MANUSCRITOS DE LA BIBLIA
Las Sagradas Escrituras tuvieron un origen sobrehumano, pero no su escritura y conservación. El profeta Moisés comenzó su compilación bajo inspiración divina en 1513 a. E.C., y el apóstol Juan escribió la parte final más de mil seiscientos años después. En un principio no conformaban un solo libro, pero con el paso del tiempo fue necesario hacer copias de sus diferentes libros. Eso es lo que ocurrió, por ejemplo, después del exilio babilonio, pues no todos los judíos libertados regresaron a la tierra de Judá. Muchos se establecieron en lugares distantes y fundaron sinagogas a través del vasto territorio por el que se extendió la diáspora judía. Los escribas prepararon copias de las Escrituras que se necesitaban en esas sinagogas, donde los judíos se reunían para oír la lectura de la Palabra de Dios. (Hch 15:21.) Posteriormente, copistas concienzudos cristianos reprodujeron los escritos inspirados con el fin de que se beneficiasen las congregaciones cristianas, que se iban multiplicando, de modo que se pudiese llevar a cabo un intercambio de dichos escritos y se promoviese su circulación general. (Col 4:16.)
Antes de que se generalizase la imprenta de tipos móviles (a partir del siglo XV E.C.), tanto los escritos bíblicos originales como las copias se hacían a mano. Por consiguiente, recibieron el nombre de manuscritos (lat. manu scriptus, “escrito a mano”). Un manuscrito bíblico es un documento de las Escrituras, o de parte de estas, escrito a mano, diferenciándose, por tanto, del documento impreso. Los manuscritos bíblicos se produjeron principalmente en la forma de rollos y códices.
Materiales. Hay manuscritos de las Escrituras en piel, papiro y vitela. Por ejemplo, el célebre Rollo del mar Muerto de Isaías es un rollo de piel. El papiro, un tipo de papel hecho de las fibras de una planta acuática del mismo nombre, se usó para los manuscritos bíblicos en las lenguas originales y para las traducciones de los mismos que se hicieron hasta aproximadamente el siglo IV E.C. En ese tiempo el papiro empezó a ser sustituido por la vitela, un pergamino de alta calidad hecho por lo general de pieles de becerro, cordero o cabra, que mejoraba el uso previo de la piel como material de escritura. Famosos manuscritos, como el Códice Sinaítico y el Vaticano núm. 1209, del siglo IV E.C., son de pergamino o vitela.
Un palimpsesto (lat. palimpsestus; gr. pa·lím·psē·stos, que significa “raspado de nuevo”) es un manuscrito del que se ha quitado o raspado el escrito original para poder escribir encima. Un célebre palimpsesto bíblico es el Códice Ephraemi Syri Rescriptus, del siglo V E.C. Si el escrito anterior del palimpsesto, el que fue raspado, es el importante, los eruditos con frecuencia pueden leer la escritura borrada valiéndose de medios técnicos, como reactivos químicos y la fotografía. Algunos manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas son leccionarios, es decir, lecturas bíblicas seleccionadas para los oficios religiosos.
Estilos de escritura. Los manuscritos bíblicos escritos en griego (tanto las traducciones de las Escrituras Hebreas como las copias de las Escrituras Griegas Cristianas) pueden dividirse o clasificarse en función del estilo de la escritura, que también ayuda a fecharlos. El estilo más antiguo, empleado hasta el siglo IX E.C., es el manuscrito uncial, escrito con letras mayúsculas que no están unidas. Normalmente no hay separación entre palabras, y rara vez signos de acentuación y puntuación. El Códice Sinaítico es un manuscrito de este tipo. A partir del siglo VI, el estilo de escritura evolucionó, para llegar con el tiempo, en el siglo IX E.C., al manuscrito en cursiva o minúsculas, escrito en letras más pequeñas, muchas de las cuales estaban unidas en un estilo cursivo o trabado. La mayoría de los manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas que han llegado hasta nuestros días están en escritura cursiva. Los manuscritos de cursiva predominaron hasta el comienzo de la imprenta.
