CREACIÓN
Acto de crear o causar la existencia de algo o de alguien. También puede referirse a lo que ha sido creado o traído a la existencia. La palabra hebrea ba·ráʼ y la griega ktí·zō significan “crear” y se usan exclusivamente con referencia a la creación divina.
A Jehová Dios se le identifica a través de las Escrituras como el Creador. Es “el Creador de los cielos, [...] el Formador de la tierra y el Hacedor de ella”. (Isa 45:18.) Es el “Formador de las montañas y el Creador del viento” (Am 4:13), y “Aquel que hizo el cielo y la tierra y el mar y todas las cosas que hay en ellos”. (Hch 4:24; 14:15; 17:24.) “Dios [...] creó todas las cosas.” (Ef 3:9.) Jesucristo reconoció que Jehová era el Creador de los seres humanos, a quienes hizo macho y hembra. (Mt 19:4; Mr 10:6.) Es el único al que se puede llamar apropiadamente “el Creador”. (Isa 40:28.)
Todas las cosas “existieron y fueron creadas” debido a la voluntad de Dios. (Rev 4:11.) Jehová, que ha existido desde siempre, estaba solo antes del comienzo de la creación. (Sl 90:1, 2; 1Ti 1:17.)
Aunque Jehová, que es un Espíritu (Jn 4:24; 2Co 3:17), ha existido siempre, no se puede afirmar lo mismo de la materia que constituye el universo. Por lo tanto, cuando creó los cielos y la tierra literales, Jehová no usó materia preexistente. Génesis 1:1 deja esto claro con las palabras: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. En caso de que la materia hubiera existido siempre, no habría sido correcto el uso del término “principio” con referencia a las cosas materiales. Sin embargo, después de crear la tierra, Dios sí formó “del suelo toda bestia salvaje del campo y toda criatura voladora de los cielos”. (Gé 2:19.) También formó al hombre “del polvo del suelo”, soplando en sus narices aliento de vida para que llegara a ser un alma viviente. (Gé 2:7.)
El Salmo 33:6 dice apropiadamente: “Por la palabra de Jehová los cielos mismos fueron hechos, y por el espíritu de su boca todo el ejército de ellos”. Cuando la tierra aún estaba “sin forma y desierta”, con “oscuridad sobre la superficie de la profundidad acuosa”, era la fuerza activa de Dios la que se movía de un lado a otro sobre la superficie de las aguas. (Gé 1:2.) De modo que Dios usó su fuerza activa, o “espíritu” (heb. rú·aj), para efectuar la creación. Las cosas que ha creado no solo dan testimonio de su poder, sino también de su divinidad (Jer 10:12; Ro 1:19, 20), y como Jehová “no es Dios de desorden, sino de paz” (1Co 14:33), su obra creativa está marcada por el orden, no por el caos o la casualidad. Jehová le recordó a Job que había dado pasos específicos al fundar la tierra y poner barricadas al mar, e indicó que existen “estatutos de los cielos”. (Job 38:1, 4-11, 31-33.) Además, las obras creativas de Dios son perfectas al igual que todas sus otras obras. (Dt 32:4; Ec 3:14.)
La primera creación de Jehová fue su “Hijo unigénito” (Jn 3:16), “el principio de la creación por Dios”. (Rev 3:14.) Jehová usó a este “primogénito de toda la creación” para crear todas las demás cosas, tanto las que están en los cielos como aquellas que están sobre la Tierra, “las cosas visibles y las cosas invisibles”. (Col 1:15-17.) El testimonio inspirado de Juan concerniente a este hijo, la Palabra, es que “todas las cosas vinieron a existir por medio de él, y sin él ni siquiera una cosa vino a existir”, y el apóstol revela que la Palabra es Jesucristo, que vino a ser carne. (Jn 1:1-4, 10, 14, 17.) Se le representa como la sabiduría personificada que dice: “Jehová mismo me produjo como el principio de su camino”, y luego habla de sí mismo como el “obrero maestro” del Creador, Jehová. (Pr 8:12, 22-31.) En vista de la estrecha asociación de Jehová con su Hijo unigénito en la obra creativa y de que este Hijo es “la imagen del Dios invisible” (Col 1:15; 2Co 4:4), es obvio que Jehová estaba hablando con su Hijo unigénito y obrero maestro cuando dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. (Gé 1:26.)
