Las montañas del Dragón... bellas, pero peligrosas
Por el corresponsal de ¡Despertad! en Sudáfrica
HA SIDO un día agotador, y el excursionista camina con lentitud. Pero pronto olvida su cansancio. Una creciente sensación de peligro se apodera de él al notar que el aspecto del cielo ha cambiado espectacularmente, el ambiente se ha llenado de un olor distinto y reina un silencio sepulcral. El cielo se encapota y oscurece. De repente, retumba el ensordecedor estampido del trueno.
Rápidamente, el excursionista busca refugio. Pero no corre, pues eso produciría electricidad estática y atraería los rayos como si de un imán se tratase. La lluvia hace su aparición; después el granizo, que le golpea el rostro. Por fin llega al refugio, recupera el aliento y contempla el espectáculo.
El sonido de los truenos que retumban por entre las montañas es atemorizador. Lo único que rompe la oscuridad son los relámpagos, que iluminan la ladera opuesta. La tormenta ruge durante una hora. Pero con la misma rapidez con la que llegó, se desvanece, y el excursionista se dirige a la cueva que le sirve temporalmente de hogar.
Estas escenas son comunes en las llamadas montañas del Dragón, la famosa cordillera sudafricana de Drakensberg. De hecho, uno de sus picos recibe el nombre de Indumeni, nombre zulú que significa “lugar del trueno”. Los colonos blancos dieron su nombre a esta enorme cadena montañosa debido a la leyenda que cuenta que antiguamente estaba habitada por dragones. Lo cierto es que la silueta de esta cordillera, que se extiende por unos 1.050 kilómetros a través de Sudáfrica, se asemeja a la de un dragón dormido. No obstante, la sección que sirve de frontera natural entre Natal y Lesotho es, con diferencia, la más espectacular de la cordillera. A menudo se la llama la Suiza de Sudáfrica. Un nombre muy apropiado, en especial cuando sus picos están cubiertos de nieve.
Las furiosas tormentas de verano que estallan en las montañas del Dragón resaltan su reputación de ser bellas, pero peligrosas. Sin embargo, esta fama no se la han ganado únicamente por los estragos que causa la naturaleza.
El mayor peligro... el hombre
La historia del hombre en el Drakensberg es, en muchas ocasiones, más violenta que las tormentas de verano que se desatan aquí. En 1818 comenzó un período de encarnizadas guerras tribuales entre los negros, con lo que el hermoso Drakensberg se convirtió en el escenario de muchos actos terribles cometidos por el hombre contra su prójimo. Para 1823 la población de Natal había descendido de quizás un millón de habitantes a solo unos pocos miles. Restos de tribus dispersas buscaron refugio en las montañas.
Sin embargo, antes de que llegara el hombre negro, ya había vivido otra raza a la sombra del Drakensberg. No sabemos por cuanto tiempo los llamados bosquimanos fueron los habitantes de la zona, ni tampoco está claro de dónde procedían.a Eran de baja estatura, y su arrugada tez tenía un color pardo amarillento.
La manera de actuar del bosquimano le resultaba extraña al hombre blanco. Los bosquimanos eran cazadores diestros, pero cazaban solo para comer, nunca por deporte. Poseían un extenso conocimiento de las plantas y tenían cuidado de no perturbar el equilibrio de la naturaleza. Algunos eran poetas consumados, mientras que otros eran artistas. Las cuevas de las montañas les servían de hogar, y decoraban sus paredes con las actualmente famosas pinturas bosquimanas. Los que visitan el Drakensberg todavía hoy pueden disfrutar de algunas muestras de este bello arte rupestre. La fórmula que emplearon los bosquimanos para producir pinturas tan duraderas sigue siendo un misterio.
Cuando en 1837 el hombre blanco comenzó a colonizar la zona, se hizo inevitable un conflicto de intereses. Los bosquimanos no criaban ganado. En realidad, consideraban que todos los animales estaban allí para que todos los hombres pudieran beneficiarse de ellos. Pero sí reconocían derechos territoriales de caza. Por lo tanto, el que los extranjeros cazaran en su territorio era para ellos una declaración de guerra. El hombre blanco cazaba por deporte, y acababa con la caza que servía de alimento al bosquimano. Ellos se vengaban mediante robar el ganado del hombre blanco. A su vez, el hombre blanco respondió con la persecución y el exterminio de los bosquimanos. Aquellos hombrecillos también fueron atacados por tribus negras. Como resultado, los bosquimanos se extinguieron de esta región.
Las montañas del Dragón ya no seducen a los cazadores, ya que la caza está totalmente prohibida en el Drakensberg. No obstante, siguen atrayendo a otro tipo de aventurero... el amante de la naturaleza.
