BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • En busca de especias, oro, conversos y gloria
    ¡Despertad! 1992 |   8 de marzo
    • En busca de especias, oro, conversos y gloria

      “¡TIERRA! ¡Tierra!” Con este jubiloso grito rompió su silencio el vigía la noche del 12 de octubre de 1492. Había avistado desde la Pinta la tenue silueta de una isla. El éxito había coronado al fin el interminable viaje de las tres embarcaciones: la Pinta, la Niña y la Santa María.

      Al despuntar el alba, Colón, sus dos capitanes y otros oficiales vadearon las aguas hasta la orilla. Dieron gracias a Dios y tomaron posesión de la isla en nombre de los monarcas de España, Fernando e Isabel.

      Colón había visto realizado su sueño. A continuación esperaba descubrir oro (las narigueras de oro de los nativos no le pasaron inadvertidas) y regresar triunfante a España. Había encontrado —pensaba⁠— la ruta occidental hacia la India, de modo que ya podía olvidar las frustraciones de los pasados ocho años.

      El sueño toma forma

      En la Europa de finales del siglo XV había una gran demanda de dos artículos en concreto: oro y especias. El oro, para comprar objetos de lujo asiáticos, y las especias orientales, para dar sabor a la monótona dieta de los largos meses de invierno. Los comerciantes europeos querían tener acceso directo a las tierras de las que obtendrían esas mercancías.

      Los mercaderes y navegantes portugueses procuraron establecer un monopolio sobre las relaciones comerciales con África, y con el tiempo hallaron una ruta hacia Oriente pasando por África y el cabo de Buena Esperanza. Mientras tanto, los pensamientos del navegante italiano Colón se dirigían a Occidente. Él creía que la ruta más corta hacia la India y sus codiciadas especias se encontraba a través del Atlántico.

      Durante ocho agotadores años, Colón fue de una corte real a otra, hasta que con el tiempo obtuvo el respaldo de los reyes de España. Su inquebrantable convicción acabó venciendo a los escépticos soberanos y a los reacios marinos. Los que dudaban tenían razones para ello. El proyecto de Colón no carecía de fallos y él había insistido con cierta osadía en que se le nombrara “Almirante del Océano” y gobernador perpetuo de todas las tierras que descubriese.

      No obstante, las principales objeciones se centraban en sus cálculos. La mayoría de los doctos ya no discutían entonces que la Tierra fuese redonda, pero seguía en pie una pregunta: ¿qué extensión de océano separaba Europa de Asia? Colón calculaba que Cipango (antiguo nombre de Japón), sobre el que había leído en el relato del viaje de Marco Polo a China, quedaba a unos 8.000 kilómetros al oeste de Lisboa (Portugal). De modo que situaba Japón en lo que ahora se conoce como el Caribe.a

      Las comisiones reales de España y Portugal descartaron la empresa de Colón por considerarla imprudente, debido en buena parte al excesivo optimismo con que Colón calculó la distancia que separaba Europa del Lejano Oriente. Al parecer, a nadie se le ocurrió la posibilidad de que hubiese un gran continente entre Europa y Asia.

      No obstante, apoyado por amigos de la corte española, Colón persistió en su empeño, y la situación empezó a tomar un cariz favorable para él. A la reina Isabel de Castilla, una católica ferviente, le atraía la posibilidad de convertir el Oriente a la fe católica. En la primavera de 1492, cuando Granada cayó ante los soberanos católicos, el catolicismo se convirtió en la religión de toda España. Parecía el momento oportuno para arriesgar algún dinero en una empresa que podría reportar grandes dividendos, tanto en el campo religioso como en el económico. Por lo tanto, Colón obtuvo el consentimiento real y el dinero que necesitaba.

      El viaje hacia lo desconocido

      En seguida se equipó una pequeña flota de tres barcos, y el 3 de agosto de 1492, Colón partió de España con una dotación total de unos noventa hombres.b Tras reabastecerse de provisiones en las islas Canarias, el día 6 de septiembre las embarcaciones tomaron rumbo oeste para dirigirse a “la India”.

