos sexuales. Nos dio genes promiscuos. Creo que no estaría bien que la Iglesia condenara a personas que han obedecido sus instintos”.
¿Es este un buen criterio? ¿Qué precio hay que pagar por el amor libre? ¿Proporcionan satisfacción y felicidad las relaciones sexuales pasajeras con múltiples parejas?
La epidemia mundial de enfermedades de transmisión sexual y los millones de embarazos fuera del matrimonio, especialmente entre adolescentes, son prueba del fracaso de dicha filosofía. Según la revista Newsweek, se calcula que, tan solo en Estados Unidos, las enfermedades de transmisión sexual afectan todos los años a tres millones de adolescentes. Además, muchos de los adultos que tienen relaciones “por consentimiento mutuo” no manifiestan “cariño natural” ni sentido de responsabilidad para con la criatura no nacida que han engendrado, pues enseguida recurren al aborto. (2 Timoteo 3:3.) Tal decisión le cuesta la vida a la criatura que está por nacer, ya que se la arranca cruelmente de su madre. Y el precio que puede pagar la joven embarazada es una depresión profunda y un sentimiento de culpa que tal vez la atormente el resto de su vida.
El doctor Patrick Dixon calculó que a mediados de los años noventa, tan solo en Gran Bretaña, el costo monetario de los efectos de la revolución sexual ascendía a la pasmosa suma de 20.000 millones de dólares anuales. En su libro The Rising Price of Love (El creciente precio del amor), el doctor Dixon llegó a esta cifra tras documentar el costo del tratamiento de enfermedades de transmisión sexual, incluido el sida; el costo de las rupturas matrimoniales; el costo que representan para la comunidad las familias monoparentales, y el costo de las terapias familiares e infantiles. Según se publicó en el diario canadiense The Globe and Mail, el doctor Dixon concluye: “Una revolución sexual que nos prometía libertad ha dejado a muchas personas esclavizadas, en un mundo destruido por el caos sexual, la tragedia, la soledad, el dolor emocional, la violencia y el abuso”.
¿A qué se debe la constante obsesión por el sexo, la preferencia por las relaciones pasajeras y la insistencia en el amor libre sin responsabilidades? En vista de los obvios malos resultados que ha tenido esta destructiva obsesión durante los últimos tres decenios, ¿qué la fomenta?
La pornografía distorsiona el sexo
Se ha dicho que la pornografía es un factor que fomenta la obsesión por el sexo. Un hombre que se confiesa “sexoadicto” escribió en el periódico The Toronto Star: “Dejé el tabaco hace cinco años, el alcohol hace dos, pero nada en la vida me ha sido tan difícil como dejar mi adicción al sexo y a la pornografía”.
También está convencido de que los adolescentes que ven habitualmente pornografía se forman una visión distorsionada de la conducta sexual. Viven fantasías sexuales, y las relaciones reales les parecen complicadas y difíciles. Acaban aislándose y sufriendo una serie de problemas, entre los que se destaca el de no ser capaces de formar vínculos de amor duraderos.
El mundo del espectáculo explota el sexo
En el mundo del espectáculo es muy común la promiscuidad sexual con múltiples parejas, llegando o no a casarse, y se alardea públicamente de ello. Las escenas de relaciones sexuales degradantes y carentes de amor en la pantalla fomentan la obsesión por el sexo y dan a esta generación una visión distorsionada de la sexualidad humana. En los espectáculos se confunden muchas veces las relaciones sexuales no maritales con las relaciones íntimas lícitas entre personas que se aman. Los que idolatran a los artistas parecen incapaces de distinguir entre la lujuria y el amor, entre una aventura sexual y una relación duradera y responsable o entre la fantasía y la realidad.
La publicidad también suele explotar el sexo como un instrumento mercadotécnico. Lo ha convertido en “un artículo impersonal destinado a atraer la atención hacia un producto”, dijo cierto terapeuta sexual. Los anunciantes han explotado el sexo y relacionado la expresión sexual con la buena vida, pero esta es otra “distorsión de la sexualidad” propia del siglo XX, como dice la revista Family Relations (Relaciones familiares).
Los cambios sociales tuercen las actitudes
Los cambios en el entorno social y la introducción de la píldora anticonceptiva en el mercado en 1960 transformaron la conducta sexual de millones de mujeres. La píldora les confirió una supuesta igualdad sexual con los hombres, una libertad o independencia sexual que nunca antes habían tenido. Al igual que los hombres, ahora podían experimentar con relaciones pasajeras, sin inhibiciones por temor a embarazos no deseados. Satisfechos con su liberación sexual, tanto el hombre como la mujer desplazaron la función natural de la familia y la sexualidad hasta casi el borde de la extinción.
