¿Qué quiso decir el sabio?
No se preocupe en demasía por lo que diga la gente
A veces uno se pregunta: ¿Qué dicen los demás de mí? ¿Realmente les agrado, o no? Cuando eso sucede, es necesario ejercer precaución. El sabio aconsejó: “No des tu corazón a todas las palabras que hable la gente, para que no oigas a tu siervo invocar el mal contra ti. Porque tu propio corazón sabe bien aun muchas veces que tú, tú mismo, has invocado el mal contra otros.”—Ecl. 7:21, 22.
Es imprudente el preocuparse en demasía por lo que dice la gente, tomar muy a pechos sus palabras. Los seres humanos son imperfectos y por eso pueden decir a otros, acerca de amigos y conocidos, ciertas cosas que de ninguna manera les son halagüeñas. Salomón hizo notar que un siervo, que debería serle leal a su amo, pudiera enfadarse e invocar el mal contra él. Por eso uno simplemente no puede tomar en serio todo comentario y permitir que le perturbe. Por otra parte, cuando los comentarios son excepcionalmente favorables, esto puede tener un mal efecto por alimentar el orgullo de uno.
En armonía con ello, cuando se trata de las palabras de la gente, es bueno pensar en cuanto a nuestro propio hablar. Como señaló Salomón, uno mismo quizás frecuentemente haya dicho cosas malas acerca de otros, sin propósito malicioso. Entonces, ¿por qué perturbarse y agitarse por lo que otros digan por tomar demasiado en serio sus palabras? ¿Por qué hasta tener indebida curiosidad por lo que se dice? Sea favorable o desfavorable, lo que otros digan puede desequilibrar a uno si uno lo toma demasiado en serio.
A pesar de su extensa investigación de los asuntos humanos, Salomón se dio cuenta de que todavía no tenía dentro de su alcance una comprensión completa. Declaró: “Todo esto lo he puesto a prueba con sabiduría. Dije: ‘Ciertamente me haré sabio.’ Pero estuvo lejos de mí.” (Ecl. 7:23) Los principios que Salomón formuló como resultado de su extensa investigación estaban probados. Él usó su sabiduría para evaluarlos y quedó convencido de que eran correctos, buenos. Había llegado a comprender la vanidad, la vacuidad, del modo de vivir materialista que pasa por alto al Creador. Sin embargo, Salomón se dio cuenta de que, en el sentido absoluto, estaba lejos de la sabiduría. Esto era a pesar de que realmente había querido conseguir perspicacia, como lo muestra claramente la determinación que se expresa en las palabras: “Ciertamente me haré sabio.” Hubo muchas cosas que Salomón, aunque sobresalientemente dotado de sabiduría, no pudo sondear. Continuó: “Lo que ha llegado a ser está muy lejos y es sumamente profundo. ¿Quién puede descubrirlo?” (Ecl. 7:24) Evidentemente Salomón hizo esta observación en cuanto a los tratos, obras y propósitos de Dios.—Compare con Romanos 11:33, 34.
La condición de la humanidad
Reconociendo la grandeza y complejidad de la obra de Dios, Salomón de nuevo dirige su atención a los asuntos humanos. Escribe: “Yo mismo me volví, aun mi corazón lo hizo, para saber y para explorar y para buscar la sabiduría y la razón de las cosas, y para saber acerca de la iniquidad de la estupidez y la tontedad de la locura; y yo estaba descubriendo: Más amarga que la muerte hallé a la mujer que es ella misma redes para cazar y cuyo corazón es redes barrederas y cuyas manos son grillos. Uno es bueno ante el Dios verdadero si escapa de ella, pero uno está pecando si es capturado por ella.”—Ecl. 7:25, 26.
Note que la investigación cuidadosa, de todo corazón, condujo a Salomón a singularizar a una mujer mala, una prostituta, como una de las peores cosas con las cuales se puede envolver un hombre. Él compara las seducciones de ella a “redes barrederas” y “grillos.” El hombre que es entrampado por tal mujer puede pasar por una experiencia más amarga que la muerte; pudiera contraer una repugnante enfermedad venérea o acarrear ruina a su familia si es casado. Más importante todavía, el ceder a una prostituta puede poner en peligro la relación de uno con Jehová Dios.
El que Salomón recalcara tan fuertemente las seducciones de una mala mujer sugiere que posiblemente en aquel tiempo era común una norma muy baja entre las mujeres. Esto quizás se debía a la influencia extranjera y una inclinación hacia la adoración de Baal, un culto relacionado con la fertilidad que posteriormente fue patrocinado por Salomón en un esfuerzo por agradar a sus esposas extranjeras. (1 Rey. 11:3-8) Estos antecedentes pueden esclarecer lo que escribió enseguida Salomón: “¡Ve! Esto he hallado, . . . una cosa tomada tras otra, para descubrir el resumen, el cual ha buscado de continuo mi alma, pero no he hallado. Un hombre entre mil he hallado, pero una mujer entre todas éstas no he hallado.”—Ecl. 7:27, 28.
Salomón llegó a comprender que era difícil hallar a un hombre recto. Pudiera ser que hubiera uno entre mil. Sin embargo, fundándose en su propia experiencia con numerosas esposas y concubinas y lo que había observado en cuanto a otras mujeres, Salomón llegó a la conclusión de que la mujer ideal era más rara todavía en aquel tiempo. Esto no quiere decir que no hubiera mujeres excelentes, sino que, en conjunto, las mujeres ejemplares eran pocas. Bendecido de veras era el hombre que hubiera hallado una buena esposa. Aptamente dice el libro de Proverbios: “Una esposa capaz, ¿quién la puede hallar? Su valor es mucho más que el de los corales.” (Pro. 31:10) “¿Ha hallado uno una esposa buena? Uno ha hallado una cosa buena.”—Pro. 18:22.
Sin embargo, el hecho de que fuera difícil hallar hombres y mujeres rectos no se le puede achacar a Dios. Salomón reconoció esto: “El Dios verdadero hizo a la humanidad recta, pero ellos mismos han buscado muchos planes.” (Ecl. 7:29) En vez de acatar las normas justas de Dios, en su mayor parte los hombres y las mujeres han optado por seguir voluntariosamente sus propios planes, proyectos, ardides o caminos, para su propio daño.