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Página 2¡Despertad! 1990 | 22 de abril
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¿HA MIRADO alguna vez una fotografía suya de cuando era niño y ha pensado: “¡Qué rápido pasa la vida!”? ¿Se ha preguntado alguna vez: “¿Puedo prolongar mi vida mucho más tiempo del que se espera que dure?”?
Durante mucho tiempo, el hombre ha buscado la manera de prolongar su vida en la Tierra sin perder el vigor de la juventud. Pero ¿son solo ilusiones? Note las opiniones optimistas de algunos y examine por qué hay razones sólidas para tal optimismo.
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La búsqueda de la longevidad¡Despertad! 1990 | 22 de abril
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La búsqueda de la longevidad
EL AFÁN por prolongar la vida es casi tan antiguo como la vida misma. Por lo tanto, no es de sorprender que tanto en la historia antigua como en la moderna abunden relatos y leyendas de personas que buscaban el secreto de la longevidad.
Por ejemplo, la historia romántica podría hacernos creer que cuando en 1513 el conquistador español Juan Ponce de León viajó hacia el norte desde Puerto Rico, lo que buscaba era la fuente de la eterna juventud. Sin embargo, contemporáneos suyos dijeron que el propósito de su viaje era conseguir esclavos y nuevas tierras. Él no descubrió una fuente que devolviese la juventud, sino lo que hoy día se conoce como Florida. Aun así, la leyenda persiste.
Si nos remontáramos más en el pasado, encontraríamos la epopeya acadia de Gilgamés, registrada en unas tablillas de barro que datan de antes del siglo XVIII a. E.C. Esta epopeya explica que después del fallecimiento de su amigo Enkidu, a Gilgamés llegó a obsesionarle el temor a la muerte. El poema habla de sus viajes y de sus arduos, aunque infructuosos, esfuerzos por alcanzar la inmortalidad.
Más recientemente, en 1933, en su novela Lost Horizon (Horizontes perdidos), James Hilton describió un país imaginario llamado Shangri-la, cuyos habitantes gozaban de una vida casi perfecta y muy larga en alrededores paradisiacos.
Incluso hoy día hay quienes se dedican a la búsqueda de métodos poco corrientes y hasta exóticos que prometen una vida mejor y más larga. No obstante, otros abordan el tema de manera más pragmática. Adoptan rigurosas medidas sanitarias o se someten a estrictos programas de ejercicios y dietas. Tienen la esperanza de que esto les ayude a aparentar más jóvenes y a sentirse mejor.
Todo esto subraya el deseo de todo ser humano de vivir una vida más larga y más feliz.
El enfoque científico
El estudio del envejecimiento y los problemas de las personas de edad avanzada se ha convertido en una ciencia seria. Científicos de renombre opinan que están a punto de descubrir la causa del envejecimiento. Hay quienes creen que está programado en los genes, otros opinan que es el resultado acumulado de enfermedades que estropean el organismo y de sustancias nocivas producidas por el metabolismo, y aún otros lo atribuyen a las hormonas o al sistema inmunológico. Los científicos piensan que si se pudiese aislar la causa del envejecimiento, cabría la posibilidad de eliminarlo.
En la búsqueda de la inmortalidad, la línea divisoria entre la ciencia y la ciencia-ficción es cada vez más difícil de distinguir. Un ejemplo de ello es la clonación. Lo que se propone es clonar o reproducir un cuerpo idéntico al de una persona mediante la manipulación celular y genética. Entonces, a medida que las partes del organismo enfermen o fallen, puede tomarse un órgano nuevo del clon y trasplantarlo, de manera muy parecida a como se reemplaza una pieza estropeada de un automóvil por una nueva de repuesto. Algunos científicos afirman que, en teoría, lo que se podría hacer mediante la clonación, no tiene límite.
Al llevar los asuntos un poco más lejos, se ha investigado un proceso llamado criogenización. Los defensores de este procedimiento explican que cuando una persona muere, puede congelarse su cuerpo y conservarlo hasta que se encuentre curación para lo que hoy es incurable. Entonces confían en poder descongelar el cuerpo, reanimarlo y restaurarlo a lo que se espera que sea una vida más larga y feliz.
