PERFECCIÓN
El concepto de perfección se expresa en hebreo con términos derivados de verbos tales como ka·lál (perfeccionar; compárese con Eze 27:4), scha·lám (quedar completo; compárese con Isa 60:20) y ta·mám (completar; llegar a la perfección; compárese con Sl 102:27; Isa 18:5). En las Escrituras Griegas Cristianas se emplean las palabras té·lei·os (adjetivo), te·lei·ó·tēs (nombre) y te·lei·ó·ō (verbo) para comunicar ideas como: llevar a la perfección o alcanzar la plenitud (Lu 8:14; 2Co 12:9; Snt 1:4); ser una persona desarrollada físicamente, adulta o madura (1Co 14:20; Heb 5:14), y haber alcanzado el objetivo, propósito o meta conveniente o señalada. (Jn 19:28; Flp 3:12.)
La importancia del punto de vista correcto. Para entender correctamente la Biblia, no se debe incurrir en el error común de pensar que todo lo que se llama “perfecto” lo es en sentido absoluto, es decir, a un grado infinito o ilimitado. La perfección en sentido absoluto tan solo corresponde al Creador, Jehová Dios. Debido a esto, Jesús pudo decir de su Padre: “Nadie es bueno, sino uno solo, Dios”. (Mr 10:18.) Jehová es incomparable en su excelencia, merecedor de toda alabanza, supremo en sus magníficas cualidades y poderes, a tal grado, que “solo su nombre es inalcanzablemente alto”. (Sl 148:1-13; Job 36:3, 4, 26; 37:16, 23, 24; Sl 145:2-10, 21.) Moisés alabó la perfección de Dios, diciendo: “Porque yo declararé el nombre de Jehová. ¡Atribuyan ustedes grandeza, sí, a nuestro Dios! La Roca, perfecta es su actividad, porque todos sus caminos son justicia. Dios de fidelidad, con quien no hay injusticia; justo y recto es él”. (Dt 32:3, 4.) Todos los caminos, palabras y leyes de Dios son perfectos, refinados y no tienen falta o defecto. (Sl 18:30; 19:7; Snt 1:17, 25.) Nunca podría presentarse una causa justa contra Dios, criticar o censurar sus obras; más bien, siempre se le debe alabanza. (Job 36:22-24.)
Toda otra perfección es relativa. La perfección de cualquier otra persona o cosa es relativa, no absoluta (compárese con Sl 119:96); es decir, una cosa es “perfecta” en relación con el propósito o fin para el que su diseñador o hacedor la designa, o el uso al que la destina su receptor o usuario. El significado mismo de perfección requiere que haya quien decida cuándo algo está “completo”, las normas de excelencia, los requisitos que han de satisfacerse, así como los detalles que son esenciales. En última instancia, Dios, el Creador, es el Árbitro supremo de la perfección, Aquel que fija las normas de acuerdo con sus propósitos e intereses justos. (Ro 12:2; véase JEHOVÁ [Un Dios de normas morales].)
Veamos un ejemplo: el planeta Tierra fue una de las creaciones de Dios, y al final de los seis ‘días’ creativos Dios declaró el resultado: “muy bueno”. (Gé 1:31.) Satisfacía sus normas supremas de excelencia, por consiguiente, era perfecto. Sin embargo, después de esto Dios asignó al hombre a ‘sojuzgar la tierra’, en el sentido de cultivarla y hacer que toda ella, no solo el Edén, fuese un jardín de Dios. (Gé 1:28; 2:8.)
La tienda o tabernáculo que se levantó en el desierto por mandato de Dios y de acuerdo con sus especificaciones, fue un tipo o modelo profético en pequeña escala de una “tienda más grande y más perfecta”; el Santísimo de aquella tienda es la residencia celestial de Jehová, en la que Cristo Jesús entró como Sumo Sacerdote. (Heb 9:11-14, 23, 24.) La tienda terrestre fue perfecta, pues satisfizo los requisitos de Dios y sirvió para el fin designado. No obstante, una vez que cumplió el propósito de Dios, dejó de utilizarse. La tienda representaba algo de una perfección mucho mayor.
