PERFECCIÓN
El concepto de perfección se expresa en hebreo con términos derivados de palabras como ka·lál (“completar” o “perfeccionar” [compárese con Éxodo 28:31]), scha·lám (“estar completo”, “terminado” [compárese con 1 Reyes 8:61; 2 Crónicas 8:16]) y ta·mám (“estar completo”, “plenamente desarrollado”, “intacto”, “exento de tacha” [compárese con Isaías 18:5; Ezequiel 15:5; 2 Samuel 22:26]). En las Escrituras Griegas Cristianas se emplean las palabras té·lei·os (adjetivo), te·lei·ó·tes (nombre), y te·lei·ó·o (verbo) para comunicar ideas como: llevar a la perfección o alcanzar la plenitud (Luc. 8:14; 2 Cor. 12:9; Sant. 1:4); ser una persona físicamente desarrollada, adulta o madura (1 Cor. 14:20; Heb. 5:14); y haber alcanzado el objetivo, propósito o meta conveniente o señalada. (Juan 19:28; Fili. 3:12.)
Por consiguiente, el sentido básico de estas palabras corresponde al del adjetivo “perfecto”, que se compone del prefijo latino per (“totalmente”, “del todo”, “completamente”) y del verbo facere (“hacer” o “producir”). De modo que, etimológicamente, “perfecto” significa “lo que está hecho o producido del todo, lo completamente acabado”. Además, por lo general, conlleva algunas de las siguientes nociones: carencia de falta o defecto; posesión del grado supremo de excelencia y de todos los requisitos; o la no carencia de algún bien esencial.
LA IMPORTANCIA DEL PUNTO DE VISTA CORRECTO
Para entender correctamente la Biblia no se debe incurrir en el error común de pensar que todo lo que se llama “perfecto” lo es en sentido absoluto, es decir, a un grado infinito o ilimitado. La perfección en sentido absoluto tan solo es una prerrogativa del Creador, Jehová Dios. Debido a esto, Jesús pudo decir de su Padre: “Nadie es bueno, sino uno solo, Dios”. (Mar. 10:18.) Jehová es incomparable en su excelencia, merecedor de toda alabanza, supremo en sus magníficas cualidades y poderes, a tal grado, que “solo su nombre es inalcanzablemente alto”. (Sal. 148:1-13; Job 36:3, 4, 26; 37:16, 23, 24; Sal. 145:2-10, 21.) Moisés alabó la perfección de Dios, diciendo: “Porque yo declararé el nombre de Jehová. ¡Atribuyan ustedes grandeza, sí, a nuestro Dios! La Roca, perfecta es su actividad, porque todos sus caminos son justicia. Dios de fidelidad, con quien no hay injusticia; justo y recto es él”. (Deu. 32:3, 4.) Todos los caminos, palabras y leyes de Dios son perfectos, refinados y no tienen falta o defecto. (Sal. 18:30; 19:7; Sant. 1:17, 25.) Nunca se podría presentar una causa justa contra Dios, criticar o censurar sus obras; más bien, siempre se le debe alabanza. (Job 36:22-24.)
Toda otra perfección es relativa
La perfección de cualquier otra persona o cosa es relativa, no absoluta (compárese con Salmos 119:96); es decir, una cosa es “perfecta” en relación con el propósito o fin para el que su diseñador o hacedor la designa, o por el uso al que la destina su receptor o usuario. Por el significado mismo de perfección —tanto en los lenguajes originales como en español—, se requiere que haya quien decida cuándo algo está “completo”, las normas de excelencia, los requisitos que han de satisfacerse, así como los detalles que son esenciales. En última instancia, Dios, el Creador, es el Arbitro supremo de la perfección, Aquel que fija las normas de acuerdo con sus propios propósitos y justos intereses. (Rom. 12:2; véase JEHOVÁ [Un Dios de normas morales].)
