CUERPO
Estructura física del hombre o del animal. Los diversos cuerpos físicos se componen de diferentes clases de carne junto con la fuerza de vida. (1 Cor. 15:39; Sant. 2:26; Gén. 7:22; véase ALMA.)
CUERPOS ESPIRITUALES
Así como hay cuerpos físicos visibles y palpables, también hay cuerpos espirituales, los cuales son invisibles y están fuera del alcance de los sentidos humanos. (1 Cor. 15:44.) Los cuerpos de los seres espirituales (Dios, Cristo, los ángeles) son gloriosos. “Nadie ha contemplado a Dios nunca.” (1 Juan 4:12.) El hombre no puede ver a Dios y vivir. (Éxo. 33:20.) Cuando el apóstol Pablo tuvo simplemente un vislumbre de la manifestación de Jesucristo después de haber sido resucitado, cayó al suelo y quedó cegado por el resplandor, y fue necesario un milagro para devolverle la vista. (Hech. 9:3-5, 17, 18; 26:13, 14.) De igual manera, los ángeles son mucho más poderosos que los hombres. (2 Ped. 2:11.) Son seres gloriosos, esplendorosos y así es como han aparecido al manifestarse en forma física. (Mat. 28:2-4; Luc. 2:9.) Estos hijos espíritus de Dios tienen una visión suficientemente poderosa como para ver y aguantar el esplendor del Dios Todopoderoso. (Luc. 1:19.)
Ya que no podemos ver a Dios con los ojos físicos, Él usa ciertas expresiones metafóricas para ayudarnos a entender y apreciar cosas acerca de sí mismo. La Biblia habla de Él como si tuviera ojos (Sal. 34:15; Heb. 4:13); brazos (Job 40:9; Juan 12:38); pies (Sal. 18:9; Zac. 14:4); corazón (Gén. 8:21; Pro. 27:11); manos (Éxo. 3:20; Rom. 10:21); dedos (Éxo. 31:18; Luc. 11:20); nariz (Eze. 8:17; Éxo. 15:8) y oídos. (1 Sam. 8:21; Sal. 10:17.) No debe suponerse que Él literalmente posea estos órganos de manera física o según los conocemos. El apóstol Juan, que tenía la esperanza de vivir en el cielo, dijo a sus coherederos de vida celestial: “Amados, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sí sabemos que cuando él sea manifestado seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es”. (1 Juan 3:2.) Estos tendrán un cuerpo semejante al “cuerpo glorioso” de Jesucristo (Fili. 3:21), que es “la imagen del Dios invisible”, “el reflejo de su gloria y la representación exacta de su mismo ser”. (Col. 1:15; Heb. 1:3.) Por consiguiente, ellos recibirán cuerpos incorruptibles con inmortalidad inherente, a diferencia de los ángeles y de los hombres, que son mortales. (1 Cor. 15:53; 1 Tim. 1:17; 6:16; Mar. 1:23, 24; Heb. 2:14.)
EL CUERPO DE CARNE DE CRISTO
Cuando instituyó la Cena del Señor, Jesús ofreció el pan ácimo a sus once apóstoles fieles y dijo: “Esto significa mi cuerpo que ha de ser dado a favor de ustedes”. (Luc. 22:19.) Él, con anterioridad, ya les había dicho: “El pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo”. (Juan 6:51; Heb. 10:10; 1 Ped. 2:24; véase CENA DEL SEÑOR.)
Para que pudiera ser el “último Adán” (1 Cor. 15:45) y ofrecer un “rescate correspondiente” por toda la humanidad, era necesario que Jesús fuese un hombre con cuerpo carnal y no una encarnación. (1 Tim. 2:5, 6; Mat. 20:28.) Además, tenía que ser perfecto, pues había de ofrecerse en sacrificio para proveer ante Jehová Dios el precio de compra. (1 Ped. 1:18, 19; Heb. 9:14.) Ningún humano imperfecto podía proveer el precio que se necesitaba. (Sal. 49:7-9.) Por esta razón Jesús le dijo a su Padre cuando se presentó para el bautismo con el fin de empezar su derrotero de sacrificio: “Me preparaste un cuerpo”. (Heb. 10:5.)