En vista de tales esfuerzos y de los incontables millones de dólares que se invierten en este tipo de investigación, ¿cuáles han sido los resultados? ¿Estamos un poco más cerca de librarnos del yugo de la muerte de lo que lo estaban todos aquellos miles de millones de personas que vivieron y murieron antes que nosotros?
¿Qué posibilidades hay?
A juzgar por las proclamaciones y predicciones optimistas de algunos de los que han participado en tal investigación, parece que estemos a la vuelta de la esquina de poder vivir mucho más tiempo de lo acostumbrado. Consideremos unos cuantos ejemplos de los últimos años de la década de los sesenta.
“El conocimiento que adquiramos en tal búsqueda nos proporcionará las armas necesarias para combatir el último enemigo —la muerte— en su propio terreno. Pondrá a nuestro alcance la inmortalidad relativa [...]. Podría venir en nuestro tiempo.” (Alan E. Nourse, médico y escritor.)
“Eliminaremos por completo el problema del envejecimiento, de modo que prácticamente la única causa de muerte sean los accidentes.” (Augustus B. Kinzel, en aquel tiempo presidente del Salk Institute for Biological Studies [Instituto Salk para Estudios Biológicos].)
“La inmortalidad (en el sentido de prolongar la vida por tiempo indefinido) es alcanzable desde el punto de vista técnico, no solo para nuestros descendientes sino para nosotros mismos.” (Robert C. W. Ettinger, en The Prospect of Immortality [La perspectiva de la inmortalidad].)
Aunque en aquel tiempo no todos los gerontólogos e investigadores compartían ese entusiasmo, los expertos en general parecían concordar en que para principios del siglo XXI el envejecimiento estaría controlado y la vida se prolongaría de modo significativo.
¿Cuál es la situación ahora que estamos mucho más cerca de principios del siglo XXI? ¿Está a nuestro alcance la longevidad, por no decir, la inmortalidad? Consideremos los siguientes comentarios.
“Muchos gerontólogos concordarán en que estos son tiempos muy confusos para nosotros. Ni entendemos cuál es el mecanismo subyacente del envejecimiento ni somos capaces de medir su ritmo en términos bioquímicos exactos.” (Journal of Gerontology, septiembre de 1986.)
“Nadie sabe con certeza cuál es el proceso del envejecimiento o por qué sigue un curso distinto en diferentes personas. Tampoco conoce nadie la manera de incrementar la longevidad humana, a pesar de las afirmaciones, con frecuencia fraudulentas y a veces peligrosas, de los embaucadores que prometen ‘prolongar la vida’ y de otros que comercian con los temores y enfermedades de los ancianos.” (FDA Consumer, revista oficial de la Administración para los Fármacos y los Alimentos de E.U.A., octubre de 1988.)
Es obvio que las predicciones hechas en el pasado acerca de conquistar la muerte y prolongar la vida por tiempo indefinido son demasiado entusiásticas. Alcanzar la inmortalidad a través de la ciencia es todavía un sueño inverosímil. ¿Significa eso que hasta que se produzca un importante avance en la ciencia o la tecnología no se puede hacer nada para prolongar la vida, o al menos mejorarla?
¿Una vida más larga y feliz ahora?
Aunque los investigadores todavía no han descubierto el secreto para la longevidad, han aprendido mucho acerca de la vida y el proceso del envejecimiento. Y parte de la información conseguida, si se aplica, puede ser beneficiosa.
Por ejemplo, experimentos con animales han revelado que una “subalimentación controlada puede prolongar en más de un 50% el tiempo máximo de supervivencia, y puede demorar la aparición y gravedad de muchos problemas relacionados con la edad”, informa el Times de Londres. Esto ha hecho que se efectuaran estudios con el fin de ver si lo mismo es cierto con respecto a los humanos.