A la ciudad de Jerusalén, con el monte Sión, se la llamó la “perfección de belleza”. (Lam 2:15; Sl 50:2.) Estas palabras no significan que hasta el más mínimo detalle de la ciudad fuese de una belleza sublime, sino que su belleza provenía del esplendor que Dios le había conferido al convertirla en capital de sus reyes ungidos y sede de su templo. (Eze 16:14.) También se representa a la próspera ciudad comercial de Tiro como un barco cuyos constructores —los que trabajaban para enriquecerla— habían ‘perfeccionado su belleza’, y la habían llenado con lujosos productos de muchas tierras. (Eze 27:3-25.)
Por lo tanto, en cada caso se debe examinar el contexto para determinar el sentido que se da a la palabra perfección.
La perfección de la ley mosaica. La Ley que se dio a Israel a través de Moisés incluía entre sus disposiciones la institución de un sacerdocio y las ofrendas de sacrificios de animales. Como muestra el apóstol Pablo bajo inspiración, aunque la Ley provenía de Dios, por lo que era perfecta, ni la Ley ni el sacerdocio ni los sacrificios mismos hicieron perfectos a los que se esforzaban por cumplirla. (Heb 7:11, 19; 10:1.) En lugar de libertar del pecado y la muerte, en realidad hizo más patente el pecado. (Ro 3:20; 7:7-13.) No obstante, todas estas disposiciones divinas cumplieron con el propósito designado por Dios: la Ley sirvió de “tutor” para conducir a los hombres al Cristo, fue una “sombra [perfecta] de las buenas cosas por venir”. (Gál 3:19-25; Heb 10:1.) Por consiguiente, cuando Pablo habla de la “incapacidad de parte de la Ley, en tanto que era débil a causa de la carne” (Ro 8:3), es obvio que se refiere —como explica Hebreos 7:11, 18-28— a la incapacidad del sumo sacerdote judío (que era quien, según la Ley, se encargaba de los sacrificios y entraba en el Santísimo el Día de Expiación con la sangre del sacrificio) de “salvar completamente” a quienes servía. Aunque el ofrecer sacrificios por medio del sacerdocio aarónico permitió que el pueblo tuviera una posición aprobada ante Dios, esto no les libró por completo (es decir, a la perfección) de la conciencia del pecado. El apóstol se refiere a este aspecto cuando dice que los sacrificios de expiación no pueden “perfeccionar a los que se acercan”, es decir, perfeccionarlos respecto a su conciencia. (Heb 10:1-4; compárese con Heb 9:9.) El sumo sacerdote no podía proporcionar el precio de rescate necesario para una verdadera redención del pecado. Solo el servicio sacerdotal perdurable de Cristo y su sacrificio pueden lograrlo. (Heb 9:14; 10:12-22.)
La Ley era “santa”, ‘buena’, “excelente” (Ro 7:12, 16), y todo el que pudiera cumplir a plenitud con esta Ley perfecta sería perfecto y merecedor de vida. (Le 18:5; Ro 10:5; Gál 3:12.) Por esta misma razón, la Ley trajo condenación y no vida, no porque no fuese buena, sino a causa de la naturaleza imperfecta y pecaminosa de los que estaban bajo ella. (Ro 7:13-16; Gál 3:10-12, 19-22.) La Ley perfecta puso de manifiesto la imperfección de ellos y su pecaminosidad. (Ro 3:19, 20; Gál 3:19, 22.) A este respecto, también sirvió para identificar a Jesús como el Mesías, pues fue el único capaz de observar toda la Ley, con lo que demostró que era un hombre perfecto. (Jn 8:46; 2Co 5:21; Heb 7:26.)
La perfección de la Biblia. Las Sagradas Escrituras constituyen el mensaje perfecto, refinado, puro y verdadero de Dios. (Sl 12:6; 119:140, 160; Pr 30:5; Jn 17:17.) Aunque con el transcurso de los siglos se han hecho numerosísimas copias de los escritos originales que han introducido algunas variaciones, es un hecho reconocido que dichas variaciones son de menor importancia, de tal modo que aun si las traducciones modernas de la Biblia no fuesen absolutamente perfectas, sí lo sería el mensaje divino que contienen.