Una vez creado su Hijo unigénito, Jehová lo usó para traer a la existencia a los ángeles celestiales. La creación de los ángeles precedió a la fundación de la Tierra, pues cuando Jehová interrogó a Job, le preguntó: “¿Dónde te hallabas tú cuando yo fundé la tierra [...], cuando las estrellas de la mañana gozosamente clamaron a una, y todos los hijos de Dios empezaron a gritar en aplauso?”. (Job 38:4-7.) Después de crear estas criaturas de espíritu celestiales, se hicieron los cielos y la Tierra materiales. Puesto que Jehová es esencialmente el responsable de toda esta obra creativa, es a Él a quien se le atribuye. (Ne 9:6; Sl 136:1, 5-9.)
Cuando las Escrituras dicen: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Gé 1:1), dejan sin determinar cuándo tuvo lugar la creación. El uso del término “principio” es, por lo tanto, incuestionable, sin importar la edad que los científicos quieran atribuirle al globo terráqueo, así como a todos los planetas y los demás cuerpos celestes. El momento real de la creación de los cielos y la Tierra materiales puede haber acontecido hace miles de millones de años.
Actividades creativas posteriores relacionadas con la Tierra. Después de referirse a la creación de los cielos y la Tierra materiales (Gé 1:1, 2), el libro de Génesis —desde el capítulo 1 hasta el capítulo 2 y versículo 3— proporciona un bosquejo de las obras creativas que se hicieron en la Tierra. A partir del versículo 5 del capítulo 2 de Génesis encontramos un relato paralelo que retoma la narración en un momento determinado del tercer “día”, después de aparecer la tierra seca y antes de la creación de la vegetación. Suministra detalles que no aparecen en el relato general del capítulo 1. El registro inspirado habla de seis períodos creativos llamados “días” y de un séptimo período o “día séptimo”, en el que Dios dejó de efectuar obras creativas terrestres y procedió a descansar. (Gé 2:1-3.) Aunque el relato de Génesis sobre la creación terrestre no hace distinciones botánicas o zoológicas detalladas de acuerdo con los criterios modernos, los términos que emplea cubren adecuadamente las divisiones principales de la vida y muestran que se las creó de modo que se reprodujeran solo según sus “géneros” respectivos. (Gé 1:11, 12, 21, 24, 25; véase GÉNERO.)
El cuadro que aparece a continuación muestra las obras creativas de Dios durante cada uno de los seis “días” mencionados en Génesis.
CREACIÓN TERRESTRE DE JEHOVÁ
Día
Obras creativas
Textos
1.
Luz; división entre el día y la noche
2.
Expansión, división entre las aguas que estarían debajo de la expansión y las que estarían sobre ella
3.
Tierra seca; vegetación
4.
Las lumbreras celestes se hacen distinguibles desde la tierra
5.
Almas acuáticas y criaturas voladoras
6.
Animales terrestres; hombre
Génesis 1:1, 2 hace referencia a un tiempo anterior a los seis “días” bosquejados en el cuadro. Cuando estos “días” comenzaron, el Sol, la Luna y las estrellas ya existían, como se explicita en Génesis 1:1. Sin embargo, antes de estos seis “días” de obra creativa, “la tierra se hallaba sin forma y desierta y había oscuridad sobre la superficie de la profundidad acuosa”. (Gé 1:2.) Al parecer, aún había un manto de nubes que envolvía la tierra y que impedía la llegada de la luz hasta su superficie.
Cuando Dios dijo el Día Primero: “Llegue a haber luz”, debió penetrar luz difusa a través de ese manto de nubes, aunque todavía no era posible distinguir desde la superficie terrestre las fuentes de las que procedía. Parece ser que este fue un proceso gradual, como lo muestra la versión (en inglés) de J. W. Watts: “Y gradualmente vino a la existencia la luz”. (Gé 1:3, A Distinctive Translation of Genesis.) Dios efectuó una división entre la luz y la oscuridad, y llamó a la luz Día, y a la oscuridad, Noche. Esto indica que la Tierra giraba en torno a su eje durante su movimiento de traslación alrededor del Sol, de modo que los hemisferios oriental y occidental alternaban períodos de luz y de oscuridad. (Gé 1:3, 4.)
