De palabras que hieren a palabras que curan
“Muerte y vida están en el poder de la lengua.” (PROVERBIOS 18:21.)
LA INJURIA —agravio o ultraje intencionado hecho de obra o de palabra— está claramente condenada en la Biblia. Bajo la Ley mosaica, la persona que injuriaba a sus padres podía sufrir la pena de muerte. (Éxodo 21:17.) Es obvio que Jehová Dios no considera este asunto como algo intrascendente. Su Palabra, la Biblia, no apoya la idea de que mientras uno afirme servir a Dios, lo que haga ‘de puertas adentro’ carece de importancia. La Biblia dice: “Si a un hombre le parece que es adorador formal, y con todo no refrena su lengua, sino que sigue engañando su propio corazón, la forma de adoración de este hombre es vana”. (Santiago 1:26; Salmo 15:1, 3.) De modo que si un hombre maltrata verbalmente a su esposa, corre el riesgo de que todas las obras cristianas que efectúe resulten inútiles a los ojos de Dios.a (1 Corintios 13:1-3.)
Además, el cristiano que es injuriador podría ser expulsado de la congregación y hasta perder las bendiciones del Reino de Dios. (1 Corintios 5:11; 6:9, 10.) Es evidente que la persona que hiere con sus palabras debe efectuar un cambio radical, pero ¿cómo?
Es necesario exponer el problema
Por supuesto, el agresor no cambiará a menos que comprenda bien que tiene un problema grave. Lo lamentable es que, como indicó una consejera, muchos hombres que utilizan habla injuriosa “no la consideran una forma de maltrato. Para ellos es algo totalmente normal, la forma ‘natural’ de tratarse los cónyuges”. Por eso, muchos solo verán la necesidad de cambiar cuando se les hable abiertamente del problema.
Muchas veces, después de analizar bajo oración lo que le sucede, la esposa se ve impulsada a expresarse, por su propio bien y el de sus hijos, y porque le preocupa la posición de su esposo ante Dios. Cierto, siempre existe la posibilidad de que con ello empeore la situación y de que él niegue lo que ella dice. No obstante, si la esposa medita bien de antemano la forma de abordar el asunto, quizás logre evitar tal reacción. “Como manzanas de oro en entalladuras de plata es una palabra hablada al tiempo apropiado para ella”, dice la Biblia. (Proverbios 25:11.) Si expone el tema de manera afable, pero franca, en un momento de tranquilidad, tal vez le llegue al corazón. (Proverbios 15:1.)
En lugar de lanzar acusaciones, la esposa debería tratar de enfocar el problema desde el ángulo de cómo la afecta a ella el maltrato verbal que sufre. Casi siempre da mejor resultado frasear las ideas en primera persona. Por ejemplo: ‘Me siento herida porque [...]’ o ‘Me duele mucho que me digas [...]’. Es más probable que este tipo de declaraciones lleguen al corazón del marido debido a que no van dirigidas a él, sino al problema. (Compárese con Génesis 27:46–28:1.)
La intervención firme, pero con tacto, de la esposa puede dar buenos resultados. (Compárese con Salmo 141:5.) Un hombre al que llamaremos Juan reconoció este hecho y dijo: “Mi esposa vio en mí al agresor que yo no era capaz de ver, y tuvo la entereza de sacar a relucir el problema”.
Es necesario buscar ayuda
Pero ¿qué puede hacer una esposa si su marido se niega a reconocer el problema? En esos casos algunas mujeres han buscado ayuda fuera del círculo familiar. Cuando se encuentran en situaciones angustiosas de ese tipo, las testigos de Jehová pueden abordar a los ancianos de su congregación. La Biblia insta a estos hombres a pastorear el rebaño espiritual de Dios con amor y bondad y, al mismo tiempo, “censurar a los que contradicen” la enseñanza saludable de la Palabra de Dios. (Tito 1:9; 1 Pedro 5:1-3.) Aunque a los ancianos no les corresponde inmiscuirse en los asuntos personales de los matrimonios, les preocupa, y con razón, cuando un cónyuge sufre a causa de los abusos verbales del otro. (Proverbios 21:13.) Como estos hombres se atienen fielmente a las normas bíblicas, no excusan ni minimizan el habla injuriosa.b
Los ancianos pudieran facilitar la comunicación entre ambos cónyuges. Por ejemplo, cierta mujer abordó a un anciano y le dijo que llevaba años sufriendo maltrato verbal por parte de su esposo, que además era compañero de creencia. El anciano se reunió con ambos y pidió que mientras uno hablara, el otro escuchara sin interrumpir. Cuando le tocó el turno a la esposa, ella dijo que ya no podía aguantar más los arrebatos de cólera de su marido. Explicó que por años se le hacía un nudo en el estómago cada tarde solo de pensar si su marido volvería a casa de mal humor. Cuando él estallaba, decía cosas degradantes de la familia y las amistades de su esposa, y también de ella como persona.
