Respeto piadoso a la vida y la sangre
¡CUÁNTO más seguros estaríamos si todo el mundo le tuviera respeto piadoso a la vida y la sangre! Pero muchas personas no tienen tal respeto. La violencia y el derramamiento de sangre van aumentando en todas partes. En muchos lugares el individuo pone su vida en peligro con sencillamente caminar por las calles solo de noche. Tan acostumbrado a la violencia ha llegado a estar el mundo que, aun para entretenimiento, la gente se sienta por horas y la observa por televisión o en una película. No obstante, la Biblia nos enseña que la vida es cosa sagrada. ¿La considera usted así?
Las actitudes no bíblicas se han hecho tan comunes hoy día que es posible que las enseñanzas de la Biblia sobre este asunto sorprendan a algunas personas al principio. Sin embargo, el Autor de la Biblia, quien también es el Dador de la vida y el Creador de la sangre, es la Autoridad Suprema sobre el tema. Sus leyes deben respetarse.—Sal. 36:5-9; Isa. 55:8, 9.
‘DERRAMANDO LA SANGRE DEL HOMBRE’
Fue primero a Caín, un hijo de Adán, a quien Jehová le habló acerca de la gravedad de quitar la vida humana. Dios ya le había advertido a Caín que su cólera podría llevarlo al pecado, pero Caín pasó por alto la amonestación y atacó a su hermano Abel, matándolo. Entonces Dios dijo: “¡Escucha! La sangre de tu hermano está clamando a mí desde el suelo.” Por derramar sangre desaforadamente Caín tuvo que responderle a Dios.—Gén. 4:6-11.
Después del diluvio del día de Noé, Dios de nuevo dio énfasis al hecho de que la vida humana es preciosa a sus ojos. “La sangre de sus almas, la de ustedes, la reclamaré,” dijo Dios. “Cualquiera que derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su propia sangre, porque a la imagen de Dios hizo él al hombre.” (Gén. 9:5, 6) Ese mandamiento no se ha hecho anticuado. Aplica a toda la humanidad hoy día como descendientes de Noé. Sea que los gobiernos humanos traten con los criminales según esa ley divina o no, Jehová les pedirá cuentas a todos los que desaforadamente quitan la vida.
Para permanecer sin culpa delante del Dador de la vida, no obstante, se requiere más. En 1 Juan 3:15 está escrito: “Todo el que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permaneciente en él.” Si queremos vida eterna, tenemos que desarraigar de nuestra vida todo odio a nuestro semejante. Dios no va a conservar vivas para que entren en su nuevo sistema a personas que, como Caín, pasan por alto la advertencia divina y ponen en peligro la vida de otros con su mal genio. El ver la vida desde un punto de vista piadoso exige que aprendamos a amar a nuestro semejante.—1 Juan 3:11, 12; Mat. 5:21, 22.
Si nos conformamos al pensamiento de Dios en este asunto, también comprenderemos que la vida no es menos sagrada porque una persona sea muy anciana o muy joven. La Palabra de Dios muestra que hasta la vida de un niño no nacido que está en la matriz de su madre le es preciosa a Jehová. (Éxo. 21:22, 23; Sal. 127:3) Sin embargo, cada año se llevan a cabo millones de abortos por toda la Tierra. Estos son una violación de la ley de Dios, porque el embrión humano es una criatura viva y no debe ser destruido. Si los matrimonios desean limitar el tamaño de sus familias por razones económicas, de salud, u otras, ése es su asunto personal, y la manera en que lo hagan es mayormente asunto que ellos deben resolver personalmente. Pero tenemos que encararnos al hecho de que la práctica del aborto no muestra respeto piadoso a la vida.
‘ABSTÉNGANSE DE SANGRE’
La santa Biblia a menudo usa “sangre” para significar “vida.” Esto se debe a que la vida o alma está en la sangre. (Lev. 17:11) Puesto que Dios es el Creador de la sangre, él sabe más acerca de ella que cualquiera de nosotros, y tiene el pleno derecho de decir lo que se puede hacer con ella. Fue primeramente después del Diluvio global que Dios otorgó a la humanidad permiso para comer carne de animales. De modo que en aquel tiempo él también les dio su ley sobre la sangre, diciendo: “Todo animal moviente que está vivo puede servirles a ustedes de alimento. Como en el caso de la vegetación verde, de veras se lo doy todo a ustedes. Solo carne con su alma —su sangre— no deben comer.” (Gén. 9:3, 4) Se podía comer la carne de los animales, pero no la sangre.
Más tarde, esa ley fue incorporada en los mandamientos dados a la nación de Israel, y la Palabra de Dios la impone a los cristianos también. Después de una consideración cuidadosa de los requisitos de Dios para los cristianos, el cuerpo gobernante de la congregación cristiana primitiva escribió a los creyentes no judíos lo siguiente: “Al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que se abstengan de cosas sacrificadas a ídolos y de sangre y de cosas estranguladas y de fornicación. Si se guardan cuidadosamente de estas cosas, prosperarán. ¡Buena salud a ustedes!”—Hech. 15:28,29.
De manera que nosotros, también, tenemos que ‘abstenemos de sangre.’ Y el que lo hagamos es asunto serio, pues ha sido puesto en el mismo nivel que evitar la fornicación y la idolatría.
Por lo que Dios dice acerca de la sangre queda claro que no debemos comer la carne de un animal que no haya sido sangrado. (Deu. 12:15, 16) Tampoco debemos consumir sangre animal por sí misma o mezclada con otros alimentos, como embutidos de sangre o morcilla. Pero, ¿es solo la sangre de animales lo que está envuelto?