Residentes y visitantes... todos observan y escuchan
Si bien es cierto que el Drakensberg puede ser un lugar peligroso para el visitante desprevenido, si se toman las debidas precauciones, uno puede disfrutar de escenas de imponente belleza. África es reconocida por su enorme variedad de plantas, y en esta zona abundan mucho. Especialmente después de aguaceros copiosos, al amante de las flores le deleitará descubrir flores silvestres como el limpiatubos, la tritoma y algunas variedades de orquídea, por mencionar solo unas pocas. La variedad de animales salvajes es impresionante. No podrá verlos a todos, pero oirá a muchos de ellos si está alerta a sus gritos característicos. Puede que le sobresalte el misterioso aullido de un chacal de lomo negro o el ladrido de un papión, y con la práctica, podrá distinguir los sonidos de muchas aves. Centenares de ojos lo estarán observando, aunque usted no los vea.
Aquí residen muchas especies de antílopes. Entre ellas se encuentran el pequeño duiker gris, activo normalmente de noche; el bosbok de tamaño mayor, y el majestuoso alce africano, el más grande de todos. El bello oribí, de color rojizo y marcas blancas, no es común, pero se le puede ver en la reserva natural de Giant’s Castle. A veces, al mirar a la falda de una montaña, da la impresión de que la hierba se moviera, pero entonces uno se da cuenta de que se trata de un antílope bien camuflado que está pastando.
No debe pasarse por alto al enorme quebrantahuesos, un majestuoso planeador, también conocido como águila chivata. Tiene los mismos hábitos alimenticios del buitre, pero su vuelo se asemeja al de un águila. Su pecho es de un color blancuzco; el cuello, de color anaranjado, y la cabeza, blanca. Esto contrasta con las plumas negras de las alas y la cola. Un penacho de plumas negras y rígidas forma una “barba” alrededor del pico, y una máscara de plumas negras alrededor de sus ojos contribuye a su temible apariencia. Pero, en realidad, es un ave tímida que vive principalmente a base de carroña.
El quebrantahuesos tiene el hábito de dejar caer huesos desde gran altura para destrozarlos contra las rocas. Entonces baja en picado para extraer la médula con su lengua.b También anidan aquí el águila de Verreaux y el buitre de El Cabo; pero con una envergadura de casi tres metros, el quebrantahuesos es el rey. Desgraciadamente, es una especie en peligro de extinción; quedan muy pocos ejemplares. En la reserva natural de Giant’s Castle se ha construido un mirador camuflado desde donde se le puede observar.
Montañas espectaculares
Las desafiadoras cumbres de las montañas del Dragón —picos como el enorme Centinela, de 3.165 metros; el liso y peligroso Capucha de Monje, de 3.234 metros, y el traicionero Diente del Diablo, con sus paredes verticales de hasta 200 metros de altura— también atraen al montañero aventurero. Pero estas escaladas son peligrosas. La misma composición de la roca aumenta su riesgo. Se trata de un basalto que se desmorona con facilidad.
Sin embargo, existen varias rutas a la escarpadura, que aunque empinadas, son seguras y no requieren equipo especializado de escalada. Por supuesto, es esencial obedecer las reglas de las montañas. Ropa de abrigo, una tienda de campaña y una reserva de alimento son imprescindibles. A esa altura puede hacer un frío glacial, y es posible que por la noche soplen violentos vendavales. “Recuerdo una noche —dice un excursionista— que debido a que el viento azotaba nuestra tienda y el frío era tan intenso, no pudimos dormir. A la mañana siguiente, nuestras cantimploras se habían congelado, aunque las teníamos dentro de la tienda. Prometí solemnemente que no volvería a pasar por aquella tortura de nuevo. ¡Pero al año siguiente estaba aquí de vuelta! Esta vez iba mejor preparado para hacer frente a los elementos.”
Todos los años miles de excursionistas, campistas y montañeros de toda raza dejan atrás el estrés y la contaminación de las ciudades y vienen aquí en busca del aire fresco de la montaña, la emoción de bañarse en un estanque helado, la fresca dulzura del agua de la montaña y la grandiosidad de las majestuosas cumbres. Por la noche, pueden ver un dosel tachonado de brillantes estrellas. De esta manera, algunos se sienten impulsados a reverenciar al Hacedor de todas estas maravillas y esperar con anhelo el tiempo en que toda la Tierra sea convertida en un paraíso. (Lucas 23:43.)
[Notas a pie de página]
a Véase el artículo “El bosquimán... maestro de la supervivencia en el África”, que apareció en el número del 22 de agosto de 1985 de ¡Despertad!
b Levítico 11:13 y Deuteronomio 14:12 mencionan al águila pescadora, un ave rapaz que en hebreo se llama “pé·res”, que significa “el rompedor”. Varias versiones españolas, como la Biblia de Jerusalén y la Versión Valera, vierten esta palabra como “quebrantahuesos”. Pudiera ser, por lo tanto, que estos versículos se refiriesen a esta ave.
[Fotografías en la página 25]
Un suimanga sobre un limpiatubos en el Drakensberg
[Fotografías en la página 26]
Extremo izquierdo: Galería de Arte Rupestre de Sebayeni, en el Drakensberg
Izquierda: el majestuoso alce africano
Debajo: pinturas bosquimanas de la cueva de Sebayeni
[Mapa/Fotografía en la página 24]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
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