CRONOLOGÍA
La palabra española “cronología” es una transcripción del griego kjro·no·lo·guí·a (de kjró·nos, tiempo, y lé·gō, decir o contar), que significa “cómputo de tiempo”. La cronología permite relacionar los acontecimientos, colocarlos en su orden sucesivo y fecharlos.
Jehová es el “Anciano de Días” y el Dios de la eternidad. (Da 7:9; Sl 90:2; 93:2.) La magnífica precisión que se observa en los movimientos de los cuerpos estelares y también el registro que Dios ha hecho de sus actos demuestran que es un preciso medidor del tiempo. En cumplimiento de sus promesas o profecías, ha hecho que los acontecimientos ocurran al tiempo exacto predicho, sea que el tiempo transcurrido haya sido un día (Éx 9:5, 6), un año (Gé 17:21; 18:14; 21:1, 2; 2Re 4:16, 17), décadas (Nú 14:34; 2Cr 36:20-23; Da 9:2), siglos (Gé 12:4, 7; 15:13-16; Éx 12:40, 41; Gál 3:17) o milenios. (Lu 21:24; véase TIEMPOS SEÑALADOS DE LAS NACIONES.) Se nos garantiza que su propósito para el futuro se efectuará invariablemente al tiempo predeterminado, en el mismísimo día y hora designados. (Hab 2:3; Mt 24:36.)
Dios se propuso que el hombre, hecho a su imagen y semejanza (Gé 1:26), midiera el paso del tiempo. Desde un principio la Biblia especifica que las “lumbreras en la expansión de los cielos” servirían para hacer ‘una división entre el día y la noche, y de señales para estaciones, días y años’. (Gé 1:14, 15; Sl 104:19.) (Si se desea considerar cómo se emplearon estas divisiones desde el comienzo de la historia humana, véanse los artículos AÑO; CALENDARIO; DÍA; LUNA; SEMANA.) Desde los días de Adán, el hombre ha continuado computando y registrando el tiempo hasta el momento presente. (Gé 5:1, 3-5.)
Eras. Para que la cronología sea exacta, es necesario fijar un punto en la corriente del tiempo desde el cual contar hacia adelante o hacia atrás en unidades de tiempo (horas, días, meses, años). Ese punto de partida podría ser, sencillamente, la salida del Sol (para medir las horas del día), una luna nueva (para calcular los días de un mes) o el comienzo de la primavera (para calcular la duración de un año). A fin de computar períodos más extensos, el hombre ha fijado determinadas “eras”, valiéndose de un acontecimiento sobresaliente como punto de partida desde el que contar los años. De ese modo, cuando una persona de una de las naciones de la cristiandad dice que “hoy es el 1 de octubre de 1990 E.C. (era común)”, lo que quiere decir es que “hoy es el primer día del décimo mes del año mil novecientos noventa contando desde la supuesta fecha del nacimiento de Jesús”.
El uso del concepto ‘era’ en la historia es más bien de origen tardío. La era griega, supuestamente el caso más antiguo de este tipo de cómputo cronológico, parece ser que no entró en vigor sino hasta el siglo IV a. E.C. (antes de la era común). Los griegos contaban el tiempo por cuatrienios llamados olimpiadas, empezando con la primera, que se calcula que dio comienzo en 776 a. E.C. Asimismo, solían contar los años con relación al mandato de algún gobernante en particular. Con el tiempo, los romanos fijaron una edad o era computando los años a partir de la fecha tradicional de la fundación de la ciudad de Roma (753 a. E.C.). También designaron años específicos mencionando los nombres de dos cónsules que estuvieran en el ejercicio de su cargo durante ese año. No fue sino hasta el siglo VI E.C. cuando un monje llamado Dionisio el Exiguo computó la era conocida hoy popularmente como era cristiana o, más exactamente, era común. Entre los pueblos islámicos los años se fechan a partir de la Hégira (huida de Mahoma desde La Meca en 622 E.C.). Sin embargo, no hay indicios de que los antiguos egipcios, asirios y babilonios usaran sistemas de eras o edades durante largos períodos de tiempo.
En el registro bíblico no se establece expresamente ninguna era en la que datar todos los acontecimientos. Esto en sí no significa que no haya un marco cronológico en el que puedan ubicarse de manera precisa y exacta en la corriente del tiempo los acontecimientos pasados. El que los escritores bíblicos pudieran citar cifras exactas al referirse a determinados acontecimientos que abarcaban períodos de varios siglos demuestra que el pueblo de Israel y sus antepasados se interesaban en la cronología. Por esa razón Moisés pudo escribir: “Y aconteció al cabo de los cuatrocientos treinta años [contando a partir del momento en que Abrahán cruzó el Éufrates camino de la tierra de Canaán, tiempo en el que Dios debió dar validez a su pacto con él], sí, aconteció en este mismo día, que todos los ejércitos de Jehová salieron de la tierra de Egipto”. (Éx 12:41; véase ÉXODO; compárese con Gál 3:16, 17.) También, en 1 Reyes 6:1 el registro bíblico dice que fue “en el año cuatrocientos ochenta después que los hijos de Israel hubieron salido de la tierra de Egipto” cuando el rey Salomón comenzó la construcción del templo de Jerusalén. Sin embargo, ni el momento en que se dio validez al pacto abrahámico ni el éxodo se convirtieron en el inicio de una era.
Por lo tanto, no debe esperarse que la cronología bíblica se acomode a los sistemas modernos, en los que los acontecimientos se fechan matemáticamente en relación con un punto fijo del pasado, tal como el principio de la era común. Los hechos solían fijarse en la corriente del tiempo de modo parecido a como la gente lo hace por instinto en la vida cotidiana. Igual que hoy se pudiera señalar un suceso diciendo que tuvo lugar “el año después de la sequía” o “cinco años después de la II Guerra Mundial”, así los escritores bíblicos relacionaron los sucesos que registraron con otros que eran de relativa actualidad y que sirvieron de punto de referencia.
Puesto que no siempre se sabe con certeza cuál es el punto de partida o de referencia que el escritor bíblico empleó, no se puede llegar a conclusiones definitivas sobre algunos aspectos cronológicos. Además, el escritor pudo usar más de un punto de partida para fechar acontecimientos al considerar cierto período histórico. Esta variación en el punto de partida no implica imprecisión o confusión por su parte, ya que no podemos evaluar debidamente sus métodos solo sobre la base de nuestra propia opinión, condicionada por los procedimientos modernos. Si bien es posible que algunos de los puntos de más difícil solución pudieran deberse a errores de los copistas, no sería prudente llegar a esta conclusión, a menos que se encontrasen variaciones en el texto de las antiguas copias manuscritas de las Escrituras. La documentación disponible pone de relieve la extraordinaria exactitud y cuidado que distinguió la labor de los copistas de la Biblia, lo que ha mantenido su integridad interna. (Véanse ESCRIBA, ESCRIBANO; MANUSCRITOS DE LA BIBLIA.)
Cronología bíblica e historia seglar. Muchos han considerado necesario “armonizar” o “conciliar” el relato bíblico con la cronología hallada en documentos seglares antiguos. Siendo que la verdad es aquello que se ajusta a hechos y realidades, esa armonía sería fundamental, pero solo si pudiera demostrarse que los documentos seglares antiguos son inequívocamente exactos y consecuentes, una norma precisa por la cual juzgar. Ya que los críticos suelen dar menos crédito a la cronología bíblica que a la de las naciones paganas, conviene examinar algunos de los documentos antiguos de naciones y pueblos que de algún modo estuvieron relacionados con la gente y los acontecimientos registrados en la Biblia.
Entre los escritos antiguos, la Biblia se destaca como el libro histórico por excelencia. Los demás registros históricos, como los de los antiguos egipcios, asirios, babilonios, medos, persas y otros pueblos, son, en su mayor parte, incompletos, y sus albores son oscuros o míticos a todas luces. En este sentido, el documento antiguo conocido como La Lista Sumeria de Reyes comienza diciendo: “Cuando la monarquía fue bajada del cielo, la monarquía estuvo (primero) en Eridu. (En) Eridu, Alulim (llegó a ser) rey y rigió por 28.800 años. Alalgar rigió por 36.000 años. Dos reyes (así) la rigieron por 64.800 años [...]. (En) Badtibira, En-men-lu-Anna rigió por 43.200 años; En-men-gal-Anna rigió por 28.800 años; el dios Dumu-zi, pastor, rigió por 36.000 años. Tres reyes (así) la rigieron por 108.000 años”. (Ancient Near Eastern Texts, edición de J. B. Pritchard, 1974, pág. 265.)
La información extrabíblica sobre estas naciones antiguas se ha conseguido ensamblando laboriosamente datos hallados en monumentos y tablillas o en los escritos posteriores de los llamados historiógrafos clásicos del período griego y romano. Aunque los arqueólogos han recuperado decenas de miles de tablillas de arcilla con inscripciones cuneiformes asirobabilonias, así como un gran número de rollos de papiro de Egipto, en su gran mayoría se trata de textos religiosos o documentos comerciales que contienen contratos, facturas de ventas, títulos de propiedad y asuntos similares. Los escritos históricos de las naciones paganas que se han conservado en forma de tablillas, cilindros, estelas o inscripciones, además de ser comparativamente pocos, consisten en su mayor parte en relatos que glorifican a sus emperadores y narran sus campañas militares en términos grandilocuentes.
Por otra parte, el contenido histórico de la Biblia, que abarca unos cuatro mil años, es detallado y de una coherencia extraordinaria. No solo registra acontecimientos con una sorprendente continuidad desde el comienzo del hombre hasta el tiempo de la gobernación de Nehemías, en el siglo V a. E.C., sino que, además, puede considerarse que mediante el capítulo 11 de la profecía de Daniel —historia escrita por anticipado—, abarca el período comprendido entre Nehemías y el tiempo de Jesús y sus apóstoles. La Biblia presenta un relato gráfico y objetivo acerca de la nación de Israel desde su nacimiento en adelante, hablando con honradez de su fortaleza y debilidad, sus éxitos y fracasos, su adoración fiel y su caída en adoración falsa, sus bendiciones y su juicio adverso con sus calamidades. Aunque esta honradez por sí sola no es garantía de exactitud cronológica, sí ofrece base sólida para confiar en la integridad e interés sincero de los escritores de la Biblia por producir un registro verídico.
Es un hecho manifiesto que los cronistas bíblicos dispusieron de registros pormenorizados, como en el caso de los escritores del primer y segundo libro de los Reyes y de los dos libros de las Crónicas. Lo demuestran las extensas genealogías compuestas de centenares de nombres que pudieron compilar, así como la presentación objetiva y bien enlazada de los reinados de cada uno de los reyes de Judá e Israel, y la relación de estos reinados entre sí y con los de otras naciones. Los historiadores modernos aún tienen dudas en cuanto a la sucesión de ciertos reyes asirios y babilonios, incluso hasta de algunos que pertenecen a las últimas dinastías. No obstante, no existe tal incertidumbre con respecto a los reyes de Judá e Israel.
La Biblia contiene varias referencias a libros, como el “libro de las Guerras de Jehová” (Nú 21:14, 15), el “libro de los asuntos de los días de los reyes de Israel” (1Re 14:19; 2Re 15:31), el “libro de los asuntos de los días de los reyes de Judá” (1Re 15:23; 2Re 24:5), el “libro de los asuntos de Salomón” (1Re 11:41), así como numerosas referencias a otras crónicas o registros oficiales que citaron Esdras y Nehemías. Este hecho muestra que la información presentada no estaba basada en la memoria ni en la tradición oral, sino que fue fruto de una cuidadosa investigación y completa documentación. Los historiadores bíblicos también citan de documentos de estado de otras naciones, dado que algunas porciones de la Biblia se escribieron fuera de Palestina, como, por ejemplo, en Egipto, Babilonia y Persia. (Véanse ESDRAS, LIBRO DE; ESTER, LIBRO DE; LIBRO.)
Un factor que sin duda contribuyó a que se mantuviera un registro exacto del transcurso de los años —al menos mientras los israelitas guardaron fielmente la ley mosaica— fue la observancia de años sabáticos y de Jubileo, por los que podían dividir el tiempo en períodos de siete y cincuenta años. (Le 25:2-5, 8-16, 25-31.)
Lo que en particular distingue a todo el registro bíblico de los escritos contemporáneos procedentes de las naciones paganas es el sentido del tiempo, no solo del pasado y del presente, sino también del futuro. (Da 2:28; 7:22; 8:18, 19; Mr 1:15; Rev 22:10.) El elemento profético, como rasgo singular, hizo de la exactitud cronológica una cuestión de mucha más importancia para los israelitas que para otras naciones paganas, debido a que las profecías a menudo implicaban períodos de tiempo específicos. Por ser el libro de Dios, la Biblia resalta Su puntualidad en llevar a cabo Su palabra (Eze 12:27, 28; Gál 4:4) y muestra que la exactitud de Sus profecías prueba Su divinidad. (Isa 41:21-26; 48:3-7.)
