Capítulo 6
¿Puede confiarse en un relato antiguo de la creación?
“¿QUIÉN sabe y quién puede decir de dónde todo esto procede y cómo sucedió la creación?” Hallamos estas palabras en el poema “El himno de la creación”, compuesto en sánscrito hace más de tres mil años, y que forma parte del Rig-Veda, un libro sagrado hindú. El poeta dudaba de que ni siquiera los muchos dioses hindúes supieran “cómo sucedió la creación”, pues “los mismos dioses son posteriores a la creación” (cursivas nuestras).
Escritos babilónicos y egipcios exponen mitos similares sobre el nacimiento de sus dioses en un universo preexistente. Sin embargo, el hecho es que ninguno de estos mitos explica la procedencia del universo. Analicemos, por tanto, un relato diferente sobre la creación. Esta narración particular, que se encuentra en la Biblia, empieza con las palabras: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Génesis 1:1).
Moisés escribió esta declaración sencilla y elocuente hace unos tres mil quinientos años. El versículo centra la atención en un Creador, Dios, que trasciende el universo material porque le dio origen y, por consiguiente, existía con anterioridad. El mismo libro enseña que “Dios es un Espíritu”, lo que significa que existe de manera invisible a nuestros ojos (Juan 4:24). Esta explicación es quizá más concebible hoy, pues los científicos han descubierto la existencia en el espacio de potentísimas estrellas de neutrones y agujeros negros, objetos invisibles que pueden detectarse por los efectos que producen.
Es significativo que la Biblia diga: “Hay cuerpos celestes, y cuerpos terrestres; mas la gloria de los cuerpos celestes es de una clase, y la de los cuerpos terrestres es de una clase diferente” (1 Corintios 15:40, 44). Estas palabras no se refieren a la materia cósmica invisible que los astrónomos estudian. Los “cuerpos celestes” mencionados son cuerpos espirituales inteligentes. Pero, ¿quiénes, además del Creador, poseen cuerpos espirituales?
Criaturas celestiales invisibles
Según la Biblia, la creación no empezó con el ámbito físico. Este antiguo relato dice que primero se creó a otra persona espiritual, el Hijo primogénito. Él fue “el primogénito de toda la creación”, o “el principio de la creación por Dios” (Colosenses 1:15; Revelación [Apocalipsis] 3:14). Esta primera creación fue exclusiva.
El Hijo primogénito fue la única creación que Dios produjo directamente, y se le dotó de gran sabiduría. De hecho, un escritor posterior, un rey conocido por su propia sabiduría, llamó a este Hijo el “obrero maestro”, mediante quien se hicieron todas las demás obras creativas (Proverbios 8:22, 30; véase también Hebreos 1:1, 2). Pablo, el maestro del siglo primero antes mencionado, dijo de él: “Por medio de él todas las otras cosas fueron creadas en los cielos y sobre la tierra, las cosas visibles y las cosas invisibles” (Colosenses 1:16; compárese con Juan 1:1-3).
¿Cuáles fueron las cosas invisibles en los cielos a las que el Creador dio la existencia por medio de este Hijo? Aunque los astrónomos hablan de miles de millones de estrellas y agujeros negros invisibles, la Biblia hace referencia con estas palabras a cientos de millones de criaturas con cuerpos espirituales. Pero ¿por qué crear tales seres inteligentes invisibles?, cabe preguntarse.
Tal como el estudio del universo contesta algunas preguntas acerca de su Causa, el estudio de la Biblia nos provee información importante sobre su Autor. Por ejemplo, la Biblia nos dice que él es el “Dios feliz”, cuyas intenciones y acciones son reflejo de su amor (1 Timoteo 1:11; 1 Juan 4:8). Podemos concluir lógicamente, por tanto, que Dios optó por tener la compañía de otros seres espirituales inteligentes que también pudiesen disfrutar de la vida. Cada uno de ellos tendría una ocupación gratificante que contribuiría al beneficio de los demás y al cumplimiento del propósito del Creador.
Nada indica que estas criaturas espirituales debían obedecer a Dios como autómatas. Por el contrario, se las facultó con inteligencia y libre albedrío. El relato bíblico indica que Dios propugna la libertad de pensamiento y la libertad de acción, sabiendo que tales libertades no supondrán ninguna amenaza permanente para la paz y la armonía del universo. Utilizando el nombre personal del Creador según se halla en la Biblia hebrea, Pablo escribió: “Ahora bien, Jehová es el Espíritu; y donde está el espíritu de Jehová, hay libertad” (2 Corintios 3:17).