Los copistas. Que se sepa, en la actualidad no existe ningún manuscrito original o autógrafo de la Biblia. Sin embargo, la Biblia se ha conservado de forma exacta y confiable debido a que los copistas bíblicos en general aceptaron las Escrituras como inspiradas por Dios y procuraron realizar a la perfección su ardua labor de producir copias manuscritas de la Palabra de Dios.
Los hombres que copiaron las Escrituras Hebreas en los días del ministerio terrestre de Jesucristo y durante los siglos precedentes recibían el nombre de “escribas” (heb. soh·ferím). Esdras fue uno de los primeros; en las Escrituras se dice que era un “copista hábil”. (Esd 7:6.) Posteriormente, algunos copistas hicieron ciertas alteraciones deliberadas en el texto hebreo, pero sus sucesores, los masoretas, las detectaron y las registraron en la masora o notas marginales del texto hebreo masorético que prepararon.
Los copistas de las Escrituras Griegas Cristianas se esforzaron de igual modo por reproducir fielmente el texto de las Escrituras.
¿Qué seguridad hay de que la Biblia no ha sufrido cambios?
A pesar del cuidado que tuvieron los copistas de los manuscritos bíblicos, se introdujeron en el texto varios errores. En su mayoría son insignificantes y no afectan en nada la integridad general de la Biblia. Ha sido posible detectarlos y corregirlos gracias a una cuidadosa comparación crítica de los muchos manuscritos y versiones antiguas existentes. El estudio crítico del texto hebreo de la Biblia comenzó a fines del siglo XVIII. Por esa época, Benjamín Kennicott publicó en Oxford (1776-1780) las lecturas de más de 600 manuscritos hebreos masoréticos, y el docto italiano Giambernardo de Rossi publicó en Parma entre 1784 y 1798 una comparación de 731 manuscritos. El erudito alemán Baer también preparó textos maestros de las Escrituras Hebreas, y en fechas más recientes ha hecho lo mismo C. D. Ginsburg. En 1906, el hebraísta Rudolf Kittel presentó la primera edición de la Biblia Hebraica, resultado del cotejo de muchos manuscritos hebreos del texto masorético. El texto básico que se utilizó fue el de Ben Chayyim. Sin embargo, cuando estuvieron disponibles los textos masoréticos de Ben Asher, más antiguos y mejores, Kittel acometió la empresa de producir una tercera edición totalmente nueva, que terminaron sus ayudantes después de su muerte.
Las ediciones séptima, octava y novena de la Biblia Hebraica (1951-1955) han sido el texto fuente de la traducción al inglés de las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, cuya primera edición se publicó entre 1950 y 1960. Una nueva edición del texto hebreo, a saber, la Biblia Hebraica Stuttgartensia, se presentó en 1977. Esta edición se utilizó para actualizar la información del aparato crítico de la Traducción del Nuevo Mundo publicada en 1984.
La primera edición impresa de las Escrituras Griegas Cristianas fue la de la Biblia políglota complutense (en griego y latín), de 1514-1517. Más tarde, en 1516, el erudito holandés Desiderio Erasmo publicó su primera edición de un texto maestro griego de las Escrituras Griegas Cristianas. Tenía muchos errores, pero se mejoró el texto en cuatro ediciones sucesivas, publicadas entre 1519 y 1535. Tiempo después, el impresor y editor parisino Roberto Estienne publicó varias ediciones del “Nuevo Testamento” griego, basado principalmente en el texto de Erasmo, pero con correcciones de la Biblia políglota complutense y de otros quince manuscritos posteriores. La tercera edición del texto griego de Estienne, publicado en 1550, se convirtió en el “texto recibido” (llamado textus receptus en latín), que se utilizó como base de muchas de las primeras versiones inglesas, como la Versión Autorizada, y que se ha tenido muy en cuenta en algunas versiones españolas, como el Nuevo Testamento de Pablo Besson y en las revisiones de la Versión Valera.