Como ejemplo, el planeta Tierra fue una de las creaciones de Dios, y al final de los seis “días” creativos Dios declaró el resultado: “muy bueno”. (Gén. 1:31.) Satisfacía sus normas supremas de excelencia, por consiguiente era perfecto. Sin embargo, después de esto Dios asignó al hombre a ‘sojuzgar la tierra’, en el sentido de cultivarla y hacer que toda ella, no solo el Edén, fuese un jardín de Dios. (Gén. 1:28; 2:8.)
La tienda o tabernáculo que fue levantado en el desierto por mandato de Dios y de acuerdo a sus especificaciones, sirvió como un tipo o modelo profético en pequeña escala de una “tienda más grande y más perfecta”, la residencia celestial de Jehová, en la que Cristo Jesús entró como Sumo Sacerdote. (Heb. 9:11-14, 23, 24.) La tienda terrestre fue perfecta, ya que satisfizo los requisitos de Dios y sirvió para el fin designado. No obstante, una vez que hubo cumplido el propósito de Dios dejó de ser usada. Lo que la tienda representaba era de una perfección mucho mayor: celestial y eterna.
La ciudad de Jerusalén, con el monte Sión, fue llamada la “perfección de belleza”. (Lam. 2:15; Sal. 50:2.) Esto no significa que hasta el más mínimo detalle de la ciudad fuese de una belleza sublime, sino que su belleza provenía del esplendor que Dios le había conferido al hacerla capital de sus reyes ungidos y sede de su templo. (Eze. 16:14.) También, la próspera ciudad comercial de Tiro es representada como un barco cuyos constructores —los que trabajaban para enriquecerla— habían ‘perfeccionado su belleza’, llenándola con lujosos productos de muchas tierras. (Eze. 27:3-25.)
Por lo tanto, en cada caso se debe considerar el contexto para determinar el sentido que se da a la palabra perfección.
LA PERFECCIÓN DE LA LEY MOSAICA
La Ley que se le dio a Israel a través de Moisés comprendía entre sus disposiciones el establecimiento de un sacerdocio y ofrendas de sacrificios animales. Como muestra el apóstol Pablo bajo inspiración, aunque la Ley provenía de Dios, y por lo tanto era perfecta, ni la Ley, ni el sacerdocio, ni los sacrificios mismos, hicieron perfectos a los que se esforzaban por cumplirla. (Heb. 7:11, 19; 10:1.) En lugar de libertar del pecado y la muerte, en realidad hizo más evidente el pecado. (Rom. 3:20; 7:7-13.) No obstante, todas estas disposiciones divinas cumplieron el propósito designado por Dios: la Ley sirvió de “tutor” para conducir a los hombres al Cristo, fue una “sombra [perfecta] de las buenas cosas por venir”. (Gál. 3:19-25; Heb. 10:1.) Por consiguiente, cuando Pablo habla de la “incapacidad de parte de la Ley, en tanto que era débil a causa de la carne” (Rom. 8:3), es evidente que se refiere —como explica Hebreos 7:11, 18-28— a la incapacidad del sumo sacerdote judío (que era quien, según la Ley, se encargaba de los sacrificios y entraba en el Santísimo el Día de Expiación con la sangre del sacrificio) de “salvar completamente” a quienes servía. Aunque el ofrecer sacrificios por medio del sacerdocio aarónico permitió que el pueblo tuviera ante Dios una posición aprobada, esto no les libró por completo (es decir, a la perfección) de la conciencia del pecado. El apóstol se refiere a este aspecto cuando dice que los sacrificios de expiación no pueden “perfeccionar a los que se acercan”, es decir, perfectos respecto a su conciencia. (Heb. 10:1-4; compárese con Hebreos 9:9.) El sumo sacerdote no podía proporcionar el precio de rescate necesario para una verdadera redención del pecado. Solo el servicio sacerdotal perdurable de Cristo y su sacrificio pueden lograrlo. (Heb. 9:14; 10:12-22.)
