¿Debe usted bautizarse?
EN LOS últimos tres años, los testigos de Jehová han bautizado a casi un millón de personas. Esto significa un promedio de 824 por día, o cuatro cada siete minutos. ¿Es acaso una mera imitación del fervor religioso de los siglos XV y XVI?
No, pues estas personas no se bautizaron a la fuerza, en una conversión en masa, ni tampoco porque un orador religioso hiciera un llamamiento sentimentalista. Se bautizaron porque Jesucristo, el Amo y Caudillo de los cristianos, ordenó que así se hiciera. Siguieron los pasos y los procedimientos que enseñó Jesús y que pusieron en práctica los apóstoles que él eligió y educó.
Después de resucitar, Jesús encomendó a sus discípulos esta misión al despedirse de ellos antes de ascender al cielo: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado. Y, ¡miren!, estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas”. (Mateo 28:19, 20.) A partir de entonces, ese sería el único bautismo en agua que Dios aprobaría.
Así, la Biblia nos dice que los primeros seguidores de Cristo fueron “testigos de [Jesús] tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. (Hechos 1:8.) Como Jesús había predicho, su predicación y enseñanza produciría nuevos creyentes, a quienes habría que bautizar para que fueran sus seguidores.
El primer ejemplo que recogen las Escrituras sucedió en Jerusalén el día del Pentecostés de 33 E.C. Aquel día el apóstol Pedro “se puso de pie con los once” y habló de Jesús el Mesías a las multitudes. El relato nos dice que a causa del discurso “se sintieron heridos en el corazón” y le preguntaron qué debían hacer. Pedro respondió: “Arrepiéntanse, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados”. Después “los que abrazaron su palabra de buena gana fueron bautizados, y en aquel día unas tres mil almas fueron añadidas”. (Hechos 2:14-41.) Los relatos posteriores aclaran que los discípulos escuchaban el mensaje cristiano, creían en las buenas nuevas y se arrepentían antes de bautizarse. (Hechos 8:12, 13, 34-38; 10:34-48; 16:30-34; 18:5, 8; 19:1-5.)
¿De qué manera?
Pero ¿cómo se bautizaría en agua a estos nuevos discípulos? ¿Sería por aspersión (salpicando), afusión (vertiendo en la cabeza), o inmersión (sumergiendo por completo)? ¿Qué indica la Biblia? Ya que Jesús nos dejó dechado ‘para que sigamos sus pasos con sumo cuidado y atención’, ¿de qué manera se bautizó él? (1 Pedro 2:21.)
La Biblia dice que Jesús se bautizó en el Jordán, un río caudaloso. Una vez bautizado, “subió del agua”. (Marcos 1:10; Mateo 3:13, 16.) Por tanto, Jesús fue de hecho sumergido en el Jordán. Juan, quien lo bautizó, eligió cierto punto cercano a Salim, en el valle del Jordán, como lugar adecuado para realizar los bautismos “porque allí había una gran cantidad de agua”. (Juan 3:23.) Los seguidores de Jesús habitualmente bautizaban sumergiendo por completo en el agua, como se desprende de las palabras del eunuco etíope. En respuesta a la enseñanza de Felipe, exclamó: “¡Mira! Agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?”. A continuación leemos que “ambos bajaron al agua” y luego ‘subieron del agua’. (Hechos 8:36-39.)
¿Confirma la historia la práctica del bautismo por inmersión de los cristianos? Sin duda alguna. Es interesante observar que en varios países se conservan muchas pilas bautismales de gran tamaño, aptas para la inmersión. “La arqueología demuestra irrefutablemente que la inmersión era la manera habitual de bautizar en los primeros diez a catorce siglos”, dice la revista Ministry. Comenta además: “Podemos trazar la historia del bautismo entre las ruinas de los edificios cristianos primitivos y también en las antiguas iglesias que permanecen en uso. Las pinturas de catacumbas e iglesias, los mosaicos de suelos, muros y techos, los relieves y los dibujos de antiguos manuscritos del Nuevo Testamento añaden detalles a esta historia [...] A esto se suma el testimonio que hallamos en los escritos de los padres de la Iglesia tocante al hecho de que la inmersión era la modalidad habitual del bautismo en la Iglesia primitiva”.
El Diccionario Enciclopédico Salvat (edición de 1967) admite: “El primitivo ritual del BAUTISMO [...] se efectuó en la Iglesia cristiana primitiva por inmersión”. No es de extrañar que en los periódicos aparezcan titulares como los siguientes: “Los católicos reimplantan el bautismo por inmersión” (The Edmonton Journal, Canadá, 24 de septiembre de 1983), “El bautismo por inmersión es muy popular entre nuestros católicos” (St. Louis Post-Dispatch, 7 de abril de 1985), “Muchos católicos eligen el bautismo por inmersión” (The New York Times, 25 de marzo de 1989) y “Resurge el bautismo por inmersión” (The Houston Chronicle, 24 de agosto de 1991).
¿Con qué propósito?
¿Por qué pidió Jesús que sus discípulos se bautizaran? Porque era un símbolo adecuado de su dedicación de todo corazón a Dios. Tenían que predicarse las “buenas nuevas” por toda la Tierra y había que hacer discípulos de “gente de todas las naciones”. (Mateo 24:14; 28:19.) Esto significaba que Dios ya no tenía una relación exclusiva con la nación judía, formada por personas dedicadas a él desde que nacían. Cornelio y su familia fueron los primeros gentiles, es decir, no judíos, que aceptaron la verdad acerca de Jesucristo y se bautizaron.