Durante el Día Segundo, Dios hizo una expansión causando que ocurriera una división “entre las aguas y las aguas”. Algunas aguas permanecieron sobre la tierra y otras, en gran cantidad, fueron elevadas muy por encima de la superficie terrestre, de manera que entre ambas llegó a haber una expansión. A esta Dios la llamó Cielo, aunque tan solo con relación a la tierra, pues no se dice que las aguas suspendidas sobre la expansión abarcaran a las estrellas u otros cuerpos del espacio exterior. (Gé 1:6-8; véase EXPANSIÓN.)
El Día Tercero el poder milagroso de Dios reunió las aguas de la tierra, de modo que apareció el terreno seco, al que Dios llamó Tierra. También fue en este día cuando Dios, no la casualidad ni ningún proceso evolutivo, confirió a la materia inanimada el principio vital, de modo que vinieron a la existencia la hierba, la vegetación y los árboles frutales. Cada una de estas tres divisiones generales podía reproducirse según su “género”. (Gé 1:9-13.)
La voluntad divina con respecto a las lumbreras se llevó a cabo durante el Día Cuarto, pues dice el registro: “Y Dios procedió a hacer las dos grandes lumbreras, la lumbrera mayor para dominar el día y la lumbrera menor para dominar la noche, y también las estrellas. Así las puso Dios en la expansión de los cielos para brillar sobre la tierra, y para dominar de día y de noche y para hacer una división entre la luz y la oscuridad”. (Gé 1:16-18.) En vista de esta descripción de las lumbreras, la mayor debe referirse al Sol, y la menor, a la Luna, aunque no se menciona a estos dos cuerpos celestes por nombre sino hasta después del relato del diluvio del día de Noé. (Gé 15:12; 37:9.)
Con anterioridad, en el primer “día”, se había usado la expresión “Llegue a haber luz”. La palabra hebrea que se utiliza en este texto para luz es ʼohr, que significa luz en sentido general, mientras que en el cuarto “día” la palabra hebrea cambia a ma·ʼóhr, cuyo significado es una lumbrera o fuente de luz. (Gé 1:14.) De modo que el primer “día” debió penetrar una luz difusa a través del manto de nubes, aunque desde la superficie terrestre no sería posible ver las fuentes de las que procedía esa luz. Luego, en el cuarto “día”, las cosas cambiaron.
Es también digno de mención que en Génesis 1:16 no se usa el verbo hebreo ba·ráʼ, que significa “crear”, sino que se emplea el verbo hebreo ʽa·sáh, cuyo significado es “hacer”. Como el Sol, la Luna y las estrellas están incluidos en “los cielos” mencionados en Génesis 1:1, estos astros se crearon mucho antes del Día Cuarto. En ese “día” Dios procedió a “hacer” que dichos cuerpos celestes llegaran a tener una nueva relación con respecto a la superficie terrestre y a la expansión que había sobre ella. Las palabras: “Las puso Dios en la expansión de los cielos para brillar sobre la tierra”, deben indicar que en ese momento se hacían distinguibles desde la superficie de la Tierra, como si estuvieran en la expansión. Además, las lumbreras tenían que “servir de señales y para estaciones y para días y años”, lo que significaba que el hombre podría utilizarlas como guía de distintas maneras. (Gé 1:14.)
El Día Quinto vio la creación en la Tierra de las primeras almas no humanas. Dios no se propuso que las demás formas de vida evolucionaran de una sola criatura, sino que literalmente enjambres de almas vivientes llegaron a existir por el poder divino. Dice el registro: “Dios procedió a crear los grandes monstruos marinos y toda alma viviente que se mueve, los cuales las aguas enjambraron según sus géneros, y toda criatura voladora alada según su género”. Complacido con su creación, Dios la bendijo y dijo que ‘se hicieran muchos’, lo que era posible porque Él había dotado a estas criaturas de muchas familias genéricas distintas con la facultad de reproducirse “según sus géneros”. (Gé 1:20-23.)
El Día Sexto “Dios procedió a hacer la bestia salvaje de la tierra según su género y el animal doméstico según su género y todo animal moviente del suelo según su género”. Al igual que toda su obra creativa anterior, esta también fue buena a los ojos de Dios. (Gé 1:24, 25.)