Cosas visibles en los cielos
¿Qué son las cosas visibles en los cielos que Dios creó mediante su Hijo primogénito? Entre ellas están el Sol y los demás miles de millones de estrellas y objetos materiales que componen el universo. ¿Nos da la Biblia alguna idea de cómo produjo Dios todo ello de la nada? Examinemos lo que dice la Biblia a la luz de la ciencia moderna.
En el siglo XVIII, el químico Antoine-Laurent de Lavoisier estudió el peso de la materia. Observó que después de una reacción química, el peso del producto igualaba el peso total de los componentes originales. Si se quema papel en oxígeno, pongamos por caso, la ceniza y los gases resultantes pesan lo mismo que el papel y el oxígeno originales. Lavoisier formuló la “ley de la conservación de la materia”. En 1910, The Encyclopædia Britannica expuso: “La materia no se crea ni se destruye”. Esta afirmación parecía razonable, al menos en aquel tiempo.
Sin embargo, la explosión de una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945 puso de manifiesto un error en la ley de Lavoisier. En esa explosión de una masa supercrítica de uranio se formaron diferentes tipos de materia, pero su masa total era menor que la del uranio original. ¿A qué se debió? A que parte de la masa de uranio se convirtió en una espantosa explosión de energía.
Otro problema de la ley de Lavoisier sobre la conservación de la materia se planteó en 1952 con la detonación de un artefacto termonuclear (la bomba de hidrógeno). En aquella explosión, los átomos de hidrógeno se combinaron para formar helio. Pero la masa del helio resultante era menor que la del hidrógeno original. Una parte de la masa de hidrógeno se convirtió en energía, provocando una explosión mucho más devastadora que la de la bomba de Hiroshima.
Como demostraron estas explosiones, una mínima cantidad de materia puede convertirse en una enorme manifestación de energía. Esta relación entre la materia y la energía explica la potencia del Sol, que hace posible nuestra vida y bienestar. ¿Cuál es la equivalencia? Pues bien, unos cuarenta años antes, en 1905, Einstein había predicho una equivalencia entre la materia y la energía. Su ecuación E=mc2 es muy conocida.a Una vez que Einstein formuló la relación, los científicos pudieron explicar por qué ha brillado el Sol por miles de millones de años. En el interior del Sol se producen continuas reacciones termonucleares. De este modo, el Sol convierte cada segundo unos 564 millones de toneladas de hidrógeno en 560 millones de toneladas de helio, lo que significa que unos cuatro millones de toneladas de materia se transforman en energía solar, una pequeña parte de la cual llega a la Tierra y sostiene la vida.
Pero hay que decir que el proceso inverso también es posible. “La energía se convierte en materia cuando las partículas subatómicas chocan a altas velocidades y crean partículas nuevas y más pesadas”, explica The World Book Encyclopedia. Los científicos logran esta reacción a una escala limitada, usando enormes máquinas llamadas aceleradores de partículas, en las cuales las partículas subatómicas chocan a grandes velocidades creando materia. “Estamos repitiendo uno de los milagros del universo: transformar energía en materia”, explica el doctor en Física Carlo Rubbia, ganador del premio Nobel.
Pero ¿qué tiene que ver este hecho con el relato bíblico de la creación? Pues bien, aunque la Biblia no es un libro de texto científico, se ha demostrado que está al día y que concuerda con los hechos científicos. Este libro apunta de principio a fin a Aquel que creó toda la materia del universo, el Científico por excelencia (Nehemías 9:6; Hechos 4:24; Revelación 4:11). Asimismo, hace una clara referencia a la relación que existe entre la energía y la materia.
Por ejemplo, la Biblia invita a sus lectores a hacerse la siguiente reflexión: “Levanten los ojos a lo alto y vean. ¿Quién ha creado estas cosas? Es Aquel que saca el ejército de ellas aun por número, todas las cuales él llama aun por nombre. Debido a la abundancia de energía dinámica, porque él también es vigoroso en poder, ninguna de ellas falta” (Isaías 40:26). De modo que la Biblia dice que una enorme fuente de energía dinámica, el Creador, fue la causa de la existencia del universo, lo cual concuerda totalmente con la ciencia y tecnología modernas. Solo por esta razón, el relato bíblico de la creación merece un profundo respeto.