La sumersión en agua indicaba que los bautizados habían muerto tocante a llevar una vida centrada en sí mismos. El que se les levantara del agua simbolizaba que desde ese momento vivían para hacer la voluntad de Dios, a quien ponían en primer lugar en la vida, tal como hizo Jesús. (Mateo 16:24.) El bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo” mostraba que habían aprendido y aceptado la verdad referente a cada uno de ellos y que los reconocían como lo que en realidad son. (Mateo 28:19; compárese con Hechos 13:48.) El bautismo era tan solo un paso inicial que indicaba obediencia a Dios y sumisión a su voluntad.
Las Escrituras no apoyan el concepto religioso muy difundido de que el bautismo es un sacramento, es decir, una ceremonia religiosa que imparte mérito —gracia, santidad o beneficio espiritual— al que se bautiza. Por ejemplo, la bula pontificia del papa Eugenio IV citada en el artículo anterior dice con respecto al bautismo: “El efecto de este sacramento es la remisión de todo pecado, tanto el original como el actual, e igualmente de todo castigo debido al pecado. Como resultado, a los que se bautizan no se les exige satisfacción de los pecados pasados; y si mueren antes de cometer pecado, alcanzan inmediatamente el reino del cielo y la visión de Dios”.
Sin embargo, Jesús se bautizó aunque “no cometió pecado”. (1 Pedro 2:22.) Además, según las Escrituras, la remisión de pecados viene tan solo mediante el sacrificio de rescate de Jesucristo. Ananías instó a Saulo de Tarso: “Levántate, bautízate y lava tus pecados mediante invocar [el] nombre [de Jesús]”. (Hechos 22:12-16.) Sí, la salvación solo es posible gracias a la sangre derramada de Jesús y a que se ‘invoque su nombre’ con fe. (Hebreos 9:22; 1 Juan 1:7.)
¿Cómo entendemos, entonces, las palabras de Pedro de 1 Pedro 3:21? Allí dice: “Lo que corresponde a esto ahora también los está salvando a ustedes, a saber, el bautismo (no el desechar la suciedad de la carne, sino la solicitud hecha a Dios para una buena conciencia), mediante la resurrección de Jesucristo”. Pedro estaba comparando el bautismo a la experiencia de pasar a través de las aguas del Diluvio (1Pe 3 versículo 20). Noé demostró que confiaba plenamente en Dios construyendo el arca para mantener viva a su familia. (Hebreos 11:7.) De igual modo, las personas pueden salvarse de este sistema malvado si ejercen fe en Jehová Dios y su provisión para la salvación por medio de Jesucristo. También deben actuar en consonancia con esta fe. Al arrepentirse de sus pecados, volverse del mal camino y dedicarse sin reservas a Jehová Dios en oración, le solicitan una buena conciencia. Sin embargo, el perdón de los pecados y la salvación son posibles gracias al sacrificio de Jesús y su resurrección, mediante la cual presentó a Dios en los cielos el valor de aquel sacrificio. (1 Pedro 3:22.)
¿Qué hará usted?
¿Se ha estado asociando con los testigos de Jehová por algún tiempo? Quizás ya haya hecho los cambios necesarios en su vida en conformidad con los principios bíblicos, pero no ha dado los pasos de la dedicación y el bautismo. Puede que desee hacer la voluntad de Dios, pero tenga miedo de que el bautismo lo comprometa. Por tanto, quizás prefiera eludir esa responsabilidad por un tiempo. Casi once millones y medio de personas asistieron a la celebración de la Cena del Señor el año pasado. Sin embargo, la cantidad máxima de personas que predicaron ese año fue de cuatro millones y medio. Las cifras indican que unos siete millones de asistentes aprecian hasta cierto grado la verdad de Dios, aunque no son testigos de Jehová bautizados. Por supuesto, algunos son niños y personas recién interesadas. Otros, sin embargo, participan en la predicación y tampoco están bautizados. Hay muchos que han adquirido conocimiento exacto de la Biblia, pero no se han beneficiado a plenitud de la provisión de Dios para la salvación al no haberse bautizado.
Debe tenerse muy presente que es el conocimiento de los requisitos de Dios lo que nos hace responsables. “Si uno sabe hacer lo que es correcto y, sin embargo, no lo hace, es para él un pecado”, dice Santiago 4:17. Ezequiel 33:7-9 indica que la persona a la que se le explican los mandamientos e instrucciones de Dios es responsable de cumplirlos. Por ello, la cuestión es si se tiene verdadero amor a Dios y un auténtico deseo de complacerle. El que tiene de verdad este amor y desea mantener una relación especial con Jehová Dios no se retiene de dedicarle incondicionalmente la vida. El bautismo no es más que un símbolo externo de esa dedicación. Es un paso necesario para alcanzar la salvación. Los verdaderos creyentes se bautizan. (Hechos 8:12.)
Las maravillosas perspectivas que Dios brinda a los fieles dedicados en el nuevo mundo venidero superan a cualquier ventaja que parezca ofrecer este sistema de cosas viejo e inicuo. El temor al hombre se desvanece cuando tenemos en cuenta la poderosa mano de Dios. (1 Corintios 10:22; 1 Pedro 5:6, 7.) Ciertamente, hoy es tiempo de preguntarse, como el eunuco etíope le preguntó a Felipe: “¿Qué impide que yo sea bautizado?”.
[Ilustración en la página 7]
¿Se pregunta usted, al igual que el eunuco etíope: “¿Qué impide que yo sea bautizado?”?