Digno de mención es el texto griego maestro preparado en tiempos más recientes por J. J. Griesbach, que se basa en los trabajos previos de otros eruditos y también en las citas bíblicas de los escritores primitivos, como Orígenes. Posteriormente, Griesbach estudió la redacción de varias versiones, como la armenia, la gótica y la de Filoxeno, y también los manuscritos existentes de tres familias o recensiones, la bizantina, la occidental y la alejandrina, con preferencia por esta última. Se publicaron ediciones de su texto griego maestro entre 1774 y 1806, y la edición principal de todo el texto griego vio la luz en 1796-1806. Se usó el texto de Griesbach para la traducción inglesa de Sharpe de 1840, y es el texto griego que aparece en The Emphatic Diaglott, de Benjamín Wilson (1864).
Un texto maestro griego de las Escrituras Griegas Cristianas aceptado ampliamente es el que presentaron en 1881 B. F. Westcott y F. J. A. Hort, de la universidad de Cambridge. Era el resultado de veintiocho años de trabajo independiente, aunque compararon notas periódicamente. Al igual que Griesbach, dividieron los manuscritos en familias y se basaron principalmente en lo que denominaron “texto neutral”, que incluía los famosos manuscritos Sinaítico y Vaticano núm. 1209, ambos del siglo IV E.C. Westcott y Hort consideraron prácticamente concluyentes las coincidencias entre estos dos manuscritos, en especial cuando se veían refrendadas por otros manuscritos unciales, aunque no se ataron a esta postura. Tomaron en consideración todo elemento de juicio concebible al intentar solucionar las diferencias textuales, y cuando dos lecturas tenían el mismo peso, lo indicaron en el texto maestro. Para hacer la traducción de las Escrituras Griegas Cristianas al inglés de la Traducción del Nuevo Mundo se usó principalmente el texto de Westcott y Hort. Sin embargo, el Comité de la Traducción del Nuevo Mundo consultó también otros textos griegos reconocidos, entre ellos el de Nestle (1948).
Al comentar sobre la historia del texto de las Escrituras Griegas Cristianas y los resultados de la investigación textual moderna, el profesor Kurt Aland escribió: “Sobre la base de cuarenta años de experiencia y con los resultados que han salido a la luz al hacer [...] 1.200 pruebas en el texto de los manuscritos, puede determinarse que el texto del Nuevo Testamento se ha transmitido de forma excelente, mejor que cualquier otro escrito de tiempos antiguos; la posibilidad de que aún se encuentren manuscritos que alteren el texto es absolutamente cero”. (Das Neue Testament—zuverlässig überliefert, Stuttgart, 1986, págs. 27, 28.)
Los manuscritos existentes de las Escrituras Cristianas (en griego y en otros idiomas) tienen variaciones textuales, lo que no debe extrañar en vista de la imperfección humana y las muchas copias que se han hecho de ellos, que han sido obra en especial de copistas no profesionales. Los manuscritos que se derivan de otro común, o de una revisión particular de textos primitivos, o proceden de una cierta región geográfica, suelen tener al menos algunas variaciones en común y por ello se dice que pertenecen a la misma familia o grupo. Basándose en la similitud de las diferencias, los eruditos han clasificado los textos en grupos, o familias, cuyo número ha aumentado con el paso del tiempo, y ahora se habla de los textos alejandrino, occidental, oriental (siriaco y cesareo) y bizantino, representados en varios manuscritos o en diferentes lecturas esparcidas por distintos manuscritos. Pero a pesar de las variaciones de las diferentes familias de manuscritos y de las que hay dentro de cada grupo, las Escrituras nos han llegado esencialmente con el mismo contenido de los escritos inspirados originales. Estas variaciones no tienen ninguna incidencia en las enseñanzas bíblicas. La crítica textual ha detectado y corregido los errores de cierta trascendencia, de modo que actualmente disponemos de un texto auténtico y confiable.