      El viaje fue difícil para Colón. Los ánimos iban y venían según soplaba el viento. A pesar de que ver aves marinas les hacía concebir esperanzas, el horizonte occidental seguía obstinadamente vacío. Colón tuvo que fortalecer constantemente la resolución de sus marineros con promesas de tierra y riquezas. Cuando se habían adentrado en el Atlántico unas 578 leguas (3.180 kilómetros), según su cálculo personal, dio al timonel del barco la cifra de 507 leguas (2.819 kilómetros), y escribió en el diario de a bordo: “No dezía las [leguas] que andava, porque si el viaje fuese luengo [largo] no se espantase y desmayase la gente”.c (Cristóbal Colón. Diario. Relación de viajes.) Lo único que impidió en muchas ocasiones que las embarcaciones regresasen a España fue su infatigable determinación.

      Los días transcurrían lentamente y los marineros se impacientaban cada vez más. A los hombres no les agradó su decisión. El diario de Colón dice: “La gente ya no lo podía çufrir: quexávase del largo viaje”.d Luego añade que a pesar de las quejas de la tripulación, “navegó al Güesudueste [OSO]”. Para el 10 de octubre, después de más de un mes en el mar, las quejas iban en aumento en las tres embarcaciones. Lo único que calmó a los marineros fue la promesa de Colón de que regresarían por la misma ruta que habían tomado si no encontraban tierra en el plazo de tres días. Pero al día siguiente, cuando izaron a bordo una rama verde en la que todavía había flores, volvieron a poner fe en su almirante. Y un día después (12 de octubre), al despuntar el alba, los marineros, cansados ya de la larga travesía, se regalaron la vista con una isla tropical de exuberante vegetación. Aquel viaje épico había alcanzado su objetivo.

      Descubrimiento y decepción

      Las Bahamas eran un lugar idílico. Colón escribió que los nativos iban desnudos y estaban “muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras”. Sin embargo, después de dos semanas de saborear las frutas tropicales y de intercambiar objetos con los amigables habitantes, Colón siguió su camino en busca del continente asiático, oro, conversos y especias.

      Unos días más tarde, Colón llegó a Cuba, y su diario registra su impresión cuando desembarcó en la isla: “Nunca tan hermosa cosa vido [vio]”. Antes había escrito en su diario acerca de la isla de Cuba: “Creo que debe ser Çipango [Japón], según las señas que dan esta gente”. Por eso despachó a dos representantes para que contactaran con el “Gran Can” (el gobernante). Los dos españoles no encontraron ni oro ni japoneses, aunque regresaron con informes acerca de una costumbre singular entre los nativos: la de fumar tabaco. Colón no se desanimó. “Sin duda es en esas tierras grandissima suma de oro”, se aseguraba a sí mismo.

      La odisea continuó, esta vez hacia el este. Cerca de Cuba descubrió una isla grande y montañosa, a la que llamó La Española. Y por fin los españoles encontraron una mediana cantidad de oro. No obstante, unos días después sufrieron un grave percance. Su nave capitana, la Santa María, encalló en un banco de arena, y no fue posible ponerla a flote de nuevo. Los nativos ayudaron de buena gana a la tripulación a recuperar de la nave todo lo posible. “Ellos aman a sus próximos como a sí mismo, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa y siempre con risa”, dijo Colón.

      Colón decidió fundar un pequeño asentamiento en La Española. Con anterioridad había registrado en su diario, en tono premonitorio: “Esta gente es muy símplice en armas, [...] con cincuenta hombres los terná(n) todos sojuzgados, y les hará(n) hazer todo lo que quisiere(n)”. Colón también previó una colonización religiosa: “Tengo mucha esperança en Nuestro Señor que Vuestras Altezas los harán todos cristianos, y serán todos suyos”. Tan pronto como el asentamiento estuvo organizado en un lugar al que denominó La Villa de la Navidad, Colón decidió que él y el resto de sus hombres regresasen a España rápidamente con las noticias de su gran descubrimiento.

      Paraíso perdido

      El entusiasmo se apoderó de la corte española cuando por fin llegaron las noticias del descubrimiento de Colón. Le colmaron de honores y le instaron a organizar una segunda expedición lo más pronto posible. Entre tanto, los diplomáticos españoles hicieron rápidas gestiones para tratar de conseguir que el papa español Alejandro VI diese a España el derecho de colonizar todas las tierras que Colón había descubierto.