Es posible que para algunas personas la Biblia sea un libro más difícil de leer que otros, que requiere mayor esfuerzo y concentración; hasta puede que encuentren pasajes que no entienden. Puede que algunas personas más críticas insistan en que, para ser perfecta, ni siquiera deberían existir diferencias menores o lo que, según sus criterios, parecen ser inconsecuencias. Sin embargo, ni unas ni otras restan perfección a las Santas Escrituras, pues la verdadera medida de su perfección radica en que alcance las normas de excelencia fijadas por Jehová Dios, cumpla con el propósito para el que él, su Autor, la ha destinado y que, por ser la Palabra publicada del Dios de la verdad, esté libre de falsedades. El apóstol Pablo puso de relieve la perfección de “los santos escritos” al decir: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra”. (2Ti 3:15-17.) Lo que las Escrituras Hebreas hicieron a favor de los israelitas cuando las observaron, lo que el conjunto de las Escrituras logró en provecho de la congregación cristiana durante el siglo primero y lo que la Biblia puede hacer hoy en pro de las personas, todo esto es de por sí una prueba convincente de sus cualidades como un instrumento ideal de Dios para llevar a cabo Su propósito. (Compárese con 1Co 1:18.)
El contenido mismo de las Escrituras, incluidas las enseñanzas del Hijo de Dios, tiene por finalidad que el entendimiento del propósito de Dios, el que se haga su voluntad y se obtenga la salvación dependan fundamentalmente del corazón de la persona. (1Sa 16:7; 1Cr 28:9; Pr 4:23; 21:2; Mt 15:8; Lu 8:5-15; Ro 10:10.) La Biblia se destaca por su capacidad para “discernir pensamientos e intenciones del corazón”, y así poner al descubierto la verdadera condición interior de la persona. (Heb 4:12, 13.) También muestra claramente que el conocimiento de Dios no puede adquirirse sin esfuerzo. (Compárese con Pr 2:1-14; 8:32-36; Isa 55:6-11; Mt 7:7, 8.) También es un hecho evidente que Dios ha revelado sus designios a las personas humildes y no a los altivos, porque ‘hacerlo así vino a ser la manera que él mismo aprobó’. (Mt 11:25-27; 13:10-15; 1Co 2:6-16; Snt 4:6.) En consecuencia, el hecho de que una persona cuyo corazón no responde al mensaje de la Biblia encuentre en las Escrituras razones que, en su opinión, justifican que rechace su mensaje, censura y disciplina, no significa que la Biblia sea imperfecta. Demostraría, más bien, la veracidad de los razonamientos bíblicos expuestos antes y que la Biblia, desde el único punto de vista válido, el de su Autor, es perfecta. (Isa 29:13, 14; Jn 9:39; Hch 28:23-27; Ro 1:28.) El tiempo y la experiencia práctica demuestran que aquellas cosas relacionadas con la Palabra de Dios, que son ‘necias’ o ‘débiles’ para los sabios de este mundo, encierran una sabiduría y poder superiores a las teorías, puntos de vista filosóficos y razonamientos de sus detractores humanos. (1Co 1:22-25; 1Pe 1:24, 25.)
Para entender y apreciar la perfecta Palabra de Dios, la fe sigue siendo un requisito esencial. Puede que una persona piense que ciertos detalles y explicaciones deberían estar en la Biblia, a fin de revelar por qué en determinados casos Dios aprobó o desaprobó acciones concretas o por qué actuó de una manera en particular; puede que también piense que hay otras explicaciones en la Biblia que son superfluas. No obstante, es de rigor reconocer que si la Biblia se conformara a criterios humanos como los suyos, no sería entonces perfecta desde el punto de vista de Dios. Esa actitud equivocada queda de manifiesto en la declaración de Jehová respecto a la superioridad de sus pensamientos y caminos en comparación con los del hombre, y por su afirmación de que su palabra “tendrá éxito seguro” en el cumplimiento de su propósito. (Isa 55:8-11; Sl 119:89.) Este es el sentido de la palabra perfección, tal como muestran las definiciones que aparecen al comienzo de este artículo.