Desde que Westcott y Hort prepararon su texto griego refinado, se han producido varias ediciones críticas de las Escrituras Griegas Cristianas. Cabe destacar The Greek New Testament, del que las Sociedades Bíblicas Unidas han publicado ya su tercera edición. De idéntica fraseología es la vigésimo sexta edición del llamado texto Nestle-Aland, publicado en Stuttgart (Alemania) en 1979. (Véase ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS.)
Manuscritos de las Escrituras Hebreas. En la actualidad hay unos 6.000 manuscritos de todas las Escrituras Hebreas o de parte de ellas en diferentes bibliotecas. La gran mayoría de ellos contienen el texto masorético y son del siglo X E.C. o posteriores. Los masoretas (de la segunda mitad del I milenio E.C.) trataron de transmitir el texto hebreo fielmente y no hicieron cambios en él. No obstante, para conservar la pronunciación tradicional del texto consonántico sin vocales, concibieron un sistema de puntos vocálicos y de acentos. Además, en la masora o notas marginales dirigieron la atención a las anomalías del texto y anotaron las correcciones que consideraron necesarias. Este texto masorético es el que aparece en las Biblias hebreas impresas de hoy día.
Cuando los manuscritos de las Escrituras Hebreas que se usaban en las sinagogas judías se deterioraban, eran reemplazados por copias verificadas, y los viejos manuscritos se depositaban en la geniza (un almacén o depósito de la sinagoga). Finalmente, una vez que la geniza estaba llena, se sacaban los manuscritos y se enterraban con ceremonia. De este modo se llegaron a perder muchos manuscritos antiguos. Sin embargo, el contenido de la geniza de la sinagoga de la antigua ciudad de El Cairo se conservó, probablemente porque la tapiaron y quedó olvidada durante siglos. Después de la reconstrucción de la sinagoga en el año 1890 E.C., se reexaminaron los manuscritos de su geniza y se trasladaron de allí a diferentes bibliotecas manuscritos de las Escrituras Hebreas bastante completos y diversos fragmentos (se dice que algunos son del siglo VI E.C.).
Uno de los fragmentos más antiguos que contiene pasajes bíblicos es el Papiro de Nash, hallado en Egipto y llevado a Cambridge (Inglaterra). Este papiro, que data del siglo I o II a. E.C. y debió formar parte de una colección didáctica, consta tan solo de cuatro fragmentos de 24 líneas de un texto premasorético de los Diez Mandamientos, así como de algunos versículos de los capítulos 5 y 6 de Deuteronomio.
Desde 1947 se han hallado muchos rollos bíblicos y extrabíblicos en la zona occidental del mar Muerto, llamados comúnmente los Rollos del mar Muerto. Los más importantes son los manuscritos descubiertos dentro de varias cuevas en los alrededores de Wadi Qumrán (Nahal Qumeran). También se les conoce como los textos de Qumrán. Parece ser que en un tiempo pertenecieron a una comunidad religiosa judía asentada en los alrededores de Khirbet Qumrán (Horvat Qumeran). El primer descubrimiento lo hizo un beduino que encontró en una cueva a unos 15 Km. al S. de Jericó cierta cantidad de vasijas de barro que contenían manuscritos antiguos. Entre ellos se encontraba el famoso Rollo de Isaías (1QIsa), un rollo de piel bien conservado que contiene todo el libro de Isaías excepto algunos pocos pasajes. (GRABADO, vol. 1, pág. 322.) La escritura hebrea premasorética se ha fechado de finales del siglo II a. E.C. Por lo tanto, precede en unos mil años al manuscrito más antiguo que existe del texto masorético. Sin embargo, aunque presenta algunas diferencias en la grafía y la construcción gramatical, no se aprecian diferencias doctrinales con relación al texto masorético. Entre los documentos recuperados en la zona de Qumrán hay fragmentos de más de 170 rollos que contienen secciones de todos los libros de las Escrituras Hebreas, con la excepción de Ester; de algunos libros hay más de una copia. Se cree que estos rollos y fragmentos manuscritos datan de entre mediados del siglo III a. E.C. y mediados del siglo I E.C. En ellos se puede apreciar más de un tipo de texto hebreo, como el protomasorético y otro texto que sirve de base para la Versión de los Setenta. En la actualidad estos manuscritos aún están en fase de estudio.
