Amor a primera vista... ¡y para siempre!
“SI USTED mira a los recién nacidos —comenta la doctora Cecilia McCarton, del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York—, verá que están muy alertas y al tanto de lo que los rodea. Son receptivos a su madre. Se giran hacia los sonidos. Y fijan su mirada en el rostro de su madre.” La madre, a su vez, entra en contacto visual con su bebé. Es un amor a primera vista en el caso de ambos.
Este momento en que se forjan los lazos de unión entre la madre y el bebé llega de forma natural si el parto es espontáneo, sin fármacos que emboten los sentidos de la madre y del bebé. Los llantos del bebé estimulan la producción de leche de la madre. El contacto de su piel con la de ella libera una hormona que reduce la hemorragia posparto. El niño nace con unos programas cerebrales que sirven para forjar los lazos de unión: llora, chupa, balbucea, gorjea, sonríe y da pataditas nerviosas para atraer la atención de la madre. El apego, principalmente a la madre, hace posible que la criatura llegue a tener un sentido de amor, cariño y confianza. Pero el padre se convierte en seguida en una figura importante a la que sentirse allegado. Es cierto que su relación con el bebé no es tan íntima como la de la madre, pero también es una importante dimensión: se asoma, le hace cosquillas, le zarandea suavemente, y el bebé responde con risitas y movimientos excitados.
El doctor Richard Restak comenta que tomar en brazos y abrazar a un recién nacido es como alimento para él. “El tacto —dice— es tan necesario para el desarrollo normal del bebé como la comida y el oxígeno. Cuando la madre abre los brazos para tomar al bebé y lo acurruca, se conjugan en él un sinfín de procesos psicobiológicos.” Un trato de este tipo hace que hasta el cerebro físico del bebé adquiera “una diferente fisonomía de protuberancias y hendiduras”.
Protéjase del desapego
Hay quienes dicen que si los lazos de unión entre la madre y el bebé no se forjan en el momento de nacer, habrá graves problemas en el futuro. Pero no es así. Durante las semanas que siguen al parto, hay centenares de momentos íntimos en los que los tiernos cuidados maternos pueden afianzar los vínculos entre madre e hijo. No obstante, en el caso de que se nieguen esos momentos a la criatura por mucho tiempo, sí pueden producirse lamentables consecuencias. “Aunque todos nos necesitamos unos a otros a lo largo de nuestra vida —explica el doctor Restak—, esa necesidad está más acentuada durante el primer año de vida. Prive a un bebé de la luz, de la oportunidad de mirar a un rostro humano, del deleite de ser tomado en brazos, abrazado y arrullado, de recibir atenciones, de ser tocado... y el bebé no soportará tales privaciones.”
Los bebés lloran por muchas razones. Normalmente quieren atención. Si después de un tiempo no se atienden sus llantos, quizás dejen de llorar. Sienten que la persona que los cuida no responde. Lloran otra vez. En el caso de que no haya respuesta, se sienten abandonados e inseguros. Prueban con más fuerza. Si la situación continúa igual por mucho tiempo y se repite con frecuencia, el bebé se siente abandonado. Al principio está enfadado, hasta encolerizado, aunque finalmente se da por vencido. Empieza a surgir el desapego. Como no recibe amor, no aprende a amar. La conciencia no se desarrolla debidamente. No confía en nadie, no se interesa por nadie. Se convierte en un niño problemático y, en casos extremos, en una personalidad psicopática incapaz de sentir remordimiento por actos delictivos.
El amor a primera vista no es el fin de todo. Tiene que continuar para siempre, y no solo de palabra, sino también con hechos. “No amemos de palabra ni con la lengua, sino en hecho y verdad.” (1 Juan 3:18.) Dé a sus hijos muchos abrazos y besos. Enséñeles los valores verdaderos de la Palabra de Dios, la Biblia, e instrúyales de acuerdo con ellos en seguida, antes de que sea demasiado tarde. Si lo hace, podrá decirse de sus hijos lo mismo que de Timoteo: “Desde la infancia has conocido los santos escritos, que pueden hacerte sabio”. (2 Timoteo 3:15.) Durante su infancia y adolescencia, pase tiempo con ellos todos los días. “Estas palabras que te estoy mandando hoy tienen que resultar estar sobre tu corazón; y tienes que inculcarlas en tu hijo y hablar de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino y cuando te acuestes y cuando te levantes.” (Deuteronomio 6:6, 7.)
‘Puede que lloremos, pero es para nuestro bien’
Para muchos, la disciplina es un tema delicado; pero cuando se administra apropiadamente, constituye una parte esencial del amor de los padres. Una niña pequeña lo reconoció. Hizo una tarjeta para su madre y se la dedicó con estas palabras: “Para mami, para una encantadora señora”. La tarjeta estaba decorada con dibujos hechos con lápices de colores en los que se veía un Sol dorado, pájaros revoloteando y flores rojas. La tarjeta decía: “Es para ti porque todos te queremos. Deseamos mostrarte nuestro aprecio haciéndote una tarjeta. Cuando tenemos malas notas, las firmas. Cuando nos portamos mal, nos das un azote. Puede que lloremos, pero sabemos que es para nuestro bien. [...] Todo lo que deseo decirte es que te quiero muchísimo. Gracias por todo lo que haces por mí. Amor y besos. [Firmado] Michele”.