La Ley era ‘santa’, ‘buena’, ‘excelente’ (Rom. 7:12, 16), y todo el que pudiera cumplir a plenitud con esta Ley perfecta demostraría ser perfecto y merecedor de vida. (Lev. 18:5; Rom. 10:5; Gál. 3:12.) Por esta misma razón, la Ley trajo condenación y no vida, no porque la Ley no fuese buena, sino a causa de la naturaleza imperfecta y pecaminosa de los que estaban bajo ella. (Rom. 7:13-16; Gál. 3:10-12, 19-22.) La Ley perfecta singularizó la imperfección de ellos y su pecaminosidad. (Rom. 3:19, 20; Gál. 3:19, 22.) A este respecto, también sirvió para identificar a Jesús como el Mesías, pues fue el único capaz de observar toda la Ley, con lo que demostró ser un hombre perfecto. (Juan 8:46; 2 Cor. 5:21; Heb. 7:26.)
PERFECCIÓN E IMPERFECCIÓN ENTRE LAS CRIATURAS DE DIOS
La información que ya se ha considerado sienta la base para entender que hasta las criaturas perfectas de Dios podían llegar a ser desobedientes. Pensar que la desobediencia no podría darse en una criatura perfecta es ignorar el significado del término, sustituyéndolo por un concepto personal que contradice los hechos. A las criaturas inteligentes Dios las ha facultado con libre albedrío: el privilegio y responsabilidad de decidir por sí mismas el proceder que deben seguir. (Deu. 30:19, 20; Jos. 24:15.) Este fue el caso de la primera pareja humana, y lo que hizo posible que su devoción a Dios pudiera ser puesta a prueba. (Gén. 2:15-17; 3:2, 3.) Como su Hacedor, Jehová sabía con qué capacidades les había dotado, y por las Escrituras se ve claro que Él deseaba una adoración y un servicio que emanaran de mentes y corazones movidos por amor genuino, no una obediencia mecánica, como de autómatas. (Compárese con Deuteronomio 30:15, 16; 1 Crónicas 28:9; 29:17; Juan 4:23, 24.) Si Adán y su esposa no hubiesen tenido libre albedrío, no habrían satisfecho los requisitos de Dios, ni —según sus normas— habrían sido completos o perfectos.
Ha de recordarse que en lo que tiene que ver con el hombre, la perfección es relativa y está circunscrita a la esfera humana. Aunque Adán fue creado perfecto, no podía traspasar los límites que el Creador le había fijado, ni podía, por ejemplo, comer tierra, piedras o madera, sin sufrir las consecuencias. Si él intentaba respirar agua en lugar de aire se ahogaría. De manera similar, si permitía que su mente y corazón se alimentaran con pensamientos incorrectos, llegaría a abrigar deseos insanos y, por último, pecaría y moriría. (Sant. 1:14, 15; compárese con Génesis 1:29; Mateo 4:4.)
Es evidente que los factores determinantes son la voluntad y selección personal, más bien que la perfección física y mental. Si insistiéramos en que un hombre perfecto no puede adoptar un mal proceder cuando hay una cuestión moral de por medio, por la misma razón ¿no deberíamos argüir también que una criatura imperfecta no podría adoptar un proceder correcto si tuviese que decidir sobre esa misma cuestión moral? Sin embargo, hay criaturas imperfectas que han adoptado un proceder correcto en asuntos morales que implican obediencia a Dios y hasta han escogido sufrir persecución antes que transigir, mientras que al mismo tiempo hay quienes escogen hacer lo que saben que es incorrecto. Por consiguiente, no todas las malas acciones pueden ser justificadas por la imperfección humana. De nuevo, los factores determinantes son la voluntad y la selección personal. Asimismo, en el caso del primer hombre, la perfección humana por sí sola no garantizaría una conducta recta, sino el ejercicio de su libre albedrío y la facultad de selección, movidos ambos por el amor a su Dios y por lo que es recto. (Pro. 4:23.)