Entre los manuscritos hebreos de vitela más importantes de las Escrituras Hebreas está el Códice Caraíta de El Cairo. Este códice de los Profetas contiene además la masora y los puntos vocálicos. En su colofón indica que lo terminó aproximadamente en el año 895 E.C. el renombrado masoreta Moisés ben Aser de Tiberíades. Otro manuscrito importante, del año 916 E.C., es el Códice de Petersburgo de los Últimos Profetas. El Códice Sefardita de Alepo, conservado antes en Alepo (Siria) y ahora en Israel, contenía hasta 1947 las Escrituras Hebreas completas. Su texto consonántico original fue corregido, puntuado y anotado por Aarón ben Aser, hijo de Moisés ben Aser, alrededor de 930 E.C. El manuscrito hebreo más antiguo fechado de todas las Escrituras Hebreas es el Manuscrito de Leningrado núm. B 19A, que se conserva en la biblioteca pública de San Petersburgo (Rusia). Se copió en 1008 E.C. “de los libros preparados y anotados por el maestro Aarón ben Moisés ben Aser”. Otro manuscrito hebreo sobresaliente es un códice del Pentateuco que se conserva en la Biblioteca Británica (Códice Oriental núm. 4445); contiene el texto de Génesis 39:20 a Deuteronomio 1:33 (excepto Nú 7:46-73 y 9:12–10:18, pasajes que o bien faltan o se han insertado con posterioridad) y data probablemente del siglo X E.C.
Muchos manuscritos de las Escrituras Hebreas de la Biblia se escribieron en griego. Entre los más destacados está uno de la colección de papiros Fuad (número de inventario 266, perteneciente a la Société Egyptienne de Papyrologie, El Cairo), que contiene porciones de Génesis y de la segunda mitad de Deuteronomio según la Versión de los Setenta. Se remonta al siglo I a. E.C., y en varios lugares del texto griego figura el nombre divino escrito en caracteres hebreos cuadriformes. También se han encontrado fragmentos de los capítulos 23 a 28 de Deuteronomio en el Papiro Rylands III núm. 458, que data del siglo II a. E.C. y se conserva en Manchester (Inglaterra). Otro manuscrito importante de la Versión de los Setenta contiene fragmentos de Jonás, Miqueas, Habacuc, Sofonías y Zacarías. En este rollo de vitela, fechado de finales del siglo I E.C., aparece el nombre divino, el Tetragrámaton, en caracteres hebreos antiguos. (Véase apéndice de NM, págs. 1561, 1562.)
Manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas. Las Escrituras Cristianas se escribieron en la koiné griega. Aunque en la actualidad no se tiene conocimiento de que existan manuscritos originales autógrafos, se ha calculado en más de 5.000 las copias manuscritas de las Escrituras Griegas, ya sean completas o fragmentadas.
Manuscritos en papiro. Entre los códices en papiro hallados en Egipto alrededor de 1930, cuya adquisición fue noticia en 1931, había algunos papiros bíblicos de gran importancia. Algunos de esos códices griegos, del siglo II al IV E.C., contienen porciones de ocho libros de las Escrituras Hebreas (Génesis, Números, Deuteronomio, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y Ester), y tres contienen porciones de quince libros de las Escrituras Griegas Cristianas. Un coleccionista americano de manuscritos, A. Chester Beatty, compró la mayor parte de esos papiros bíblicos, y actualmente se conservan en Dublín (Irlanda). El resto lo adquirió la universidad de Michigán y otras entidades.
