Miércoles 22 de septiembre
Por la fe, Moisés, cuando ya era adulto, se negó a ser llamado hijo de la hija del faraón (Heb. 11:24).
Moisés actuó de acuerdo con lo que aprendió. Cuando tenía unos 40 años, decidió ponerse del lado del pueblo de Dios, los hebreos, en vez de ser conocido como “hijo de la hija del faraón”. Moisés dio la espalda a una posición importante. Al ponerse de parte de los hebreos, que eran esclavos en Egipto, se arriesgó a sufrir la ira del faraón, un gobernante poderoso al que se consideraba un dios. Sin duda, Moisés demostró una extraordinaria fe y confianza en Jehová. Esa confianza es la base de una amistad permanente (Prov. 3:5). ¿Qué aprendemos? Que, igual que Moisés, todos debemos decidir si serviremos a Dios y seremos parte de su pueblo o no. Servir a Jehová quizás implique hacer sacrificios y sufrir la oposición de quienes no lo conocen. Pero, si confiamos en nuestro Padre celestial, estamos seguros de que nos ayudará. w19.12 51:5-6
Jueves 23 de septiembre
Jehová Dios pasó a formar al hombre del polvo del suelo y a soplarle el aliento de vida en la nariz (Gén. 2:7).
Aunque Jehová nos hizo del polvo del suelo, valemos mucho más que un puñado de tierra. Veamos algunas razones por las que sabemos que somos valiosos para Dios. Por ejemplo, nos creó con la capacidad de reflejar sus cualidades (Gén. 1:27). De ese modo, nos colocó por encima del resto de la creación física, de modo que nos puso a cargo de la Tierra y los animales (Sal. 8:4-8). La humanidad siguió siendo valiosa para Jehová incluso después del pecado de Adán. Somos tan importantes para él que dio a su Hijo, Jesús, como sacrificio por nuestros pecados (1 Juan 4:9, 10). Gracias al rescate, Dios resucitará a los que han muerto por culpa del pecado de Adán, tanto a justos como a injustos (Hech. 24:15). Su Palabra muestra que el valor que tenemos para él no depende de nuestra salud, situación económica o edad (Hech. 10:34, 35). w20.01 3:5-6
Viernes 24 de septiembre
Ocúpense de sus propios asuntos (1 Tes. 4:11).
La llamada celestial no se hereda; se recibe de Dios (1 Tes. 2:12). Así que no hagamos preguntas que puedan hacer que otros se sientan mal. Por ejemplo, nunca le preguntemos a la esposa de un ungido cómo se siente al pensar en vivir para siempre en la Tierra sin su esposo. Al fin y al cabo, estamos convencidos de que en el nuevo mundo Jehová va a satisfacer el deseo de todos los seres vivos (Sal. 145:16). Por otro lado, cuando no tratamos a los ungidos como si fueran más importantes que los demás, nos protegemos a nosotros mismos. ¿Cómo? Según la Biblia, algunos ungidos podrían volverse infieles (Mat. 25:10-12; 2 Ped. 2:20, 21). Pero, si somos de los que no “admiran personalidades”, nunca seremos seguidores de hombres, aunque sean ungidos, muy conocidos o lleven muchos años sirviendo a Jehová (Jud. 16, nota). Así, si ellos se vuelven infieles o dejan la congregación, nosotros no perderemos la fe ni abandonaremos a Jehová. w20.01 5:9-10