Michele concuerda con lo que dice Proverbios 13:24: “El que retiene su vara odia a su hijo, pero el que lo ama es el que de veras lo busca con disciplina”. El uso de la vara, que representa la autoridad, puede incluir unos azotes, pero muchas veces no. Cada niño es distinto, se comporta de manera distinta y necesita disciplina distinta. A veces puede ser suficiente una reprensión bondadosa; otras veces, si hay terquedad, puede requerirse una medicina más fuerte: “Una reprensión obra más profundamente en un entendido que el golpear cien veces a un estúpido”. (Proverbios 17:10.) También se puede aplicar lo que dice Proverbios 29:19: “Un siervo [o un niño] no se dejará corregir por meras palabras; porque entiende, pero no está haciendo caso”.
En la Biblia, la palabra “disciplina” significa instruir, entrenar (educar), castigar e incluso azotar si eso es lo que se necesita. Hebreos 12:11 explica cuál es el propósito de la disciplina: “Es cierto que ninguna disciplina parece por el presente ser cosa de gozo, sino penosa; sin embargo, después, a los que han sido entrenados por ella, da fruto pacífico, a saber, justicia”. Los padres no han de ser extremadamente duros al aplicar la disciplina: “Padres, no estén exasperando a sus hijos, para que ellos no se descorazonen”. (Colosenses 3:21.) Pero tampoco deben ser demasiado permisivos: “La vara y la censura son lo que da sabiduría; pero el muchacho que se deja a rienda suelta causará vergüenza a su madre”. (Proverbios 29:15.) Lo que el padre permisivo dice en realidad es: “Haz lo que te plazca, pero no me molestes”, mientras que el que disciplina dice: “Haz lo correcto; me intereso por ti”.
La revista U.S.News & World Report del 7 de agosto de 1989 dijo acertadamente: “Cuando los padres no son demasiado duros a la hora de castigar, pero ponen límites firmes y se apegan a ellos, es muy probable que sus hijos obtengan muchos logros y se lleven bien con otros”. El artículo decía en la conclusión: “Quizás lo más importante que puede sacarse de todos los datos científicos es que lo que realmente cuenta es poner dentro de cada familia un patrón de amor y confianza y unos límites aceptables, y no montones de detalles técnicos. El verdadero objetivo de la disciplina (una palabra que tienen la misma raíz latina que ‘discípulo’) no es castigar a niños revoltosos, sino enseñarles, guiarlos y ayudarlos a que se grabe en ellos una serie de controles internos”.
Ellos oyen lo que usted dice y copian lo que hace
Un artículo sobre la disciplina publicado en la revista The Atlantic Monthly decía en la introducción: “Solo puede esperarse que un niño se comporte bien si sus padres viven de acuerdo con los valores que enseñan”. El artículo procedió a mostrar la importancia de los valores internos: “Por lo general, los adolescentes que se comportaban bien tenían padres responsables, rectos y autodisciplinados, que vivían de acuerdo con los valores que profesaban y animaban a sus hijos a seguir su ejemplo. Cuando, como parte de la investigación, se puso a los buenos adolescentes en contacto con adolescentes problemáticos, su comportamiento no se vio afectado permanentemente. Tenían muy bien grabados en su interior los valores de sus padres”. Resultó cierto el proverbio: “Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él”. (Proverbios 22:6.)
Los padres que trataron de inculcar en sus hijos valores buenos que ellos mismos no seguían no tuvieron éxito. Sus hijos “no pudieron hacer suyos esos valores”. El estudio demostró que “lo que marcaba la diferencia era cuánto se apegaban los padres a los valores que trataban de enseñar a sus hijos”.
Ocurre lo que dijo el autor James Baldwin: “A los niños nunca se les ha dado muy bien escuchar a sus mayores, pero jamás han fallado a la hora de imitarlos”. Si ama a sus hijos y quiere enseñarles valores verdaderos, utilice el mejor método de todos: sea el ejemplo de sus enseñanzas. No haga como los escribas y los fariseos a los que Jesús condenó como hipócritas: “Por eso, todas las cosas que les digan, háganlas y obsérvenlas, pero no hagan conforme a los hechos de ellos, porque dicen y no hacen” (Mateo 23:3); ni como aquellos a quienes el apóstol Pablo preguntó en tono acusador: “Tú, sin embargo, el que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú, el que predicas: ‘No hurtes’, ¿hurtas?”. (Romanos 2:21.)
Hoy día muchas personas prescinden de la Biblia por considerarla anticuada y opinan que sus directrices son poco prácticas. Pero Jesús pone en tela de juicio esta postura con las siguientes palabras: “De todos modos, la sabiduría queda probada justa por todos sus hijos”. (Lucas 7:35.) Los siguientes relatos de familias de muchos países demuestran la veracidad de estas palabras de Jesús.
[Fotografía en la página 7]
Un vínculo estrecho con la madre ayuda al bebé a desarrollarse emocionalmente
[Fotografía en la página 8]
También es vital el tiempo que el padre dedica al niño