La designación internacional de los papiros bíblicos es una “P” seguida de un número en voladita. El Papiro de Chester Beatty núm. 1 (P45) consta de porciones de 30 hojas de un códice que probablemente tenía en un principio unas 220 hojas. En el P45 hay fragmentos de los cuatro evangelios y del libro de Hechos. El P47, el Papiro de Chester Beatty núm. 3, es una porción de un códice que contiene diez páginas algo dañadas de Revelación. Se cree que estos dos papiros son del siglo III E.C. Digno de mención especial es el P46, el Papiro de Chester Beatty núm. 2, de principios del siglo III E.C. Está compuesto por 86 páginas algo dañadas de un códice que en un principio probablemente tenía 104. Contiene nueve de las cartas inspiradas de Pablo: Romanos, Hebreos, 1 Corintios, 2 Corintios, Efesios, Gálatas, Filipenses, Colosenses y 1 Tesalonicenses. Es significativo que la carta a los Hebreos esté incluida en este códice antiguo, pues como en esta no se da el nombre del escritor, a menudo se ha cuestionado que fuese obra de Pablo. Por ello, el que esta carta inspirada se incluya en el P46, que tan solo recoge cartas paulinas, indica que para el año 200 E.C. los cristianos primitivos se la atribuían a él. Además, el hecho de que la carta a los Efesios también se encuentre en este códice desmiente los argumentos de quienes cuestionan la autoría de Pablo.
En la Biblioteca de John Rylands, Manchester (Inglaterra), hay un pequeño fragmento de papiro del evangelio de Juan (algunos versículos del capítulo 18), catalogado como el Papiro de Rylands núm. 457. Se le conoce internacionalmente como P52. Es el fragmento de manuscrito más antiguo que existe de las Escrituras Griegas Cristianas, ya que se escribió en la primera mitad del siglo segundo, posiblemente alrededor del año 125 E.C., por lo tanto, aproximadamente solo un cuarto de siglo después de la muerte de Juan. El que circulase una copia del evangelio de Juan en Egipto (donde se descubrió el fragmento) en aquel tiempo muestra que las buenas nuevas según Juan debió escribirlas el propio Juan en el siglo I E.C., no un escritor desconocido bien adentrado el siglo II E.C. —después de la muerte de Juan—, como algunos críticos afirmaron en su día.
La aportación más importante a la colección de papiros bíblicos desde el descubrimiento de los papiros de Chester Beatty fue la adquisición de los papiros de Bodmer, publicados entre 1956 y 1961. Resultan particularmente importantes el núm. 2 (P66) y los núms. 14 y 15 (P75), ambos escritos sobre el año 200 E.C. El Papiro de Bodmer núm. 2 contiene una buena parte del evangelio de Juan y los núms. 14 y 15, incluyen gran parte de Lucas y Juan, y están muy cerca textualmente del Manuscrito Vaticano núm. 1209.
Manuscritos de vitela. Los manuscritos bíblicos escritos en vitela a veces incluyen porciones de las Escrituras Hebreas y de las Griegas Cristianas, mientras que algunos de ellos son únicamente de las Escrituras Cristianas.
El Códice de Beza, designado por la letra “D”, es un valioso manuscrito del siglo V E.C. Aunque se ignora el lugar de donde procede, se sabe que se adquirió en Francia en el año 1562. Contiene los evangelios, el libro de Hechos y unos pocos versículos más. Se trata de un manuscrito uncial con el texto en griego en las páginas de la izquierda y un texto paralelo en latín en las páginas de la derecha. Este códice se conserva en la universidad de Cambridge (Inglaterra), y lo presentó a esa institución Teodoro de Beza en el año 1581.
El Códice Claromontano (D2) también está escrito en griego y latín: en griego a la izquierda y en latín a la derecha. Contiene las cartas canónicas de Pablo, Hebreos inclusive, y se considera que es del siglo VI. Se dice que lo encontraron en el monasterio de Clermont (Francia) y que lo adquirió Teodoro de Beza, aunque en la actualidad se conserva en la Bibliothèque Nationale de París.