En el caso de Jesucristo no se permitió que su cuerpo físico se convirtiese en polvo, como había ocurrido con los cuerpos de Moisés y David, hombres que prefiguraron a Cristo. (Deu. 34:5, 6; Hech. 13:35, 36; 2:27, 31.) Cuando al comenzar el primer día de la semana, los discípulos fueron a la tumba, el cuerpo de Jesús había desaparecido y solo quedaba la mortaja, pues probablemente su cuerpo había sido desintegrado sin que este pasara por el proceso de descomposición normal. (Juan 20:2-9; Luc. 24:3-6.)
Después de su resurrección Jesús se apareció con cuerpos diferentes. María le confundió con el hortelano. (Juan 20:14, 15.) En otra aparición, entró en una habitación que tenía las puertas cerradas con llave, y su cuerpo presentaba señales de las heridas. (Juan 20:24-29.) Varias veces fue reconocido, no debido a su apariencia, sino por sus palabras y acciones. (Luc. 24:15, 16, 30, 31, 36-45; Mat. 28:16-18.) En una ocasión, el milagro que se realizó al seguir sus instrucciones abrió los ojos de sus discípulos y le identificaron. (Juan 21:4-7, 12.) Al haber resucitado como espíritu (1 Ped. 3:18), Jesús podía materializar un cuerpo de acuerdo a la ocasión, tal como los ángeles habían hecho en tiempos pasados cuando se aparecieron como mensajeros. (Gén. 18:2; 19:1, 12; Jos. 5:13, 14; Jue. 13:3, 6; Heb. 13:2.)
USO SIMBÓLICO
Se habla de Jesucristo como la cabeza de “la congregación, la cual es su cuerpo”. (Efe. 1:22, 23; Col. 1:18.) Este cuerpo cristiano de personas no tiene divisiones raciales, nacionales o de otra clase, en él están representados judíos y personas de todas las naciones. (Gál. 3:28; Efe. 2:16; 4:4.) Todos están bautizados en Cristo y en su muerte por medio del espíritu santo. Por lo tanto, todos ellos son bautizados para formar un solo cuerpo. (1 Cor. 12:13.) En consecuencia, todo el cuerpo sigue a la cabeza, sufriendo su misma muerte y recibiendo su misma resurrección. (Rom. 6:3-5.)
El apóstol Pablo asemeja el funcionamiento del cuerpo humano al de la congregación cristiana, diciendo que los miembros de esta congregación que están vivos sobre la Tierra en cualquier tiempo forman un cuerpo con Cristo como cabeza invisible. (Rom. 12:4, 5; 1 Cor., cap. 12.) Pablo recalca la importancia del lugar que ocupa cada miembro, su interdependencia, el amor y cuidado que se muestran, así como el trabajo que llevan a cabo. Dios ha colocado en este cuerpo a cada uno en su posición, y es debido a las diversas operaciones del espíritu santo que el cuerpo efectúa lo que es necesario. Jesucristo, que es la cabeza de todos, suministra a los miembros del cuerpo las cosas que necesitan por medio de “sus coyunturas”. (Col. 2:19.)
USO APROPIADO DEL PROPIO CUERPO
El cristiano debería apreciar el cuerpo que Dios le ha dado y amarse a sí mismo lo suficiente como para cuidar apropiadamente de su cuerpo a fin de poder presentarlo en servicio sagrado aceptable a Dios. (Rom. 12:1.) Esto requiere hacer uso de la razón y mantener el cuerpo con alimento y otras necesidades, así como limpieza física. No obstante, hay otras clases de cuidado que aún son más importantes: la espiritualidad, buscar el reino de Dios y su justicia, y la práctica de la rectitud moral. (Mat. 6:25, 31-33; Col. 2:20-23; 3:5.) El apóstol aconseja: “El entrenamiento corporal es provechoso para poco; pero la devoción piadosa es provechosa para todas las cosas, puesto que encierra promesa de la vida de ahora y de la que ha de venir”. (1 Tim. 4:8.)