      La segunda expedición se emprendió en 1493, y fue muy ambiciosa. Una armada de diecisiete barcos transportó a más de mil doscientos colonizadores, entre los que había sacerdotes, granjeros y soldados, pero ninguna mujer. Su intención era colonizar las nuevas tierras y convertir a los nativos al catolicismo, aunque, por supuesto, recibirían con agrado todo el oro o las especias que pudieran encontrar. Colón también pretendía continuar su búsqueda de un paso marítimo que le condujese a la India.

      Aunque se descubrieron más islas —como Puerto Rico y Jamaica⁠—, la frustración aumentó. La Navidad, la primera colonia fundada en La Española, había sido diezmada debido a las encarnizadas peleas entre los propios españoles, y después los isleños prácticamente la arrasaron, encolerizados por la avaricia y la inmoralidad de los colonizadores. Colón escogió una ubicación mejor para una colonia nueva y mayor, y luego siguió buscando la ruta hacia la India.

      Tras fracasar en su intento de circunnavegar la isla de Cuba, llegó a la conclusión de que debía tratarse del continente asiático, quizás lo que hoy se conoce como la península de Malaca. Como se dice en el tomo IV de la Gran Enciclopedia de España y América, “para probar que había llegado a la tierra firme —hasta ahora eran solo islas⁠— [Colón] levantó un acta en que la tripulación depuso como testigo a favor del continente, de acuerdo con sus preconcebidas ideas, amenazando con cortar la lengua, azotar o multar al que se atreviese a decir lo contrario”. Cuando Colón regresó a La Española, descubrió que los nuevos colonizadores no se habían comportado mejor que los anteriores, pues habían violado a las mujeres y esclavizado a los muchachos. El propio Colón agravó la animosidad de los nativos reuniendo a mil quinientos de ellos, quinientos de los cuales fueron embarcados hacia España como esclavos; no obstante, todos murieron a los pocos años.

      Los otros dos viajes que Colón hizo a las Indias Occidentales no lograron mejorar su suerte. El oro, las especias y el paso marítimo hacia la India le fueron esquivos. No obstante, la Iglesia católica sí consiguió sus conversos, de una forma u otra. La pericia administrativa de Colón estaba muy por debajo de su capacidad como navegante, y su precaria salud le hizo autocrático y despiadado con las personas que le desagradaban, por lo que los soberanos españoles se vieron obligados a sustituirle por un gobernador más capaz. Aunque Colón había conquistado los océanos, había naufragado en tierra.

      Murió a los cincuenta y cuatro años de edad, poco después de terminar su cuarto viaje, rico pero amargado, insistiendo aún en haber descubierto la ruta marítima para llegar a Asia. La posteridad le conferiría la gloria duradera que tanto había ansiado durante toda su vida.

      De todas formas, las rutas que trazó en sus mapas prepararon el terreno para el descubrimiento y la colonización del entero continente norteamericano. El mundo había experimentado un gran cambio. ¿Supondría una mejora?

      [Notas a pie de página]

      a Esta equivocación se debió a dos serios errores de cálculo. Colón creía que el continente asiático se extendía mucho más hacia el este de lo que en realidad se extiende, e inconscientemente redujo en un 25% la circunferencia de la Tierra.

      b Se ha calculado que la Santa María tenía una tripulación de 40 hombres, la Pinta de 26 y la Niña de 24.

      c Todas las citas de los personajes de la época se conservan en el castellano de aquel tiempo.

      d “La gente ya no lo podía sufrir: se quejaba del largo viaje.”

      [Fotografía/Mapa en la página 6]

      (Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

      EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO PROTAGONIZADO POR COLÓN

      ESPAÑA

      ÁFRICA

      Océano Atlántico

      ESTADOS UNIDOS

      Cuba

      Bahamas

      La Española

  • Un choque de culturas
    ¡Despertad! 1992 |   8 de marzo
    • Un choque de culturas

      HACE unos quinientos años, unos diplomáticos españoles discutían en una pequeña ciudad del interior de Castilla con sus homónimos portugueses. El 7 de junio de 1494 resolvieron sus diferencias y se firmó un tratado oficial: el Tratado de Tordesillas. Centenares de millones de personas del hemisferio occidental hablan español o portugués hoy día como resultado de aquel acuerdo.

