¿Puede ser derrotada la muerte?
¿HA CONSIDERADO usted alguna vez el efecto que Jesucristo tuvo en la historia humana? El mismísimo calendario que utilizan la mayoría de las personas del mundo occidental está basado en el año en que se cree que él nació. Como declara The World Book Encyclopedia: “Las fechas anteriores a aquel año se alistan junto con las iniciales a. de J.C. o antes de Jesucristo. Las fechas posteriores a aquel año se alistan junto con las iniciales A.C. o anno Domini (año de Cristo).”
¿Cómo llegó a ser tan famoso Jesús? En parte esto se debió a los milagros maravillosos que ejecutó en el distrito de Galilea. Esta región estaba ubicada en lo que hoy es la parte norte de la República de Israel. Flavio Josefo, historiador judío del primer siglo, escribió acerca de este distrito: “Son sus tierras muy fértiles, llenas de todo género de árboles, . . . Hay también muchas ciudades.” De hecho, declaró: “hay doscientas cuarenta ciudades y pueblos en Galilea.”a
Fue entre estas numerosas ciudades y pueblos donde Jesucristo predicó y ejecutó sus asombrosos milagros. Aunque el registro bíblico menciona solo unas cuantas de estas ciudades por nombre, Jesús llegó a estar en muchas de ellas, porque el relato inspirado dice en cuanto a su predicación en aquella región: “Jesús emprendió un recorrido de todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas y predicando las buenas nuevas del reino y curando toda suerte de dolencia y toda suerte de mal.”—Mat. 9:35.
Muchos de los galileos a quienes Jesús predicaba lo conocían, porque él se había criado entre ellos... en la aldea pequeña de Nazaret ubicada en los cerros que están a unos 29 kilómetros al suroeste del mar de Galilea.
LA VISITA DE JESÚS A NAÍN
Fue en el año 31 E.C., durante el segundo año del ministerio de Jesús, cuando el hijo de la viuda murió en la ciudad de Naín. Esta ciudad estaba situada a solo unos ocho o nueve kilómetros al suroeste de Nazaret, la aldea donde Jesús vivía. Cuando el joven murió, Jesús estaba predicando por la parte norte de la ribera del mar de Galilea, donde acababa de pronunciar su famoso Sermón del Monte.
La Biblia declara que, al terminar este sermón, Jesús “entró en Capernaum.” Él curó al esclavo de cierto oficial del ejército mientras estuvo en aquella ciudad litoral. “Poco después de esto [o, como lo vierten algunos manuscritos antiguos: “Al día siguiente”] viajó a una ciudad llamada Naín, y sus discípulos y una grande muchedumbre viajaban con él.”—Luc. 7:1-11, Traducción del Nuevo Mundo, edición de 1971 en inglés, nota al pie de la página.
Este viaje a Naín, situada al suroeste de Capernaum, era un recorrido de unos 32 kilómetros, un día de viaje aun para personas acostumbradas a viajar a pie. Jesús y los que lo acompañaban atravesaron el valle y se acercaron a la entrada de esta ciudad. Entonces, el registro nos dice que “al acercarse él a la puerta de la ciudad, pues ¡mira! sacaban a un muerto, el hijo unigénito de su madre. Además, ella era viuda. También estaba con ella una muchedumbre bastante numerosa de la ciudad. Y cuando alcanzó a verla el Señor, se enterneció por ella.”—Luc. 7:12, 13.
Arthur P. Stanley, quien visitó este sitio el siglo pasado, escribió acerca de este encuentro en su libro Sinai and Palestine: “En la vertiente norte . . . se encuentran las ruinas de la aldea de Naín. . . . Solo podía haber tenido una entrada, la que abre a la ladera escabrosa en su bajada hacia la llanura. Debe haber sido en este repecho o cuesta empinada donde se detuvo al féretro ‘cerca de la puerta’ de la aldea cuando, según la costumbre oriental, ‘sacaban al hombre muerto.’ . . . Es un lugar que no tiene ningún rasgo particular que lo fije en la memoria; pero, debido a la autenticidad de lo que se afirma respecto a este lugar, y al estrecho espacio dentro del cual tenemos que buscar el suceso conmovedor, puede contarse entre los puntos más interesantes del escenario del relato evangélico.”
Otra persona que visitó este lugar en el siglo diecinueve, J. W. McGarvey, escribió en su libro Lands of the Bible (Las tierras bíblicas): “Naín está encaramada en un desnivel de terreno y tiene una ladera empinada de unos 18 metros que desciende hacia la llanura que queda justamente al norte de ésta. El camino que viene del norte se acerca a la ciudad a través de un valle angosto situado al extremo oeste de la ciudad, y más allá hay sepulcros cortados en las rocas . . . Era hacia este lugar de entierro hacia donde se dirigía la procesión que llevaba el cadáver del hijo de la viuda, y así por casualidad se encontró con Jesús, que se acercaba a la puerta del pueblo en su venida desde Capernaum, donde había estado el día antes.”