Es cierto que hay algunos documentos extrabíblicos que son centenares de años anteriores a las copias manuscritas más antiguas de la Biblia que se han descubierto hasta la fecha. Al estar grabados en piedra o inscritos en arcilla, estos antiguos documentos paganos pueden parecer muy impresionantes; sin embargo, esto en sí no es garantía de su exactitud ni de que estén libres de error. Más que los materiales empleados, en cronología, como en otros campos, los factores importantes para poder confiar en su exactitud son: el escritor, su propósito, su respeto a la verdad y su devoción a los principios rectos. La gran antigüedad de esos documentos se ve desmerecida por ser su contenido de una calidad muy inferior a la de la Biblia. Los manuscritos originales de la Biblia no han sobrevivido hasta la actualidad debido a que eran de materiales perecederos, como el papiro y la vitela, por causa del continuo uso que se les dio y como consecuencia del deterioro que sufrieron por el clima de Palestina (muy diferente del seco clima de Egipto). Sin embargo, como la Biblia es el libro inspirado de Jehová, ha sido copiado cuidadosamente y conservado en su totalidad hasta nuestro día. (1Pe 1:24, 25.) La inspiración divina, por medio de la cual los historiadores bíblicos pudieron registrar sus escritos, garantiza la confiabilidad de la cronología bíblica. (2Pe 1:19-21.)
El comentario del escritor de temas arqueológicos C. W. Ceram acerca de la ciencia de las fechas históricas muestra bien por qué no se debe supeditar la cronología bíblica a la seglar. Escribió: “El joven que por primera vez se sumerge y entusiasma en el estudio de la historia antigua, se siente sobrecogido ante la seguridad con que los historiadores modernos sitúan los acontecimientos que se desarrollaron en el mundo hace miles de años. El respeto se transforma pronto en asombro a medida que se profundiza más en el estudio, cuando uno se familiariza con las fuentes históricas y ve cuán endebles, confusas o erróneas ya eran éstas en la época en que quedaron fijadas para la historia. Y eso no es todo, sino que también esos comprobantes históricos solamente han llegado hasta nosotros en forma muy fragmentaria, medio borrados por el tiempo o aun destruidos por la mano del hombre”. Luego, Ceram llama a la historia cronológica “estructura puramente hipotética” y la compara a un ‘esqueleto cronológico con bien poca cosa alrededor’. (El misterio de los hititas, Destino, 1981, págs. 128, 129.)
Esta estimación pudiera parecer extremada, pero en lo que respecta a los registros seglares, no carece de fundamento. La información que sigue muestra con claridad por qué no hay razón para dudar de la exactitud de la cronología bíblica tan solo porque ciertos registros seglares difieran de ella. Por el contrario, la cronología seglar merece una medida de confianza solo cuando está de acuerdo con el registro bíblico. Cuando se examinan los registros de las naciones paganas que se relacionaron con Israel, debería recordarse que algunas de las aparentes discrepancias de sus registros pueden deberse solo a la incapacidad de los historiadores modernos para interpretar correctamente los métodos usados en la antigüedad, tanto por los historiadores extrabíblicos como por los bíblicos. Hay que decir, no obstante, que existen muchas pruebas de descuido, inexactitud e incluso falsificación deliberada por parte de los historiadores y cronólogos paganos.
Cronología egipcia. La historia egipcia se entrecruza en ciertos momentos con la israelita. En esta publicación se da la fecha de 1728 a. E.C. para la entrada de Israel en Egipto, y 1513 a. E.C., doscientos quince años más tarde, para el éxodo. El faraón Sisaq atacó Jerusalén durante el quinto año de Rehoboam, en 993 a. E.C.; el rey So de Egipto fue contemporáneo del rey Oseas (c. 758-740 a. E.C.), y la batalla contra el faraón Nekó, en la que murió Josías, probablemente se produjo en 629 a. E.C. (1Re 14:25; 2Re 17:4; 2Cr 35:20-24.) Las diferencias entre las fechas supracitadas y las que suelen dar los historiadores modernos alcanzan el siglo o más en el caso del éxodo y se reducen a unos veinte años para el tiempo del faraón Nekó. La siguiente información muestra por qué preferimos la cronología basada en la cuenta bíblica.
Los historiadores modernos se basan principalmente en las listas o anales de reyes egipcios. Entre estos se cuentan: la Piedra de Palermo (incompleta), que presenta lo que se considera como las cinco primeras dinastías de la historia egipcia; el Papiro de Turín (en muchos fragmentos), que da una lista de reyes y sus reinados desde el “Antiguo Reino” hasta el “Nuevo Reino”, y otras inscripciones en piedra, también incompletas. Estas listas y otras inscripciones independientes se han coordinado cronológicamente por medio de los escritos de Manetón, un sacerdote egipcio del siglo III a. E.C. Sus obras tratan de la historia y la religión egipcias y distribuyen los reinados de los monarcas egipcios en 30 dinastías, distribución que aún utilizan los egiptólogos modernos. Se han empleado estas fuentes, junto con cálculos astronómicos basados en textos egipcios sobre las fases lunares y la salida de la estrella Perro (Sotis), para hacer una tabla cronológica.
Problemas de la cronología egipcia. Las dudas son múltiples. Las obras de Manetón, usadas para ordenar las listas fragmentarias y otras inscripciones, se conservan solo en los escritos de historiadores posteriores, como Josefo (siglo I E.C.), Sexto Julio Africano (siglo III E.C., quinientos años después de Manetón) y Sincelo (finales del siglo VIII o principios del IX E.C.). Como dice W. G. Waddell, las citas que hacen estos historiadores de los escritos de Manetón son incompletas y a menudo distorsionadas, por lo que “es extremadamente difícil saber con seguridad lo que es auténtico Manetón y lo que es espurio o corrupto”. Después de mostrar que Manetón se basó en parte en algunas tradiciones no históricas y leyendas que “presentaron a los reyes como sus héroes, sin consideración al orden cronológico”, dice: “Hay muchos errores en la obra de Manetón desde el mismo principio: no todos se deben a la desnaturalización de los hechos por parte de los escribas y refundidores. Se ha comprobado que muchas de las duraciones de los reinados son imposibles: en algunos casos los nombres y la secuencia de los reyes que da Manetón son insostenibles a la luz de las inscripciones”. (Manetho, introducción, págs. VII, XVII, XX, XXI, XXV.)
El libro Studies in Egyptian Chronology (de T. Nicklin, Blackburn, Inglaterra, 1928, pág. 39) muestra que muchos de los períodos excesivamente largos de Manetón quizás se deban a reinados concurrentes en vez de sucesivos: “Las Dinastías de Manetón [...] no son listas de gobernantes de todo Egipto, sino listas en parte de príncipes más o menos independientes y en parte [...] de líneas de príncipes de las que posteriormente salieron gobernantes de todo Egipto”. El profesor Waddell (págs. 1-9) observa que “quizás varios reyes egipcios gobernaron al mismo tiempo; [...] de modo que no fue una sucesión de reyes que ocuparon el trono uno después del otro, sino varios reyes que reinaron al mismo tiempo en diferentes regiones, de ahí el gran número total de años”.
Como la fecha que la cronología bíblica da para el diluvio universal es 2370 a. E.C., la historia egipcia tuvo que empezar después de ese año. Los problemas de la cronología egipcia supracitados deben ser la causa de que los historiadores modernos hayan remontado la historia egipcia hasta el año 3000 a. E.C.
Los egiptólogos han depositado más confianza en las inscripciones antiguas. Sin embargo, el esmero, veracidad e integridad moral de los escribas egipcios no es de ningún modo incuestionable. Como dice el profesor J. A. Wilson, “debe hacerse una advertencia sobre el valor histórico preciso de las inscripciones egipcias. Aquel era un mundo de [...] mitos y milagros divinos”. Más adelante da a entender que los escribas hasta manipularon la cronología para alabar al monarca del momento, y dice: “El historiador aceptará su información sin cuestionarla, a menos que haya una razón clara para desconfiar; pero debe estar preparado para modificar su aceptación tan pronto como otros hallazgos arrojen nueva luz sobre la interpretación previa”. (The World History of the Jewish People, 1964, vol. 1, págs. 280, 281.)
Falta información sobre Israel. Esto no debe sorprendernos, pues los egipcios no solo evitaban registrar lo que no les favorecía, sino que hasta borraban los registros de monarcas anteriores si la información de tales registros le resultaba desagradable al faraón de turno. Por ejemplo, después de la muerte de la reina Hasepsut, Tutmosis III hizo que borraran su nombre y representaciones de los relieves de los monumentos. Seguramente esta costumbre explica por qué no hay ningún registro conocido de los doscientos quince años de la residencia israelita en Egipto o del éxodo.
La Biblia no menciona el nombre del faraón del tiempo del éxodo, de modo que su identificación solo puede basarse en la conjetura. Esto explica en parte por qué los cálculos de la fecha del éxodo hechos por los historiadores modernos varían de 1441 a. E.C. a 1225 a. E.C., una diferencia de más de doscientos años.
Cronología asiria. Las inscripciones asirias mencionan contactos con los israelitas desde el tiempo de Salmanasar III (principios del I milenio a. E.C.), y a veces nombran a ciertos reyes de Judá e Israel. Entre estas inscripciones asirias se cuentan inscripciones de ostentación, como las de las paredes de los palacios; anales reales; listas de reyes, como la de Jorsabad, y las listas de epónimos o limmu.
Anales e inscripciones de ostentación asirios. En su Assyrian Historiography (1916, pág. 5, 6), Albert Olmstead dice lo siguiente sobre las inscripciones de ostentación asirias: “Podemos [...] usar la inscripción de ostentación para salvar lagunas de los Anales [crónicas reales de acontecimientos dispuestos por años], pero no tiene la más mínima autoridad cuando no está de acuerdo con su original”. Después de mostrar que el propósito principal de las inscripciones de ostentación no era suministrar una historia coherente del reinado, añade: “Igualmente serio es que rara vez siguen un orden cronológico [...]. Es obvio que hay que utilizarlas con cautela”.
De los anales dice: “Tenemos aquí una cronología regular, y aunque a veces pueden hallarse errores, deliberados o no, la cronología relativa al menos suele ser correcta [...]. No obstante, sería un grave error creer que los anales siempre son fidedignos. Con demasiada frecuencia los historiadores antiguos han aceptado sus declaraciones a menos que tuvieran prueba definida de su inexactitud. En los últimos años se ha descubierto una gran cantidad de material nuevo que podemos utilizar en la crítica de los documentos de Sargón [...]. Añádase a esto las referencias de fuentes extranjeras, como las hebreas o las babilonias, y casi no necesitamos un estudio interno para convencernos de que los anales distan mucho de ser confiables”.
A lo antedicho puede añadirse el testimonio de D. Luckenbill: “Pronto se descubre que la exposición exacta de los acontecimientos como tuvieron lugar año tras año durante el reinado de un monarca no era la principal preocupación de los escribas reales. A veces parece que se permutaron las diferentes campañas sin ninguna razón aparente, aunque con más frecuencia se ve que la vanidad real demandaba no tomarse demasiado en serio la exactitud histórica”. (Ancient Records of Assyria and Babylonia, 1926, vol. 1, pág. 7.)
Los anales reales solían pasar por una serie de ediciones durante el reinado del monarca. Las ediciones posteriores presentaban nuevos sucesos, pero al parecer también cambiaban los hechos y datos de los años anteriores para que se acomodaran al capricho del rey. El profesor Olmstead dice que Asurbanipal “con toda desfachatez fue haciéndose gradualmente con las dos últimas campañas egipcias de su padre hasta que en la edición final no hay nada que no se haya atribuido a sí mismo”. (Assyrian Historiography, pág. 7.)
Se podrían presentar muchos ejemplos de lo poco confiables que son estos textos, por acción deliberada o por otras razones. A veces algunas listas de tributos decían que cierto rey vasallo pagaba tributo, mientras que otros registros mostraban que para ese tiempo ya estaba muerto. Después de citar un caso en el que la misma lista de tributos de Esar-hadón se acredita trece años más tarde a su hijo Asurbanipal, George Smith dice que esta lista posterior es “muy probablemente una copia literal del documento anterior, sin que se haya hecho intento alguno por asegurarse de si esos reyes aún reinaban, ni de si en realidad pagaban tributo”. (The Assyrian Eponym Canon, Londres, 1875, pág. 179.)