      El tratado ratificaba las bulas pontificias del año anterior, que dividían el mundo sin explorar entre las dos naciones de la península ibérica. Se trazó una línea imaginaria de norte a sur “a tresientas et setenta leguas de las islas del Cabo Verde, hasia la parte del poniente”. España podía colonizar y evangelizar las tierras descubiertas al oeste de dicha línea (América del Norte y del Sur, con la excepción de Brasil), mientras que Portugal haría lo mismo con todas las tierras situadas al este de ella (Brasil, África y Asia).

      Armadas de la bendición papal, España y Portugal —seguidas de cerca por otras naciones europeas⁠— se propusieron controlar el tráfico marítimo y, por consiguiente, gobernar el mundo. Cincuenta años después de firmarse el tratado, ya se habían establecido las rutas marítimas que atravesaban los océanos, se habían enlazado los principales continentes y habían empezado a surgir extensos imperios coloniales. (Véase el recuadro de la página 8.)

      Las repercusiones de esta explosión de descubrimientos fueron enormes. Los sistemas comerciales y agropecuarios sufrieron una revolución, y las divisiones raciales y religiosas del mundo también experimentaron cambios. Sin embargo, el oro fue el agente catalizador.

      El florecimiento del comercio

      Colón tenía razón: allí había oro, aunque él encontró muy poco. No mucho tiempo después empezaron a llegar a España galeones cargados con enormes cantidades de oro y plata arrebatados en América. No obstante, toda aquella riqueza fue efímera. La entrada de enormes cantidades de metales preciosos resultó en una terrible inflación y el excedente de dinero fácil saboteó la industria española. Por otro lado, el oro y la plata procedentes de las Américas engrasó de forma extraordinaria la maquinaria de una economía internacional en expansión. Había dinero para comprar productos exóticos transportados por barcos que iban y venían de los cuatro ángulos del mundo.

      A finales del siglo XVII era posible encontrar plata peruana en Manila, seda china en Ciudad de México, oro africano en Lisboa y pieles norteamericanas en Londres. Habiendo preparado el terreno los artículos de lujo, los productos comunes, como el azúcar, el té, el café y el algodón, empezaron a cruzar los océanos Atlántico e Índico en cantidades cada vez mayores. Los hábitos alimentarios empezaron a cambiar.

      Nuevos cultivos y nuevas recetas culinarias

      El chocolate suizo, las patatas de Irlanda y la pizza italiana están en deuda con los agricultores incas y aztecas. El chocolate, las patatas y los tomates fueron solo tres de los nuevos productos que llegaron a Europa. Muchas veces tuvo que pasar tiempo para que las frutas, las verduras y los nuevos sabores recibieran una amplia aceptación, aunque desde el mismo principio Colón y sus hombres se entusiasmaron con el ananás (piña americana) y la batata (boniato). (Véase el recuadro de la página 9.)

      Algunos cultivos procedentes de Oriente —como el algodón y la caña de azúcar⁠— se hicieron populares en el Nuevo Mundo, mientras que la patata sudamericana se convirtió con el tiempo en una importante fuente de alimentación para muchas familias europeas. Este intercambio de cultivos no solo dio una mayor variedad a la cocina internacional, sino que produjo una mejora fundamental en la nutrición, lo que contribuyó al enorme crecimiento de la población mundial en los siglos XIX y XX. De todas formas, la revolución agrícola también tenía un lado oscuro.

      Racismo y represión

      Los nuevos cultivos comerciales —como el algodón, el azúcar y el tabaco⁠— podían enriquecer a los colonizadores siempre que dispusieran de mano de obra barata suficiente para trabajar las tierras. Y la mejor fuente de dicha mano de obra era la población nativa.

      Los colonizadores europeos solían considerar a los nativos como poco más que animales que poseían el don del habla, un prejuicio que se utilizó para justificar que se les sometiera a esclavitud. Aunque una bula pontificia promulgada en el año 1537 afirmó que los “indios” eran “verdaderos hombres dotados de alma”, tuvo poco efecto en detener la explotación de aquellas gentes. Un documento reciente del Vaticano indica que “la discriminación racial nació con el descubrimiento de América”.