Hacia el final del sexto día creativo, Dios trajo a la existencia una clase de criatura completamente nueva, superior a los animales aunque inferior a los ángeles: el hombre, creado a la imagen de Dios y según su semejanza. Aun cuando Génesis 1:27 dice brevemente con respecto a la humanidad: “Macho y hembra los creó”, el relato paralelo de Génesis 2:7-9 muestra que Jehová Dios formó al hombre del polvo del suelo, sopló en sus narices aliento de vida y el hombre llegó a ser alma viviente, con un hogar paradisiaco y abundancia de alimento a su disposición. En este caso Jehová Dios utilizó para su obra creativa los elementos terrestres, y después de haber formado al hombre, creó a la mujer partiendo de una de las costillas de Adán. (Gé 2:18-25.) Con la creación de la mujer se completó el “género” hombre. (Gé 5:1, 2.)
A continuación, Dios bendijo a la humanidad, diciendo al primer hombre y a su esposa: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra”. (Gé 1:28; compárese con Sl 8:4-8.) Dios suministró lo necesario para la humanidad y otras criaturas terrestres, pues les dio “toda la vegetación verde para alimento”. El registro inspirado dice sobre los resultados de esta obra creativa: “Después de eso vio Dios todo lo que había hecho y, ¡mire!, era muy bueno”. (Gé 1:29-31.) Al final del sexto día Dios había finalizado con éxito su trabajo de creación y “procedió a descansar en el día séptimo de toda su obra que había hecho”. (Gé 2:1-3.)
Después de exponer lo conseguido durante cada uno de los seis días de actividad creadora, en cada caso aparece la declaración: “Y llegó a haber tarde y llegó a haber mañana”, un día primero, segundo, tercero, etc. (Gé 1:5, 8, 13, 19, 23, 31.) Puesto que cada día creativo duró más de veinticuatro horas, como se explica más adelante, esta expresión no alude a una noche y un día literales, sino que debe entenderse en sentido figurado. Durante la tarde, las cosas serían indistintas, pero por la mañana podrían distinguirse con claridad. En el transcurso de la “tarde” o principio de cada uno de los períodos o “días” creativos, ningún observador angélico sería capaz de distinguir el propósito de Dios para ese día en particular, a pesar de que Él lo conociese perfectamente. Sin embargo, con la llegada de la “mañana”, habría plena luz con respecto a lo que Dios se había propuesto para ese día, pues entonces ya se habría realizado. (Compárese con Pr 4:18.)
Duración de los días creativos. La Biblia no especifica la duración de cada uno de los períodos creativos. No obstante, ya han finalizado los seis, puesto que se dijo con respecto al sexto día (como en el caso de cada uno de los cinco precedentes): “Y llegó a haber tarde y llegó a haber mañana, un día sexto”. (Gé 1:31.) Sin embargo, esta declaración no se hizo con respecto al séptimo día, en el que Dios procedió a descansar, y eso daba a entender que este día no había finalizado. (Gé 2:1-3.) Por otro lado, más de cuatro mil años después del comienzo del séptimo día, o día de descanso de Dios, Pablo indicó que aún se vivía en ese día. En Hebreos 4:1-11 se refirió a las palabras que había pronunciado David tiempo atrás (Sl 95:7, 8, 11) y al pasaje de Génesis 2:2, e instó: “Hagamos, por lo tanto, lo sumo posible para entrar en ese descanso”. De manera que para el tiempo del apóstol, el séptimo día había durado miles de años y todavía no había terminado. El reinado de mil años de Jesucristo, a quien la Biblia llama “Señor del sábado” (Mt 12:8), debe ser parte del gran sábado o día de descanso de Dios. (Rev 20:1-6.) Así pues, este día de descanso de Dios vería el transcurrir de miles de años desde su comienzo hasta su culminación. La semana de días descrita en Génesis 1:3 a 2:3, el último de los cuales es un día de descanso o sábado, parece corresponder con la semana en la que los israelitas dividieron su tiempo, de la que el séptimo día también era un día de descanso, según la voluntad divina. (Éx 20:8-11.) Y como el séptimo día se ha extendido por miles de años, es razonable deducir que cada uno de los seis períodos o días creativos anteriores duró también, por lo menos, miles de años.