Perfección y libre albedrío. La información que ya se ha considerado sienta la base para entender que hasta las criaturas perfectas de Dios podían ser desobedientes. Pensar que la desobediencia no podría darse en una criatura perfecta presupone desconocer el significado del término, sustituyéndolo por un concepto personal que es contrario a los hechos. Dios ha facultado a las criaturas inteligentes con libre albedrío: el privilegio y la responsabilidad de decidir por sí mismas el proceder que deben seguir. (Dt 30:19, 20; Jos 24:15.) Este fue el caso de la primera pareja humana, lo que hizo posible que pudiera ponerse a prueba su devoción a Dios. (Gé 2:15-17; 3:2, 3.) Como su Hacedor, Jehová sabía con qué facultades los había dotado, y las Escrituras dejan claro que deseaba una adoración y un servicio que emanaran de mentes y corazones movidos por amor genuino, no una obediencia mecánica, como de autómatas. (Compárese con Dt 30:15, 16; 1Cr 28:9; 29:17; Jn 4:23, 24.) Si Adán y su esposa no hubiesen tenido libre albedrío, no habrían satisfecho los requisitos de Dios, ni habrían sido completos o perfectos según Sus normas.
Ha de recordarse que en lo que tiene que ver con el hombre, la perfección es relativa y está circunscrita al ámbito humano. Aunque Adán fue creado perfecto, no podía traspasar los límites que el Creador le había fijado, ni podía, por ejemplo, comer tierra, piedras o madera, sin sufrir las consecuencias. Si intentaba respirar agua en lugar de aire, se ahogaría. De manera similar, si permitía que su mente y corazón se alimentaran con pensamientos incorrectos, llegaría a abrigar deseos insanos y, por último, pecaría y moriría. (Snt 1:14, 15; compárese con Gé 1:29; Mt 4:4.)
Está claro que los factores determinantes son la voluntad y selección personales. Si insistiéramos en que un hombre perfecto no puede adoptar un mal proceder cuando hay una cuestión moral de por medio, ¿no deberíamos, por la misma razón, argüir también que una criatura imperfecta no podría adoptar un proceder correcto si tuviese que decidir sobre esa misma cuestión moral? Sin embargo, hay criaturas imperfectas que sí han adoptado un proceder correcto en asuntos morales que implican obediencia a Dios y hasta han escogido ser perseguidos antes que transigir, mientras que al mismo tiempo hay quienes escogen hacer lo que saben que es incorrecto. Por consiguiente, no todas las malas acciones pueden justificarse con la imperfección humana. De nuevo, los factores determinantes son la voluntad y la selección personal. Asimismo, en el caso del primer hombre, la perfección humana por sí sola no garantizaba una conducta recta, sino el ejercicio de su libre albedrío y la facultad de selección, impulsados ambos por el amor a su Dios y a lo que es recto. (Pr 4:23.)
El primer pecador y el rey de Tiro. Como muestran las palabras de Jesús en Juan 8:44 y lo que revela el capítulo 3 de Génesis, el pecado y la imperfección en el ámbito humano fue antecedido por un proceso semejante en el ámbito de las criaturas celestiales. Aunque la endecha que se halla en Ezequiel 28:12-19 se dirige al “rey de Tiro”, debe ser un reflejo del comportamiento paralelo al del primer hijo celestial de Dios que pecó. La vanidad del “rey de Tiro”, el que se erigiera a sí mismo en ‘dios’, el que se le llame “querubín” y la referencia al “Edén, el jardín de Dios”, son datos que corresponden a lo que la Biblia dice en relación con Satanás el Diablo: que se hinchó de orgullo, estuvo relacionado con la serpiente edénica y se le llama “el dios de este sistema de cosas”. (1Ti 3:6; Gé 3:1-5, 14, 15; Rev 12:9; 2Co 4:4.)