      El maltrato y la propagación de “enfermedades europeas” diezmó la población indígena, que, según ciertos cálculos, en cien años experimentó un descenso demográfico de hasta un 90%. En el Caribe casi se acabó con los indígenas. Cuando ya no fue posible reclutar a los nativos, los terratenientes dirigieron su atención a otras partes en busca de brazos fuertes y sanos que trabajaran las tierras. Los portugueses —que ya estaban bien asentados en África⁠— ofrecieron una siniestra solución: la trata de esclavos.

      El prejuicio racial y la codicia causaron muchísimos sufrimientos una vez más. A finales del siglo XIX los convoyes de barcos de esclavos (sobre todo británicos, holandeses, franceses y portugueses) ya habían transportado probablemente más de quince millones de esclavos africanos a las Américas.

      En vista de los visos racistas del descubrimiento de América, no sorprende que muchos americanos nativos se resientan tanto del descubrimiento como de los descubridores. Un indio norteamericano dijo: “Colón no nos descubrió a los indios. Nosotros le descubrimos a él”. De igual modo, los indios mapuches de Chile protestaron diciendo que ‘no hubo un verdadero descubrimiento ni una evangelización auténtica, sino una invasión de su territorio ancestral’. Como indica este comentario, la religión no estaba libre de culpa.

      Colonización religiosa

      La colonización religiosa del Nuevo Mundo estuvo muy vinculada a la colonización política.a Tan pronto como se conquistaba una región, se obligaba a la población indígena a hacerse católica. Humberto Bronx, sacerdote católico e historiador, explica: “Al principio bautizaban sin catequesis, prácticamente a la fuerza. [...] Los templos paganos fueron convertidos en iglesias o ermitas cristianas; los ídolos, reemplazados por cruces”. No es extraño que tal “conversión” arbitraria resultase en un sincretismo peculiar entre el culto católico y el tradicional que ha continuado hasta el día de hoy.

      Tras la conquista y las “conversiones”, se impuso la obediencia a la Iglesia y a sus representantes, sobre todo en México y Perú, donde se estableció la Inquisición. No obstante, algunos clérigos sinceros protestaron contra estos métodos anticristianos. El fraile dominico Pedro de Córdoba, testigo ocular de la colonización de La Española, se lamentó: “En gentes tan mansas, tan obedientes y tan buenas que si entre ellos entran predicadores solos sin las fuerzas e violencias destos malabenturados cristianos, pienso que se pudiera en ellos fondar tan escellente yglesia como fue la primitiva”.

      Diferente, pero no tan nuevo

      Hay quienes ven el descubrimiento, la colonización y la conversión de América como un ‘encuentro forzado entre dos culturas’. Otros lo consideran una “explotación” y unos pocos lo condenan rotundamente como una ‘violación’. Prescindiendo de cómo se juzgue, no hay duda de que marcó el comienzo de una nueva era, una era de desarrollo económico y técnico, aunque a costa del sacrificio de los derechos humanos.

      El navegante italiano Américo Vespucio acuñó en 1505 la expresión “Nuevo Mundo” para designar al nuevo continente. Es obvio que muchos aspectos eran nuevos, pero los problemas fundamentales del Viejo Mundo también eran endémicos en el Nuevo. Los fútiles esfuerzos de multitud de conquistadores españoles por encontrar el legendario “El Dorado” —un lugar en el que abundaban el oro y las piedras preciosas⁠— indican que las aspiraciones humanas no quedaron satisfechas con el descubrimiento de un nuevo continente. ¿Quedarán satisfechas algún día esas aspiraciones?

      [Nota a pie de página]

      a El deseo de evangelizar el Nuevo Mundo se utilizó incluso para justificar la fuerza militar. Francisco de Vitoria, famoso teólogo español de aquella época, razonó que en vista de que el Papa había autorizado a los españoles a predicar el evangelio en el Nuevo Mundo, estos estaban justificados para guerrear contra los indios a fin de defender y establecer ese derecho.