El hecho de que un día puede durar más de veinticuatro horas lo indica Génesis 2:4, donde se hace referencia a todos los días creativos como un “día”. La observación inspirada de Pedro lo corrobora: “Un día es para con Jehová como mil años, y mil años como un día”. (2Pe 3:8.) Decir que cada día creativo dura, no veinticuatro horas, sino un período de tiempo más largo —miles de años— está de acuerdo con la realidad geológica de la misma Tierra.
La creación se anticipó a los inventos del hombre. Con miles de años de antelación, Jehová había provisto a su creación con sus propias versiones de muchos de los inventos posteriores del hombre. Por ejemplo, el vuelo de los pájaros precedió por milenios al de los aviones. El nautilo y la jibia usan tanques de flotación para descender y ascender en el océano tal como lo hacen los submarinos. El pulpo y el calamar emplean la propulsión a chorro. Los murciélagos y el delfín se valen hábilmente del sonar. Varios reptiles y aves marinas tienen en su organismo sus propias “plantas de desalinización”, lo que les permite beber agua del mar.
Las termitas disfrutan de “aire acondicionado” en sus casas utilizando el agua en sus nidos de ingenioso diseño. Algunas plantas microscópicas, insectos, peces y árboles usan su propio “anticongelante”. Los termómetros internos de algunas serpientes, mosquitos y el faisán australiano son sensibles a pequeñas variaciones de temperatura. Los avispones, las avispas y las abejas hacen papel.
Se atribuye a Tomás Edison la invención de la bombilla de luz eléctrica, si bien esta tiene el inconveniente de que pierde energía que se transforma en calor. Las creaciones de Jehová —esponjas, hongos, bacterias, luciérnagas, insectos y peces— producen luz fría y de muchos colores.
Un gran número de aves migratorias no solo tienen brújulas en el cerebro, sino que también disponen de relojes biológicos. Algunas bacterias microscópicas tienen motores rotatorios que pueden accionar hacia adelante o hacia atrás.
Buenas razones tiene el Salmo 104:24 para decir: “¡Cuántas son tus obras, oh Jehová! Con sabiduría las has hecho todas. La tierra está llena de tus producciones”.
Algunas personas tratan de relacionar el relato bíblico de la creación con relatos mitológicos paganos, como el conocido “Poema de la creación” babilonio. En realidad, en la antigua Babilonia circulaban varios relatos de la creación, pero el que ha llegado a ser más conocido es el mito que tiene que ver con Marduk, el dios nacional babilonio. En síntesis, este poema cuenta que la diosa Tiamat y el dios Apsu llegaron a ser padres de otras deidades. Las actividades de esos dioses le fueron tan angustiosas a Apsu que determinó destruirlos. Sin embargo, una de esas deidades, Ea, mató a Apsu, y cuando Tiamat intentó vengarlo, el hijo de Ea, Marduk, la mató también y dividió su cuerpo en dos, con una mitad formó el cielo y con la otra, la Tierra. Luego, con la ayuda de Ea, Marduk creó a la humanidad usando la sangre de otro dios, Kingu, el director de las huestes de Tiamat.
¿Se basó la Biblia en los relatos babilonios de la creación?
P. J. Wiseman señala en su libro que cuando se descubrieron por primera vez las tablillas babilonias de la creación, algunos eruditos creían que más investigación y descubrimientos permitirían mostrar que había una correspondencia entre ellas y el relato de la creación de Génesis. Pensaban que quedaría claro que el relato de Génesis se había basado en el babilonio. Sin embargo, las investigaciones y los descubrimientos tan solo confirmaron la gran brecha entre ambos relatos. No hay ningún paralelo entre ellos. Wiseman cita de una obra publicada por los depositarios del Museo Británico —The Babylonian Legends of the Creation and the Fight Between Bel and the Dragon—, quienes sostienen que “los conceptos fundamentales de los relatos babilonio y hebreo son, en esencia, diferentes”. Wiseman hace también la siguiente observación: “Es deplorable el hecho de que, en vez de mantenerse al día con la investigación arqueológica moderna, muchos teólogos aún repitan la ya refutada teoría de que los hebreos se basaron en fuentes babilonias”. (Creation Revealed in Six Days, Londres, 1949, pág. 58.)