Después de crear en el cielo las cosas invisibles y las visibles, el Creador y su Hijo primogénito se centraron en la Tierra. ¿De dónde vino esta? Dios pudo producir directamente los diferentes elementos químicos que componen nuestro planeta transformando ilimitada energía dinámica en materia, proceso factible según la física actual. O como muchos científicos creen, la Tierra pudo formarse de materia procedente de la explosión de una supernova. Y no puede negarse la posibilidad de una combinación de varios medios, los ya mencionados y otros que los científicos aún no han descubierto. Sea como fuere, el Creador es la Fuente dinámica de los componentes de la Tierra, entre ellos todos los minerales esenciales para la vida.
Es evidente que la formación de la Tierra supuso mucho más que reunir todos los materiales en la debida proporción. Su tamaño, rotación y distancia del Sol, así como la inclinación de su eje y la forma casi circular de su órbita debían ser también las precisas, exactamente las que son. El Creador también puso en funcionamiento ciclos naturales que hicieron a nuestro planeta idóneo para mantener múltiples formas de vida. El ser humano tiene muchas razones para maravillarse. Ahora bien, imaginémonos la reacción de los hijos celestiales de Dios cuando presenciaron la creación de la Tierra y de la vida que hay en ella. Un libro de la Biblia dice que “gozosamente clamaron a una” y “empezaron a gritar en aplauso” (Job 38:4, 7).
Cómo debe entenderse el capítulo 1 de Génesis
El primer capítulo de la Biblia contiene una explicación parcial del proceso fundamental que Dios siguió para preparar la Tierra como hogar del hombre. El capítulo no da todos los detalles; al leerlo no debe desconcertarnos que se omitan datos que los lectores de tiempos antiguos no hubieran comprendido de todos modos. Por ejemplo, al escribir ese capítulo, Moisés no habló de la función de las algas y bacterias microscópicas. El hombre observó estas formas de vida por primera vez después de la invención del microscopio en el siglo XVI. Tampoco habló Moisés de los dinosaurios, cuya existencia se conoció en el siglo XIX al producirse el hallazgo de unos fósiles. En cambio, Moisés utilizó por inspiración palabras que la gente de su día pudiera entender, pero que a la vez fueran exactas en todo lo que decían sobre la creación de la Tierra.
Al leer el capítulo 1 de Génesis, a partir del versículo 3, observamos una distribución en seis “días” creativos. Hay quien dice que estos eran días literales de veinticuatro horas, dando a entender que todo el universo y la vida en la Tierra se crearon en menos de una semana. Sin embargo, puede verse fácilmente que la Biblia no enseña tal cosa. El libro de Génesis se escribió en hebreo. En este idioma la palabra “día” se refiere a un espacio de tiempo que puede ser tanto un período extenso como un día literal de veinticuatro horas. En el mismo Génesis se habla de los seis “días” en conjunto como un período de mayor duración, el ‘día en el que Jehová hizo tierra y cielo’ (Génesis 2:4; compárese con 2 Pedro 3:8). La realidad es que la Biblia muestra que los “días” de la creación son edades que abarcan miles de años.
Puede llegarse a esa conclusión por lo que la Biblia dice sobre el séptimo “día”. El relato de cada uno de los primeros seis “días” termina con las palabras “y llegó a haber tarde y llegó a haber mañana”. Pero no concluye así el séptimo “día”. Es más, en el siglo primero de la era común, después de unos cuatro mil años de historia, la Biblia habla del séptimo “día” de descanso como todavía en curso (Hebreos 4:4-6). De modo que el séptimo “día” es un período que se extiende por miles de años, y lógicamente podemos concluir lo mismo acerca de los primeros seis “días”.
Los “días” primero y cuarto
Parece ser que la Tierra ya estaba en órbita alrededor del Sol y era un globo cubierto de agua antes de que empezaran los seis “días”, o períodos, de obras creativas especiales. “Había oscuridad sobre la superficie de la profundidad acuosa” (Génesis 1:2). En aquel tiempo primitivo algo, quizá una mezcla de vapor de agua, otros gases y polvo volcánico, debió impedir que la luz del Sol llegara hasta la superficie de la Tierra. La Biblia explica el primer período de la creación de esta manera: “Dios procedió a decir: ‘Haya luz’; y gradualmente llegó a existir la luz”, es decir, llegó a la superficie terrestre (Génesis 1:3, traducción de J. W. Watts).