El anciano le pidió que explicara cómo la hacían sentir las palabras de su esposo. “Me sentía como si fuera una persona mala a quien nadie podía amar —respondió—. A veces le preguntaba a mi madre: ‘Mamá, ¿es difícil convivir conmigo? ¿Será que no me hago querer?’.” Al oír esto, el esposo empezó a llorar. Por primera vez vio lo mucho que había herido a su esposa con sus palabras.
Usted puede cambiar
Algunos cristianos del siglo primero tenían problemas con el habla injuriosa. El apóstol cristiano Pablo los exhortó a que desecharan una serie de cosas como por ejemplo, “ira, cólera, maldad, habla injuriosa y habla obscena”. (Colosenses 3:8.) Ahora bien, el habla hiriente es más un problema del corazón que de la lengua. (Lucas 6:45.) De ahí que Pablo añadiera: “Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse de la nueva personalidad”. (Colosenses 3:9, 10.) De modo que no solo hace falta cambiar la manera de hablar, sino también la de sentir.
El marido que recurre al maltrato verbal tal vez necesite ayuda para determinar cuál es la causa precisa de su comportamiento.c Su actitud debería ser como la del salmista: “Escudríñame completamente, oh Dios, y conoce mi corazón. Examíname, y conoce mis pensamientos inquietantes, y ve si hay en mí algún camino doloroso”. (Salmo 139:23, 24.) Por ejemplo: ¿Por qué siente la necesidad de dominar, o controlar, a su cónyuge? ¿Qué desencadena sus agresiones verbales? ¿Son sus maltratos un síntoma de profundo resentimiento? (Proverbios 15:18.) ¿Se ve afectado por sentimientos de inutilidad, quizás debido a que se crió oyendo siempre comentarios severos? Tales preguntas pueden ayudar a un hombre a determinar las causas de su comportamiento.
Hay que reconocer que es difícil de erradicar el habla injuriosa, especialmente si el hombre la aprendió de unos padres que hacían comentarios mordaces o de una cultura que promueve la conducta dominante. Ahora bien, todo lo que se aprende puede —con tiempo y esfuerzo— desaprenderse. Para ello, la Biblia es la mejor ayuda, pues tiene la capacidad de ayudarnos a derrumbar incluso una conducta fuertemente atrincherada. (Compárese con 2 Corintios 10:4, 5.) ¿Cómo?
Modo apropiado de ver las funciones asignadas por Dios
Con frecuencia, los injuriadores tienen un criterio distorsionado de las funciones que Dios ha asignado al marido y a la mujer. Por ejemplo, el escritor bíblico Pablo dice que las esposas deben estar “en sujeción a sus esposos” y que “el esposo es cabeza de su esposa”. (Efesios 5:22, 23.) Algunos maridos quizás opinen que la jefatura les da derecho a ejercer un control absoluto sobre su esposa. Pero no es así. Aunque la esposa está en sujeción al esposo, no es su esclava. Es su “ayudante” y “complemento”. (Génesis 2:18.) De ahí que Pablo añada: “Los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama, porque nadie jamás ha odiado a su propia carne; antes bien, la alimenta y la acaricia, como también el Cristo hace con la congregación”. (Efesios 5:28, 29.)
Como cabeza de la congregación cristiana, Jesús nunca increpó a sus discípulos, haciendo que se preguntaran, asustados, cuándo volvería a perder los estribos. Al contrario, él los trataba con ternura, de manera que no perdieran su dignidad. “Yo los refrescaré”, les prometió. “Soy de genio apacible y humilde de corazón.” (Mateo 11:28, 29.) Meditar bajo oración sobre cómo ejerció Jesús su jefatura puede ayudar al esposo a ver la suya de una manera más equilibrada.
