¡Cuidado con la codicia!
DEBIDO a que la codicia es un vicio tan común la mayoría de las personas no la toma en serio. La Palabra de Dios, sin embargo, se pronuncia en contra de ella en términos de los más enérgicos:
“¡Qué! ¿No saben que las personas injustas no heredarán el reino de Dios? No se extravíen. Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que son mantenidos para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres,. . .ni personas codiciosas,. . .heredarán el reino de Dios.” “Que la fornicación y la impureza de toda clase o codicia ni siquiera se mencionen entre ustedes, tal como es digno de personas santas.” “Ningún fornicario ni persona impura ni persona codiciosa—que significa ser idólatra—tiene herencia alguna en el reino del Cristo y de Dios.”—1 Cor. 6:9, 10; Efe. 5:3-5.
¿Por qué asocian las Escrituras la codicia con pecados crasos como el adulterio, la fornicación y la idolatría? Debido a la gravedad de ella. Es una forma extremada de egoísmo. Es un intenso deseo apasionado o anhelo vehemente o de ganar mucho más que lo razonable o necesario o de ganar lo que legítimamente pertenece a otro. Es idolatría, porque lo que uno desea codiciosamente, lo adora.
Contrario a la opinión de muchos, la codicia no se limita al amor al dinero. La codicia también se manifiesta en el apego extremado al alimento y bebida, honor y fama, poder y sexo.
AMOR AL DINERO
Tal vez la forma más común de la codicia es el amor al dinero o el deseo de mucha ganancia material y egoísta. Hace que los hombres opriman a otros, como lo hace el usurero que cobra tipos de interés exorbitantes; hace que los hombres engañen, roben y hasta asesinen a veces. Los ojos de la persona codiciosa no se satisfacen de riquezas. (Ecl. 4:8) Muchas personas le han permitido a la codicia matar las semillas de verdad que fueron plantadas en ellas: “Pero las ansiedades de este sistema de cosas y el poder engañoso de la riqueza y los deseos de las demás cosas hacen incursiones y ahogan la palabra, y ésta se hace infructífera.”—Mar. 4:19.
Apropiadamente manda el salmista: “No pongan su confianza en el defraudar, ni lleguen a ser vanos en el pleno robo. En caso de que prosperen los medios de sostenimiento, no fijen su corazón en ellos.” Pertinentes también son las palabras de advertencia pronunciadas por Pablo: “Los que se resuelven a ser ricos caen en la tentación y en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos que hunden a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y esforzándose para lograr este amor algunos han sido desviados de la fe y se han acribillado con muchos dolores. Por otra parte, tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas.” Sí, recuerde que tales “cosas valiosas no serán de provecho alguno en el día de la furia,” la furia de Jehová en el Armagedón.—Sal. 62:10; 1 Tim. 6:9-11; Pro. 11:4.
Entre los ejemplos amonestadores que las Escrituras contienen acerca del fin infeliz de los que codician dinero están Acán, Giezi y Judas Acán manifestó su codicia por medio de tomar despojos de Jericó en violación al mandato explícito de Jehová, por lo que fue apedreado a muerte. Giezi, el siervo de Eliseo, trató de sacar ganancia personal del hecho de que su amo había curado al general sirio Naamán, por lo cual Dios hirió de lepra a Giezi. Y Judas, después de vender a su amo por treinta piezas de plata, se ahorcó.—Jos. 7:1-26; 2 Rey. 5:20-27; Mat. 27:5.
ALIMENTO Y BEBIDA
Luego hay la codicia que se manifiesta en desordenado deseo vehemente de alimento y bebida. El que tiene esta tendencia carece de amor tanto para consigo mismo como para con su prójimo y bien puede llegar a ser glotón y borracho. Sabiamente se nos aconseja: “No llegues a estar entre los que beben vino en exceso, entre los que son comedores glotones de carne. Porque el borracho y el glotón pararán en la pobreza, y la somnolencia vestirá a uno de meros andrajos.” “Tampoco estén emborrachándose con vino, en lo que hay disolución, sino sigan llenándose de espíritu.”—Pro. 23:20, 21; Efe. 5:18.
Particularmente a los que están en puestos responsables se les amonesta contra esta clase de codicia, ya que impide que ellos desempeñen correctamente sus deberes: “No es para los reyes, oh Lemuel, no es para los reyes el beber vino ni para los oficiales encumbrados decir: ‘¿Dónde hay licor embriagante?’ no sea que bebiendo uno se olvide de lo que está decretado y pervierta la causa de cualquiera de los hijos de aflicción.” “Feliz tú, oh tierra, cuando tu rey es hijo de nobles y tus propios príncipes comen a la hora apropiada para potencia, no tan solo para beber” en autocomplacencia.—Pro. 31:4, 5; Ecl. 10:17.
