¿Qué quiso decir el sabio?
¿Qué puede uno hacer en comparación con un rey?
El rey Salomón efectuó una investigación cuidadosa de los asuntos humanos. Tuvo el tiempo, los haberes y la perspicacia para ser cabal en su investigación. Es por eso que uno puede obtener inconmensurable provecho al repasar los hallazgos de Salomón según se registran en el libro de Eclesiastés.
Llamando la atención a la inutilidad de que otros se esfuercen por emprender un estudio similar, el sabio escribe: “Yo, yo mismo, me volví para ver la sabiduría y la locura y la tontería; pues ¿qué puede hacer el hombre terrestre que venga detrás del rey? La cosa que la gente ya ha hecho.” (Ecl. 2:12) Sí, con muchos menos recursos y ventajas que los de un rey, ¿qué puede hacer el hombre común? Si él tratara de hacer lo que hizo Salomón solo estaría abarcando algo del mismo terreno, estaría haciendo lo que la gente ya ha hecho. No se aprendería nada nuevo en cuanto a lo que hace que la vida sea verdaderamente satisfactoria.
Entonces, ¿qué estableció Salomón? Él continúa: “Vi, yo mismo, que existe más ventaja para la sabiduría que para la tontería, tal como hay más ventaja para la luz que para la oscuridad.” (Ecl. 2:13) La persona que tiene sabiduría sin duda está en mejores condiciones que la que carece de ella. La sabiduría hace que el individuo se enfrente a los problemas de la vida y use sus energías y habilidades con más propósito que si tuviese perspicacia muy limitada. Se puede lograr mucho más en la luz que en la oscuridad total.
“Respecto al sabio,” escribió Salomón, “tiene sus ojos en su cabeza; pero el estúpido va andando en pura oscuridad.” (Ecl. 2:14) El sabio mantiene abiertos los ojos. Están en su “cabeza” en el sentido de que suministran servicio a sus facultades intelectuales. Por eso puede comprender un asunto y no tropieza y cae en esfuerzos fútiles por alcanzar cierta meta. Sin embargo, el estúpido está en oscuridad; sus ojos están cerrados y no le son de valor alguno para que él discierna el proceder correcto que debe emprender.
Sin embargo, la ventaja de la sabiduría sobre la tontería no significa que la sabiduría humana puede traer felicidad genuina y satisfacción duradera. Esto es lo que enseguida reconoció Salomón: “He llegado a saber, yo también, que hay un mismo suceso resultante que les sucede a todos ellos. Y yo mismo dije en mi corazón: ‘Un suceso resultante como el del estúpido me sucederá a mí, sí, a mí.’ ¿Por qué, entonces, me había hecho yo sabio, yo en demasía en aquel tiempo? Y hablé en mi corazón: ‘Esto también es vanidad.’ Pues no hay más recuerdo del sabio que del estúpido hasta tiempo indefinido. En los días que ya están entrando, todos ciertamente quedan olvidados; y ¿cómo morirá el sabio? Junto con el estúpido.” (Ecl. 2:14-16) De modo que, en lo que toca a la muerte, aparentemente no hay beneficio en tener sabiduría mundana. Todas las obras y actividades de uno quedan reducidas a nada. Finalmente los vivos olvidan a la persona muerta sin importar lo sabia que haya sido.
Pero ¿no hay ventaja en que una persona pueda dejar una herencia para su prole como resultado de haber usado sabiamente sus recursos? Esto, también, es algo de lo que nadie puede estar seguro. Comenta Salomón: “Odié la vida, porque el trabajo que se ha hecho bajo el sol era calamitoso desde mi punto de vista, porque todo era vanidad y un esforzarse tras viento. Y yo, yo mismo, odié todo mi trabajo duro en que estaba trabajando duro bajo el sol, que dejaría atrás para el hombre que llegaría a ser después de mí. ¿Y quién hay que sepa si resultará ser sabio o tonto? Sin embargo él asumirá el control de todo mi trabajo duro en que trabajé duro y en el que mostré sabiduría bajo el sol. Esto también es vanidad. Y yo mismo me volví para hacer desesperar mi corazón por todo el duro trabajo en que yo había trabajado duro bajo el sol. Porque existe el hombre cuyo duro trabajo ha sido con sabiduría y con conocimiento y con pericia sobresaliente, pero a un hombre que no ha trabajado duro en tal cosa se le dará la porción de aquél. Esto también es vanidad y una calamidad grande.”—Ecl. 2:17-21.
En realidad no hay manera de saber exactamente qué le sucederá a la herencia que uno deje. Los que reciban la herencia, por no haber trabajado duro por ella, quizás no aprecien su valor y pronto lo malgasten todo. ¿De qué provecho, entonces, sería todo el trabajo duro que se dedicó a la adquisición de posesiones? Peor todavía es la situación si el que trabajó duro sufrió mucho dolor y vejación y no pudo ni siquiera obtener un buen descanso durante la noche debido a todas sus preocupaciones e inquietudes. Salomón lo expresó de la manera siguiente: “Pues ¿qué llega a tener un hombre por todo su duro trabajo y por el esfuerzo de su corazón con que está trabajando duro bajo el sol? Porque todos sus días su ocupación significa dolores y vejación, también durante la noche su corazón simplemente no se acuesta. Esto también es mera vanidad.”—Ecl. 2:22, 23.
Tomando en cuenta esta situación, ¿qué se puede hacer? Contesta Salomón: “En cuanto al hombre no hay nada mejor que el que coma y en realidad beba y haga que su alma vea el bien a causa de su duro trabajo. Esto también lo he visto, yo mismo, que esto proviene de la mano del Dios verdadero. Pues ¿quién come y quién bebe mejor que yo?” (Ecl. 2:24, 25) Uno debe disfrutar de los frutos de su trabajo durante su vida. Por supuesto, es natural que los padres también piensen en sus hijos. Escribió el apóstol cristiano Pablo: “Los hijos no deben ahorrar para los padres, sino los padres para los hijos.” (2 Cor. 12:14) Sin embargo, esto no significa que los padres deben acumular posesiones materiales para sus hijos al grado de privarse ellos mismos de las cosas necesarias de la vida o hacer innecesariamente austera su vida. Es necesario que los padres tengan presente que, prescindiendo de lo buenos o sabios que sean sus hijos, todavía las posesiones materiales son cosas que se pueden perder, que pueden ser hurtadas, de las cuales se puede abusar, o que pueden ser destruidas. De modo que verdaderamente es mejor disfrutar de las cosas buenas de manera sana mientras uno puede, en vez de exagerar en cuanto a acumular posesiones para los hijos sin obtener algún provecho verdadero de estas posesiones durante la propia vida de uno.