¡Ciertamente Dios no le prohibió a la humanidad comer sangre de animales mientras le permitió comer sangre humana, como si ésta fuera menos sagrada! El hizo esto claro cuando más tarde les dijo a los israelitas: “En cuanto a cualquier hombre . . . que coma cualquier clase de sangre, ciertamente fijaré mi rostro contra el alma que esté comiendo la sangre.”—Lev. 17:10.
Los cristianos primitivos entendían esto bien. Aunque comúnmente se creía que el beber la sangre de otro hombre beneficiaría la salud de uno, ellos sabían que la buena salud duradera, tanto física como espiritual, dependía de obedecer a Dios. Por lo tanto, Tertuliano, un escritor cristiano del segundo y tercer siglos de la era común, dijo:
“También, los que, en los espectáculos de los gladiadores, para curarse de la epilepsia, se tragan con sed voraz la sangre de los criminales muertos en la arena, mientras fluye fresca de la herida, y entonces se van corriendo... ¿a quiénes pertenecen? . . . Avergüéncense de sus viles costumbres delante de los cristianos, que ni siquiera tienen la sangre de animales en sus comidas de alimentos sencillos y naturales.” Ellos entendían que la ley de Dios incluía sangre de toda clase, animal y humana.
¿QUÉ HAY DE LAS TRANSFUSIONES DE SANGRE?
¿Qué hay acerca del uso que se le da a la sangre humana hoy día? Los doctores de medicina, dándose cuenta del poder sostenedor de vida que tiene la sangre, usan transfusiones de sangre liberalmente al tratar a los pacientes. ¿Está esto en armonía con la voluntad de Dios?
Algunas personas quizás razonen que el recibir una transfusión de sangre no es verdaderamente “comer.” Pero, ¿no es cierto que cuando un paciente no puede comer por la boca los médicos con frecuencia lo alimentan por el mismo método que se usa para administrar una transfusión de sangre? Examine los textos bíblicos cuidadosamente y note que nos dicen que nos ‘abstengamos de sangre.’ (Hech. 15:20, 29) ¿Qué quiere decir esto? Si un médico le dijera a usted que se abstuviera de alcohol, ¿querría decir esto que usted no debería tomarlo por la boca, pero que podría transfundirlo directamente a sus venas? ¡Por supuesto que no! Así, también, el abstenerse de sangre significa no recibirla en nuestro cuerpo de ninguna manera.
¿Pone esto en desventaja a los siervos de Dios al compararlos con personas que pasan por alto la Biblia y aceptan transfusiones de sangre? No, esto no resulta en ninguna opresiva privación para ellos. No olvide que inmediatamente después de decirles a los cristianos que se ‘abstuvieran de sangre,’ la Escritura dice: “Si se guardan cuidadosamente de estas cosas, prosperarán. ¡Buena salud a ustedes!”—Hech. 15:29.
Dios hizo que eso se registrara en la Biblia con un propósito. ¡Él sabe de qué habla! Él sabe más acerca de la sangre que los médicos cuyos esfuerzos, aunque se hagan con buenas intenciones, no siempre producen los resultados deseados.—Mar. 5:25-29.
La realidad es que, aunque muchos pacientes sobreviven a las transfusiones de sangre, muchos enferman como resultado de ellas y miles mueren cada año como resultado directo de ellas. Hay otras formas de tratamiento que no causan tal daño. Un médico quizás le diga a una persona que morirá dentro de corto tiempo si no se somete a una transfusión, pero el paciente quizás muera aunque acepte la sangre. Por otra parte, como usted sabe, hay muchos pacientes que recuperan la buena salud a pesar de que algún médico haya predicho lo contrario.
Por la dudosa probabilidad de mantenerse uno vivo por unos cuantos años más en este sistema de cosas, ¿sería una acción inteligente el darle la espalda a Dios quebrantando su ley? Si tratamos de salvar nuestra vida, o alma, por medio de violar la ley de Dios, la perderemos para siempre. Por eso es que Jesús dijo: “El que quiera salvar su alma la perderá; mas el que pierda su alma por causa de mí la hallará.”—Mat. 16:25.
SIGA EL PROCEDER SABIO
De modo que el proceder sabio es siempre tener confianza en lo correcto de la ley de Dios y plena fe en que, si es necesario, Dios puede darnos vida de nuevo por una resurrección en su nuevo sistema de cosas. (1 Tes. 4:13, 14) De esa manera mostraremos respeto piadoso a la vida. No consideraremos nuestra vida actual más preciosa que la lealtad a Dios. En vez de eso, mantendremos nuestra vista fija en la provisión de Dios de vida eterna para los que andan en el camino de la verdad.
Como nunca antes, hay necesidad urgente de que las personas por todas partes comprendan el punto de vista de Dios sobre la vida. Es necesario que aprendan acerca de la provisión que Jehová Dios mismo ha hecho para salvar la vida. Él envió a su Hijo Jesucristo a derramar su propia sangre vital a favor de los que ejerzan fe, y lo resucitó de entre los muertos. (Heb. 13:20, 21) No es por transfusiones de sangre, sino solamente por medio de fe en la sangre derramada de Jesús que se puede obtener la salvación. Y es urgente obtener y ejercer esa fe ahora antes de que este viejo sistema de cosas termine.
Si hemos aprendido acerca de esta provisión amorosa, entonces debemos sentirnos impulsados a hablar a otros acerca de ella. El interés piadoso en la vida de otras personas nos moverá a hacerlo con celo y denuedo. (Eze. 3:17-21) Si aceptamos esta responsabilidad y persistimos en ella hasta que todos hayan tenido la oportunidad de oír, podremos decir, como dijo el apóstol Pablo: “Estoy limpio de la sangre de todo hombre, porque no me he retraído de decirles todo el consejo de Dios.”—Hech. 20:26, 27.