El anónimo “rey de Tiro”, que residía en una ciudad sobre la que se afirmaba que era “perfecta en belleza”, estaba él mismo “lleno de sabiduría y [era] perfecto [adjetivo derivado del heb. ka·lál] en hermosura” y estaba “exento de falta [heb. ta·mím]” en sus caminos desde que se le creó hasta que la iniquidad se halló en él. (Eze 27:3; 28:12, 15.) Esta endecha puede que tenga su primer cumplimiento en la dinastía de reyes tirios, no en un rey en concreto. (Compárese con la profecía pronunciada en Isa 14:4-20 en contra del anónimo “rey de Babilonia”.) En ese caso, puede que la endecha haga alusión a las relaciones amistosas y de cooperación que la dinastía de reyes tirios mantuvo con David y Salomón durante sus respectivos reinados, cuando incluso contribuyeron a la edificación del templo de Jehová en el monte Moria. Por lo tanto, al principio no hubo nada que reprochar a la postura oficial del gobierno tirio hacia Israel, el pueblo de Jehová. (1Re 5:1-18; 9:10, 11, 14; 2Cr 2:3-16.) Sin embargo, otros reyes posteriores abandonaron esa postura ‘intachable’, ‘exenta de falta’, y Tiro fue condenada por Joel, Amós y Ezequiel, los profetas de Dios. (Joe 3:4-8; Am 1:9, 10.) Al margen de la evidente similitud entre el comportamiento del “rey de Tiro” y el del principal Adversario de Dios, esta profecía es un ejemplo más de cómo las expresiones “perfección” y “exento de tacha” pueden emplearse en sentido relativo.
¿Cómo es posible decir que los siervos imperfectos de Dios fueron “exentos de falta”?
El justo Noé fue “exento de falta entre sus contemporáneos”. (Gé 6:9.) Job era un hombre “sin culpa y recto”. (Job 1:8.) Se emplean expresiones similares al hablar de otros siervos de Dios. Como todos eran descendientes del pecador Adán, y por consiguiente pecadores, es obvio que tales hombres se hallaban ‘exentos de falta y sin culpa’ en el sentido de que estaban a la altura de lo que Dios requería de ellos, y lo que Dios requería de ellos tenía en cuenta sus limitaciones e imperfección. (Compárese con Miq 6:8.) Igual que un alfarero no puede esperar la misma calidad si moldea una vasija con barro común que si la moldea con arcilla refinada, los requisitos de Jehová toman en consideración la fragilidad de los humanos imperfectos. (Sl 103:10-14; Isa 64:8.) Aunque cometieron errores e incurrieron en males debido a su carne imperfecta, no obstante, los hombres fieles manifestaron un “corazón completo [heb. scha·lém]” para con Jehová. (1Re 11:4; 15:14; 2Re 20:3; 2Cr 16:9.) Por lo tanto, dentro de sus límites, su devoción era completa, sin fisuras y, en sus circunstancias, satisfacía los requisitos divinos. Puesto que el Juez Divino se complacía en su adoración, ninguna criatura humana o celestial tenía base para criticar el servicio de ellos a Dios. (Compárese con Lu 1:6; Heb 11:4-16; Ro 14:4; véase JEHOVÁ [Por qué puede tratar con humanos imperfectos].)
En las Escrituras Griegas Cristianas se reconoce que la imperfección es inherente a la humanidad que desciende de Adán. En Santiago 3:2 se muestra que el que pudiera dominar la lengua y no tropezar en palabra sería un “varón perfecto, capaz de refrenar [...] su cuerpo entero”; sin embargo, en esto “todos tropezamos muchas veces”. (Compárese con el vs. 8.) No obstante, se habla de ciertas perfecciones relativas alcanzadas por el hombre pecaminoso. Jesús dijo a sus seguidores: “Ustedes, en efecto, tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. (Mt 5:48.) En esta ocasión hizo referencia al amor y la generosidad. Mostró que simplemente ‘amar a los que los aman’ constituía un amor incompleto, defectuoso. Por consiguiente, sus seguidores deberían perfeccionar su amor o completarlo, al amar también a sus enemigos y así imitar el ejemplo de Dios. (Mt 5:43-47.) De manera similar, al joven que le preguntó a Jesús cómo obtener la vida eterna se le mostró que su adoración —que ya presuponía obediencia a los mandamientos de la Ley— aún carecía de algunas características esenciales. Si ‘deseaba ser perfecto’, tenía que desarrollar plenamente su adoración (compárese con Lu 8:14; Isa 18:5) cumpliendo con estos rasgos. (Mt 19:21; compárese con Ro 12:2.)