Entre los manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas en vitela descubiertos más recientemente está el Códice Washingtoniano I, que contiene los evangelios en griego (en el orden “occidental” común: Mateo, Juan, Lucas y Marcos). Este códice se adquirió en Egipto en el año 1906 y se conserva en la galería de arte Freer, en Washington, D.C. El símbolo internacional de este códice es “W”. Se cree que se escribió en el siglo V E.C., excepto una parte de Juan, que debió reemplazarse en el siglo VII por haberse estropeado. El Códice Washingtoniano II, cuyo símbolo es “I”, también de la colección Freer, contiene porciones de las cartas canónicas de Pablo, entre las que se encuentra la carta a los Hebreos. Se cree que el códice se escribió en el siglo V E.C.
Las Escrituras Hebreas y Griegas Cristianas. Los manuscritos bíblicos más importantes y completos que hay en griego se escribieron en vitela en letras unciales.
Manuscrito Vaticano núm. 1209. El Manuscrito Vaticano núm. 1209 (Códice Vaticano), designado internacionalmente por el símbolo “B”, es un códice uncial del siglo IV E.C., escrito posiblemente en Alejandría, y que en un principio contenía toda la Biblia en griego. Un corrector de fecha posterior repasó las letras, quizás debido a que la escritura original se había ido borrando, pero pasó por alto las letras y palabras que consideró erróneas. Es probable que en un principio este códice tuviese unas 820 páginas, de las que hoy hay 759. La mayor parte del Génesis ha desaparecido, así como una parte del libro de los Salmos y Hebreos 9:14 a 13:25, y se han perdido en su totalidad Primera y Segunda a Timoteo, Tito, Filemón y Revelación. Este códice se conserva en la biblioteca del Vaticano, en Roma (Italia), donde está ya desde el siglo XV. Sin embargo, la dirección de la biblioteca dificultó enormemente a los eruditos el acceso al manuscrito, y no publicaron un facsímil fotográfico de todo el códice hasta 1889-1890.
El Manuscrito Sinaítico. El Manuscrito Sinaítico (Códice Sinaítico) es también del siglo IV E.C., aunque puede que el Códice Vaticano sea un poco más antiguo. El Manuscrito Sinaítico es designado por el símbolo א (ʼá·lef, la primera letra del alfabeto hebreo). Aunque es probable que en un tiempo contuviese toda la Biblia en griego, parte de las Escrituras Hebreas se ha perdido. Sin embargo, conserva todas las Escrituras Griegas Cristianas. En un principio este códice debía tener como mínimo 730 hojas, aunque en la actualidad solo quedan unas 393, completas o fragmentarias. Lo descubrió el docto bíblico Konstantin von Tischendorf (una parte en el año 1844 y otra en 1859) en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí. En Leipzig se conservan 43 hojas de este códice; en la Biblioteca Británica de Londres, otras 347, y en San Petersburgo (Rusia) se encuentran fragmentos de otras tres de sus hojas. En 1975 se supo del hallazgo de ocho a catorce hojas más en el mismo monasterio.
El Manuscrito Alejandrino. El Manuscrito Alejandrino (Códice Alejandrino), designado por la letra “A”, es un manuscrito griego uncial que contiene la mayor parte de la Biblia, incluido el libro de Revelación. Es posible que constase originalmente de 820 páginas, de las que se conservan 773. Por lo general se considera que este códice se escribió hacia la primera mitad del siglo V E.C., y también se conserva en la Biblioteca Británica. (GRABADO, vol. 2, pág. 336.)