Siervos de Dios “exento[s] de falta” y “sin culpa”
El justo Noé resultó “exento de falta entre sus contemporáneos”. (Gén. 6:9.) Job era un hombre “sin culpa y recto”. (Job 1:8.) Se emplean expresiones similares al hablar de otros siervos de Dios. Ya que todos eran descendientes del pecador Adán y, por consiguiente, pecadores, es evidente que tales hombres se hallaban ‘exentos de falta y sin culpa’ en el sentido de estar a la altura de lo que Dios requería de ellos, y en esos requisitos Dios tenía en cuenta sus limitaciones e imperfección. (Compárese con Miqueas 6:8.) Como un alfarero que no puede esperar un mismo nivel de calidad si moldea una vasija con barro común o con arcilla refinada, así también los requisitos de Jehová toman en consideración la fragilidad de los humanos imperfectos. (Sal. 103:10-14; Isa. 64:8.) Aunque cometieron errores e incurrieron en males debido a su carne imperfecta, no obstante, los hombres fieles manifestaron un “corazón completo [heb. scha·lém]” para con Jehová. (1 Rey. 15:14; 2 Rey. 20:3; 2 Cró. 16:9.) Por lo tanto, dentro de sus límites personales, su devoción era completa, consecuente y, en sus circunstancias, satisfacía los requisitos divinos. Ya que el Juez Divino se complacía con su adoración, ninguna criatura humana o espíritu tenía base para criticar el servicio de ellos a Dios. (Compárese con Lucas 1:6; Hebreos 11:4-16; Romanos 14:4; véase JEHOVÁ [Por qué es consecuente que Dios trate con humanos imperfectos].)
En las Escrituras Griegas Cristianas se reconoce que la imperfección es inherente a la humanidad que desciende de Adán. En Santiago 3:2 se muestra que uno sería “varón perfecto, capaz de refrenar [...] su cuerpo entero”, si pudiera dominar su lengua y no tropezar en palabra, pero en esto “todos tropezamos muchas veces”. (Compárese con el versículo 8.) No obstante, en algunas facetas se observa perfección relativa, la cual puede estar al alcance de los humanos pecaminosos. Jesús les dijo a sus seguidores: “Ustedes, en efecto, tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. (Mat. 5:48.) En esta ocasión, él hizo referencia al amor y la generosidad. Mostró que simplemente ‘amar a los que los aman’ constituía un amor incompleto, defectuoso. Por consiguiente, sus seguidores deberían perfeccionar su amor o completarlo, al amar también a sus enemigos e imitar así el ejemplo de Dios. (Mat. 5:43-47.) De manera similar, al joven que le preguntó a Jesús cómo obtener la vida eterna se le mostró que su adoración —que ya presuponía obediencia a los mandamientos de la Ley— aún carecía de rasgos esenciales. Si él ‘deseaba ser perfecto’, tenía que desarrollar plenamente su adoración (compárese con Lucas 8:14; Isaías 18:5) por medio de cumplir con estos rasgos. (Mat. 19:21; compárese con Romanos 12:2.)
El apóstol Juan muestra que el amor de Dios se hace perfecto en los cristianos que permanecen en unión con Él, observan la palabra de su Hijo y se aman unos a otros. (1 Juan 2:5; 4:11-17.) Este amor perfecto echa fuera el temor y garantiza “franqueza de expresión”. El contexto muestra que Juan alude en este pasaje a la “franqueza de expresión para con Dios”, franqueza que habría de tenerse, por ejemplo, al orar. (1 Juan 3:19-22; compárese con Hebreos 4:16; 10:19-22.) La persona que llega a tener el amor de Dios a plenitud, puede acercarse a su Padre celestial confiado, sin sentirse condenado en su corazón como si fuera un hipócrita o un desaprobado. Sabe que está observando los mandamientos de Dios y haciendo lo que a su Padre le agrada, razón por la cual se siente libre tanto para expresarse como para hacer sus peticiones a Jehová, pero no como si Él le hubiese puesto en ‘libertad condicional’, restringiéndole el privilegio de hablar o formular peticiones. (Compárese con Números 12:10-15; Job 40:1-5; Lamentaciones 3:40-44; 1 Pedro 3:7.) Tampoco se inhibe por temores mórbidos ni se encamina al “día del juicio” con remordimientos de conciencia o algo que ocultar. (Compárese con Hebreos 10:27, 31.) Al contrario, como un niño que no teme pedir algo a sus amorosos padres, el cristiano en quien el amor está plenamente desarrollado se siente seguro de que “no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye. Además, si sabemos que nos oye respecto a cualquier cosa que estemos pidiendo, sabemos que hemos de tener las cosas pedidas porque se las hemos pedido a él”. (1 Juan 5:14, 15.)