UN ASOMBROSO MILAGRO
Al encontrarse con la muchedumbre que estaba de duelo, y con la madre desconsolada, Jesús sintió compasión por ella. La tristeza profunda de ella le enterneció el corazón. De modo que, tiernamente, y sin embargo con firmeza que impartía confianza, él dijo a ella: “Deja de llorar.” Su porte y su proceder llamaron la atención de la muchedumbre, así que cuando ‘se acercó y tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron.’ De seguro todos se preguntaban qué estaría por hacer Jesús.
Es cierto que más de un año antes Jesús había convertido el agua en vino al asistir a un banquete de bodas en la aldea de Caná, que quedaba a unos kilómetros al norte, Además, es cierto que en otras ciudades y aldeas no lejos de allí Jesús había curado milagrosamente de sus enfermedades a ciertas personas y tal vez algunos de los que estaban de duelo habían oído estos informes. Pero según indica el registro bíblico inspirado, Jesús todavía no había levantado a nadie de la muerte. ¿Podía él hacer tal cosa?
Dirigiéndose al cadáver, Jesús ordenó: “Joven, yo te digo: ¡Levántate!” Y ¡qué prodigio! “El muerto se incorporó y comenzó a hablar, y se lo dio a su madre.”
¡Qué cosa extraordinaria! Imagínese cómo debe haberse sentido aquella mujer. ¿Cómo se sentiría usted? ¿Qué puede decir una persona en tales circunstancias? ¿‘Gracias por resucitar a mi hijo’? Meras palabras no bastarían para expresar el agradecimiento por semejante obra. ¡Ciertamente fue un milagro!
“Entonces el temor se apoderó de todos, y se pusieron a glorificar a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha sido levantado entre nosotros,’ y: ‘Dios ha dirigido su atención a su pueblo.’ Y estas noticias respecto a él se extendieron por toda Judea y por toda la comarca.” Era evidente que Jesús era un gran profeta provisto por Dios.—Luc. 7:13-17.
¿EL PROMETIDO HACEDOR DE MILAGROS?
Quince siglos antes, el profeta Moisés había ejecutado milagros asombrosos por medio del poder de Dios; hasta dividió el mar Rojo para que la entera nación de Israel pudiera pasar por suelo seco. Pero se profetizó que vendría un profeta que haría milagros mayores. Bajo inspiración de Dios, Moisés dijo: “Un profeta de en medio de ti mismo, de tus hermanos, semejante a mí, es lo que Jehová tu Dios levantará para ti... a él ustedes deben escuchar.” (Deu. 18:15) Por lo tanto, la pregunta en el primer siglo era: ‘¿Es este Jesús de Nazaret el profeta de Dios que se predijo que vendría?’
Juan el Bautizante creía que Jesús era ese profeta. Casi dos años antes, él había visto el espíritu de Dios descender sobre Jesús después de haberlo bautizado en el río Jordán. (Juan 1:32-34) Ahora Juan estaba en la cárcel, pues como un año antes Herodes Antipas lo había encarcelado por haber denunciado Juan las relaciones adúlteras de Herodes con la esposa de su hermano.
Así que fue allí en la cárcel donde “los discípulos de Juan le informaron acerca de todas estas cosas,” especialmente respecto a la resurrección del hijo de la viuda. Al oír este informe, “Juan mandó llamar a ciertos dos de sus discípulos y los envió al Señor a decir: ‘¿Eres tú El Que viene o hemos de esperar a uno diferente?’”—Luc. 7:18, 19; Mat. 11:2, 3.
No era que Juan dudara de que Jesús fuera el profeta prometido. Pero después de oír este informe extraordinario acerca de que el hijo de la viuda había sido restaurado a la vida, quiso una declaración verbal directamente de Jesús respecto a su identidad como el Mesías. Juan se había preguntado si habría de venir otro, un sucesor, por decirlo así, que hubiera de completar el cumplimiento de todas las cosas que se habían predicho que el Mesías de Dios efectuaría.
De modo que cuando los dos discípulos de Juan llegaron adonde estaba Jesús y le hicieron la petición de Juan, el registro dice: “En aquella hora [Jesús] curó a muchos de enfermedades y de penosas dolencias y de espíritus inicuos, y concedió a muchos ciegos el favor de ver. Por lo tanto, en respuesta dijo a los dos:
‘Vayan, informen a Juan lo que vieron y oyeron: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos son levantados, a los pobres se les dicen las buenas nuevas. Y feliz es el que no haya tropezado a causa de mí.’”—Luc. 7:20-23.
Ciertamente este informe fue algo que animó a Juan. Era prueba que confirmaba que Jesús realmente estaba ejecutando las obras extraordinarias que distinguirían al profeta predicho por Moisés. ¡Nunca antes había habido tal demostración de poderes milagrosos por un hombre! Así que Juan, a pesar de que se le dejó en la cárcel, tuvo la seguridad de que Jesús era el singular y único profeta que cumplía lo que Moisés había predicho.
No cabe duda. ¡Hasta la muerte puede ser derrotada, como en el caso del hijo difunto de la viuda de Naín!
[Nota a pie de página]
a Guerra de los judíos, Libro 3, capítulo 2, párrafo 2; (Editorial Iberia, S.A.) Vida de Flavio Josefo, párrafo 45.