Por consiguiente, en su libro The 120-Year Diet (La dieta de ciento veinte años), el doctor Roy Walford recomienda combinar una dieta muy nutritiva, pero baja en calorías y grasas, con un buen programa de ejercicios. El doctor cita como ejemplo a la gente de Okinawa. En comparación con la dieta del japonés medio, la de estas personas tiene alrededor de un 40% menos de calorías. Sin embargo, “la proporción de centenarios entre ellos es de cinco a cuarenta veces más que en las otras islas japonesas”.
Los nativos de la región de Caucasia, en el sudoeste de la Unión Soviética, son otro ejemplo de longevidad que se cita con frecuencia. En su libro How to Live to Be 100 (Cómo vivir hasta los cien años), Sula Benet, quien vivió entre ellos, dijo que un número extraordinariamente elevado de esas personas tienen vidas saludables y activas hasta bien pasados los cien años y se dice que varios de ellos han llegado a más de ciento cuarenta años. La escritora comenta que “en la dieta caucasiana hay dos factores que permanecen constantes: 1) No comen en exceso [...]. 2) Ingieren muchísimas vitaminas naturales en forma de verduras frescas”. Además, “su trabajo no solo les proporciona ejercicio físico, sino también la convicción de que están contribuyendo de modo significativo a su comunidad”.
Lo que usted puede hacer
¿Radica la solución en trasladarse a Okinawa, Caucasia o a algún otro lugar donde los nativos gozan de longevidad? Es probable que no, pero algo que usted puede hacer es imitar los buenos hábitos de esas personas longevas y seguir el consejo de médicos y profesionales de la nutrición y la salud que sean competentes.
Casi todos ellos recomiendan llevar una vida moderada, lo que significa estar pendiente, no solo de la cantidad de alimento que se ingiere, sino también de escoger de entre los alimentos disponibles los que sean nutritivos y saludables. Son bien conocidos también los buenos efectos que produce el ejercicio regular. Un esfuerzo razonable por aplicar estos principios y eliminar hábitos perjudiciales de la sociedad moderna, como el tabaco, la droga y los excesos con el alcohol, no puede menos que ayudarle a sentirse mejor.
Es lógico que cuanto mejor tratemos nuestro cuerpo, más sanos estaremos, y cuanto más sanos estemos, mayores serán nuestras posibilidades de vivir más tiempo. Sin embargo, sin importar lo que hagamos, la duración media de la vida sigue siendo de setenta u ochenta años, como dice la Biblia. (Salmos 90:10.) ¿Existe alguna esperanza de prolongar la vida? Y, en caso afirmativo, ¿por cuánto tiempo?
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¿Cuánto tiempo podemos vivir?¡Despertad! 1990 | 22 de abril
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¿Cuánto tiempo podemos vivir?
“MUCHAS DE LAS PERSONAS que viven ahora tendrán la oportunidad de ver su vida considerablemente prolongada. Hoy día hasta la inmortalidad parece posible.”
“Millones que ahora viven quizás nunca mueran.”
¿Cuál es la diferencia entre estas dos afirmaciones? La primera la hizo el doctor Lawrence E. Lamb, profesor y columnista especializado en medicina, en su libro Get Ready for Immortality (Prepárese para la inmortalidad), publicado en 1975. La segunda es el título de una conferencia pública, y más tarde de un libro, de J. F. Rutherford, el segundo presidente de la Sociedad Watch Tower. La conferencia pública se pronunció por primera vez en 1918 en la ciudad de Los Ángeles (California, E.U.A.).
A pesar de lo similares que puedan parecer estas dos afirmaciones, difieren mucho en el razonamiento y la investigación que las motivó. Las palabras del doctor Lamb son típicas de los muchos que afirman creer en la inmortalidad del cuerpo. Ellos piensan que los adelantos en el campo de la medicina, incluidas las investigaciones sobre el envejecimiento, pronto resolverán el misterio de por qué envejecemos y, con el tiempo, vencerán la misma muerte. Sin embargo, a pesar de los logros de la ciencia moderna en prolongar la esperanza media de vida y en ayudar a muchas personas a disfrutar de una vida mejor, las predicciones sobre la inmortalidad no dejan de ser conjeturas optimistas.