El apóstol Juan muestra que el amor de Dios se hace perfecto en los cristianos que permanecen en unión con Él, observan la palabra de su Hijo y se aman unos a otros. (1Jn 2:5; 4:11-18.) Este amor perfecto echa fuera el temor y concede “franqueza de expresión”. El contexto muestra que Juan se refiere en este pasaje a la “franqueza de expresión para con Dios”, franqueza que habría de tenerse, por ejemplo, al orar. (1Jn 3:19-22; compárese con Heb 4:16; 10:19-22.) La persona en la que el amor de Dios alcanza una expresión plena, puede acercarse a su Padre celestial confiado, sin sentirse condenado en su corazón como si fuera un hipócrita o estuviera desaprobado. Sabe que observa los mandamientos de Dios y hace lo que le agrada a su Padre, por lo que se siente libre tanto para expresarse como para hacer sus peticiones a Jehová. No se siente como si Dios le restringiera el privilegio de lo que puede decir o pedir. (Compárese con Nú 12:10-15; Job 40:1-5; Lam 3:40-44; 1Pe 3:7.) Tampoco se inhibe por temores mórbidos ni se encamina al “día del juicio” con remordimientos de conciencia o algo que ocultar. (Compárese con Heb 10:27, 31.) Al contrario, igual que un niño que no teme pedir algo a sus amorosos padres, el cristiano en quien el amor está plenamente desarrollado se siente seguro de que “no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye. Además, si sabemos que nos oye respecto a cualquier cosa que estemos pidiendo, sabemos que hemos de tener las cosas pedidas porque se las hemos pedido a él”. (1Jn 5:14, 15.)
Sin embargo, este ‘amor perfecto’ no echa fuera todo temor. No elimina el temor reverencial y filial a Dios, que nace de un profundo respeto por la posición que Él ocupa, su poder y su justicia. (Sl 111:9, 10; Heb 11:7.) Tampoco suprime el temor normal, gracias al cual una persona puede evitar el peligro y proteger su vida, ni el temor causado por un peligro repentino. (Compárese con 1Sa 21:10-15; 2Co 11:32, 33; Job 37:1-5; Hab 3:16, 18.)
Además, la unidad completa se consigue por medio del “vínculo perfecto” del amor, lo que hace que los verdaderos cristianos sean “perfeccionados en uno”. (Col 3:14; Jn 17:23.) Naturalmente, esta perfección también es relativa y no significa que desaparecerán todas las diferencias de personalidad, como aptitudes, hábitos, conciencia y otros factores individuales afines. Sin embargo, cuando se alcanza, su plenitud conduce a acción, creencia y enseñanza unificadas. (Ro 15:5, 6; 1Co 1:10; Ef 4:3; Flp 1:27.)
La perfección de Cristo Jesús. Jesús nació como ser humano perfecto, santo, sin pecado. (Lu 1:30-35; Heb 7:26.) Como es natural, su perfección física no era infinita, sino que se hallaba dentro de los límites humanos, y experimentó algunas limitaciones propias de su condición humana: se cansó, tuvo hambre y sed; era mortal. (Mr 4:36-39; Jn 4:6, 7; Mt 4:2; Mr 15:37, 44, 45.) El propósito de Jehová Dios era emplear a su Hijo como Sumo Sacerdote a favor de la humanidad. Aunque era un hombre perfecto, tuvo que ser ‘perfeccionado’ (gr. te·lei·ó·ō) para acceder a ese puesto, y satisfacer a cabalidad los requisitos que su Padre había fijado, lo que le capacitaba para el fin o la meta designada. Se exigía que fuera “semejante a sus ‘hermanos’ en todo respecto”, aguantara el sufrimiento y aprendiera la obediencia bajo prueba, como tendrían que hacerlo sus “hermanos” o seguidores. De esta manera, podría “condolerse de nuestras debilidades, [como] uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado”. (Heb 2:10-18; 4:15, 16; 5:7-10.) Además, después de morir como un sacrificio perfecto y resucitar, recibiría vida espiritual inmortal en los cielos, y así sería “perfeccionado para siempre” para su puesto sacerdotal. (Heb 7:15–8:4; 9:11-14, 24.) Igualmente, todos los que servirán con Cristo como sacerdotes serán ‘hechos perfectos’, es decir, llevados a la meta celestial que buscan y a la que han sido llamados. (Flp 3:8-14; Heb 12:22, 23; Rev 20:6.)