Listas de epónimos (“limmu”). A pesar de lo supracitado, los cronólogos modernos por lo general sostienen que las listas de epónimos o limmu de algún modo escaparon de tal corrupción y consideran que están casi libres de errores. Estas listas de epónimos son simples listas de nombres y rangos de ciertos oficiales o listas de tales nombres acompañados de alguna breve mención de una campaña militar u otro suceso notable. Por ejemplo, una parte de una lista de epónimos lee:
Bel-harran-bel-usur |
(gobernador) de Guzana |
contra Damasco |
Salmanasar |
se sentó en el trono |
|
Marduk-bel-usur |
(gobernador) de Amedi |
en la tierra |
Mahde |
(gobernador) de Nínive |
contra [Samaria] |
Asur-ismeani |
(gobernador) de [Kakzi] |
contra [Samaria] |
Salmanasar |
rey de Asiria |
contra [Samaria] |
Puede verse que no se da ninguna fecha, sino que se considera que cada nombre representa un año, lo que al parecer permite una cuenta año por año. Los historiadores modernos intentan sincronizar la historia asiria con la bíblica mediante estas listas de epónimos, en particular el período de 911 a 649 a. E.C., al que asignan los nombres o epónimos de las listas. Para fijar un punto absoluto, se basan en la referencia a un eclipse del Sol que se relaciona con el nombre de un cierto Bur-Sagale, gobernador de Guzana. El eclipse ocurrió en el mes de Siván (mayo-junio), y los historiadores suelen fijarlo el 15 de junio de 763 a. E.C. Más adelante, en el encabezamiento “Cálculos astronómicos” se analiza la confiabilidad de esta fecha y la sincronización de la historia asiria con la de Judá e Israel basada en ella.
Debido a la poquísima información que proveen las listas de epónimos (comparadas con los anales y otras inscripciones), es obvio que es mucho más difícil descubrir un error en ellas. Cuando se encuentran aparentes contradicciones entre las listas de epónimos y los anales, como la ubicación de cierta campaña en un año diferente del reinado de un monarca o durante una eponimia diferente, los historiadores modernos por lo general atribuyen el error a los anales en vez de a las listas de epónimos. Sin embargo, ni siquiera a la llamada historia asiria sincrónica —tablilla famosa que contiene un relato conciso de las relaciones entre Asiria y Babilonia durante un período de siglos— se le atribuye el mismo grado de exactitud. Después de demostrar que este documento es solo una copia de una inscripción de ostentación anterior, A. T. Olmstead dice: “De modo que podemos considerar que nuestro documento ni siquiera es historia en el pleno sentido del término, sino solo una inscripción erigida para la gloria de Asur [el principal dios asirio] y de su pueblo [...]. Viéndolo así, ya no nos preocupan los numerosos errores, incluso en el orden de los reyes, que tanto menguan el valor del documento donde más se necesita su testimonio”. (Assyrian Historiography, pág. 32.)
Es obvio, pues, que esta falta de consecuencia que aparece en las listas de epónimos dificulta de manera importante a los eruditos modernos llegar a una cronología exacta, en especial cuando la compilación de datos que abarcan varios siglos fue hecha por escribas a quienes al parecer importaba poco la exactitud histórica. También se entiende que los historiadores modernos se sientan justificados para ajustar o rechazar la cuenta de las listas asirias de epónimos cuando otros factores o pruebas lo aconsejan.
La información anterior lleva a la conclusión de que, o los historiadores modernos no entienden bien la historiografía asiria, o esta es de muy bajo calibre. En cualquier caso, no nos sentimos obligados a tratar de coordinar la cronología bíblica con la historia que presentan los registros asirios. De modo que solo exponemos los sincronismos más seguros entre Asiria, e Israel y Judá, según se señalan en el relato bíblico.
Cronología babilonia. Babilonia aparece en el relato bíblico sobre todo a partir del tiempo de Nabucodonosor II. El reinado del padre de Nabucodonosor, Nabopolasar, marcó el principio de lo que se ha llamado el Imperio neobabilonio; terminó con los reinados de Nabonido y su hijo Belsasar, y la conquista de Babilonia por Ciro el persa. Este período es de gran interés para los eruditos de la Biblia, ya que abarca la destrucción de Jerusalén por los babilonios y la mayor parte de los setenta años del exilio judío.
Jeremías 52:28 dice que al primer grupo de exiliados judíos se le llevó a Babilonia en el séptimo año de Nabucodonosor (o Nabucodorosor). En armonía con este hecho, una inscripción cuneiforme de la Crónica Babilonia (Museo Británico 21946) declara: “El séptimo año: en el mes de Kislev el rey de Akkad reunió a su ejército y marchó a Hattu. Acampó contra la ciudad de Judá y al segundo día del mes de Adar tomó la ciudad (y) capturó a (su) rey [Joaquín]. Nombró en la ciudad a un rey de su propia elección [Sedequías] (y) tomando el vasto tributo, lo llevó a Babilonia”. (Assyrian and Babylonian Chronicles, de A. K. Grayson, 1975, pág. 102; compárese con 2Re 24:1-17; 2Cr 36:5-10.) (GRABADO, vol. 2, pág. 326.) No hay ningún registro histórico a modo de crónica de los últimos treinta y dos años del reinado de Nabucodonosor, excepto una inscripción fragmentaria de una campaña contra Egipto del año trigésimo séptimo de Nabucodonosor.
Con respecto a Awel-Marduk (Evil-merodac, 2Re 25:27, 28), se han hallado tablillas fechadas hasta su segundo año de gobierno. Con relación a Neriglisar, considerado el sucesor de Awel-Marduk, se conocen tablillas de contratos fechadas hasta su cuarto año.
Una tablilla de arcilla babilonia ha sido útil para relacionar la cronología babilonia con la bíblica. Esa tablilla contiene la siguiente información astronómica correspondiente al año séptimo de Cambises II, hijo de Ciro II: “Año 7, Tammuz, noche del 14, 1 2/3 horas dobles [tres horas y veinte minutos] después que vino la noche, un eclipse lunar; visible en todo su curso; llegó a la mitad norte del disco [de la luna]. Tebet, noche del 14, dos horas dobles y media [cinco horas] en la noche antes de la mañana [en la última parte de la noche], el disco de la luna se eclipsó; todo el curso visible; el eclipse llegó a las partes norte y sur”. (Inschriften von Cambyses, König von Babylon, de J. N. Strassmaier, Leipzig, 1890, núm. 400, líneas 45-48; Sternkunde und Sterndienst in Babel, de F. X. Kugler, Münster, 1907, vol. 1, págs. 70, 71.) Estos dos eclipses lunares podrían identificarse con los que fueron visibles en Babilonia el 16 de julio de 523 a. E.C. y el 10 de enero de 522 a. E.C. (Canon of Eclipses, de Oppolzer, traducción al inglés de O. Gingerich, 1962, pág. 335.) Por tanto, esta tablilla parece indicar que el séptimo año de Cambises II empezó en la primavera de 523 a. E.C.
Como el séptimo año de Cambises II empezó en la primavera de 523 a. E.C., su primer año de reinado fue el 529 a. E.C., y su año de ascenso y último año de Ciro II como rey de Babilonia fue el 530 a. E.C. La última tablilla fechada del reinado de Ciro II es del día vigésimo tercero del mes quinto de su noveno año. (Babylonian Chronology, 626 B.C.–A.D. 75, de R. Parker y W. Dubberstein, 1971, pág. 14.) Si el noveno año de Ciro II como rey de Babilonia fue el 530 a. E.C., según esta cuenta su primer año fue el 538 a. E.C., y su año de ascenso, el 539 a. E.C.
Beroso. En el siglo III a. E.C., Beroso, un sacerdote babilonio, escribió una historia de Babilonia en griego, seguramente basada en registros cuneiformes. El profesor Olmstead dijo de sus escritos, “Solo han llegado hasta nosotros simples fragmentos, extractos o rastros. Y los más importantes de estos fragmentos nos han llegado mediante una tradición casi sin paralelo. Hoy tenemos que consultar una traducción latina moderna de una traducción armenia del griego original perdido de la Crónica de Eusebio, que en parte citó de Alejandro Polistor, que citó directamente de Beroso, y en parte de Abideno, quien al parecer citó de Juba, que citó de Alejandro Polistor y por lo tanto de Beroso. Para confundirlo más, en algunos casos Eusebio no ha reconocido el hecho de que Abideno es solo un débil eco de Polistor, ¡y ha citado los relatos de cada uno de ellos lado a lado! Y esto no es lo peor. Aunque por lo general debe preferirse su relato de Polistor, parece ser que Eusebio utilizó un manuscrito de poca calidad de ese autor”. (Assyrian Historiography, págs. 62, 63.) Josefo, historiador judío del siglo I E.C. también afirma que cita de Beroso. No obstante, es obvio que no puede considerarse concluyente la información cronológica que supuestamente procede de Beroso.
Otros factores a los que se deben las diferencias. Algunos estudiantes de Historia Antigua a menudo trabajan con la idea equivocada de que las tablillas cuneiformes (como las que pudo utilizar Beroso) siempre se escribieron al mismo tiempo o poco después de los acontecimientos que relatan. Pero, aparte de los muchos documentos cuneiformes de negocios que en realidad fueron contemporáneos, con frecuencia se ve que los textos históricos babilonios, e incluso muchos textos astronómicos, son de un período muy posterior. Por ello el asiriólogo D. J. Wiseman afirma que una parte de la llamada Crónica de Babilonia, que abarca el período que va desde el reinado de Nabu-nasir hasta Shamash-shum-u-kin (según los historiadores, 747-648 a. E.C.), es “una copia hecha en el año vigésimo segundo de Darío [la nota dice: “I. e.: 500 ó 499 a. C. si era Darío I”] de un texto más antiguo y estropeado”. (Chronicles of Chaldaean Kings, Londres, 1956, pág. 1.) De modo que no solo mediaban de ciento cincuenta a doscientos cincuenta años entre estos escritos y los acontecimientos que relatan, sino que además eran una copia de un documento defectuoso anterior, quizás el original, quizás no. Sobre los textos de la Crónica Neobabilonia, que abarca el período que va de Nabopolasar a Nabonido, el mismo autor dice: “Para escribir los textos de la Crónica Neobabilonia, se empleó una escritura pequeña de un tipo que no es posible fechar con precisión, pero que puede corresponder al período comprendido entre los años contemporáneos a los acontecimientos y el fin de la gobernación aqueménida”. De modo que es posible que se escribieran tan tarde como hacia el final del Imperio persa (331 a. E.C.), unos doscientos años después de la caída de Babilonia. Ya hemos visto que los escribas paganos pueden haber distorsionado tanto la información como las cifras en el transcurso de unos cuantos siglos. En vista de todos estos factores, no es prudente insistir en que deban darse como definitivas las cifras tradicionales de los reinados de los reyes neobabilonios.
Tanto la falta de registros históricos contemporáneos como la facilidad con la que la información pudo alterarse hace posible que uno o más de los gobernantes neobabilonios reinaran por más tiempo del que muestran las cifras tradicionales. El hecho de que no se hayan descubierto tablillas que abarquen los últimos años de un determinado reinado no puede utilizarse como prueba sólida contra tal posibilidad. Hay casos de reyes cuyos reinados no pueden confirmarse por las tablillas. Por ejemplo, no hay ninguna prueba cuneiforme contemporánea que ayude a fijar la duración de los reinados de Artajerjes III (Oco) (quien según los historiadores gobernó veintiún años [358 a 338 a. E.C.]) y Arses (a quien se le atribuye un reinado de dos años [337 a 336 a. E.C.]).
En realidad, los historiadores no saben dónde ubicar a ciertos reyes babilonios que sí se nombran en los registros. El profesor A. W. Ahl dice: “En las tablillas de contratos halladas en Borsippa hay nombres de reyes babilonios que no aparecen en ningún otro lugar. Es muy probable que pertenezcan a los últimos días de Darío I y los primeros de Jerjes I, según conjetura Ungnad”. (Outline of Persian History, 1922, pág. 84.) Lo cierto es que no puede asegurarse nada al respecto.
Cronología persa. Durante la época persa tuvieron lugar varios acontecimientos bíblicos importantes: la caída de Babilonia, seguida de la liberación de los judíos por Ciro y el fin de los setenta años de desolación de Judá; la reedificación del templo de Jerusalén, terminada “en el sexto año del reinado de Darío [I el persa]”, y la reconstrucción de los muros de Jerusalén por Nehemías, según el decreto dado en el año vigésimo de Artajerjes Longimano. (2Cr 36:20-23; Esd 3:8-10; 4:23, 24; 6:14, 15; Ne 2:1, 7, 8.)
Se puede llegar a la fecha de 539 a. E.C. para la caída de Babilonia, no solo por el canon de Tolomeo, sino también por otros medios. El historiador Diodoro, así como Africano y Eusebio, muestra que el primer año de Ciro como rey de Persia correspondió a la LV Olimpiada, año 1 (560/559 a. E.C.), mientras que el último año de Ciro se coloca en la LXII Olimpiada, año 2 (531/530 a. E.C.). Las tablillas cuneiformes dan a Ciro un reinado sobre Babilonia de nueve años, lo que apoya el año 539 como la fecha de la conquista de Babilonia. (Handbook of Biblical Chronology, de Jack Finegan, 1964, págs. 112, 168-170; Babylonian Chronology, 626 B.C.–A.D. 75, pág. 14: véanse comentarios anteriores bajo “Cronología babilonia”, también PERSIA, PERSAS.)