      [Fotografía en la página 7]

      Copia del Tratado de Tordesillas

      [Reconocimiento]

      Cortesía del Archivo General de Indias, Sevilla (España)

      [Ilustración en la página 10]

      Víctimas mexicanas de la inquisición católica

      [Reconocimiento]

      Mural titulado “Historia de México”, original de Diego Rivera. Palacio Nacional, Ciudad de México, Distrito Federal (México)

      [Recuadro/Fotografía en la página 8]

      Colón, precursor de la Era del Descubrimiento

      DURANTE los cincuenta años que siguieron a que Cristóbal Colón descubriera América, se volvió a trazar el mapa del mundo. Los esfuerzos por encontrar nuevas rutas hacia el Oriente condujeron a que los marinos españoles, portugueses, italianos, franceses, holandeses e ingleses descubrieran nuevos océanos y nuevos continentes. Para 1542 solo quedaban por descubrir Australia y la Antártida.

      América del Sur Primero Cristóbal Colón y poco después Alonso de Ojeda, Américo Vespucio y Duarte Coelho trazaron el litoral de América Central y del Sur (1498-1501).

      América del Norte Giovanni Caboto (John Cabot) descubrió Terranova en 1497 y Giovanni Verrazano fue el primero en navegar a lo largo del litoral oriental de América del Norte en 1524.

      La circunnavegación del mundo Los primeros en dar la vuelta al mundo fueron Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, quienes también descubrieron las islas Filipinas después de un épico viaje a través del vasto océano Pacífico (1519-1522).

      La ruta marítima hacia la India por el cabo de Buena Esperanza Tras bordear el extremo meridional de África, Vasco de Gama arribó a la India en 1498.

      El Lejano Oriente Navegantes portugueses llegaron a Indonesia en 1509, a China en 1514 y a Japón en 1542.

      [Recuadro/Ilustración en la página 9]

      Plantas que cambiaron los menús del mundo

      EL DESCUBRIMIENTO de América revolucionó la gastronomía mundial. Hubo un rápido intercambio de cultivos entre el Viejo y el Nuevo Mundo, y muchas de las plantas que cultivaban los incas y los aztecas figuran entre las plantas alimenticias más importantes de todo el mundo.

      La patata (papa). La patata constituía la base de la economía inca cuando los españoles llegaron a Perú. También crecía en el hemisferio norte, y en dos siglos se convirtió en el alimento básico de muchos países europeos. Algunos historiadores hasta atribuyen a este humilde y nutritivo tubérculo el rápido aumento de población que acompañó a la revolución industrial europea.

      La batata (boniato). Colón descubrió la batata en su primer viaje. La describió como algo parecido a “zanahorias grandes” con el “sabor propio de las castañas”. Hoy día es un alimento básico de millones de personas en gran parte de la Tierra.

      El maíz. El cultivo de maíz era tan importante para los aztecas, que lo consideraban un símbolo de la vida. En la actualidad es la planta alimenticia que más superficie de cultivo ocupa en el mundo después del trigo.

      El tomate. Tanto los aztecas como los mayas cultivaban el xitomatle (posteriormente denominado tomatl). Para el siglo XVI ya se cultivaban tomates en España e Italia, países en los que el gazpacho, la pasta y las pizzas se convirtieron en algunos de los platos favoritos de su gastronomía. No obstante, otros europeos no apreciaron sus virtudes hasta el siglo XIX.

      El chocolate. El chocolate era la bebida favorita del gobernante azteca Montezuma II. Los granos de cacao, de los que se extraía el chocolate, se apreciaban tanto cuando Hernán Cortés llegó a México, que se utilizaban como dinero. En el siglo XIX, cuando se le añadió azúcar y leche para mejorar su sabor, el chocolate consiguió un gran éxito internacional como bebida y también en forma sólida para tomar como tentempié.

      [Ilustración]

      Llegada de Colón a las Bahamas en 1492

      [Reconocimiento]

      Cortesía del Museo Naval, Madrid (España), y con el amable permiso de don Manuel González López

  • El verdadero Nuevo Mundo a la espera de ser descubierto
    ¡Despertad! 1992 |   8 de marzo
    • El verdadero Nuevo Mundo a la espera de ser descubierto

      EL NOMBRE, ni quita ni pone”, dice el refrán. Y en el caso de Cristóbal Colón ha resultado ser muy cierto.