El “Perfeccionador de nuestra fe”. A Jesús se le llama el “Agente Principal [o Caudillo Principal] y Perfeccionador de nuestra fe”. (Heb 12:2.) Es cierto que mucho antes de la venida de Jesucristo, la fe de Abrahán fue “perfeccionada” por sus obras de fe y obediencia, de manera que consiguió la aprobación divina y Dios celebró con él un pacto juramentado. (Snt 2:21-23; Gé 22:15-18.) Pero la fe de todos aquellos hombres fieles anteriores al ministerio terrestre de Jesús era incompleta o imperfecta, pues ellos no comprendían las profecías que para entonces aún no se habían cumplido con relación a Jesús como el Mesías y la Descendencia de Dios. (1Pe 1:10-12.) Con su nacimiento, ministerio, muerte y resurrección a la vida celestial, estas profecías se cumplieron, y la fe en Cristo tuvo un fundamento más firme, respaldado por hechos históricos. Por lo tanto, en este sentido de fe perfeccionada, la fe “ha llegado” a través de Cristo Jesús (Gál 3:24, 25), quien demostró ser el “guía” (CP), “jefe” (Mensajero, Vi), “caudillo” (FF), “conductor” (CJ), “iniciador” (LT, Sd, UN), “pionero” (GR, NBE) o Agente Principal de nuestra fe. Desde su posición celestial, continuó siendo el Perfeccionador de la fe de sus seguidores: derramó espíritu santo sobre ellos en el Pentecostés y les dio revelaciones que progresivamente alimentaron y aumentaron su fe. (Hch 2:32, 33; Heb 2:4; Rev 1:1, 2; 22:16; Ro 10:17.)
“Para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros.” Después de repasar el registro de hombres fieles del período precristiano, desde Abel en adelante, el apóstol dice que ninguno de estos obtuvo “el cumplimiento de la promesa, puesto que Dios previó algo mejor para nosotros, para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros”. (Heb 11:39, 40.) En este pasaje, la expresión “nosotros” se refiere claramente a los cristianos ungidos (Heb 1:2; 2:1-4), los “participantes del llamamiento celestial” (Heb 3:1), por quienes Cristo “inauguró [un] camino nuevo y vivo” en el lugar santo de la presencia celestial de Dios. (Heb 10:19, 20.) Ese llamamiento celestial implica ser sacerdotes celestiales de Dios y de Cristo durante su reinado milenario. Asimismo, se les concede “poder para juzgar”. (Rev 20:4-6.) Parece lógico, entonces, que el “algo mejor” que Dios previó para esos cristianos ungidos sea la vida celestial y los privilegios que ellos reciben. (Heb 11:40.) No obstante, su revelación —al intervenir junto a Cristo en la destrucción del inicuo sistema de cosas— abre el camino para que aquellos de la creación que procuren alcanzar “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” consigan la liberación de la esclavitud a la corrupción. (Ro 8:19-22.) En Hebreos 11:35 se muestra que los hombres fieles de tiempos precristianos mantuvieron integridad bajo sufrimiento “con el fin de alcanzar una resurrección mejor”, seguramente mejor que la de los “muertos” mencionados al comienzo del versículo, quienes resucitaron solo para volver a morir. (Compárese con 1Re 17:17-23; 2Re 4:17-20, 32-37.) Por consiguiente, el que se ‘perfeccione’ a estos hombres fieles de tiempos precristianos, debe estar relacionado con el que se les resucite o restablezca a la vida y después se les liberte “de la esclavitud a la corrupción” gracias a los servicios del sacerdocio de Cristo Jesús y sus sacerdotes durante el gobierno milenario.