La expresión “gradualmente llegó a” refleja con exactitud un estado del verbo hebreo que denota una acción progresiva que tarda un tiempo en completarse. Todo el que lea el primer capítulo de Génesis en hebreo puede hallar unas cuarenta veces esta forma, la cual es un factor clave para la comprensión de dicho capítulo. Lo que Dios empezó en la tarde figurativa de un período creativo se hizo progresivamente claro o evidente en la mañana de ese “día”.b Por otra parte, lo que se empezaba en un período no tenía que estar completamente terminado antes de comenzar el siguiente período. A modo de ejemplo: la luz empezó a aparecer gradualmente en el primer “día”, pero no fue hasta el cuarto período creativo cuando el Sol, la Luna y las estrellas pudieron distinguirse con claridad (Génesis 1:14-19).
Los “días” segundo y tercero
Antes de hacer aparecer la tierra seca en el tercer “día” de la creación, el Creador elevó parte de las aguas. De este modo la Tierra se vio rodeada por un dosel de vapor de agua.c El relato antiguo no dice —y no tiene por qué decirlo— cómo tuvo lugar esta elevación, sino que se centra en la expansión que se formó entre las aguas superiores y las superficiales, a la que llama “cielos”. Aún hoy en día se usa este término con referencia a la atmósfera por donde vuelan los pájaros y los aviones. Al debido tiempo, Dios llenó los cielos atmosféricos de una mezcla de gases esenciales para la vida.
Durante el transcurso de los “días” creativos las aguas superficiales bajaron y apareció la tierra seca. Posiblemente Dios se valió de las fuerzas geológicas que todavía mueven hoy las placas de la Tierra para hacer ascender las plataformas oceánicas y formar los continentes. Así pudo haberse producido la tierra seca y las profundas cuencas oceánicas, de cuyo relieve los oceanógrafos han trazado mapas que estudian con gran interés (compárese con Salmo 104:8, 9). Cuando se formó el suelo seco, tuvo lugar otro asombroso suceso. Leemos: “Pasó Dios a decir: ‘Haga brotar la tierra hierba, vegetación que dé semilla, árboles frutales que lleven fruto según sus géneros, cuya semilla esté en él, sobre la tierra’. Y llegó a ser así” (Génesis 1:11).
Como se ha analizado en el capítulo anterior (“¿Qué hay tras una obra maestra?”), la fotosíntesis es fundamental para la vegetación. Las células de las plantas verdes poseen en su interior uno o varios orgánulos llamados cloroplastos, que son receptores de la energía luminosa. “Estas fábricas microscópicas —explica el libro Planet Earth— producen azúcares y almidones [...]. Ninguna fábrica concebida por el hombre es más eficiente que un cloroplasto, ni sus productos tienen tanta demanda.”
Y así es, pues los animales dependen de los cloroplastos para su supervivencia. Además, sin vegetación verde, la atmósfera tendría un exceso de anhídrido carbónico y moriríamos por el calor y la falta de oxígeno. Algunos especialistas dan explicaciones asombrosas del desarrollo de la vida dependiente de la fotosíntesis. Por ejemplo, dicen que cuando los organismos unicelulares del agua empezaron a quedarse sin alimento, “unas cuantas células pioneras por fin hallaron una solución: la fotosíntesis”. Pero ¿sucedió realmente así? La fotosíntesis es tan compleja que los científicos aún están intentando descubrir sus secretos. ¿Cree usted que la vida fotosintética, con capacidad de reproducción, apareció inexplicable y espontáneamente? ¿O le parece más razonable creer que fue el resultado de una creación inteligente, con propósito, como explica Génesis?
Es posible que la aparición de nuevas variedades de flora no terminara en el tercer “día” de la creación. Puede que prosiguiera hasta el sexto “día”, cuando el Creador “plantó un jardín en Edén” e “hizo crecer del suelo todo árbol deseable a la vista de uno y bueno para alimento” (Génesis 2:8, 9). Y, como se ha mencionado, la atmósfera de la Tierra debió aclararse en el cuarto “día”, de modo que llegaría más luz del Sol y de otros cuerpos celestes a la Tierra.
Los “días” quinto y sexto
En el quinto “día” creativo, el Creador procedió a poblar los océanos y los cielos atmosféricos con una nueva forma de vida, “almas vivientes”, diferente de la vegetación. Es de interés que los biólogos hablan del reino vegetal y del reino animal, y dividen a estos en subclasificaciones. La palabra hebrea que se traduce por “alma” significa “respirador”, y la Biblia dice que las “almas vivientes” tienen sangre. Por lo tanto, podemos concluir que en el quinto período creativo empezaron a aparecer las criaturas con sistema respiratorio y circulatorio, los “respiradores” que poblarían los mares y los cielos (Génesis 1:20; 9:3, 4).