La codicia en este sentido tiende a hacer que uno sea lerdo, descuidado respecto a su conducta y privilegios de servir a Dios. Esaú era tal clase de persona codiciosa. Cuando, después de la caza, llegó a su hogar con hambre codició tanto un plato de lentejas que su hermano había preparado que de buena gana vendió por él su primogenitura. “Que no haya ningún fornicador ni nadie que no aprecie las cosas sagradas, como Esaú, quien a cambio de una comida regaló sus derechos como primogénito.”—Heb. 12:16.
HONOR Y FAMA
Igual que sucede con las riquezas materiales, el alimento y la bebida, no hay nada malo en el desear honor y un buen nombre. Donde entra la codicia es en desear éstos excesivamente o a costa de otro. A través del libro de Proverbios el proceder de la sabiduría se recomienda como uno que conduce a gloria y honor. Los orgullosos, sin embargo, nunca se sacian de honor. Están dispuestos a robar a otros y aun a Dios para conseguir honor. “El comer demasiada miel no es bueno; y el que la gente busque su propia gloria, ¿es gloria?” “Que un extraño, y no tu propia boca, te alabe; que un extranjero, y no tus propios labios, lo hagan.” En una ocasión fue necesario que Jesús reprendiera a dos de sus apóstoles por desear los asientos principales en su reino. Tal solicitud manifestó una tendencia hacia la codicia de honor.—Pro. 25:27; 27:2; Mar. 10:40-45.
La codicia de honor hace que uno se jacte y resulta en celos, contienda y confusión. En vez de buscar nuestro propio honor, deberíamos obedecer el mandato: “En mostrarse honor unos a otros lleven la delantera.” Sí, no hemos de hacer “nada movidos por espíritu de contradicción o egotismo, sino considerando con humildad de mente que los demás son superiores a ustedes, vigilando, no con interés personal solo sus propios asuntos, sino también con interés personal los de los demás.” De modo que, “no nos hagamos egotistas, provocando competencia unos con otros, envidiándonos los unos a los otros.”—Rom. 12:10; Fili. 2:3, 4; Gál. 5:26.
Hamán fue uno que codició honor, uno que insistía en que todos se inclinaran delante de él. ¡Qué fin infeliz sufrió él! Los líderes religiosos del día de Jesús, así como algunos de sus seguidores, también codiciaban honor. Debido a esta actitud mental ellos cosecharon la desaprobación de Jehová y con el tiempo la destrucción.—Est. 6:6; 7:10; Luc. 16:15.
PODER
El orgullo hace que algunos anhelen con vehemencia el honor y la fama; hace que otros codicien poder. A los hombres del alto comercio les gusta edificar organizaciones grandes debido a la sensación de poder que les da. A otros les gusta amontonar dinero y otras formas de riqueza debido a la sensación de poder que derivan de ello. Muchos políticos, y particularmente dictadores, codician el poder. Les gusta que otros tiemblen delante de ellos. El salmista oró que Dios tomara acción respecto a los tales, “para que el hombre mortal que es de la tierra ya no cause pavor.” Al debido tiempo de Jehová desaparecerán estas personas que codician poder: “He visto tirano al inicuo y esparciéndose cual árbol frondoso en suelo natal. Y sin embargo procedió a pasar, y allí no estaba; y seguí buscándolo, y no se le halló.”—Sal. 10:18; 37:35, 36.
A veces en una congregación cristiana hay uno que procura avanzar, no para el honor de Jehová Dios y el beneficio de sus hermanos, sino debido a la sensación de poder que le da. En el círculo familiar esta codicia de poder puede manifestarse en el deseo de la esposa por dominar. El rey Uzías, el genio militar, codició poder. No contento con sus prerrogativas reales, también en presunción quiso usurpar para sí las que se limitaban a la tribu sacerdotal. Por su presunción fue herido de lepra. Y el ejemplo más craso de codicia de poder no es otro sino el de Satanás mismo. Su lema es o dominar o arruinar, y Jehová se asegurará de que Satanás acabe en la ruina.—2 Cró. 26:16-21; Apo. Rev. 20:1-3, 10.