Nos han llegado varias inscripciones de reyes persas, aunque no son útiles para establecer la duración de los reinados de los monarcas de Persia. Por ejemplo, en Persépolis se encontraron varias tablillas fechadas, pero no incluyen los nombres de los reyes.
Cálculos astronómicos. Se ha dicho que la “cronología relativa [que solo establece la secuencia de los acontecimientos] puede convertirse en absoluta, es decir, en un sistema de fechas en conexión con nuestro calendario, mediante confirmaciones astronómicas”. (El mundo del Antiguo Testamento, de Martin Noth, 1976, pág. 282.) Aunque los cuerpos celestes son los medios que ha dispuesto el Creador del hombre para la medición del tiempo, la correlación de la información astronómica con los acontecimientos humanos del pasado depende de varios factores inseguros y de la interpretación humana sujeta al error.
Muchas de las llamadas sincronizaciones de los datos astronómicos con acontecimientos o fechas de la historia antigua se basan en eclipses solares o lunares. No obstante, se dice que cualquier “ciudad o pueblo en particular experimenta como promedio unos 40 eclipses lunares y 20 eclipses parciales del Sol cada cincuenta años, [aunque] solo un eclipse solar total cada 400 años”. (Encyclopædia Britannica, 1971, vol. 7, pág. 907.) De modo que para que las fechas determinadas por medio de un eclipse fueran confiables, este tendría que haber sido un eclipse solar total definido visto en una zona específica. En muchos casos los antiguos textos cuneiformes (u otras fuentes) concernientes a eclipses no proveen esta información específica.
Un ejemplo es el eclipse solar en el que se basan los historiadores para relacionar la cronología asiria con la bíblica. Según la lista de epónimos asiria, ocurrió en el tercer mes (contando desde la primavera) durante la eponimia de Bur-Sagale. Los cronólogos modernos creen que este es el eclipse ocurrido el 15 de junio de 763 a. E.C. Contando noventa años hacia atrás (o 90 nombres en las listas de epónimos) desde esta fecha, llegan a 853 a. E.C. como la fecha de la batalla de Qarqar, en el año sexto de Salmanasar. Declaran que Salmanasar incluye al rey Acab de Israel en la coalición enemiga que peleó contra Asiria, y que doce años más tarde (año dieciocho de Salmanasar) dice que recibía tributo del rey Jehú de Israel. De este modo deducen que el año 853 a. E.C. fue el último año de Acab y que Jehú empezó a reinar en 841 a. E.C. ¿Qué confianza merecen estos cálculos?
En primer lugar, aunque se supone que el eclipse solar fue total, la lista de epónimos no lo dice. Y aunque la mayoría de los historiadores modernos lo identifican con el eclipse del año 763 a. E.C., no todos los eruditos están de acuerdo, pues algunos favorecen el año 809 a. E.C., cuando se produjo un eclipse que fue visible, al menos en parte, en Asiria (como sucedió también en los años 857 y 817 a. E.C., y en otros). (Canon of Eclipses, de Oppolzer, tablas 17, 19, 21.) Si bien los historiadores modernos se resisten a rechazar el eclipse de 763 a. E.C. porque ‘introduciría confusión en la historia asiria’, hemos visto que los mismos asirios ya introdujeron considerable confusión en su propia historia.
Es más, la presencia del rey Acab en la batalla de Qarqar es muy improbable. Aunque se redujeran a doce años los reinados de Ocozías y Jehoram (compárese con 1Re 22:40, 51; 2Re 1:2, 17; 3:1), los indicios están en contra de cualquier sincronización exacta de la batalla de Qarqar con Acab. Por lo tanto, es muy posible que la mención que hace Salmanasar de Jehú no se refiera al primer año del reinado de este. La acusación de que los asirios jugaron con los años de sus campañas y dijeron que algunos reyes recibieron tributo de personas que ya no vivían puede reducir aún más el supuesto valor de esa sincronización. La tabla “Fechas sobresalientes durante el período de los reyes de Judá e Israel”, que acompaña a este artículo, muestra que Acab murió sobre el año 920 a. E.C. y que el reinado de Jehú empezó a contar aproximadamente en 904 a. E.C.
El canon de Tolomeo. Claudio Tolomeo era un astrónomo griego que vivió en el siglo II E.C., o unos seiscientos años después de acabar el período neobabilonio. Su canon, o lista de reyes, está relacionado con una obra de astronomía que hizo. La mayoría de los historiadores modernos aceptan la información de Tolomeo sobre los reyes neobabilonios y la duración de sus reinados.
Tolomeo debió basar su información histórica en fuentes del período seléucida, que empezó más de doscientos cincuenta años después de la conquista de Babilonia por Ciro. Por lo tanto, no sorprende que los datos de Tolomeo concuerden con los de Beroso, sacerdote babilonio de la época seléucida.
Eclipses lunares. Se han usado estos para intentar fundamentar ciertas fechas de los reyes neobabilonios basadas en el canon de Tolomeo y los registros cuneiformes. Pero aunque es posible que Tolomeo calculara o registrara con exactitud las fechas de ciertos eclipses del pasado (un astrónomo moderno halló tres quintas partes de las fechas de Tolomeo correctas), esto no prueba que su transmisión de datos históricos sea correcta, es decir, que su correlación de los eclipses con los reinados de ciertos reyes se base consecuentemente en verdaderos hechos históricos.
La fecha de la muerte de Herodes el Grande ilustra los problemas de fechar un suceso basándose en eclipses lunares. Los escritos de Josefo (Antigüedades Judías, libro XVII, cap. VI, sec. 4; libro XVII, cap. VIII, sec. 3) muestran que Herodes murió poco después de un eclipse lunar y no mucho antes del comienzo de la Pascua. Muchos eruditos fechan la muerte de Herodes en el año 4 a. E.C., y se basan en que en ese año hubo un eclipse lunar el 11 de marzo (13 de marzo en el calendario juliano). De este modo muchos cronólogos modernos sitúan el nacimiento de Jesús en el año 5 a. E.C.
Sin embargo, el eclipse del año 4 a. E.C. tuvo una magnitud de solo el 36% y atraería la atención de muy poca gente a la temprana hora de la mañana en que se produjo. Hubo otros dos eclipses lunares el año 1 a. E.C., y ambos se produjeron no mucho antes de la Pascua. El eclipse lunar parcial del 27 de diciembre (29 de diciembre en el calendario juliano) de aquel año tal vez pudo observarse desde Jerusalén, aunque quizás no de manera clara. Según cálculos basados en el Canon of Eclipses (de Oppolzer, pág. 343), la Luna estaba saliendo de la sombra de la Tierra cuando el crepúsculo caía sobre Jerusalén, y cuando se hizo de noche, ya brillaba por completo. Por otra parte, no se incluye en la lista extensa de Manfred Kudlek y Erich Mickler. De modo que en la actualidad no puede saberse hasta qué grado se vio este eclipse en Jerusalén o si en realidad llegó a verse. Más llamativo que los anteriores fue el eclipse lunar que ocurrió a primeras horas del 8 de enero del año 1 a. E.C. (10 de enero en el calendario juliano). Este fue un eclipse total que oscureció la Luna durante una hora y cuarenta y un minutos. Cualquiera que estuviera despierto lo vería, aun si estaba nublado. De modo que durante los años aquí considerados se produjo más de un eclipse antes de la Pascua. Por lo que ahora sabemos, parece ser que el que más se notó fue el del día 8 de enero del año 1 a. E.C. (Solar and Lunar Eclipses of the Ancient Near East From 3000 B.C. to 0 With Maps, de M. Kudlek y E. H. Mickler, Neukirchen-Vluyn, Alemania, 1971, vol. 1, pág. 156.)
No obstante, no todos los textos que utilizan los historiadores para fechar acontecimientos y períodos de la historia antigua se basan en eclipses. Se han hallado diarios astronómicos que dan la posición de la Luna (en relación con ciertas estrellas o constelaciones) la primera y última vez que se vio en Babilonia en un día específico (por ejemplo, “la luna estaba un codo enfrente de la pata trasera del león”), y la que tenían ciertos planetas en ese mismo momento. Los cronólogos modernos dicen que una combinación similar de las posiciones astronómicas no se vuelve a repetir en miles de años. Las referencias de los diarios astronómicos a los reinados de ciertos reyes al parecer coinciden con los datos del canon de Tolomeo. Aunque para algunos esto pueda parecer una prueba incontrovertible, hay factores que reducen su fuerza de manera importante.
El primero es que las observaciones hechas en Babilonia pueden haber sido erróneas. Los astrónomos babilonios mostraron un gran interés en los fenómenos celestes que ocurrían cerca del horizonte, cuando salía o se ponía el Sol o la Luna. Sin embargo, el horizonte que se ve desde Babilonia suele estar oscurecido por tormentas de arena. Comentando sobre estos factores, el profesor O. Neugebauer dice que Tolomeo se quejó de “la falta de observaciones planetarias confiables [de la antigua Babilonia]. [Tolomeo] dice que las antiguas observaciones se hicieron con poco rigor, porque se preocupaban de las apariciones y desapariciones y de puntos estacionarios, fenómenos que, por su naturaleza, son muy difíciles de observar”. (The Exact Sciences in Antiquity, 1957, pág. 98.)
En segundo lugar está el hecho de que la gran mayoría de los diarios astronómicos hallados no fueron escritos en el tiempo del Imperio neobabilonio ni del persa, sino en la época seléucida (312-65 a. E.C.), aunque contienen información sobre esas épocas anteriores. Los historiadores suponen que son copias de documentos más antiguos. No existen textos astronómicos contemporáneos mediante los cuales se pueda establecer la cronología completa de la época neobabilonia y de la persa (finales del siglo VII al IV).
Por último, como en el caso de Tolomeo, aunque la información astronómica de los textos descubiertos (como ahora se interpreta y entiende) sea básicamente exacta, esto no prueba que también lo sea la información histórica que la acompaña. Tal como Tolomeo utilizó los reinados de reyes antiguos (según los entendió) tan solo como esquema donde colocar su información astronómica, así también los escritores (o copistas) de los textos astronómicos del período seléucida pudieron sencillamente haber insertado en sus textos astronómicos lo que entonces se aceptaba o “estaba en boga”, la cronología de aquel tiempo. Esa cronología aceptada o “en boga” bien pudo tener errores en los puntos más comprometidos tratados antes en este artículo. Para ilustrarlo: un astrónomo antiguo (o un escriba) pudo decir que un fenómeno celeste se produjo en el año 465 a. E.C., según nuestro calendario, y su información puede verificarse por varios cómputos exactos. Pero también puede decir que el año en el que tuvo lugar el fenómeno celeste (465 a. E.C.) era el vigésimo primer año del rey Jerjes y estar completamente equivocado. Dicho de forma sencilla, la exactitud astronómica no prueba la exactitud histórica.
Fechas arqueológicas. Los problemas que implica fijar fechas tomando como base objetos hallados en excavaciones se consideran en el artículo ARQUEOLOGÍA. Brevemente se puede decir que, en la ausencia de inscripciones fechadas, datar por medio de objetos, como, por ejemplo, cascos de alfarería, solo puede ser comparativo, es decir, el arqueólogo solo puede afirmar que ‘este estrato particular y su contenido de este montículo deben pertenecer al mismo período general (o ser anterior o posterior) que aquel estrato de aquel montículo’. De este modo se forma una secuencia cronológica general, pero siempre sujeta a corrección y cambio, cambios que a veces suponen cientos de años. Por ejemplo, en 1937 el arqueólogo Barton dijo que cierta alfarería de principios de la Edad del Bronce pertenecía al período 2500-2000 a. E.C., mientras que al año siguiente W. F. Albright dio las fechas de 3200-2200 a. E.C. para el mismo período.
Así que, como dijo G. Ernest Wright, “en este campo es raro que podamos trabajar con seguridad. Hay que construir hipótesis, que siempre poseen grados mayores o menores de probabilidad. Su certeza depende de la capacidad [de los arqueólogos] para interpretar y reunir una variedad de datos independientes, pero en cualquier momento nueva información puede hacer necesario cambiar una hipótesis dada o hacer que el erudito la exprese de modo algo diferente”. (Shechem, The Biography of a Biblical City, 1965, prólogo, pág. XVI.)
Otro ejemplo es lo que dice la obra Chronologies in Old World Archaeology, edición de Robert Ehrich, impresa en 1965 para reemplazar la obra anterior de 1954, y que contiene un compendio de opiniones sobre “la red flotante de cronologías relativas” expresadas por arqueólogos prominentes. El prólogo (pág. VII) dice: “El propósito de este libro es presentar en serie las cronologías de varias zonas contiguas como las veían los especialistas en 1964. A pesar de la nueva información, la situación general aún es fluida, y datos venideros harán obsoletas algunas conclusiones, quizás antes de que se imprima este volumen”. Pueden tenerse presentes estas palabras a la hora de evaluar las fechas que los arqueólogos dan para ciertas ciudades, como Jericó, o la época en la que ubican la conquista de Palestina por Israel.
