La mano en las Escrituras
La singular mano humana, con su pulgar opuesto, testifica elocuentemente a la sabiduría y destreza del Creador del hombre. En realidad, si no fuera por esta mano de forma singular, el hombre estaría mucho más limitado en cuanto a las obras que podría hacer.
Apropiadamente, las manos reciben frecuente mención en las Escrituras, unas dos mil veces. Se usaban como medio de medir. El palmo menor equivalía a setenta y seis milímetros. Un palmo, la distancia cubierta por la mano extendida desde la punta del pulgar hasta la punta del meñique, equivalía a veintitrés centímetros, la mitad de un codo de cuarenta y seis centímetros. De modo que cuando leemos que el gigante Goliat medía seis codos y un palmo sabemos que era de dos metros y noventa y nueve centímetros de alto.—Éxo. 37:12; 1 Sam. 17:4.
Las manos también se usaban en la oración, no plegadas santurrónamente, sino extendidas a Jehová Dios de una manera significante y suplicante, como hizo el rey Salomón al tiempo de la dedicación del templo: “Salomón . . . extendió las palmas hacia los cielos; y pasó a decir: ‘Oh Jehová el Dios de Israel, no hay Dios como tú.’” Se dice de la sabiduría que ella extiende sus manos en súplica a los que la necesitan. Por otra parte, se dice que Dios extiende su mano contra sus enemigos cuando ejecuta juicio sobre ellos.—1 Rey. 8:22, 23; Esd. 9:5; Neh. 8:6; Pro. 1:24; Isa. 5:25; 31:3.
Las manos figuraban prominentemente en la adoración conducida por el sacerdocio levítico, particularmente en la ceremonia de instalación. Aarón y sus hijos repetidamente pusieron sus manos sobre ciertos animales que habían de sacrificarse para indicar que estos animales les representaban o que estaban siendo sacrificados a favor de ellos. Y entonces ciertas ofrendas se colocaron en las palmas (manos) de Aarón y de sus hijos, representándose con esto a Dios llenando las manos de Jesucristo y de los miembros de su cuerpo con poder y autoridad para servir aceptablemente como sacerdotes.—Lev. 8:14, 18, 22, 27.
En el Israel antiguo cuando se hacía un acuerdo había un estrechar de manos para servir de firma o para ratificar el acuerdo: “Prometieron por medio de estrecharse las manos despedir a sus esposas [paganas].” Y cuando un hombre salía garante o fiador de otro, solía indicar esto por medio de golpear las palmas de las manos o de un estrechar de manos, cosa desaprobada por el sabio escritor del libro de los Proverbios, quien dijo: “A uno positivamente le irá mal por haber ido de fiador para un extraño, pero el que odia el estar dando la mano se mantiene libre de cuidado.”—Esd. 10:19; Pro. 11:15; 6:1; 17:18; 22:26.
En las Escrituras Cristianas Griegas leemos que se usaban las manos cuando se efectuaban curaciones milagrosas: “Cuando estaba poniéndose el sol, todos los que tenían personas enfermas de distintas dolencias las traían a él. Mediante el poner las manos sobre cada una de ellas él las curaba.” También había una imposición de manos cuando se impartía el espíritu santo: “Impusieron las manos sobre ellos, y comenzaron. a recibir espíritu santo.” Y cuando el espíritu santo dio a saber a la congregación de Antioquía que era la voluntad de Dios que Pablo y Bernabé fuesen separados para obra especial, “ayunaron y oraron y les impusieron las manos y los dejaron ir.” Incidentemente, a causa de esta comisión a Bernabé se le llamó apóstol, no uno de los doce enviados por Jesús, sino uno de los dos enviados por la congregación de Antioquía.—Luc. 4:40; Hech. 8:17; 13:1-3; 14:14.
En sentido figurado la mano se usa a menudo en las Escrituras para referirse a poder aplicado, tanto el de Jehová como el del hombre. “La mano [poder aplicado] de Jehová vino a ser pesada sobre los de Asdod.” Se le prometió a Judá: “Tu mano estará en la cerviz de tus enemigos.”—1 Sam. 5:6; Gén. 49:8. Véase también Éxodo 6:1; 9:3.
Las manos también representan actividad y cooperación. Así, el profeta Oded le dijo al fiel rey Asa: ‘Tú, sé valeroso y no dejes caer las manos, porque existe una recompensa para tu actividad.’ Por otra parte, el rey Saúl mató a ciertos sacerdotes debido a que habían cooperado con David, “porque su mano también [había sido] con David.”—2 Cró. 15:7; 1 Sam. 22:17.
Puesto que un asesino le quita la vida a otro mediante sus manos, se dice de éstas que están ‘llenas de sangre derramada.’ Pilato trató en vano de desembarazarse de esta responsabilidad por medio de literalmente lavarse las manos.—Isa. 1:15; Mat. 27:24.
Todos los que aprecian los dones de Dios, incluyendo las manos, harán caso del consejo: “Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con tu mismísimo poder.” Sí, cualquier actividad en que participemos ha de hacerse con nuestro mismísimo poder, es decir, de toda alma.—Ecl. 9:10; Col. 3:23.