Sin embargo, este ‘amor perfecto’ no echa fuera todo temor. No elimina el temor reverencial y filial a Dios, que nace de un profundo respeto por la posición que Él ocupa, su poder y su justicia. (Sal. 111:9, 10; Heb. 11:7.) Tampoco suprime el temor normal, gracias al cual uno puede evitar el peligro y protegerse a sí mismo y su vida, ni el temor causado por un peligro repentino. (Compárese con 1 Samuel 21:10-15; 2 Corintios 11:32, 33; Job 37:1-5; Habacuc 3:16, 18.)
Además, la unidad completa se consigue por medio del “vínculo perfecto” del amor, lo que hace que los verdaderos cristianos sean “perfeccionados en uno”. (Col. 3:14; Juan 17:23.) Naturalmente, esta perfección también es relativa y no significa que todas las diferencias de personalidad, como aptitudes, hábitos, conciencia y otros factores individuales afines, desaparezcan. Sin embargo, cuando se alcanza, su plenitud conduce a acción, creencia y enseñanza unificadas. (Rom. 15:5, 6; 1 Cor. 1:10; Efe. 4:3; Fili. 1:27.)
LA PERFECCIÓN DE CRISTO JESÚS
Jesús nació como humano perfecto, santo, sin pecado. (Luc. 1:30-35; Heb. 7:26.) Como es natural, su perfección física no era infinita, se hallaba dentro de los límites humanos, y experimentó algunas limitaciones propias de su condición humana: se cansó, tuvo hambre y sed, era mortal. (Mar. 4:36-39; Juan 4:6, 7; Mat. 4:2; Mar. 15:37, 44, 45.) El propósito de Jehová Dios era usar a su Hijo como Sumo Sacerdote a favor de la humanidad. Para acceder a ese puesto, aunque era un hombre perfecto, tuvo que ser ‘perfeccionado’ (gr. te·lei·ó·o), satisfaciendo a cabalidad los requisitos que su Padre había establecido, lo que le capacitaba para el fin o la meta designada. De él se exigía que llegara a ser “semejante a sus ‘hermanos’ en todo respecto”, aguantara el sufrimiento y aprendiera la obediencia bajo prueba, tal como lo tendrían que hacer sus “hermanos” o seguidores. De esta manera, podría “condolerse de nuestras debilidades, [como] uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado”. (Heb. 2:10-18; 4:15, 16; 5:7-10.) Además, después de morir como un sacrificio perfecto y resucitar, recibiría vida espiritual inmortal en los cielos, siendo así “perfeccionado para siempre” para su puesto sacerdotal. (Heb. 7:15-8:4; 9:11-14, 24.) Igualmente, todos los que servirán con Cristo como sacerdotes serán ‘hechos perfectos’, es decir, llevados a la meta celestial que buscan y a la cual han sido llamados. (Fili. 3:8-14; Heb. 12:22, 23; Rev. 20:6.)