Por otro lado, J. F. Rutherford no estaba haciendo predicciones fundadas en la ciencia o la medicina, sino que su disertación se basaba en la Biblia. Él demostró por medio de profecías bíblicas cumplidas que había comenzado el “tiempo del fin” para el mundo de la humanidad. (Daniel 12:4.) Entonces señaló a la esperanza que da la Biblia de que tal como Noé y su familia sobrevivieron al fin del mundo de su día, millones de personas sobrevivirán a la destrucción de este mundo y seguirán viviendo en un nuevo mundo justo para disfrutar de vida eterna en una Tierra paradisiaca. (Mateo 24:37-39; Revelación 21:3, 4.)
El discurso de Rutherford asombró a muchos de los que componían el auditorio. Incluso hoy día muchas personas creen que la idea de vivir para siempre en la Tierra bajo la gobernación del Reino de Dios resulta difícil de creer y es poco realista. (Salmos 37:10, 11, 29.) Sin embargo, ¿es realmente tan increíble lo que la Biblia dice sobre la razón por la que envejecemos y morimos? ¿Qué es lo que dice en realidad sobre este tema?
Hechos para vivir, no para morir
Como sería de esperar, la Biblia empieza con el relato del origen de la vida humana. En el primer capítulo de Génesis, leemos que después de crear a la primera pareja humana, “los bendijo Dios y les dijo Dios: ‘Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra’”. (Génesis 1:28.)
Para llevar a cabo tal asignación, tanto Adán y Eva como su descendencia tendrían que vivir mucho tiempo. ¿Cuánto? En el libro bíblico de Génesis, no encontramos ninguna mención de que a Adán y Eva se les dijese que su vida iba a durar un tiempo específico. No obstante, había un requisito que tenían que cumplir si querían seguir viviendo. Dios le dijo a Adán: “En cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás”. (Génesis 2:17.)
De modo que la muerte les sobrevendría solo si desobedecían el mandato de Dios. De lo contrario, tenían la perspectiva de vivir indefinidamente en aquel paraíso terrestre llamado Edén. Está claro entonces que el ser humano fue hecho para vivir, no para morir.
No obstante, el relato de Génesis continúa diciendo que la primera pareja humana pecó al pasar por alto deliberadamente el mandato que Dios le había dado con toda claridad. Su proceder desobediente les acarreó la condenación a la muerte a ellos, y después a sus descendientes. Siglos después, el apóstol Pablo explicó: “Así como por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado”. (Romanos 5:12.)
Por el imperativo de los factores hereditarios, Adán y Eva solo podían transmitir a su descendencia lo que ellos poseían. En el momento de su creación ellos tenían la capacidad de transmitir a las generaciones futuras una vida perfecta y sin fin, pero ahora que sus propias vidas habían sido afectadas por el pecado y la muerte, ya no podían hacerlo. Desde entonces, el pecado, la imperfección y la muerte se han convertido en la suerte que debe correr toda la humanidad, a pesar de los esfuerzos que se hagan por prolongar la vida.
En cierto sentido, esto se puede asemejar a un programa informático con un defecto o “gusano”. A menos que se aísle y corrija, el programa no funcionará bien, y los resultados pueden ser desastrosos. El hombre no ha podido aislar, y mucho menos corregir, el defecto inherente que provoca el mal funcionamiento del cuerpo humano que resulta en envejecimiento y muerte. Sin embargo, el Creador del hombre, Jehová Dios, se ha propuesto corregirlo. ¿Qué solución ofrece Él?
Dios ha suministrado la vida humana perfecta de su Hijo Jesucristo, “el último Adán”, quien en realidad reemplaza al Adán original como nuestro padre y dador de vida. Por consiguiente, en lugar de estar condenados a morir por ser hijos del pecador Adán, los humanos obedientes pueden ser considerados dignos de recibir vida eterna como hijos de su “Padre Eterno”, Jesucristo. El propio Jesús explicó: “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que contempla al Hijo y ejerce fe en él tenga vida eterna”. (1 Corintios 15:45; Isaías 9:6; Juan 3:16; 6:40.)