Aunque a algunas personas les ha parecido ver ciertas similitudes entre el poema babilonio y el relato de la creación de Génesis, es obvio que el relato bíblico de la creación y el epítome del mito babilonio antes expuesto no son en realidad similares. Por lo tanto, es innecesaria una comparación detallada de ambos. Después de examinar las aparentes similitudes y las diferencias (como el orden de los acontecimientos) de estos relatos, el profesor George A. Barton hizo la siguiente observación: “Una diferencia de mayor importancia radica en los conceptos religiosos de los dos relatos. El poema babilonio es mitológico y politeísta. No exalta de ningún modo el concepto de la deidad. Sus dioses aman y odian, traman y conspiran, luchan y destruyen. Marduk, el vencedor, logra imponerse después de una encarnizada lucha que somete sus poderes a la más dura prueba. Génesis, en cambio, refleja el monoteísmo más exaltado. Dios es tan claramente el amo de todos los elementos del universo, que estos obedecen su más mínima palabra. Controla todo sin esfuerzo. Habla y se realiza. Suponiendo, como hacen muchos eruditos, que haya una relación entre las dos narraciones, no hay mejor prueba de la inspiración del relato bíblico que ponerlo junto al babilonio. Aún hoy el capítulo de Génesis nos revela la majestad y poder del Dios único, y crea en el hombre moderno, como lo hizo en el antiguo hebreo, el deseo de adorar al Creador”. (Archaeology and the Bible, 1949, págs. 297, 298.)
Con respecto a los mitos antiguos sobre la creación, se ha dicho: “Todavía no se ha hallado ningún mito que se refiera explícitamente a la creación del universo, y los que tratan de la organización del universo y sus procesos culturales, la creación del hombre y el establecimiento de la civilización, se caracterizan por el politeísmo y las luchas de las deidades por la supremacía, en destacado contraste con el monoteísmo hebreo de Gn. 1-2”. (New Bible Dictionary, edición de J. Douglas, 1985, pág. 247.)
“Una nueva creación.” Finalizado el sexto período o “día” creativo, Jehová cesó su actividad creadora terrestre (Gé 2:2), aunque ha realizado grandes obras de naturaleza espiritual. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribió: “Si alguien está en unión con Cristo, es una nueva creación”. (2Co 5:17.) Estar “en” o “en unión con” Cristo significa disfrutar de unidad con él como miembro de su cuerpo, su novia. (Jn 17:21; 1Co 12:27.) Para que pueda existir tal relación, Jehová Dios atrae a la persona hacia su Hijo y la engendra con espíritu santo. Este hijo de Dios engendrado por espíritu llega a ser “una nueva creación”, con la perspectiva de compartir con Cristo Jesús el reino celestial. (Jn 3:3-8; 6:44.)
La re-creación. Jesús también habló a sus apóstoles de una “re-creación”, que relacionó con el tiempo en que “el Hijo del hombre se siente sobre su trono glorioso”. (Mt 19:28; Lu 22:28-30.) La palabra griega traducida “re-creación” es pa·lin·gue·ne·sí·a, cuyos componentes significan “de nuevo; otra vez; una vez más” y “nacimiento; origen”. Filón usó el término con referencia a la reconstrucción del mundo después del Diluvio, y Josefo lo empleó con respecto al restablecimiento de Israel tras el exilio. La obra Theological Dictionary of the New Testament, edición de G. Kittel, dice que el uso de pa·lin·gue·ne·sí·a en Mateo 19:28 “está en línea con el de Filón y Josefo” (traducción al inglés de G. Bromiley, 1964, vol. 1, pág. 688). De modo que no se refiere a una nueva creación, sino a una regeneración, o renovación, por medio de la cual se realiza a cabalidad el propósito de Dios para la Tierra. (Véase TRIBU [“Juzgarán a las doce tribus de Israel”].)
A la humanidad obediente, “la creación” que será “libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, se le prometen grandiosas bendiciones bajo el gobierno del Reino. (Ro 8:19-21; véase HIJO(S) DE DIOS [Gloriosa libertad de los hijos de Dios].) La “justicia habrá de morar” en el sistema de cosas prometido y creado por Dios. (2Pe 3:13.) La visión apocalíptica de Juan y su declaración: “Vi un nuevo cielo y una nueva tierra”, reafirman la certeza de ese nuevo sistema. (Rev 21:1-5.)