INMUNDICIA, CONDUCTA RELAJADA
Y, por último, hay la codicia que se asocia con el apetito sexual. Aquí de nuevo, una cosa buena, el gozo del amor connubial, se degrada, o por excesos o por participar ilícitamente de este privilegio. Esta se halla entre las clases más prevalecientes de codicia y las más difíciles de controlar. La codicia en este sentido hace que algunos maridos pasen por alto el mandamiento de amar a sus esposas como a sí mismos. Entre otras manifestaciones de esta clase de codicia está el interés en fotografías y literatura pornográficas y el mirar codiciosamente: “Yo les digo que todo el que sigue mirando a una mujer a fin de tener una pasión por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.” Por eso se le aconsejó al joven ministro Timoteo: “Huye de los deseos incidentales a la juventud.”—Mat. 5:28; 2 Tim. 2:22.
Sin duda teniendo presente esta clase de codicia, Santiago escribió: “¿De qué fuente hay guerras y de qué fuente hay peleas entre ustedes? ¿No son ellas de esta fuente, a saber, de sus deseos vehementes de placer sensual que llevan a cabo un conflicto en sus miembros? Ustedes desean, y sin embargo no tienen. Siguen asesinando y codiciando, y sin embargo no pueden obtener. Siguen peleando y guerreando. No tienen debido a que no piden. Piden, y no obstante no reciben, porque están pidiendo para un propósito malo, para que puedan gastarlo en los deseos vehementes que ustedes tienen por placer sensual.”—Sant. 4:1-3.
EL REMEDIO
¿Dónde yace el remedio? En primer lugar, en hacerles frente honradamente a nuestras debilidades; no jactándonos de ellas, ni tratándolas livianamente, ni continuamente haciendo excusas por ellas. Trabaje para vencer cualesquier tendencias a codiciar que usted haya heredado o adoptado de su medio ambiente. Recuerde, las cosas pequeñas pueden conducir a cosas grandes, y si no libramos una buena lucha, algún día coincidirán la inclinación y la tentación y nosotros saldremos mal parados.
Así, hubo el profesional que le tenía afecto al dinero y quien participaba en prácticas de “viveza” a cada oportunidad. Avisado era, pero un día su egoísmo, su codicia, hizo que cometiera un desliz desatinado, que resultó en que fuese excomulgado de la congregación cristiana con la cual él se asociaba. Luego también hubo el ministro afable y aparentemente maduro cuya debilidad era la inmundicia. Una manera en que él manifestaba esto era por la clase de cuadros que tenía colgados en su hogar. Un día él también fue excomulgado, por adulterio repetido.
De modo que vigilemos los principios, las cosas pequeñas, y tomemos a pecho la amonestación de Jesús: “Si alguna vez tu mano te hace tropezar, córtatela; porque te es más excelente entrar manco en la vida que con dos manos irte al Gehena, al fuego que no puede ser apagado.”—Mar. 9:43.
Nuestro Padre celestial ha provisto ayuda abundante en nuestra lucha con la codicia en nuestros miembros. El estudio privado de su Palabra es de gran ayuda y también lo es el orar por su espíritu santo. Aproveche la ayuda que brinda la organización visible de Dios por medio de asistir fielmente a las reuniones de congregación y tomar parte en ellas. Cultive el temor a Jehová, porque le ayudará a aborrecer lo que es malo. Por medio de adquirir conocimiento y actuar de acuerdo con él usted fortalecerá su fe. La fe firme le ayudará a vencer el amor al dinero, porque hará que usted ponga su confianza en Jehová Dios más bien que en las riquezas inciertas.—Pro. 8:13; 1 Tim. 6:17-19.
Todos necesitamos cultivar particularmente el fruto del espíritu, el gobierno de uno mismo. Permanezca despierto, manténgase alerta a oportunidades de ejercer el gobierno de sí mismo en cosas pequeñas, en su habla, en el comer y el beber, y usted hallará que el ejercer gobierno de sí mismo en campos más difíciles del comportamiento humano vendrá a ser más fácil. Esto es lo que Pablo hizo: “Trato mi cuerpo severamente y lo guío como a un esclavo.”—1 Cor. 9:27.
Hay otras ayudas, pero en particular dos de ellas merecen atención especial: la esperanza y el amor. Por medio de mantener viva su esperanza en el triunfo de la justicia y las bendiciones del nuevo mundo de Dios, usted podrá justipreciar correctamente las cosas de este mundo que parecen tan deseables a la naturaleza egoísta de uno. (1 Juan 2:15-17) Y, sobre todo, el amar, amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerza, y a su prójimo como a sí mismo, le ayudará a ejercer el gobierno de sí mismo que se necesita para vencer cualquier tendencia hacia la codicia.—Mar. 12:30, 31.
Por lo tanto sea sabio. Cuidado con la codicia si usted desea vivir.