El Códice Ephraemi Syri Rescriptus. Por lo general también se cree que el Códice Ephraemi Syri Rescriptus (Códice Ephraemi), designado internacionalmente por la letra “C”, es del siglo V E.C. Es un manuscrito palimpsesto escrito en letras griegas unciales en vitela. El texto griego original se borró y sobre un buen número de páginas se escribieron los discursos de Ephraem Syrus (o el sirio) en griego. Es probable que esto se hiciese durante el siglo XII, cuando había escasez de vitela. Sin embargo, se ha podido descifrar el texto original. Aunque al parecer el Códice “C” contuvo en un tiempo todas las Escrituras en griego, en la actualidad solo se conservan 209 páginas, de las que 145 son de las Escrituras Griegas Cristianas. De modo que este códice hoy únicamente contiene algunos fragmentos de los libros de las Escrituras Hebreas y porciones de todos los libros de las Escrituras Griegas Cristianas, excepto Segunda a los Tesalonicenses y Segunda de Juan. Se conserva en la Bibliothèque Nationale de París.
Exactitud del texto bíblico. El aprecio por la exactitud de la Biblia aumenta notablemente al observar que en comparación solo hay unos pocos manuscritos de las obras de los escritores clásicos, y ninguno es original autógrafo. A pesar de ser solo copias hechas siglos después de la muerte de los autores, los doctos hoy día aceptan tales copias posteriores como prueba suficiente de la autenticidad del texto.
Los manuscritos de las Escrituras Hebreas se prepararon con sumo cuidado. El docto W. H. Green hizo la siguiente observación con respecto al texto de las Escrituras Hebreas: “Se puede decir con seguridad que ninguna otra obra de la antigüedad se ha transmitido con tanta exactitud”. (Archaeology and Bible History, de J. P. Free, 1964, pág. 5.) El difunto escriturario sir Frederic Kenyon reafirmó la exactitud del texto bíblico en el prólogo de sus siete volúmenes titulados The Chester Beatty Biblical Papyri: “La primera y más importante conclusión que se saca del examen de [los papiros] es que confirman la solidez esencial de los textos existentes. No se muestra ninguna variación notable ni fundamental, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. No hay omisiones ni añadiduras importantes de pasajes, ni variaciones que afecten a hechos o doctrinas importantes. Las variaciones del texto afectan a asuntos menores, como el orden de las palabras o las palabras exactas que se usaron, [...] pero su importancia fundamental es que al aportar documentación más antigua que la conocida hasta entonces, confirman la integridad de nuestros textos existentes. En este sentido suponen una adquisición histórica” (Londres, 1933, fascículo 1, pág. 15).
En lo que atañe a las Escrituras Griegas Cristianas, sir Frederic Kenyon escribió: “El intervalo entre las fechas de su composición original y la documentación más temprana existente llega a ser tan pequeño que de hecho es insignificante, y ahora se ha eliminado el último fundamento para dudar que las Escrituras hayan llegado a nosotros sustancialmente tal como se escribieron. Tanto la autenticidad como la integridad general de los libros del Nuevo Testamento pueden considerarse finalmente probadas”. (The Bible and Archæology, 1940, págs. 288, 289.)
Siglos atrás, Jesucristo, “el testigo fiel y verdadero” (Rev 3:14), confirmó repetidas veces y con firmeza la autenticidad de las Escrituras Hebreas, como también lo hicieron sus apóstoles. (Lu 24:27, 44; Ro 15:4.) Las versiones o traducciones antiguas de las Escrituras Hebreas constituyen una prueba más de la exactitud con que estos escritos han llegado hasta nuestros días. Los manuscritos y versiones de las Escrituras Griegas Cristianas ofrecen un testimonio irrefutable de la maravillosa conservación y transmisión exacta de esa parte de la Palabra de Dios. Por consiguiente, se nos ha legado un texto bíblico auténtico, confiable y exacto. Un examen cuidadoso de los manuscritos que se han conservado de las Sagradas Escrituras pone de relieve el testimonio elocuente de su fiel conservación y permanencia, lo que da aún más significado a la declaración inspirada: “La hierba verde se ha secado, la flor se ha marchitado; pero en cuanto a la palabra de nuestro Dios, durará hasta tiempo indefinido”. (Isa 40:8; 1Pe 1:24, 25.)