      A tono con el significado del nombre Cristóbal (“el que lleva a Cristo”), Colón procuró ser una especie de “portador de Cristo” en su viaje. Al fin y al cabo, los reyes de España le habían enviado al “servicio de Dios y [para] la expansión de la Fe Católica”. No obstante, después de enseñar a hacer la señal de la cruz y a cantar el Ave María a algunos nativos que tenían dificultades para entenderle, se concentró en recompensas más tangibles: encontrar oro y también la elusiva ruta hacia la India.

      Algunos católicos han defendido la idea de hacer “santo” a Cristóbal Colón debido a que desempeñó un papel fundamental en extender las fronteras de la cristiandad. Sin embargo, las “conversiones” en masa que se produjeron después de sus descubrimientos poco contribuyeron a dar a conocer el auténtico Jesucristo a los habitantes del Nuevo Mundo. El cristianismo genuino siempre se ha diseminado por medios pacíficos, no con la espada. El uso de la fuerza para diseminar el evangelio está en total contradicción con lo que Jesús enseñó. (Compárese con Mateo 10:14; 26:⁠52.)

      No obstante, el almirante tuvo algo más de éxito en emular el significado de su apellido, Colón, que significa “colonizador”. Fundó las dos primeras colonias europeas en el Nuevo Mundo, y aunque estas quedaron en nada, pronto se fundaron otras. La colonización de las Américas siguió adelante, si bien no fue en modo alguno una experiencia feliz, sobre todo para los colonizados.

      El fraile dominico Bartolomé de las Casas, testigo de la colonización inicial de las Indias Occidentales, protestó ante Felipe II, rey de España, por “la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la cudicia y ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden”.

      Aunque los peores abusos se corrigieron más tarde, los motivos egoístas y los métodos despiadados continuaron marcando la pauta. No es de extrañar que tal gobernación resultase odiosa. En el siglo XX ya se habían librado del yugo colonial la mayor parte de los países de América.

      Hay que reconocer que la conversión de continentes enteros a la cristiandad y la administración de una gobernación justa sobre miríadas de personas de diferentes tribus y lenguas es una tarea muy difícil. Y sería injusto culpar a Colón por todos los fracasos de la inmensa empresa que inconscientemente inició cuando atravesó el océano y dio comienzo a lo que algunos llaman “el encuentro de dos mundos”.

      Como indica Kirkpatrick Sale en su libro The Conquest of Paradise, “desde luego allí hubo una oportunidad, una posibilidad para los europeos de encontrar un nuevo ancladero en un nuevo país, en lo que vagamente reconocían como la tierra del Paraíso”. Sin embargo, una cosa es descubrir un nuevo mundo y otra crearlo. No era la primera vez que fracasaban los planes de construir un nuevo mundo.

      Otro viaje épico

      Dos mil años antes de que Colón se hiciese a la vela, unas doscientas mil personas emprendieron otro viaje épico. En lugar de atravesar un océano, posiblemente tuvieron que cruzar un desierto. También iban en dirección oeste, hacia su suelo patrio, Israel, una tierra que la mayoría de ellos jamás había visto. Su objetivo era dar origen a un nuevo mundo para ellos y para sus hijos.

      Su largo y difícil viaje desde Babilonia, donde habían estado cautivos, cumplía una profecía. El profeta Isaías había predicho su repatriación doscientos años antes: “¡Miren!, [yo, el Señor Soberano Jehová,] voy a crear nuevos cielos y una nueva tierra; y las cosas anteriores no serán recordadas, ni subirán al corazón”. (Isaías 65:13, 17.)

      Los ‘nuevos cielos y nueva tierra’ eran términos simbólicos que hacían referencia a una nueva administración y a una nueva sociedad de personas. Ambas cosas eran necesarias, pues para conseguir un verdadero nuevo mundo, hace falta mucho más que un nuevo territorio que colonizar; exige una nueva actitud altruista tanto de los que gobiernan como también de los gobernados.

      Pocos de los judíos que regresaron de Babilonia tenían esa actitud. A pesar de que en un principio tuvieron cierto grado de éxito, alrededor de cien años después de su regreso, el profeta hebreo Malaquías mostró con tristeza que el egoísmo y la codicia se habían convertido en las fuerzas dominantes de la nación. (Malaquías 2:14, 17; 3:⁠5.) Se había desperdiciado una oportunidad singular para que los judíos construyesen un nuevo mundo.