La humanidad recupera la perfección en la Tierra. En armonía con la oración: “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”, este planeta ha de experimentar el efecto y fuerza plenos de la realización de los propósitos de Dios. (Mt 6:10.) El inicuo sistema de cosas controlado por Satanás será destruido. Se eliminará toda falta y defecto de los sobrevivientes que continúen demostrando obedientemente su fe, de modo que todo cuanto quede satisfaga las normas de Dios en cuanto a excelencia, plenitud y cabalidad. De Revelación 5:9, 10, se desprende que esto incluirá el perfeccionamiento de las condiciones terrestres y de las criaturas humanas. En ese pasaje se declara que las personas ‘compradas para Dios’ (compárese con Rev 14:1, 3) llegan a ser “un reino y sacerdotes para nuestro Dios, y han de reinar sobre la tierra”. El deber de los sacerdotes bajo el pacto de la Ley no solo era representar a las personas ante Dios al ofrecer sacrificios, sino también proteger la salud física de la nación, oficiando en la limpieza ceremonial de los que incurriesen en inmundicia y determinando cuándo estaba curado alguien que había padecido lepra. (Le 13-15.) Además era responsabilidad del sacerdocio ayudar al pueblo a elevar su salud mental y espiritual. (Dt 17:8-13; Mal 2:7.) Puesto que la Ley tenía “una sombra de las buenas cosas por venir”, es de esperar que el sacerdocio celestial bajo Cristo Jesús, que actuará durante su reinado milenario (Rev 20:4-6), ejecute un trabajo similar. (Heb 10:1.)
El cuadro profético de Revelación 21:1-5 garantiza que la humanidad redimida no tendrá más lágrimas, lamento, clamor, dolor y muerte. Por medio de Adán entró en la raza humana el pecado y, como consecuencia, el sufrimiento y la muerte. (Ro 5:12.) Naturalmente, todo esto es parte de las “cosas anteriores” que han de desaparecer. La muerte es el salario del pecado, y “como el último enemigo, la muerte ha de ser reducida a nada” por medio del gobierno del Reino de Cristo. (Ro 6:23; 1Co 15:25, 26, 56.) Esto significa para la humanidad obediente regresar a la perfección de que disfrutaba el hombre en Edén al principio de la historia. Por lo tanto, los seres humanos podrán disfrutar no solo de perfección en cuanto a fe y amor, sino también de perfección en lo que respecta a estar totalmente libres de pecados; estarán, plenamente y sin defecto, a la altura de las justas normas de Dios para el hombre. La profecía de Revelación 21:1-5 también tiene que ver con el Reino de mil años de Cristo, ya que a la “Nueva Jerusalén”, cuyo ‘descenso del cielo’ está enlazado con la desaparición de las aflicciones de la humanidad, se la muestra como “novia” o congregación glorificada de Cristo, es decir: los que componen el sacerdocio real del gobierno milenario de Cristo. (Rev 21:9, 10; Ef 5:25-32; 1Pe 2:9; Rev 20:4-6.)
La perfección de la humanidad será relativa, limitada al ámbito humano. Sin embargo, quienes la consigan gozarán a plenitud de la vida terrestre. “El regocijo hasta la satisfacción [plena] está con [el] rostro [de Jehová]”, y el que ‘la tienda de Dios esté con la humanidad’ indica que se refiere a la humanidad obediente, aquellos hacia quienes el rostro de Jehová se vuelve con aprobación. (Sl 16:11; Rev 21:3; compárese con Sl 15:1-3; 27:4, 5; 61:4; Isa 66:23.) No obstante, la perfección no significa que no haya variedad, como a menudo concluyen las personas. El reino animal, producto de la ‘actividad perfecta’ de Jehová (Gé 1:20-24; Dt 32:4), encierra una gran variedad. La perfección del planeta Tierra tampoco es incompatible con la variedad, el cambio o el contraste. Admite lo sencillo y lo complejo, lo simple y lo elaborado, lo amargo y lo dulce, lo áspero y lo suave, los prados y los bosques, las montañas y los valles. Abarca el frescor estimulante de la incipiente primavera, el calor del verano con su cielo azul translúcido, la hermosura de los colores otoñales y la belleza de la nieve recién caída. (Gé 8:22.) Los humanos perfectos no serán criaturas estereotipadas, con personalidad, talento y aptitudes idénticos. Como han mostrado las definiciones iniciales, la uniformidad no es necesariamente una acepción de perfección.