Un escritor bíblico del siglo primero dijo de tales personas: “Tienen ojos llenos de adulterio, y no pueden desistir del pecado [...]. Tienen un corazón entrenado en la codicia. [...] Abandonando la senda recta, han sido extraviados”. (2 Pedro 2:14, 15.)
Educación sexual en las escuelas
Un estudio efectuado en Estados Unidos entre unas diez mil adolescentes solteras de 15 a 17 años, reveló que “el conocimiento, medido por los cursos de educación sexual y por las nociones de control de la natalidad que ellas dicen tener”, no influyó en absoluto en el índice de embarazos de las adolescentes. No obstante, algunas escuelas públicas reaccionan a la epidemia ofreciendo preservativos gratuitos a los estudiantes, aunque dicha práctica es objeto de acalorados debates.
Una estudiante de 17 años entrevistada por el periódico Calgary Herald dijo: “Es un hecho que la mayoría de los estudiantes de secundaria tienen relaciones sexuales [...], algunos incluso a los 12 años”.
¿Qué es amor y sentido de responsabilidad?
El amor, la confianza y el preciado espíritu de familia no son la consecuencia automática ni de la atracción sexual espontánea ni de la satisfacción de los impulsos sexuales. El acto sexual por sí solo no puede crear amor verdadero. El amor y la intimidad se generan en el corazón de dos personas afectuosas que se comprometen a forjar una relación permanente.
Las relaciones pasajeras con el tiempo dejan al individuo inseguro, solo y tal vez con una enfermedad de transmisión sexual como el sida. A los defensores del amor libre les encajan bien las palabras de 2 Pedro 2:19: “A la vez que les están prometiendo libertad, ellos mismos existen como esclavos de la corrupción. Porque cualquiera que es vencido por otro queda esclavizado por este”.
En junio de 1995 la junta de responsabilidad social de la Iglesia Anglicana publicó un informe titulado “Algo que celebrar”. En marcado contraste con el consejo bíblico, dicha junta instó a la Iglesia, según The Toronto Star, a “suprimir la frase ‘vivir en pecado’ y a descartar su actitud condenatoria hacia los que cohabitan sin casarse”. El informe recomendaba que “las congregaciones acogieran a los que viven en concubinato, los escucharan, aprendieran de ellos, [...] para que todos pudieran descubrir la presencia de Dios en su vida”.
¿Cómo hubiera llamado Jesús a semejantes caudillos religiosos? Sin duda alguna: “guías ciegos”. ¿Y qué diría de los que siguen a tales guías? Él razonó: “Por eso, si un ciego guía a un ciego, ambos caerán en un hoyo”. Jesús dijo claramente, sin lugar a dudas, que entre “las cosas que contaminan al hombre” están los “adulterios” y las “fornicaciones”. (Mateo 15:14, 18-20.)
En vista de todos estos factores que distorsionan y explotan el sexo, ¿cómo puede una persona, y en particular un joven, dejar de ser un obseso sexual? ¿Cuál es el secreto para una relación dichosa y duradera? El siguiente artículo se centra en lo que pueden hacer los padres para ayudar a sus hijos a prepararse para el futuro.
[Comentario de la página 5]
Se calcula que, tan solo en Estados Unidos, las enfermedades de transmisión sexual afectan todos los años a tres millones de adolescentes
[Ilustración de la página 7]
La pornografía es adictiva y conduce a una visión distorsionada de la conducta sexual
[Recuadro de la página 6]
Comportamientos sexuales
Adictos a la atracción. Les encanta enamorarse; por eso pasan de un romance a otro tan pronto como la euforia del encaprichamiento se desvanece. Esta frase traduce la expresión inglesa attraction junkies, acuñada por el doctor Michael Liebowitz, del Instituto Psiquiátrico del Estado de Nueva York.
Polígamos en serie. Los sociólogos identifican así a las personas que pasan por una sucesión de aventuras amorosas con sus correspondientes procedimientos legales de matrimonio, divorcio y nuevas nupcias.
Depredadores sexuales. Tratan de demostrar sus proezas sexuales teniendo múltiples parejas, dice Luther Baker, profesor de relaciones familiares y terapeuta sexual diplomado. El término también se aplica actualmente a los que abusan sexualmente de niños.