El “Perfeccionador de nuestra fe”
A Jesús se le llama el “Agente Principal [o Caudillo Principal] y Perfeccionador de nuestra fe”. (Heb. 12:2.) Es cierto que mucho antes de la venida de Jesucristo, la fe de Abrahán fue “perfeccionada” por sus obras de fe y obediencia, de manera que consiguió la aprobación de Dios y llegó a ser parte con Dios de un pacto juramentado. (Sant. 2:21-23; Gén. 22:15-18.) Pero la fe de todos aquellos hombres fieles anteriores al ministerio terrestre de Jesús era incompleta o imperfecta porque no comprendían las profecías que para entonces aún no se habían cumplido con relación a Jesús como el Mesías y la Descendencia de Dios. (1 Ped. 1:10-12.) Por medio de su nacimiento, ministerio, muerte y resurrección a vida celestial, estas profecías llegaron a cumplirse y la fe en Cristo tuvo un fundamento más firme, respaldado por hechos históricos. Por lo tanto, en este sentido de fe perfeccionada, la fe “ha llegado” a través de Cristo Jesús (Gál. 3:24, 25), quien demostró ser el “iniciador” (LT), “pionero” (NBE) o Agente Principal de nuestra fe. Desde su posición celestial, él continuó siendo el Perfeccionador de la fe de sus seguidores: derramó espíritu santo sobre ellos en el Pentecostés, y les dio revelaciones que progresivamente aumentaron y desarrollaron su fe. (Hech. 2:32, 33; Heb. 2:4; Rev. 1:1, 2; 22:16; Rom. 10:17.)
“PARA QUE NO FUERAN HECHOS PERFECTOS APARTE DE NOSOTROS”
Después de repasar el registro de hombres fieles del período precristiano, desde Abel en adelante, el apóstol dice que ninguno de estos obtuvo “el cumplimiento de la promesa, puesto que Dios previó algo mejor para nosotros, para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros”. (Heb. 11:39, 40.) En este pasaje, la expresión “nosotros” claramente se refiere a los cristianos ungidos (Heb. 1:2; 2:1-4), los “participantes del llamamiento celestial” (Heb. 3:1), por quienes Cristo “inauguró [un] camino nuevo y vivo” en el lugar santo de la presencia celestial de Dios. (Heb. 10:19, 20.) Ese llamamiento celestial implica el servir como sacerdotes celestiales de Dios y también de Cristo durante su reinado milenario. Asimismo, se les concede “poder para juzgar”. (Rev. 20:4-6.) Cuando Pablo habla de “la revelación de los hijos de Dios” que aguarda ansiosamente la creación, es evidente que se refiere al tiempo cuando estos llamados sean colocados en sus gloriosos puestos y funciones celestiales. (Rom. 8:18, 19.) Parece lógico entonces que el “algo mejor” que Dios previó para esos cristianos ungidos sea la vida celestial y los privilegios que ellos reciben. (Heb. 11:40.) Sin embargo, su revelación resultaría en la liberación de la esclavitud a la corrupción para los de la creación que alcanzasen “la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Rom. 8:19-22.) En Hebreos 11:35 se muestra que los hombres fieles de tiempos precristianos mantuvieron integridad bajo sufrimiento “con el fin de alcanzar una resurrección mejor”, mejor sin duda que la de los “muertos” mencionados al comienzo del versículo, quienes resucitaron solo para volver a morir. (Compárese con 1 Reyes 17:17-23; 2 Reyes 4:17-20, 32-37.) Por consiguiente, para estos hombres fieles de tiempos precristianos, el que sean “perfeccionados” debe estar relacionado con su resurrección o restauración a la vida y después ser “[libertados] de la esclavitud a la corrupción” por los servicios del sacerdocio de Cristo Jesús y sus sacerdotes durante el gobierno milenario.