Historiadores del período clásico. El término “clásico” aquí aplica a la época y cultura de los antiguos griegos y romanos. Además de ser una fuente de historia griega y romana, los escritos de ciertos historiadores clásicos les sirven a los historiadores modernos para complementar o confirmar los registros históricos de Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Siria y Palestina. Entre los historiadores antiguos griegos están Heródoto (c. 484-425 a. E.C.), Tucídides (c. 471-401 a. E.C.), Jenofonte (c. 431-352 E.C.), Ctesias (siglos V-IV a. E.C.) y, más tarde, Estrabón, Diodoro Sículo y Alejandro Polistor, del siglo I a. E.C., y Plutarco, de los siglos I y II E.C. Entre los historiadores romanos se cuentan Tito Livio (59 a. E.C.–17 E.C.); Gnaeo Pompeyo Trogo, contemporáneo de Livio; Plinio el Viejo (23-79 E.C.), y Sexto Julio Africano (siglo III E.C.), probablemente nacido en Libia. Aparte de estos, las fuentes de información más importantes son Manetón y Beroso (ya considerados); Josefo, historiador judío cuyos escritos (aunque a veces contradictorios en su forma presente) son bastante útiles para entender el siglo I E.C., y Eusebio, historiador eclesiástico y obispo de Cesarea (c. 260-340 E.C.).
Todos estos escritores vivieron después de las épocas asiria y neobabilonia, y solo los cuatro primeros vivieron durante la época del Imperio persa. Por eso ninguno presenta información basada en conocimiento personal de las épocas asiria y neobabilonia, sino que registran los puntos de vista tradicionales que oyeron o, en algunos casos, que leyeron y copiaron. Es obvio que la exactitud de su información depende de lo exactas que sean las fuentes empleadas.
Además, lo que tenemos hoy son copias de copias de sus escritos, la más antigua de las cuales data de mediados de la Edad Media. Ya hemos visto que los copistas mutilaron las cronologías de Manetón y de Beroso. En cuanto a las credenciales y confiabilidad de otros historiadores antiguos del período clásico, lo siguiente es digno de mención:
El enfoque de la historia de Heródoto está bien considerado. Primero formula una pregunta, busca información relevante y luego saca una conclusión. Pero también se ha dicho que a veces “su información era insatisfactoria”, que “ofrece una explicación racional junto con una irracional” y que pertenece “claramente a la escuela romántica”, de modo que era a la vez historiador y cuentista. (The New Encyclopædia Britannica, 1985, vol. 5, págs. 881, 882; 1910, vol. 13, pág. 383.) De Jenofonte se ha dicho que “la objetividad, solidez e investigación no eran para él”, y que adornaba sus relatos con “discursos de ficción”. (The New Encyclopædia Britannica, 1987, vol. 12, pág. 796.) George Rawlinson acusa a Ctesias de extender deliberadamente el período de la monarquía meda “por el uso consciente de un sistema de duplicación”. Luego dice: “Cada rey o período de Heródoto aparece dos veces en la lista de Ctesias: una transparente estratagema, torpemente disimulada por el pobre recurso de una libre invención de nombres”. (The Seven Great Monarchies of the Ancient Eastern World, 1885, vol. 2, pág. 85.)
Sobre la historia romana del período monárquico (anterior a la República), leemos que “se adentra en las regiones de la pura mitología. Es poco más que una colección de fábulas sin casi ningún intento crítico, y sin más consideración a la secuencia cronológica que la necesaria para la narración y para cerrar, por ejemplo, la brecha entre la huida de Eneas de Troya y el supuesto año de la fundación de Roma”. Incluso después de fundarse la República (c. 509 a. E.C.), los historiadores aún estaban dispuestos a mezclar la tradición popular con el hecho histórico sin diferenciarlos de manera particular. “Se inventaron genealogías, se insertaron consulados imaginarios [los romanos solían fechar por consulados] y triunfos legendarios, y se incorporaron formalmente [...] tradiciones familiares en la historia del Estado”. De los analistas romanos se nos dice: “Copiaron lo que hallaron escrito; cuando no podían basarse en la experiencia personal, llenaban las lagunas con la imaginación”. (The Encyclopædia Britannica, 1911, vol. 16, págs. 820, 821.)
Tucídides. Por lo general se exime a Tucídides de las acusaciones de inexactitud y descuido que se dirigen contra los historiadores clásicos. Tucídides se destacó por su meticulosa investigación. The New Encyclopædia Britannica (1987, vol. 11, pág. 741) dice: “Es difícil que otro historiador iguale su autoridad. Se atuvo a un esquema cronológico estricto, y cuando es verificable por los eclipses que menciona, resulta exacto”.
A veces hay que recurrir a los historiadores clásicos para conseguir información necesaria, en particular referente a la época persa (libros de Esdras, Nehemías y Ester) y hasta los tiempos apostólicos. Sus escritos también ayudan a determinar el tiempo y los sucesos relacionados con el cumplimiento de algunas partes de las visiones proféticas de Daniel (caps. 7–9, 11), cumplimiento que se extiende incluso más allá de la época apostólica. Sin embargo, la información presentada con anterioridad muestra que no hay razón para colocar su historia y cronología a la misma altura que la Biblia. Cuando aparecen diferencias, se puede confiar en el registro bíblico, que pusieron por escrito testigos presenciales o aquellos que, como Lucas, investigaron “todas las cosas desde el comienzo con exactitud”. (Lu 1:1-4.) La exacta información cronológica de los relatos de Lucas y otros escritores bíblicos hace posible fechar los sucesos principales de la vida de Jesús y del período apostólico. (Mt 2:1, 19-22; Lu 3:1-3, 21-23; y muchos otros.)
La cuenta bíblica del tiempo. Es obvio que los antiguos registros extrabíblicos deben usarse con cautela. Se sabe que son inexactos en muchos asuntos, y es muy improbable que sus cronologías no se hayan visto afectadas por esas inexactitudes. Por otro lado, la Biblia ha demostrado ser verdadera en todos los campos del saber que trata, ofreciendo, con diferencia, el cuadro más exacto de los tiempos antiguos que abarca. Su cronología también es confiable. (Véase BIBLIA [Autenticidad].)
Cuando se calculan períodos bíblicos de acuerdo con los métodos de fechar modernos, se debe tener presente que la numeración cardinal y ordinal difieren. Los números cardinales —tales como 1, 2, 3, 10, 100, etc.— expresan un valor entero, mientras que los ordinales —tales como tercero, quinto, vigésimo segundo, etc.— son los que expresan el lugar que algo ocupa en una serie. Por lo tanto, cuando se emplean números ordinales, es necesario restar uno para obtener el número completo. Así, al referirnos al “año decimoctavo de Nabucodonosor”, el término “decimoctavo” es un número ordinal y representa diecisiete años completos más algunos días, semanas o meses (el tiempo que haya transcurrido desde el final del año 17). (Jer 52:29.)
Cuando se calculan los años que han pasado desde una fecha “a. E.C.” a una de la “E.C.”, se debe tener presente que desde el 1 de octubre del año 1 a. E.C. al 1 de octubre del año 1 E.C. hay solo un año, y no dos, como puede verse en el siguiente diagrama:
Esto se debe a que los años de las fechas tienen un valor ordinal. Por consiguiente, desde el 1 de octubre del año 2 a. E.C. (la fecha aproximada del nacimiento de Jesús) hasta el 1 de octubre de 29 E.C. (la fecha aproximada del bautismo de Jesús) hay un total de treinta años, es decir: un año y tres meses, tiempo que corresponde al período anterior a la era común, más veintiocho años y nueve meses, espacio de tiempo que pertenece al período de la era común. (Lu 3:21-23.)
Desde la creación del hombre hasta el presente. Los historiadores modernos son incapaces de determinar una fecha fija para el comienzo del “período histórico” de la humanidad. Sea que investiguen en la historia de Asiria, Babilonia o Egipto, a medida que se adentran en el II milenio a. E.C., la cronología se hace cada vez más incierta e inestable, y ya en el III milenio se encuentran con un panorama confuso y oscuro. Por otro lado, la Biblia suministra una historia coherente que permite contar metódicamente el tiempo hacia atrás hasta llegar al comienzo de la historia humana. Este cómputo puede realizarse gracias a las referencias bíblicas a determinados períodos de tiempo extensos, como los cuatrocientos setenta y nueve años completos que transcurren desde el éxodo hasta el comienzo de la construcción del templo durante el reinado de Salomón. (1Re 6:1.)
Para ello debemos emplear un punto fijo o fecha absoluta como punto de partida, es decir, una fecha en la historia que sea aceptada por su firme respaldo y que corresponda con un acontecimiento específico registrado en la Biblia. Partiendo de esta fecha absoluta podemos calcular hacia atrás o hacia adelante y fechar según el calendario actual los muchos acontecimientos referidos en la Biblia.
Una de estas fechas de convergencia entre la Biblia y la historia seglar es el año 29 E.C., cuyos primeros meses coincidieron con el decimoquinto año de Tiberio César, nombrado emperador por el senado romano el 15 de septiembre de 14 E.C. (calendario gregoriano). En el año 29, Juan el Bautista comenzó su predicación y posiblemente seis meses más tarde bautizó a Jesús. (Lu 3:1-3, 21, 23; 1:36.)
Otra fecha que puede considerarse como absoluta es el año 539 a. E.C., apoyado por varias fuentes históricas como el año de la caída de Babilonia ante Ciro el persa. (Entre estas fuentes históricas sobre el reinado de Ciro están Diodoro, Africano, Eusebio y Tolomeo, así como también las tablillas babilonias.) El decreto para la liberación de los judíos se dio durante el primer año del reinado de Ciro. Y, como se expuso en el artículo sobre Ciro, es muy probable que este decreto se expidiera en el invierno de 538 o hacia la primavera de 537 a. E.C., lo que permitiría que los judíos hicieran los preparativos necesarios, efectuaran el viaje de cuatro meses de regreso a Jerusalén y tuvieran tiempo de llegar para el séptimo mes (Tisri, aproximadamente el 1 de octubre) de 537 a. E.C. (Esd 1:1-11; 2:64-70; 3:1.)
Usando estas fechas absolutas podemos relacionar una gran cantidad de acontecimientos bíblicos con fechas específicas del calendario. A continuación se ofrece el esquema de fechas principales que sirve de base para dicha cronología:
Sucesos |
Fecha |
Período entre sucesos |
---|---|---|
Desde la creación de Adán |
4026 a. E.C. |
|
Hasta el comienzo del Diluvio |
2370 a. E.C. |
1.656 años |
Hasta la validación del pacto abrahámico |
1943 a. E.C. |
427 años |
Hasta el éxodo de Egipto |
1513 a. E.C. |
430 años |
Hasta el comienzo de la construcción del templo |
1034 a. E.C. |
479 años |
Hasta la división del reino |
997 a. E.C. |
37 años |
Hasta la desolación de Judá |
607 a. E.C. |
390 años |
Hasta el regreso de los judíos del cautiverio |
537 a. E.C. |
70 años |
Hasta la reconstrucción de los muros de Jerusalén |
455 a. E.C. |
82 años |
Hasta el bautismo de Jesús |
29 E.C. |
483 años |
Hasta la actualidad |
1990 E.C. |
1.961 años |
Total de años transcurridos desde la creación de Adán hasta 1990 E.C. |
6.015 años |
¿Cómo se ha elaborado esta cronología partiendo de los datos bíblicos y, en algunos casos, de la historia extrabíblica? A continuación explicamos cómo se ha calculado cada uno de los períodos de tiempo indicados.
Desde la creación de Adán hasta el Diluvio. Los 1.656 años de este período se basan en el registro de Génesis 5:1-29 y 7:6. Pueden desglosarse como se ve en el siguiente recuadro.
Desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Set |
130 años |
Luego, hasta el nacimiento de Enós |
105 años |
Hasta el nacimiento de Quenán |
90 años |
Hasta el nacimiento de Mahalalel |
70 años |
Hasta el nacimiento de Jared |
65 años |
Hasta el nacimiento de Enoc |
162 años |
Hasta el nacimiento de Matusalén |
65 años |
Hasta el nacimiento de Lamec |
187 años |
Hasta el nacimiento de Noé |
182 años |
Hasta el Diluvio |
600 años |
Total |
1.656 años |
Las cantidades que se han indicado para el período antediluviano se encuentran en el texto masorético, texto en el que se basan las traducciones modernas de las Escrituras Hebreas. Estas cantidades difieren de las que se hallan en la Septuaginta griega, pero el texto masorético ha demostrado ser más confiable.