En el “día” sexto Dios dirigió de nuevo su atención a la tierra seca. Creó animales ‘domésticos’ y ‘salvajes’, designaciones estas que tenían sentido cuando Moisés escribió el relato (Génesis 1:24). De modo que fue en el sexto período creativo cuando se creó a los mamíferos terrestres. ¿Y qué decir del ser humano?
El antiguo relato histórico muestra que con el tiempo el Creador tuvo a bien producir un ser vivo verdaderamente único en la Tierra. Dijo a su Hijo celestial: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y tengan ellos en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y los animales domésticos y toda la tierra y todo animal moviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:26). De este modo el hombre reflejaría la imagen espiritual de su Hacedor, manifestaría sus cualidades y podría adquirir una gran profusión de conocimientos, lo que le permitiría actuar con una inteligencia muy superior a la de los animales. También, a diferencia de estos, el hombre fue creado con la capacidad de obrar según su propio libre albedrío, y no principalmente por instinto.
En los últimos años, los científicos han profundizado sus conocimientos de la genética humana. Al comparar el material genético del ser humano de diferentes partes de la Tierra, han podido comprobar que la humanidad posee un antepasado común. Todo ser humano que ha vivido en el planeta, incluidos nosotros, ha recibido su ADN de la misma fuente. En 1988, la revista Newsweek presentó esos hallazgos en un artículo titulado “La búsqueda de Adán y Eva”. Esos estudios se basaron en un tipo de ADN mitocondrial, material genético que se transmite solo por medio de la madre. Otros informes publicados en 1995 sobre investigaciones del ADN masculino señalan a la misma conclusión: que “hubo un ‘Adán’ ancestral, cuyo material genético en el cromosoma [Y] es común a todos los hombres que viven hoy en la Tierra”, según lo expresó la revista Time. Sea que estos hallazgos sean exactos en todo detalle o no, ilustran que la historia que encontramos en Génesis, inspirada por Aquel que la protagonizó, es perfectamente creíble.
La creación física alcanzó su clímax cuando Dios juntó algunos elementos de la Tierra para formar a su primer hijo humano, a quien dio el nombre de Adán (Lucas 3:38). El relato histórico nos dice que el Creador del planeta y la vida que hay en él colocó al hombre que había hecho en un jardín “para que lo cultivara y lo cuidara” (Génesis 2:15). Es posible que en aquel tiempo el Creador aún estuviera produciendo nuevos géneros de animales. La Biblia dice: “Dios estaba formando del suelo toda bestia salvaje del campo y toda criatura voladora de los cielos, y empezó a traerlas al hombre para ver lo que llamaría a cada una; y lo que el hombre la llamaba, a cada alma viviente, ese era su nombre” (Génesis 2:19). La Biblia no da a entender de ningún modo que el primer hombre, Adán, fuera una simple figura mitológica. Por el contrario, fue un personaje real, un ser humano que pensaba y sentía, y que podía realizarse en aquel hogar paradisíaco. Todos los días aprendía algo más de la obra, las cualidades y la personalidad de su Creador.
Al cabo de un tiempo no especificado, Dios creó a la primera mujer y se la dio a Adán como esposa. Además, Dios amplió el propósito de la vida de la pareja con esta significativa misión: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:27, 28). Nada puede cambiar el propósito declarado del Creador, a saber, que toda la Tierra se convierta en un paraíso lleno de seres humanos felices que vivan en paz unos con otros y con los animales.
El universo material, incluido nuestro planeta y la vida que hay en él, es un claro testimonio de la sabiduría divina. Así pues, es obvio que Dios podía prever la posibilidad de que, con el tiempo, algunos seres humanos optaran por actuar con rebeldía e independencia de Aquel que los había creado y les había dado la vida, lo cual obstaculizaría el gran proyecto de producir un paraíso mundial. El relato dice que Dios puso a Adán y Eva una prueba sencilla que les recordaría la necesidad de ser obedientes. La desobediencia, dijo Dios, resultaría en la pérdida de la vida que les había otorgado. Fue amoroso de su parte advertir a nuestros primeros padres de tal proceder erróneo, que afectaría a la felicidad de toda la especie humana (Génesis 2:16, 17).
