-
Beneficiándose de la bondad inmerecida de DiosLa Atalaya 1963 | 1 de mayo
-
-
Por supuesto, ha habido momentos en el transcurso de los años cuando podría haber deseado un aguante físico mayor. Mi debilidad física a veces ha interrumpido mi obra, y la última interrupción casi puso fin a mi servicio aquí cuando afectó seriamente mi estómago. Se me llevó directamente a la sala de operaciones, pero, lleno de confianza en Jehová, hallé paz aun en medio de esas circunstancias. El cirujano era un caballero, y, aunque no podía darme muchas esperanzas, estuvo dispuesto a respetar mi punto de vista religioso que excluía el uso de la sangre, e hizo un trabajo muy bueno. Para el asombro de todos, mi recobro, aunque requirió tiempo, fue bueno. Me hace sentir como ha de haberse sentido el apóstol Pablo debido a la aflicción que él llamó una “espina en la carne.” El anhelaba verse libre de ella, pero el Señor le dijo: ‘Mi bondad inmerecida es suficiente para ti; porque mi poder se está haciendo perfecto en la flaqueza.” (2 Cor. 12:7-9) Aun mi propia dolencia, mi propia debilidad, abrió el camino para un buen testimonio a todo el personal del hospital y otros pacientes, todos los cuales fueron muy bondadosos conmigo.
Han transcurrido más de cuarenta años desde que vine a trabajar en la oficina sucursal finlandesa de la Sociedad Watch Tower; no obstante, este tiempo me ha parecido muy corto. Abandoné una carrera de entretenimiento musical pero he llegado a estar convencido de que la verdadera felicidad no proviene de buscar ganancias materiales ni honra para uno mismo. He hallado una felicidad mucho mayor al cantar las alabanzas de Dios. Y mi fascinación por los idiomas ha llegado a tener para mi mucho más significado de lo que jamás tuvo cuando era un muchacho, pues he podido tener una parte en la traducción del mensaje de vida al idioma de la gente entre la cual sirvo. Es la bondad inmerecida de Dios la que me abrió todas las oportunidades, trayéndome gozo y permitiéndome dedicarme a compartirlo con otros.
-
-
La mano en las EscriturasLa Atalaya 1963 | 1 de marzo
-
-
La mano en las Escrituras
La singular mano humana, con su pulgar opuesto, testifica elocuentemente a la sabiduría y destreza del Creador del hombre. En realidad, si no fuera por esta mano de forma singular, el hombre estaría mucho más limitado en cuanto a las obras que podría hacer.
Apropiadamente, las manos reciben frecuente mención en las Escrituras, unas dos mil veces. Se usaban como medio de medir. El palmo menor equivalía a setenta y seis milímetros. Un palmo, la distancia cubierta por la mano extendida desde la punta del pulgar hasta la punta del meñique, equivalía a veintitrés centímetros, la mitad de un codo de cuarenta y seis centímetros. De modo que cuando leemos que el gigante Goliat medía seis codos y un palmo sabemos que era de dos metros y noventa y nueve centímetros de alto.—Éxo. 37:12; 1 Sam. 17:4.
Las manos también se usaban en la oración, no plegadas santurrónamente, sino extendidas a Jehová Dios de una manera significante y suplicante, como hizo el rey Salomón al tiempo de la dedicación del templo: “Salomón . . . extendió las palmas hacia los cielos; y pasó a decir: ‘Oh Jehová el Dios de Israel, no hay Dios como tú.’” Se dice de la sabiduría que ella extiende sus manos en súplica a los que la necesitan. Por otra parte, se dice que Dios extiende su mano contra sus enemigos cuando ejecuta juicio sobre ellos.—1 Rey. 8:22, 23; Esd. 9:5; Neh. 8:6; Pro. 1:24; Isa. 5:25; 31:3.
Las manos figuraban prominentemente en la adoración conducida por el sacerdocio levítico, particularmente en la ceremonia de instalación. Aarón y sus hijos repetidamente pusieron sus manos sobre ciertos animales que habían de sacrificarse para indicar que estos animales les representaban o que estaban siendo sacrificados a favor de ellos. Y entonces ciertas ofrendas se colocaron en las palmas (manos) de Aarón y de sus hijos, representándose con esto a Dios llenando las manos de Jesucristo y de los miembros de su cuerpo con poder y autoridad para servir aceptablemente como sacerdotes.—Lev. 8:14, 18, 22, 27.
En el Israel antiguo cuando se hacía un acuerdo había un estrechar de manos para servir de firma o para ratificar el acuerdo: “Prometieron por medio de estrecharse las manos despedir a sus esposas [paganas].” Y cuando un hombre salía garante o fiador de otro, solía indicar esto por medio de golpear las palmas de las manos o de un estrechar de manos, cosa desaprobada por el sabio escritor del libro de los Proverbios, quien dijo: “A uno positivamente le irá mal por haber ido de fiador para un extraño, pero el que odia el estar dando la mano se mantiene libre de cuidado.”—Esd. 10:19; Pro. 11:15; 6:1; 17:18; 22:26.
En las Escrituras Cristianas Griegas leemos que se usaban las manos cuando se efectuaban curaciones milagrosas: “Cuando estaba poniéndose el sol, todos los que tenían personas enfermas de distintas dolencias las traían a él. Mediante el poner las manos sobre cada una de ellas él las curaba.” También había una imposición de manos cuando se impartía el espíritu santo: “Impusieron las manos sobre ellos, y comenzaron. a recibir espíritu santo.” Y cuando el espíritu santo dio a saber a la congregación de Antioquía que era la voluntad de Dios que Pablo y Bernabé fuesen separados para obra especial, “ayunaron y oraron y les impusieron las manos y los dejaron ir.” Incidentemente, a causa de esta comisión a Bernabé se le llamó apóstol, no uno de los doce enviados por Jesús, sino uno de los dos enviados por la congregación de Antioquía.—Luc. 4:40; Hech. 8:17; 13:1-3; 14:14.
-