La obra Commentary on the Holy Scriptures (de Lange, 1976, “Genesis”, pág. 272, nota) dice: “No hay duda de que las pruebas internas favorecen al texto hebreo por su consecuencia proporcional. Se ve que las cifras de la LXX siguen un plan al que han sido conformadas. Esto no se aprecia en el texto hebreo, lo que hace que se le pueda considerar un auténtico registro genealógico [...]. Sobre la base fisiológica, también ha de preferirse el hebreo; como la duración de la vida no requiere de ningún modo una madurez tan tardía como esas cifras [de la Septuaginta] parecerían indicar [...], los cien años que la Septuaginta añade en cada caso demuestran un intento deliberado de conformarlas a unas proporciones más normales, basadas en alguna supuesta noción fisiológica [...]. A todo esto debe añadirse que el hebreo tiene mejores credenciales para ser considerado el texto original debido al escrupuloso y, a veces, supersticioso, cuidado con el que se ha conservado textualmente”.
Aunque los historiadores modernos suelen extender la existencia humana sobre la tierra mucho más allá de 4026 a. E.C., los hechos no concuerdan en absoluto con tal postura. Los miles de años de “prehistoria” cuya existencia defienden se basan en la especulación, como puede verse por la siguiente declaración que hizo el eminente científico Dr. P. E. Klopsteg, quien dijo: “Acompáñeme, si lo desea, a una excursión especulativa por la prehistoria. Supóngase la era en la que la especie ‘sapiens’ surgió del género ‘homo’ [...], salte varios milenios desde el tiempo en que la información de que disponemos depende en su mayor parte de la conjetura y la interpretación hasta la era de las primeras inscripciones, de las que se pueden extraer algunos datos” (cursivas nuestras). (Science, 30 de diciembre de 1960, pág. 1914.)
El período postdiluviano comienza en el año 2369 a. E.C. Aunque algunos piensan que ciertos escritos pictográficos pertenecen al período que va de 3300 a 2800 a. E.C. (New Discoveries in Babylonia About Genesis, P. J. Wiseman, 1949, pág. 36), en realidad estos documentos no están fechados; la edad que se les atribuye se basa tan solo en conjeturas arqueológicas.
Aunque en ocasiones se ha recurrido a la técnica de fechar con radiocarbono (C14), este método tiene claras limitaciones. La revista Science del 11 de diciembre de 1959 dijo al respecto: “El caso que parece que llegará a convertirse en un ejemplo clásico de ‘irresponsabilidad del C14’ es el de la aldea prehistórica de Jarmo, en el nordeste de Irak. Se han atribuido once diferentes fechas a esta aldea con una diferencia máxima entre ellas de seis mil años, mientras que, sobre la base de todos los indicios arqueológicos, no fue ocupada por más de quinientos años consecutivos”. En realidad, no existe prueba sólida que favorezca una fecha anterior a 2369 a. E.C. para el comienzo de la sociedad humana postdiluviana.
Desde 2370 a. E.C. hasta el pacto abrahámico. El esquema cronológico para este período puede resumirse así:
Desde el comienzo del Diluvio hasta el nacimiento de Arpaksad |
2 años |
Luego, hasta el nacimiento de Selah |
35 años |
Hasta el nacimiento de Éber |
30 años |
Hasta el nacimiento de Péleg |
34 años |
Hasta el nacimiento de Reú |
30 años |
Hasta el nacimiento de Serug |
32 años |
Hasta el nacimiento de Nacor |
30 años |
Hasta el nacimiento de Taré |
29 años |
Hasta la muerte de Taré, cuando Abrahán tenía setenta y cinco años de edad |
205 años |
Total |
427 años |
Estos datos se hallan en Génesis 11:10 a 12:4. La expresión “después del diluvio” (Gé 11:10), que se emplea con relación al nacimiento de Arpaksad, lógicamente se refiere a la caída de las aguas, suceso que marcó el comienzo del Diluvio (2370 a. E.C.), y no simplemente al período posterior durante el que las aguas permanecieron sobre la superficie de la tierra por algún tiempo. La palabra hebrea para “diluvio” también transmite esta idea. (Compárese con Gé 6:17; 7:4-6, 10-12, 17; 9:11.)
En el registro bíblico no se da la fecha en la que se intentó construir la Torre de Babel. Génesis 10:25 señala que la división que resultó de la confusión de lenguas ocurrió durante ‘los días de Péleg’. De esto no se infiere necesariamente que este acontecimiento ocurriera al tiempo del nacimiento de Péleg. La expresión “en sus días” indica en realidad que la división tuvo lugar, no al tiempo del nacimiento de Péleg o justo después, sino durante el transcurso de su vida, desde 2269 a 2030 a. E.C. Si cada varón postdiluviano hubiera empezado a tener hijos a los treinta años de edad a un promedio de uno cada tres años (lo que daría un hijo varón cada seis años) hasta la edad de noventa años, la población pudiera haber crecido hasta un total de 4.000 varones adultos en un período de ciento ochenta años desde el fin del Diluvio (es decir, en 2189 a. E.C.). Un cálculo moderado como el que acabamos de mencionar sería suficiente para explicar la construcción de la torre y la dispersión de la gente.
Jehová debió dar validez a lo que ha llegado a conocerse como el pacto abrahámico cuando Abrahán cruzó el Éufrates camino de la tierra de Canaán. Como partió de Harán y entró en Canaán después de la muerte de Taré, la fecha de la validación de ese pacto se fija en 1943 a. E.C. (Gé 11:32; 12:1-5.)
Desde 1943 a. E.C. hasta el éxodo. En Éxodo 12:40, 41 se registra lo siguiente: “La morada de los hijos de Israel, que habían morado en Egipto, fue de cuatrocientos treinta años. Y aconteció al cabo de los cuatrocientos treinta años, sí, aconteció en este mismo día, que todos los ejércitos de Jehová salieron de la tierra de Egipto”. Mientras que la mayoría de las versiones traducen el versículo 40 de modo que diga que estuvieron cuatrocientos treinta años en Egipto, el hebreo original da lugar a la traducción aquí transcrita. Además, en Gálatas 3:16, 17 Pablo relaciona ese período de cuatrocientos treinta años con el tiempo que medió entre el momento de dar validez al pacto abrahámico y la instauración del pacto de la Ley. Se debió dar validez al pacto abrahámico cuando Abrahán, en atención a la promesa de Dios, cruzó el Éufrates camino de Canaán y entró en el “país” que Dios le mandó. (Gé 12:1; 15:18-21.) Justo cuatrocientos treinta años después de este acontecimiento, en 1513 a. E.C., sus descendientes fueron liberados de Egipto, y en ese mismo año fueron introducidos en el pacto de la Ley. Una prueba de que así se ha entendido desde tiempos antiguos es la traducción que se halla en la Versión de los Setenta griega, a saber: “Pero la morada de los hijos de Israel que ellos moraron en la tierra de Egipto y en la tierra de Canaán [fue de] cuatrocientos treinta años de duración”.
El período comprendido desde la entrada de Abrahán en la tierra de Canaán hasta que Jacob se trasladó a Egipto fue de doscientos quince años. Este cálculo se deriva de los siguientes hechos: desde la salida de Abrahán de Harán hasta el nacimiento de Isaac transcurrieron veinticinco años (Gé 12:4; 21:5); sesenta años desde el nacimiento de Isaac al nacimiento de Jacob (Gé 25:26), y Jacob tenía ciento treinta años cuando entró en Egipto (Gé 47:9). Esto da un total de doscientos quince años (desde 1943 hasta 1728 a. E.C.), lo que significa que, desde la llegada de Jacob, los israelitas estuvieron en Egipto otros doscientos quince años (de 1728 a 1513 a. E.C.). En el artículo ÉXODO se demuestra que los israelitas pudieron multiplicarse lo suficiente en doscientos quince años como para que su población incluyera un total de 600.000 “hombres físicamente capacitados”. (Éx 12:37.)
Jehová le dijo a Abrán (Abrahán): “Puedes saber con seguridad que tu descendencia llegará a ser residente forastera en tierra ajena, y tendrá que servirles, y estos ciertamente la afligirán por cuatrocientos años”. (Gé 15:13; véase, además, Hch 7:6, 7.) Esta declaración se hizo con anterioridad al nacimiento de la “descendencia” prometida, Isaac. Para el año 1932 a. E.C. a Abrán le nació su hijo Ismael —por medio de su esclava egipcia Agar—, y en 1918 a. E.C. nació Isaac. (Gé 16:16; 21:5.) Contando cuatrocientos años hacia atrás desde el éxodo —acontecimiento que señaló el fin de los años de ‘aflicción’ (Gé 15:14)—, llegaríamos a 1913 a. E.C., cuando Isaac tendría unos cinco años y fue destetado. En ese momento, siendo ‘residente forastero’ en una tierra que no era suya, experimentó el inicio de la aflicción predicha cuando Ismael, que entonces contaba diecinueve años de edad, comenzó a ‘burlarse’ de él. (Gé 21:8, 9.) Aunque hoy pudiera parecer intrascendente el que Ismael se burlara del heredero de Abrahán, en la época patriarcal no se veía así, como queda demostrado por la reacción de Sara y por el hecho de que Dios aprobó su súplica de que se despidiera a Agar y a su hijo Ismael. (Gé 21:10-13.) El que este incidente haya sido recogido en detalle en el registro divino también es un indicio de que debe marcar el comienzo del predicho período de cuatrocientos años de aflicción que terminaría con el éxodo. (Gál 4:29.)
Desde 1513 a. E.C. hasta la división del reino. Fue en “el año cuatrocientos ochenta después que los hijos de Israel hubieron salido de la tierra de Egipto”, durante el cuarto año del reinado de Salomón, cuando dio comienzo la construcción del templo de Jerusalén. (1Re 6:1.) El número “480” tiene valor ordinal: representa cuatrocientos setenta y nueve años completos y, en este caso concreto, un mes más. Si contamos cuatrocientos setenta y nueve años desde el éxodo (en Nisán de 1513 a. E.C.), nos lleva a 1034 a. E.C., cuando empezó la construcción del templo, en el segundo mes, es decir, Ziv (este mes corresponde a parte de abril y de mayo). Siendo que este hecho aconteció en el cuarto año (otro número ordinal) del gobierno de Salomón, su reinado comenzó tres años completos antes, es decir, en 1037 a. E.C. Sus cuarenta años de reinado transcurrieron desde 1037 a. E.C., probablemente en el mes de Nisán, hasta el mismo mes de 997 a. E.C., fecha en la que se produjo la división del reino. Por lo tanto, el esquema cronológico para este período sería como se muestra a continuación.
Sucesos |
Fecha |
Período entre sucesos |
---|---|---|
Desde el éxodo |
1513 a. E.C. |
|
hasta la entrada de Israel en Canaán |
1473 a. E.C. |
40 años |
hasta el fin del período de los jueces y el comienzo del reinado de Saúl |
1117 a. E.C. |
356 años |
hasta el comienzo del reinado de David |
1077 a. E.C. |
40 años |
hasta el comienzo del reinado de Salomón |
1037 a. E.C. |
40 años |
hasta la división del reino |
997 a. E.C. |
40 años |
Total de años desde el éxodo hasta la división del reino (1513 a 997 a. E.C.) |
516 años |
Estos cálculos se fundamentan en textos como Deuteronomio 2:7; 29:5; Hechos 13:21; 2 Samuel 5:4; 1 Reyes 11:42, 43; 12:1-20. Algunos críticos dicen que los cuatro períodos de esta época que duran cuarenta años cada uno son muestra de una ‘búsqueda de simetría’ de los escritores de la Biblia más bien que de cronología exacta. Todo lo contrario, aunque antes de entrar en Canaán los israelitas vagaron casi cuarenta años justos en cumplimiento del juicio divino registrado en Números 14:33, 34 (compárese con Éx 12:2, 3, 6, 17; Dt 1:31; 8:2-4; Jos 4:19), los otros tres períodos pueden haber incluido fracciones. Por ejemplo, según 2 Samuel 5:5, el reinado de David duró en realidad 40 1/2 años. Si los años reinantes de estos reyes se contaban de Nisán a Nisán, como parece que era la costumbre, esto puede significar que el reinado de Saúl duró solo 39 1/2, pero que se le contaron los meses que faltaban hasta el próximo Nisán, por lo que no se incluyeron oficialmente en los cuarenta años reinantes de David. Esta, por lo menos, era la costumbre conocida de los gobernantes semíticos de Mesopotamia, quienes denominaban “período de ascenso” a los meses que transcurrían desde la muerte de un rey hasta el siguiente Nisán, de modo que el primer año oficial de gobierno no empezaba a contar sino hasta la llegada del mes de Nisán.
No se especifica la duración del período abarcado desde la entrada en Canaán hasta el fin de la época de los jueces, de modo que ha de calcularse por deducción. Si a los cuatrocientos setenta y nueve años que median entre el éxodo y el cuarto año de Salomón se le restan los cuarenta años de vagar por el desierto, los cuarenta del reinado de Saúl, los cuarenta del reinado de David y los tres primeros de Salomón (ciento veintitrés años en total), quedan trescientos cincuenta y seis años para el período en cuestión.