Para el fin del sexto “día”, el Creador había efectuado todo lo necesario para cumplir su propósito. Podía pronunciar “muy bueno” todo lo que había hecho (Génesis 1:31). En este momento la Biblia introduce otro importante período de tiempo al decir que Dios “procedió a descansar en el día séptimo de toda su obra que había hecho” (Génesis 2:2). Como el Creador “no se cansa ni se fatiga”, ¿por qué se dice que descansó? (Isaías 40:28.) Esta expresión denota que cesó de realizar creaciones físicas; descansa, asimismo, sabiendo que nada, ni siquiera la rebelión en el cielo o en la Tierra, puede frustrar el cumplimiento de su magnífico propósito. Dios bendijo con confianza el séptimo “día”, por lo que sus criaturas inteligentes leales —seres humanos y seres espirituales invisibles— pueden tener la certeza de que para el fin del séptimo “día”, la paz y la felicidad reinarán en todo el universo.
¿Podemos confiar en el relato de Génesis?
Pero, ¿podemos creer en el relato de la creación y las perspectivas que comporta? Como hemos visto, la investigación genética moderna está llegando a la conclusión que la Biblia había expuesto con mucho tiempo de anterioridad. Además, algunos científicos han reparado en el orden de los sucesos del relato de Génesis. Por ejemplo, el conocido geólogo Wallace Pratt comentó: “Si se me pidiera que, como geólogo, explicara brevemente nuestras ideas modernas del origen de la Tierra y el desarrollo de la vida en ella a un pueblo sencillo y pastoril como las tribus a las cuales se dirigió el libro de Génesis, difícilmente podría hacerlo mejor que siguiendo bastante de cerca gran parte del lenguaje del primer capítulo de Génesis”. También observó que el orden en el que Génesis presenta el origen de los mares y la aparición de la tierra seca, así como la formación de la vida marina, de las aves y de los mamíferos, es fundamentalmente la secuencia de las principales divisiones del tiempo geológico.
Piense ahora: ¿Cómo supo Moisés el orden debido hace miles de años si su fuente de información no fue el mismo Creador?
“Por la fe sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible ha tenido origen de lo invisible.” (Hebreos 11:3, Nuevo Testamento, Editorial Mensajero.) Hay quienes no están dispuestos a aceptarlo y prefieren creer en el azar o en algún proceso ciego que supuestamente dio origen al universo y a la vida.d Pero, como hemos visto, hay muchas y diferentes razones por las cuales creer que el universo y la vida terrestre, incluida la nuestra, se originan de una Primera Causa inteligente, un Creador, Dios.
La Biblia dice con claridad que “la fe no es posesión de todos” (2 Tesalonicenses 3:2). Sin embargo, la fe no es credulidad; tiene un fundamento. En el próximo capítulo analizaremos razones válidas y convincentes por las que es posible confiar en la Biblia y en el Magnífico Creador, que se interesa por nosotros personalmente.
[Notas]
a Energía es igual a masa por la velocidad de la luz al cuadrado.
b Los hebreos contaban el día de puesta de sol a puesta de sol.
c El Creador pudo haber empleado procesos naturales para elevar estas aguas y mantenerlas en esa posición, hasta que se precipitaron sobre la Tierra en el tiempo de Noé (Génesis 1:6-8; 2 Pedro 2:5; 3:5, 6). Este suceso histórico dejó una huella indeleble en los supervivientes humanos y sus descendientes, como han constatado los antropólogos al hallar reflejado el relato del Diluvio en diferentes culturas de toda la Tierra.
d En el libro La vida... ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación?, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc., analiza la aparición de diferentes tipos de vida terrestre.
[Ilustración de la página 86]
Los discos de polvo, como este de la galaxia NGC 4261, dan cuenta de la existencia de agujeros negros, que no pueden verse. La Biblia dice que, en un ámbito diferente, existen criaturas poderosas, pero que no pueden verse
[Ilustración de la página 89]
Los experimentos han probado la teoría científica según la cual la materia puede convertirse en energía y la energía en materia
[Ilustración de la página 94]
Las obras creativas de los “días” uno a tres culminaron en una impresionante variedad de especies vegetales
[Ilustraciones de la página 99]
La Biblia describe con exactitud y en términos sencillos la aparición secuencial de la vida en la Tierra
[Ilustración de la página 101]
“Como geólogo [...] difícilmente podría [explicarlo] mejor que siguiendo bastante de cerca gran parte del lenguaje del primer capítulo de Génesis.”—Wallace Pratt