Preguntas de los lectores
• ¿No se han equivocado publicaciones de la Wátchtower al decir que el alimento de Juan el Bautista era el insecto langosta? ¿No se refiere la mención a este régimen alimenticio de langostas al crustáceo marino, cuya carne es conocida como manjar delicado?—E. L., California.
Las langostas que comía Juan el Bautista en el desierto no fueron los crustáceos marinos sino los verdaderos insectos langostas. En el texto griego original la palabra para langostas en Mateo 3:4 es akrís. Esta palabra significa exclusivamente el insecto. Por eso es que la Traducción del Nuevo Mundo vierte Mateo 3:4 como sigue: “Empero Juan mismo tenía su indumentaria de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de los lomos; su alimento, también, era el insecto langosta y miel silvestre.” En la traducción griega de los Setenta de las Escrituras hebreas esta palabra akrís es la palabra usada para langostas en la plaga sobre Egipto, en Éxodo 10:4, 12-14, 19. También en conexión con la plaga de langostas en Apocalipsis 9:3, 7 se usa akrís. Y akrís también es la palabra usada en Levítico 11:22, que les dice a los israelitas que podían comer los insectos langostas como alimento limpio. En la versión de Bover-Cantera, una nota al pie de la página explicando la langosta a la cual se refiere Mateo 3:4, dice: “Langostas de tierra: aun hoy día las comen los beduínos.”
• ¿Qué significa la declaración en Eclesiastés 12:7, ‘El espíritu se vuelve a Dios, que lo dió’?—J. D., Canadá.
En este texto espíritu significa el poder de vida. Dios quita esta vida del pecador moribundo, y nadie puede restaurar ese poder de vida salvo Jehová Dios, quien originalmente se lo dió a Adán. (Gén. 2:7) El Salmo 104:29, 30 (Rótherham) declara: “Escondes tu rostro, se turban, les quitas el espíritu, cesan de respirar, y tornan a su propio polvo: envías tu espíritu, ellos son creados, y renuevas la haz de la tierra.” En el caso de criaturas humanas muertas que están en la memoria de Dios, él les restaurará el poder de vida en la resurrección. Los que mueren voluntariamente inicuos no serán recordados al tiempo de la resurrección. Serán como las bestias brutas que perecen.—Pro. 10:7; Ecl. 3:18-21; Juan 5:28, 29, HA; NM; 2 Ped. 2:12.
• El libro “Equipado para toda buena obra” de su Sociedad, en la página 80, da algunas leyendas talmúdicas acerca de Jesús, leyendas que nuestro pastor dice que son falsas. ¿Pueden darme la fuente de su información?—F. J., Pensilvania.
Estas leyendas se verifican en el libro The New Testament and the Talmud (96 páginas) por el profesor Julius Feldman, en su capítulo VII, intitulado “Tradiciones y leyendas”, en las páginas 67 y 72. El autor cuenta cómo las ediciones del Talmud han sido expurgadas a fin de eliminar algunas de estas leyendas vergonzosas con el fin de evitar ofender tan intensamente a cristianos gentiles y con eso incitar motines y persecuciones en contra de los judíos. Pero las ediciones tempranas del Talmud no expurgadas contienen dichas leyendas, de cuya fuente el autor del libro las obtuvo. El libro mencionado arriba sin duda ya no se imprime, pero puede usted localizarlo en una biblioteca pública bien abastecida.
• Génesis 1:26 dice, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.” ¿No significaría esto que la forma del cuerpo espiritual de Dios es igual a la forma del cuerpo físico del hombre?—H. D., California.
Deuteronomio 4:15-20 muestra que la forma de Dios no es conocida a los hombres, por eso no hay ninguna necesidad de que los hombres traten de representarla mediante cualquier criatura terrestre. Vea también Isaías 40:18, 25. El tratar de representar al Creador con la forma del hombre visible o de alguna otra creación terrestre, en vez de glorificarlo como el invisible y todopoderoso Dios, es insensatez, como Pablo lo muestra: “Aunque conocieron a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su corazón fatuo se obscureció. Aunque aseguraban que eran sabios, se hicieron insensatos y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en algo parecido a la imagen del hombre corruptible y de aves y de cuadrúpedos y de reptiles.”—Rom. 1:21-23, NM.
Además Pablo escribió: “‘El primer hombre Adán vino a ser alma viviente.’ El postrer Adán [Cristo] vino a ser un espíritu dador de vida. Y así como hemos llevado la imagen de aquel hecho del polvo, llevaremos también la imagen del celestial.” (1 Cor. 15:45, 49, NM) De esto es evidente que la imagen de Adán no fué la misma como la imagen del resucitado Cristo, una criatura espiritual. La apariencia de Cristo resucitado como criatura espiritual fué desconocida a los cristianos. Ellos sabían que él estaba en la “misma imagen” de Dios, o en “la representación exacta de su mismo ser”, pero no consideraron que esa “misma imagen” o “representación exacta” estaba en la forma del hombre, que era conocida por ellos. También sabían que a su tiempo verían a Dios y serían como él, cuando fueran levantados como criaturas espirituales para reinar con Cristo: “Amados, ahora somos hijos de Dios, pero aun no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando él sea manifestado nosotros seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es.”—Heb. 1:3; 1 Juan 3:2, NM.
De todo esto es claro que los escritores de las Escrituras cristianas griegas no consideraron que la forma de hombres era la misma como la forma de Dios o como la forma del Cristo resucitado. Por eso parece cierto que cuando Jehová le dijo al Logos (título de Cristo antes de venir a ser hombre en la tierra), “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza,” no se refería a alguna forma o apariencia literal. El Logos sufrió un gran cambio para ser hecho a la semejanza del hombre. (Fili. 2:7) Así que todavía nos adherimos a la explicación publicada anteriormente de que el hombre fué hecho a su imagen y semejanza en que, como los atributos de Jehová son justicia, amor, sabiduría y poder, así el hombre fué creado con estos mismos atributos, que lo distinguieron de todas las demás formas de vida terrestre y lo equiparon para ejercer dominio sobre ellas y para representar a Jehová visiblemente sobre la tierra. Puesto que los atributos divinos también se poseen por el Logos, el Creador pudo hablar correctamente de tales cosas al Logos como “nuestra imagen” y “nuestra semejanza”.—Gén. 1:28; 5:3; Sal. 89:14; Pro. 2:6; 3:19, 20; Dan. 2:20; 1 Juan 4:8.