Cuando surgen tensiones
Una cosa es conocer los principios bíblicos, y otra muy distinta aplicarlos al estar bajo presión. Cuando surgen tensiones, ¿cómo puede un esposo evitar recaer en su antiguo patrón de habla hiriente?
No es ninguna señal de hombría que un marido sea agresivo de palabra cuando se disgusta. La Biblia dice: “El que es tardo para la cólera es mejor que un hombre poderoso; y el que controla su espíritu, que el que toma una ciudad”. (Proverbios 16:32.) Un hombre de verdad controla su espíritu. Manifiesta su empatía preguntándose: ‘¿Cómo afectan a mi esposa las palabras que le digo? ¿Cómo me sentiría yo si me encontrase en su lugar?’. (Compárese con Mateo 7:12.)
La Biblia reconoce, no obstante, que algunas situaciones pueden provocar ira. Respecto a tales circunstancias, el salmista escribió: “Agítense, pero no pequen. Digan lo que quieran en su corazón, sobre su cama, y callen”. (Salmo 4:4.) Esta misma idea ha sido expresada también como sigue: “No hay nada malo en enfadarse, lo que está mal es la agresión verbal, el proferir comentarios sarcásticos, humillantes o degradantes”.
Si un esposo nota que está perdiendo el control de su lengua, debe aprender a frenarla y dejar el asunto hasta otro momento. Tal vez sería prudente que se marchase de la habitación, saliera a caminar o buscara un lugar privado donde calmarse. Proverbios 17:14 dice: “Antes que haya estallado la riña, retírate”. Una vez apaciguados los ánimos, puede reanudar la conversación.
Por supuesto, nadie es perfecto. Los hombres que tuvieron ese tipo de problema tal vez recaigan en el habla hiriente. En esos casos, su deber es pedir disculpas. Vestirse de “la nueva personalidad” es un proceso continuo, pero realmente vale la pena el esfuerzo. (Colosenses 3:10.)
Palabras que curan
Efectivamente, “muerte y vida están en el poder de la lengua”. (Proverbios 18:21.) Las palabras hirientes deben ser sustituidas por otras que edifiquen y fortalezcan el matrimonio. Un proverbio bíblico dice: “Los dichos agradables son un panal de miel, dulces al alma y una curación a los huesos”. (Proverbios 16:24.)
Hace unos años se llevó a cabo un estudio para determinar qué factores influían en que las familias fuertes estuvieran unidas. “El estudio descubrió que los miembros de tales familias se querían y se lo decían —comenta David R. Mace, especialista en asuntos conyugales—. Cada uno demostraba su interés por los demás, les aportaba un sentido de valía personal y aprovechaba toda oportunidad razonable para hablar y obrar afectuosamente. El resultado, muy natural, es que a todos les gustaba estar juntos y se fortalecían unos a otros de muchas maneras, haciendo sumamente gratas sus relaciones.”
Ningún esposo temeroso de Dios puede decir con sinceridad que ama a su esposa si la injuria intencionadamente con sus palabras. (Colosenses 3:19.) Por supuesto, lo mismo puede decirse de la esposa que maltrata verbalmente a su marido. En realidad, ambos cónyuges tienen la obligación de acatar el consejo que dio Pablo a los efesios: “No proceda de la boca de ustedes ningún dicho corrompido, sino todo dicho que sea bueno para edificación según haya necesidad, para que imparta lo que sea favorable a los oyentes”. (Efesios 4:29.)
[Notas]
a Aunque nos referimos al injuriador en género masculino, los principios aplican igualmente a las mujeres.
b El hombre que desea ser anciano o continuar en ese puesto de servicio, no ha de ser golpeador. No puede herir físicamente al prójimo ni intimidarlo con observaciones cortantes. Los ancianos y los siervos ministeriales tienen que presidir su propia casa de manera ejemplar. El hombre que en su casa es un tirano, prescindiendo de lo bien que se comporte en otras partes, no reúne los requisitos para ocupar dichos puestos de servicio. (1 Timoteo 3:2-4, 12.)
c La decisión de someterse o no a tratamiento debe tomarla cada cristiano personalmente, pero en caso de optar por cierta terapia debe asegurarse de que esta no se halle en pugna con los principios bíblicos.
[Ilustración de la página 9]
Los ancianos cristianos pudieran facilitar la comunicación entre los cónyuges
[Ilustración de la página 10]
Tanto el marido como la mujer deben esforzarse al máximo por entender a su cónyuge