EL REGRESO DE LA HUMANIDAD A LA PERFECCIÓN EN LA TIERRA
En armonía con la oración: “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”, este planeta ha de experimentar a grado pleno la fuerza y el efecto de la ejecución de los propósitos de Dios. (Mat. 6:10.) Esto significa la remoción de toda falta y defecto, de modo que lo que quede satisfaga las normas de Dios en cuanto a excelencia, plenitud y cabalidad. Según Revelación 5:9, 10, resulta evidente que esto incluirá la perfección de las condiciones terrestres y de las criaturas humanas. En ese pasaje se declara que las personas ‘compradas para Dios’ (compárese con Revelación 14:1, 3) llegan a ser “un reino y sacerdotes para nuestro Dios, y han de reinar sobre la tierra”. El deber de los sacerdotes bajo el pacto de la Ley no solo consistía en representar a las personas ante Dios al ofrecer sacrificios, sino también en proteger la salud física de la nación, oficiar en la limpieza ceremonial de aquel que había sido inmundo y determinar cuándo alguien que había padecido lepra estaba curado. (Lev., caps. 13-15.) De más importancia aún era la responsabilidad del sacerdocio en lo que tiene que ver con ayudar en la edificación de la salud mental y espiritual del pueblo. (Deu. 17:8-13; Mal. 2:7.) Ya que la Ley tenía “una sombra de las buenas cosas por venir”, es de esperar que el sacerdocio celestial bajo Cristo Jesús, que estará en operación durante su reinado milenario (Rev. 20:4-6), ejecutará un trabajo similar. (Heb. 10:1.)
En el cuadro profético de Revelación 21:1-5 se garantiza que la “humanidad” no tendrá más lágrimas, lamento, clamor, dolor y muerte. Por medio de Adán entró el pecado y, como consecuencia, el sufrimiento y la muerte en la raza humana. (Rom. 5:12.) Naturalmente, todo esto es parte de las “cosas anteriores” que han de desaparecer. La muerte es el salario del pecado, y “como el último enemigo, la muerte ha de ser reducida a nada” por medio del gobierno del reino de Cristo. (Rom. 6:23; 1 Cor. 15:25, 26, 56.) Para la humanidad, esto significa un regreso a la condición perfecta que disfrutaba el hombre en Edén al principio de la historia. Por lo tanto, los humanos podrán disfrutar no solo de perfección en cuanto a fe y amor, sino también de perfección al estar sin pecado y alcanzar por completo el alto nivel de las justas normas de Dios para el hombre. La profecía de Revelación 21:1-5 también tiene que ver con el reino de mil años de Cristo, ya que a la “Nueva Jerusalén”, cuyo ‘descenso’ está enlazado con la desaparición de las aflicciones de la humanidad, se la muestra como “novia” o congregación de Cristo, es decir: los que componen el sacerdocio real del gobierno milenario de Cristo. (Rev. 21:9, 10; Efe. 5:25-32; 1 Ped. 2:9; Rev. 20:4-6.)
La perfección de la humanidad será relativa, limitada a la esfera humana. Sin embargo, quienes la consigan, gozarán de la vida terrestre plenamente. “El regocijo hasta la satisfacción [a plenitud] está con tu rostro [de Jehová]”, y el que ‘la tienda de Dios esté con la humanidad’ indica que se alude a la humanidad obediente, aquellos hacia quienes el rostro de Jehová se vuelve con aprobación. (Sal. 16:11; Rev. 21:3; compárese con Salmos 15:1-3; 27:4, 5; 61:4; Isaías 66:23.) No obstante, la perfección no significa que no haya variedad, como a menudo concluyen las personas. El reino animal, producto de la ‘actividad perfecta’ de Jehová (Gén. 1:20-24; Deu. 32:4), encierra una gran variedad. La perfección del planeta Tierra tampoco es incompatible con la variedad, el cambio o el contraste. Admite lo sencillo y lo complejo, lo simple y lo elaborado, lo amargo y lo dulce, lo áspero y lo suave, los prados y los bosques, las montañas y los valles. Abarca el frescor estimulante de la incipiente primavera, el calor del verano con su cielo azul translúcido, la hermosura de los colores otoñales y la belleza de la nieve recién caída. (Gén. 8:22.) Los humanos perfectos no serán criaturas estereotipadas, con personalidad, talento y aptitudes idénticos. Como se ha visto por las definiciones iniciales, la uniformidad no es necesariamente una acepción de perfección.