Las Escrituras no indican cómo debe dividirse esta época de trescientos cincuenta y seis años (desde la entrada de Israel en Canaán hasta el principio del reinado de Saúl, en 1117 a. E.C.). No obstante, es obvio que muchos de estos períodos se traslapan. ¿Por qué? Contados sucesivamente, los diversos períodos de opresión, de judicaturas y de paz de los que informa el libro de Jueces totalizarían cuatrocientos diez años. Para que estos períodos encajen en los trescientos cincuenta y seis años mencionados antes, algunos de ellos tienen que haber sido concurrentes en vez de sucesivos, como opina la mayoría de los comentaristas. Las circunstancias narradas en los relatos bíblicos también conducen a esta conclusión. La opresión afectó a diferentes zonas del país y a diferentes tribus. (MAPA, vol. 1, pág. 743.) Así, la expresión “la tierra no tuvo más disturbio”, usada después de relatar las victorias israelitas sobre sus opresores, tal vez no se refiriese en todo caso a la tierra ocupada por las doce tribus, sino solo a la zona particular afectada principalmente por la opresión. (Jue 3:11, 30; 5:31; 8:28; compárese con Jos 14:13-15.)
En el capítulo 13 de Hechos el apóstol Pablo repasa los tratos de Dios con Israel desde que ‘escoge a los antepasados’ —pasando por su estancia en Egipto, el éxodo, el vagar por el desierto, la conquista de Canaán y la distribución de la tierra— hasta llegar al versículo 20, donde dice: “Todo eso durante unos cuatrocientos cincuenta años. Y después de estas cosas les dio jueces hasta Samuel el profeta”. (Hch 13:20.) Algunas traducciones (Besson; ENP; PNT; TNV; Val, 1960) han ocasionado bastante confusión al traducir este versículo de forma semejante a la siguiente: “Después, como por cuatrocientos cincuenta años, les dio jueces hasta el profeta Samuel”. Sin embargo, los manuscritos más antiguos (incluido el Sinaítico, el Vaticano 1209 y el Alejandrino), así como la mayoría de las traducciones modernas de la Biblia (BAS, BJ, CI, NC, VP y otras), concuerdan con la primera traducción citada, la cual muestra que el período de los jueces llegó después de los cuatrocientos cincuenta años. Siendo que el período de “unos cuatrocientos cincuenta años” comenzó cuando Dios ‘escogió a los antepasados’ de Israel, debió haber comenzado en el año 1918 a. E.C. con el nacimiento de Isaac, la “descendencia” original que le fue prometida a Abrahán, y, por lo tanto, debió terminar hacia 1467 a. E.C., cuando llegó a su fin la primera conquista que se hizo de Canaán y se procedió a la distribución de la tierra. Puesto que el período de cuatrocientos cincuenta años es aproximado, una diferencia de uno o dos años no tendría importancia.
Desde 997 a. E.C. hasta la desolación de Jerusalén. Una guía útil para conocer la extensión del período de los reyes se encuentra en Ezequiel 4:1-7, donde el profeta hace por instrucción divina una representación mímica del asedio de Jerusalén. Ezequiel tuvo que echarse sobre su costado izquierdo por trescientos noventa días para “llevar el error de la casa de Israel”, y luego sobre el derecho por cuarenta días para “llevar el error de la casa de Judá”. Según se le mostró, por cada día se habría de contar un año. Representados así, los dos períodos (trescientos noventa años y cuarenta años) debieron corresponder a la duración de la paciencia de Jehová para con ambos reinos a pesar de su curso idolátrico. Según se expone en Soncino Books of the Bible (edición de A. Cohen, Londres, 1950, comentario sobre Ezequiel, págs. 20 y 21), los judíos entienden esta profecía de la siguiente manera: “La culpa del reino septentrional se extendió por un período de trescientos noventa años ([según] Seder Olam [la crónica postexílica más antigua en lengua hebrea], [y los rabinos] Rashi e Ibn Ezra). Abarbanel, según una cita de Malbim, calcula el período de culpa de Samaria a partir del cisma que se produjo bajo Rehoboam [...] hasta la caída de Jerusalén. [...] El [costado] derecho [sobre el que Ezequiel se echó] indica el sur, es decir, el reino de Judá, ubicado al sur o a la derecha [...]. Comenzando poco después de la caída de Samaria, la corrupción de Judá se extendió por cuarenta años. Según Malbim, el tiempo se computa a partir del año decimotercero del reinado de Josías [...], cuando Jeremías dio comienzo a su ministerio (Jer. I. 2)”.
Desde la división del reino en 997 a. E.C. hasta la caída de Jerusalén en 607 a. E.C. transcurrieron trescientos noventa años. Si bien es cierto que en 740 a. E.C. —durante el sexto año del reinado de Ezequías (2Re 18:9, 10)— Samaria, la capital del reino septentrional, ya había caído a manos de Asiria, también es probable que parte de la población huyera al reino meridional antes del avance asirio. (Véase, además, la situación que existía en Judá después de la división del reino, según se explica en 2Cr 10:16, 17.) Pero aún más importante es el que Jehová continuara teniendo presente a los israelitas del reino septentrional exiliado y los incluyera en los mensajes de sus profetas mucho tiempo después de la caída de Samaria, pues muestra que los intereses de esos israelitas todavía estaban representados en la ciudad capital de Jerusalén y que la caída de esta, en 607 a. E.C., no solo fue una expresión del juicio de Jehová contra Judá, sino contra la entera nación de Israel. (Jer 3:11-22; 11:10-12, 17; Eze 9:9, 10.) Cuando la ciudad cayó, se desvanecieron las esperanzas de toda la nación, a excepción de los pocos que mantuvieron la fe verdadera. (Eze 37:11-14, 21, 22.)
La tabla que sigue toma este período de trescientos noventa años como guía cronológica confiable. Los reinados de todos los reyes de Judá desde Rehoboam hasta Sedequías suman trescientos noventa y tres años en total. Aunque algunos cronólogos bíblicos intentan sincronizar los reinados mediante numerosas corregencias e “interregnos” en Judá, al parecer solo se requiere una corregencia. Es el caso de Jehoram, de quien se dice (al menos en el texto masorético y en algunos de los manuscritos más antiguos de la Biblia) que llegó a ser rey “mientras Jehosafat era rey de Judá”, lo que permite suponer una corregencia. (2Re 8:16.) De este modo el período completo queda dentro del límite de los trescientos noventa años.
No se pretende que se considere esta tabla como una cronología absoluta, sino más bien como un posible esquema de los reinados de Israel y Judá. Los antiguos escritores inspirados escribían sobre hechos y datos que tanto ellos como el pueblo judío de la época conocían bien, y las diferentes perspectivas cronológicas que adoptaron los escritores en ciertos puntos no presentaron ningún problema. Este no es el caso hoy en día, de modo que podemos contentarnos con conseguir un esquema que armonice razonablemente con el registro bíblico.
Desde 607 a. E.C. hasta el regreso de los judíos del exilio. La duración de este período viene fijada por el propio decreto divino con relación a Judá, que dice: “Toda esta tierra tiene que llegar a ser un lugar devastado, un objeto de pasmo, y estas naciones tendrán que servir al rey de Babilonia setenta años”. (Jer 25:8-11.)
La profecía bíblica no permite otra aplicación de estos setenta años que no sea al período comprendido entre la desolación de Judá, que llegó con la destrucción de Jerusalén, y el regreso de los judíos exiliados a su tierra como resultado del decreto de Ciro. La profecía especifica con toda claridad que los setenta años serían años de devastación de la tierra de Judá. Daniel el profeta entendió de esta manera la profecía, pues dijo: “Yo mismo, Daniel, discerní por los libros el número de los años acerca de los cuales la palabra de Jehová había ocurrido a Jeremías el profeta, para cumplir las devastaciones de Jerusalén, a saber, setenta años”. (Da 9:2.) Después de describir la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor, en 2 Crónicas 36:20, 21 se dice: “Además, a los que quedaron de la espada se los llevó cautivos a Babilonia, y llegaron a ser siervos para él y sus hijos hasta que la realeza de Persia empezó a reinar; para cumplir la palabra de Jehová por boca de Jeremías, hasta que la tierra hubo pagado sus sábados. Todos los días de yacer desolada guardó sábado, para cumplir setenta años”.
Jerusalén fue sitiada definitivamente en el noveno año de Sedequías (609 a. E.C.) y cayó en su undécimo año (607 a. E.C.), que corresponde con el decimonoveno año del reinado de Nabucodonosor (si contamos desde 625 a. E.C., su año de ascenso al trono; 2Re 25:1-8). En el quinto mes de 607 (el mes de Ab, que correspondía a parte de julio y agosto) la ciudad fue incendiada, los muros demolidos y la mayor parte de sus habitantes llevados al destierro. Sin embargo, se permitió que quedaran “algunos de condición humilde de la gente”, quienes al final huyeron a Egipto cuando Guedalías, el gobernador nombrado por Nabucodonosor, fue asesinado, dejando de ese modo la tierra de Judá desolada por completo. (2Re 25:9-12, 22-26.) Esto ocurrió en el séptimo mes, Etanim (o Tisri, que correspondía a parte de septiembre y octubre). Por consiguiente, la cuenta de los setenta años de desolación debió haber comenzado hacia el 1 de octubre de 607 a. E.C., para finalizar en 537 a. E.C. Para el séptimo mes de este último año, los primeros judíos repatriados llegaron a Judá, setenta años después del comienzo de la desolación completa de la tierra. (2Cr 36:21-23; Esd 3:1.)
Desde 537 a. E.C. hasta la conversión de Cornelio. Al segundo año del regreso de los judíos del exilio (536 a. E.C.) se colocó el fundamento del templo de Jerusalén para su reconstrucción, pero dicha reconstrucción no se concluyó sino hasta el sexto año del reinado de Darío I (el persa). (Esd 3:8-10; 6:14, 15.) El año 522 a. E.C. puede ser considerado el año de ascenso al trono de Darío I, ya que no se estableció en Babilonia antes del mes de diciembre de 522 a. E.C., cuando derrotó al rebelde Nabucodonosor III, a quien capturó y dio muerte en Babilonia poco después. De modo que su primer año reinante comenzó en la primavera de 521 a. E.C. (Babylonian Chronology, 626 B.C.–A.D. 75, pág. 30.) Por consiguiente, su sexto año comenzó el 12 de abril de 516 a. E.C. y continuó hasta finales de marzo de 515 a. E.C. De acuerdo con todo esto, puede afirmarse que Zorobabel terminó la reconstrucción del templo el 6 de marzo de 515 a. E.C.
La siguiente fecha de importancia fundamental es el vigésimo año de Artajerjes Longimano, el año en que Nehemías recibió permiso para reedificar Jerusalén. (Ne 2:1, 5-8.) Las razones por las que se favorece la fecha de 455 a. E.C. para este acontecimiento, con preferencia a la de 445 a. E.C. —que es más aceptada—, se analizan en el artículo PERSIA, PERSAS. Los sucesos de este año relacionados con la reconstrucción de Jerusalén y sus muros constituyen el punto de partida para la profecía de las “setenta semanas” de Daniel 9:24-27. Las semanas son, a todas luces, “semanas de años”, que totalizan cuatrocientos noventa años. (Da 9:24, BR; TA.) Como se demuestra en el artículo SETENTA SEMANAS, la profecía indicó la llegada del Mesías en el año 29 E.C., su muerte a “la mitad de la semana” —o mitad de la última semana de años, es decir, en 33 E.C.— y el fin —en 36 E.C.— del período de favor especial que Dios concedió a los judíos. Por consiguiente, las setenta semanas de años terminaron con la conversión de Cornelio, habiendo transcurrido cuatrocientos noventa años desde 455 a. E.C. (Hch 10:30-33, 44-48; 11:1.)
Jesús apareció como Mesías precisamente en el año que se había predicho: quizás unos seis meses después de comenzar Juan el Bautista su predicación en “el año decimoquinto del reinado de Tiberio César”. (Lu 1:36; 3:1, 2, 21-23.) Como el senado romano nombró emperador a Tiberio el 15 de septiembre de 14 E.C., su año decimoquinto transcurrió desde la última parte de 28 E.C. hasta la última de 29 E.C. (Véase TIBERIO.) Por lo tanto, los hechos indican que el bautismo y el ungimiento de Jesús acontecieron en el otoño del año 29 E.C.
Puesto que Jesús “era como de treinta años” cuando se bautizó en 29 E.C. (Lu 3:23), debería haber nacido hacia el otoño del año 2 a. E.C., treinta años antes. Su nacimiento se produjo durante el reinado de César Augusto, mientras Quirinio era gobernador de Siria. (Lu 2:1, 2.) El gobierno de Augusto se extendió desde 27 a. E.C. hasta 14 E.C. Publio Sulpicio Quirinio, senador romano, fue gobernador de Siria dos veces, la primera de ellas seguramente después de Publio Quintilio Varo, cuyo mandato como legado de Siria terminó en el año 4 a. E.C. Algunos eruditos ubican el primer mandato de Quirinio entre los años 3 y 2 a. E.C. (Véase INSCRIPCIÓN.) Herodes el Grande era a la sazón rey de Judea, y, como ya se explicó, debió morir el año 1 a. E.C. De modo que todos los indicios disponibles, y en particular las referencias bíblicas, apuntan a que el nacimiento humano del Hijo de Dios se produjo en el otoño del año 2 a. E.C.