      Todavía nos espera un nuevo mundo

      Sin embargo, el que hayan fracasado los esfuerzos del pasado por construir un nuevo mundo no significa que sea imposible. El apóstol Juan se hace eco de las palabras de Isaías en el libro de Revelación (Apocalipsis) para describir la siguiente escena: “Vi un nuevo cielo y una nueva tierra; porque el cielo anterior y la tierra anterior habían pasado [...]. Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado”. (Revelación 21:1, 4.)

      Estas palabras nos garantizan que Dios mismo se ha propuesto que haya un nuevo gobierno sobre toda la Tierra y una nueva sociedad de personas que responderá a Su gobernación. Los beneficios serán incalculables. Será un auténtico nuevo mundo.

      La existencia de un nuevo mundo creado por Dios puede parecer inverosímil; pero la convicción de Cristóbal Colón de que navegando hacia el oeste se llegaría al continente asiático también parecía increíble a muchos de sus contemporáneos. Así mismo, la descripción del nuevo mundo prometido por Dios puede sonar hoy muy improbable; pero, ¿cuántos eruditos del siglo XV podían imaginar que la ciencia desconocía entonces una tercera parte de la superficie terrestre del planeta?

      El desconocimiento científico de los días de Colón hizo que el descubrimiento del Nuevo Mundo pareciese muy improbable. El desconocimiento de los propósitos de Dios y de Su poder también puede derribar la confianza de la gente en Sus prometidos nuevos cielos y nueva tierra. Sin embargo, después de describir los nuevos cielos y la nueva tierra, el Dios Todopoderoso añade: “¡Mira!, voy a hacer nuevas todas las cosas. [...] Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas”. (Revelación 21:⁠5.)

      No hay duda de que toda la humanidad ansía algún tipo de nuevo mundo. El escritor mexicano Carlos Fuentes dijo en cierta ocasión: “La utopía es algo del pasado y del futuro. Por una parte es el recuerdo de un mundo mejor que existió y ya no existe. Por [otra], es la esperanza de que ese mundo mejor, más justo y pacífico, llegará algún día”. Los estudiantes de la Biblia confían en que vendrá un mundo mejor —no una utopía imaginaria⁠— porque Dios lo ha prometido y porque tiene el poder para realizar lo que se propone. (Mateo 19:⁠26.)

      Un nuevo mundo en el horizonte

      Cuando Colón trataba de convencer a su tripulación de que se estaban aproximando a tierra, hacía falta algo más que fe. Necesitaba alguna prueba tangible. La vegetación fresca que flotaba en el mar, una cantidad cada vez mayor de aves terrestres y por fin una rama con flores arrastrada por las aguas devolvieron a los marineros la confianza en su almirante.

      Hoy día también hay prueba visible de que nos aproximamos a un nuevo mundo. El que por primera vez en la historia corra peligro la supervivencia de la humanidad nos recuerda que la paciencia de Dios con la gobernación humana tiene que estar acercándose a su fin rápidamente. Él prometió hace mucho tiempo que iba a “causar la ruina de los que están arruinando la tierra”. (Revelación 11:18.) La codicia y el egoísmo han producido una multitud de problemas mundiales insolubles, problemas de los que la Biblia habló vívidamente con antelación como acontecimientos que señalarían la inminente intervención divina.a

      Se dice que cuando Cristóbal Colón pisó por primera vez la isla de Cuba hace quinientos años, exclamó: “Aquí quisiera vivir eternamente”. Todos los que entren en el nuevo mundo de Dios desearán exactamente lo mismo. Esta vez el deseo se hará realidad.

      [Nota a pie de página]

      a Si desea analizar la prueba bíblica de que el nuevo mundo de Dios se aproxima por momentos, consulte el capítulo 18 del libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra, publicado por la Sociedad Watchtower Bible and Tract de Nueva York, Inc.

      [Ilustración en la página 13]

      Una cosa es descubrir un nuevo mundo y otra crearlo

Publicaciones en español (1950-2025)
Cerrar sesión
Iniciar sesión
  • español
  • Compartir
  • Configuración
  • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
  • Condiciones de uso
  • Política de privacidad
  • Configuración de privacidad
  • JW.ORG
  • Iniciar sesión
Compartir