Al final de su ministerio terrestre, Jesucristo declaró el requisito fundamental para alcanzar este magnífico galardón de la vida en una oración a su Padre celestial: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. (Juan 17:3.)
“Como los días de un árbol”
Imagínese que planta una semilla de secuoya, la ve crecer hasta una altura de más de noventa metros y disfruta del árbol durante toda la vida de este. Entonces, cuando miles de años después muere el árbol, usted todavía vive, planta otra semilla y de nuevo disfruta de verla crecer y de su belleza.
¿Es eso realista? Desde luego que lo es, pues se basa en la promesa del Creador del hombre, Jehová Dios, quien dice: “Como los días de un árbol serán los días de mi pueblo”. (Isaías 65:22.) Esta promesa nos ayuda a responder a la pregunta: ¿Cuánto tiempo puede vivir el hombre? La respuesta es: Hasta el futuro indefinido, sí, para siempre. (Salmos 133:3.)
Hoy día se está extendiendo la siguiente invitación: “‘¡Ven!’. Y cualquiera que oiga, diga: ‘¡Ven!’. Y cualquiera que tenga sed, venga; cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida”. (Revelación 22:17.) Esta es una invitación que Jehová Dios extiende a todas las personas de corazón honrado. Él les ofrece que se beneficien de Sus provisiones espirituales para recibir vida eterna en una Tierra paradisiaca.
¿Decidirá usted aceptar esta invitación? Sus perspectivas de disfrutar de una vida más larga, una vida eterna, dependen de lo que decida ahora.
[Ilustración en las páginas 8, 9]
‘Un río de agua de vida, claro como el cristal, fluía desde el trono de Dios.’ (Revelación 22:1.)
[Recuadro en la página 7]
DURACIÓN DE VIDA
Los que nacían a finales del siglo XVIII en Norteamérica o en la parte occidental de Europa podían tener la esperanza de vivir hasta los treinta y cinco o cuarenta años. Hoy día los hombres y las mujeres de Estados Unidos pueden esperar que su vida alcance alrededor de los setenta y uno y setenta y ocho años respectivamente, y en otros países también se ha ampliado de modo semejante la esperanza de vida. Nos estamos acercando más a nuestro potencial de longevidad. No obstante, ¿cuántos años puede ampliarse todavía la esperanza de vida? ¿Existe un límite?
En la historia reciente no hay nadie que haya vivido o esperado vivir quinientos, trescientos o ni siquiera doscientos años. A pesar de los adelantos en el campo de la medicina, la esperanza actual de vida sigue estando por debajo de los ochenta años. Sin embargo, hay informes de personas que viven hasta los ciento cuarenta o ciento cincuenta años, y en tiempos bíblicos la gente vivía centenares de años. ¿Es eso tan solo un mito o una leyenda?
En un artículo de The New Encyclopædia Britannica se hace una afirmación interesante: “Se desconoce la duración exacta de la vida humana”. Como explica dicho artículo, suponiendo que cierta persona viviera hasta cumplir ciento cincuenta años, “no hay razón sólida para rechazar la posibilidad de que alguna otra persona pueda vivir ciento cincuenta años y un minuto. Y si se acepta la edad de ciento cincuenta años y un minuto, ¿por qué no ciento cincuenta años y dos minutos, y así sucesivamente?”. Luego añade: “No se puede dar una cifra exacta para la duración de la vida humana basándose en lo que se sabe sobre la longevidad”.
¿A qué conclusión nos lleva esto? Sencillamente a que todo aquello que la ciencia médica ha aprendido sobre el envejecimiento y la muerte se basa en la condición humana tal y como la vemos hoy día. La pregunta crucial es si la condición humana siempre ha sido la misma o si siempre lo seguirá siendo. Dios promete: “¡Mira!, voy a hacer nuevas todas las cosas”. En el nuevo mundo que tan deprisa se aproxima Él “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado”. (Revelación 21:4, 5.)
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