El período apostólico posterior. Se pueden fijar fechas aproximadas para algunos de los acontecimientos de este período de tiempo. La profecía del profeta cristiano Ágabo sobre una gran hambre, así como la persecución posterior instigada por Herodes Agripa I, que resultó en la muerte de Santiago y el encarcelamiento de Pedro, debieron ocurrir en 44 E.C. (Hch 11:27-30; 12:1-4.) Ese año murió Herodes Agripa, y la predicha gran hambre se produjo sobre el año 46 E.C. Es probable que esta última fecha también corresponda a la “ministración de socorro” que llevaron Pablo y Bernabé. (Hch 12:25.)
El primer viaje de Pablo a Corinto puede calcularse por el proconsulado de Galión. (Hch 18:1, 11-18.) Como se explica en el artículo GALIÓN, su proconsulado al parecer se extendió del verano de 51 E.C. al verano de 52 E.C., aunque algunos eruditos favorecen los años 52 y 53 E.C. Por consiguiente, los dieciocho meses que Pablo permaneció en Corinto tal vez empezaron en el otoño de 50 E.C. y terminaron en la primavera de 52 E.C. Esto lo confirma, además, el hecho de que dos de los compañeros de Pablo en Corinto, Áquila y Priscila, habían llegado hacía poco de Italia debido al edicto del emperador Claudio, que ordenaba que todos los judíos se fueran de Roma. (Hch 18:2.) Paulo Orosio, historiador del siglo V, afirma que este edicto se dio en el noveno año de Claudio, es decir, en el año 49 o a principios de 50 E.C.
Pablo estuvo encarcelado en Cesarea los últimos dos años de la gobernación de Félix, y después fue enviado a Roma por el sucesor de Félix, Porcio Festo. (Hch 21:33; 23:23-35; 24:27.) La fecha de ascenso de Festo es algo incierta, pues los datos históricos no concuerdan completamente, si bien la fecha más probable parece ser el año 58 E.C. La posterior llegada de Pablo a Roma puede situarse entre los años 59 y 61 E.C.
El gran incendio que asoló la ciudad de Roma ocurrió en el mes de julio de 64 E.C., y a continuación se desató una feroz persecución contra los cristianos instigada por Nerón. Es probable que el segundo encarcelamiento de Pablo y su posterior ejecución tuvieran lugar poco después de estos hechos. (2Ti 1:16; 4:6, 7.) Por lo general se cree que la deportación de Juan a la isla de Patmos ocurrió durante el gobierno del emperador Domiciano. (Rev 1:9.) La persecución de los cristianos llegó a un punto culminante durante su gobernación (81-96 E.C.), en particular durante los últimos tres años. La opinión tradicional es que Juan fue liberado de su exilio después de la muerte de Domiciano y murió en Éfeso hacia el fin del siglo I E.C. Las epístolas que Juan escribió sobre ese tiempo completaron el canon bíblico y el período apostólico llegó a su fin.
[Tabla en las páginas 601-603]
FECHAS SOBRESALIENTES durante el período de los reyes de Judá e Israel
NOTA: Esta tabla tiene el propósito de esquematizar los principales acontecimientos relacionados con los reyes de Judá e Israel. El registro bíblico de los años que gobernaron los reyes de Judá ha servido de base para fijar otras fechas. Las fechas de los reinados de los reyes de Judá se extienden desde la primavera del año citado hasta la primavera del año siguiente. Las fechas de los reinados de los reyes de Israel se han coordinado con las de los reyes de Judá. Al fijar estas fechas, se han tenido en cuenta los numerosos sincronismos especificados en la Biblia.
Se incluyen los sumos sacerdotes y profetas mencionados en el registro bíblico en relación con los diferentes reyes, aunque la lista no es completa. Al parecer el sacerdocio aarónico ofició sin interrupción primero en el tabernáculo y después en el templo hasta el exilio babilonio. Asimismo, la Biblia indica que, además de los profetas referidos, hubo otros muchos que desempeñaron este oficio sagrado. (1Re 18:4; 2Cr 36:15, 16.)
EL REINO DE DOCE TRIBUS
Fechas a. E.C.
SAÚL empieza a reinar sobre las 12 tribus (40 años)
Profeta: Samuel
Sumos sacerdotes: Ahíya, Ahimélec
1117
Nacimiento de David
1107
Samuel termina el libro de Jueces
c. 1100
Samuel termina el libro de Rut
c. 1090
Libro de 1 Samuel terminado
c. 1078
DAVID empieza a reinar sobre Judá en Hebrón (40)
Profetas: Natán, Gad, Sadoc
Sumo sacerdote: Abiatar
1077
David llega a ser rey sobre todo Israel; hace de Jerusalén su capital
1070
Gad y Natán terminan 2 Samuel
c. 1040
SALOMÓN empieza a reinar (40)
Profetas: Natán, Ahíya, Idó
Sumos sacerdotes: Abiatar, Sadoc
1037
Empieza la construcción del templo de Salomón
1034
Termina la construcción del templo que hizo Salomón en Jerusalén
1027
Salomón escribe Cantar de los Cantares
c. 1020
Salomón escribe el libro de Eclesiastés
a. 1000
REINO DE JUDÁ
Fechas a. E.C.
REINO DE ISRAEL
REHOBOAM empieza a reinar (17 años); nación dividida en dos reinos
Profetas: Semaya, Idó
997
JEROBOÁN empieza a reinar sobre las 10 tribus norteñas, al parecer primero desde Siquem y después, desde Tirzá (22 años)
Profeta: Ahíya
Sisaq de Egipto invade Judá y toma tesoros del templo de Jerusalén
993
ABÍAS (ABIYAM) empieza a reinar (3)
Profeta: Idó
980
ASÁ debe empezar a reinar (41), pero su primer año reinante se cuenta desde 977
Profetas: Azarías, Oded, Hananí
978
c. 976
NADAB empieza a reinar (2)
c. 975
BAASÁ asesina a Nadab y empieza a reinar (24)
Profeta: Jehú (hijo de Hananí)
Zérah el etíope ataca Judá
967
c. 952
ELAH empieza a reinar (2)
c. 951
ZIMRÍ, un jefe militar, asesina a Elah y luego reina (7 días)
c. 951
OMRÍ, jefe del ejército, empieza a reinar (12)
c. 951
Tibní llega a ser rey sobre parte del pueblo, dividiendo más a la nación
c. 947
Omrí vence al opositor Tibní y llega a ser el único gobernante de Israel
c. 945
Omrí compra la montaña de Samaria y edifica allí su capital
c. 940
ACAB empieza a reinar (22)
Profetas: Elías, Micaya
JEHOSAFAT empieza a gobernar (25), pero su primer año reinante se cuenta desde 936
Profetas: Jehú (hijo de Hananí), Eliezer, Jahaziel
Sumo sacerdote: Amarías
937
c. 920
OCOZÍAS, hijo de Acab, ‘llega a ser rey’ (2); su padre aún debe vivir;
Los años del reinado de Ocozías pueden contarse desde c. 919
Profeta: Elías
Jehoram, el hijo de Jehosafat, se asocia de algún modo con su padre en el gobierno
c. 919
c. 917
JEHORAM, hijo de Acab, empieza a gobernar como único rey de Israel (12); al menos en un texto el breve reinado de su hermano Ocozías, que murió sin hijos, también puede habérsele acreditado a Jehoram
Profeta: Eliseo
JEHORAM llega a ser corregente oficial junto con Jehosafat; en este año puede empezar a contarse el reinado de Jehoram (8)
Profeta: Elías
913
Jehosafat muere y Jehoram llega a ser el único gobernante
c. 911
OCOZÍAS, hijo de Jehoram, empieza a reinar (1), aunque quizás se le unge rey c. 907
Sumo sacerdote: Jehoiadá
c. 906
ATALÍA usurpa el trono (6)
c. 905
JEHÚ, un jefe militar, asesina a Jehoram y luego empieza a reinar (28), pero parece ser que su reinado se cuenta desde c. 904
Profeta: Eliseo
JEHOÁS, hijo de Ocozías, empieza a reinar (40)
Sumo sacerdote: Jehoiadá
898
876
JEHOACAZ empieza a reinar (17)
c. 862
Por lo visto, Jehoás se asocia con su padre Jehoacaz en el gobierno
c. 859
JEHOÁS, hijo de Jehoacaz, empieza a reinar como único rey de Israel (16)
Profeta: Eliseo
AMASÍAS empieza a reinar (29)
858
Jehoás de Israel captura a Amasías, abre brecha en los muros de Jerusalén y toma los tesoros del templo
d. 858
c. 844
JEROBOÁN II empieza a reinar (41)
Profetas: Jonás, Oseas, Amós
Se escribe el libro de Jonás
UZÍAS (AZARÍAS) empieza a reinar (52)
Profetas: Oseas, Joel (?), Isaías
Sumo sacerdote: Azarías (II)
829
Posiblemente se escribe el libro de Joel
c. 820
Uzías ‘llega a ser rey’ en algún sentido especial, posiblemente libre de la dominación de Jeroboán II
c. 818
Se escribe el libro de Amós
c. 804
c. 803
ZACARÍAS ‘empieza a reinar’ en algún sentido, pero parece que su reinado no se confirma plenamente hasta c. 792 (6 meses)
c. 791
SALUM asesina a Zacarías y luego reina (1 mes)
c. 791
MENAHEM asesina a Salum y luego empieza a reinar, pero parece que su reinado empieza a contarse desde c. 790 (10)
c. 780
PEQAHÍAS empieza a reinar (2)
c. 778
PÉQAH asesina a Peqahías y luego empieza a reinar (20)
Profeta: Oded
JOTÁN empieza a reinar (16)
Profetas: Miqueas, Oseas, Isaías
777
ACAZ empieza a reinar (16), pero su primer año reinante se cuenta desde 761
Profetas: Miqueas, Oseas, Isaías
Sumo sacerdote: Uriya (?)
762
Acaz al parecer se hace tributario de Tiglat-piléser III de Asiria
c. 759
c. 758
HOSEA asesina a Péqah y luego ‘empieza a reinar’ en lugar de él, pero parece ser que su control no es absoluto o no recibe el apoyo del monarca asirio Tiglat-piléser III hasta c. 748 (9 años)
EZEQUÍAS empieza a reinar (29), pero su primer año reinante se cuenta desde 745
Profetas: Miqueas, Oseas, Isaías
Sumo sacerdote: Azarías (II o III)
746
d. 745
Se termina el libro de Oseas
742
El ejército asirio empieza el sitio de Samaria
740
Asiria conquista Samaria, subyuga a Israel; el reino septentrional llega a su fin
Senaquerib invade Judá
732
Se termina el libro de Isaías
d. 732
Se termina el libro de Miqueas
a. 717
Se termina la compilación de Proverbios
c. 717
MANASÉS empieza a reinar (55)
716
AMÓN empieza a reinar (2)
661
JOSÍAS empieza a reinar (31)
Profetas: Sofonías, Jeremías, la profetisa Huldá
Sumo sacerdote: Hilquías
659
Se escribe el libro de Sofonías
a. 648
Se escribe el libro de Nahúm
a. 632
JEHOACAZ reina (3 meses)
628
JEHOIAQUIM empieza a reinar, tributario de Egipto (11)
Profetas: Habacuc (?), Jeremías
628
Posiblemente se escribe el libro de Habacuc
c. 628
Nabucodonosor II hace tributario de Babilonia a Jehoiaquim
620
JOAQUÍN empieza a reinar (3 meses y 10 días)
618
Nabucodonosor II toma judíos cautivos y se lleva los tesoros del templo a Babilonia
617
SEDEQUÍAS empieza a reinar (11)
Profetas: Jeremías, Ezequiel
Sumo sacerdote: Seraya
617
Nabucodonosor II invade Judá de nuevo; empieza el sitio de Jerusalén
609
Se abre brecha en los muros de Jerusalén el día 9 del cuarto mes
607
Se quema Jerusalén y su templo el día 10 del quinto mes
607
Últimos judíos abandonan Judá a mediados del séptimo mes
607
Jeremías escribe el libro de Lamentaciones
607
Se escribe el libro de Abdías
c. 607
NOTA: Después de la toma de Samaria, se llevó al exilio a las diez tribus del reino septentrional. Pero no se dejó desolada la tierra, como fue el caso de Judá después de la destrucción de Jerusalén en 607 a. E.C. El rey de Asiria repobló las ciudades de Israel con gente de Babilonia, Cutá, Avá, Hamat y Sefarvaim. Sus descendientes aún estaban allí cuando los judíos regresaron a Jerusalén en 537 a. E.C. para reedificar el templo. (2Re 17:6, 24; Esd 4:1, 2.)