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  • Yo fui guerrillero
  • ¡Despertad! 1971
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  • Ingresé en la EOKA
  • Colocando las bombas
  • ¡Atrapado con evidencia incriminante!
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¡Despertad! 1971
g71 22/6 págs. 12-14

Yo fui guerrillero

SEGÚN RELATADO AL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN CHIPRE

EL NACIONALISMO fue algo que aprendí desde la infancia. Los griegos habían dado la civilización al mundo, se me decía, y yo no debería olvidar que era chipriota griego. En la escuela mi maestro de historia me metía en la cabeza como si fuera con martillo historias de héroes valientes de la rebelión griega contra los turcos en 1821, relatándolas con entusiasmo.

En casa, también, me enseñaban el nacionalismo. Estaba mezclado con la religión, pues mi padre era sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Griega. ‘Nosotros somos griegos y queremos nuestra libertad,’ recalcaba mi padre vez tras vez.

En aquel tiempo estábamos bajo el régimen británico. ¡Se me enseñó que si pudiéramos obligar a salir de Chipre a los ingleses, a quienes se consideraba como tiranos, seríamos libres! Me criaron con la idea de odiar a los ingleses.

El 1 de abril de 1955, la EOKA (Organización Nacional de Combatientes Chipriotas) comenzó la acción. Su propósito era sabotear objetivos militares y crear estragos y temor entre los ingleses matándolos indiscriminadamente, hasta que abandonaran nuestra islita. ¡Entonces seríamos libres! ¡Libertad!... aquella palabra era música para mis oídos.

Con sentido de orgullo solía leer en los periódicos acerca de las hazañas de los hombres y las mujeres de la EOKA. Deseaba hallarme entre aquellos valientes, entre aquellos patriotas... pero, ¿cómo? Un día mi deseo se hizo realidad.

Ingresé en la EOKA

La organización EOKA estaba bajo el acaudillamiento de Digenis, quien era una leyenda en Chipre. Tenía un lugarteniente y algunos líderes de sección, uno para cada población. También había muchos líderes de grupo. Pronto yo conocería a un líder de sección.

Corría el año 1957. Yo tenía entonces veinticinco años de edad, era casado y tenía dos hijos. Cuando me abordó el líder de sección de la EOKA de mi población, le escuché con gran respeto y atención. Sí, quería ser miembro activo de la organización. Estaba completamente en pro de esta causa, pero necesitaba entrenamiento. Mi entrenamiento consistió en hacer bombas.

Cuando dominé el arte de hacer bombas, me nombraron líder de grupo. Treinta y dos hombres estaban a mi cargo. ¡Al fin estaba logrando mi meta!

Colocando las bombas

Nuestro deber era hacer bombas y minas de explosión retardada en nuestro escondite secreto. Después las colocábamos dondequiera que nos mandaba nuestro líder de sección. Las poníamos para que estallaran y efectuaran su trabajo de destrucción a una hora específica.

Sin embargo, teníamos un problema grande, y ése era cómo trasladar las bombas de nuestro escondite a la zona del objetivo sin que nos notaran. Nos las arreglamos para resolver este problema haciendo maletas con compartimientos ocultos. En el compartimiento inferior solíamos colocar la bomba, y después de cerrar aquella parte metíamos ropa y otros artículos. Ejercíamos cuidado para asegurarnos de que la ropa que poníamos allí no perteneciera a ninguno de nosotros los que teníamos el trabajo de colocar la bomba.

En consecuencia, si la policía o el ejército nos detenía para examinarnos y hallaran la bomba, podríamos excusarnos diciéndoles que la maleta no era nuestra, que probablemente la habíamos recogido por error. Y para probar esto, podríamos indicar que la ropa que estaba dentro no era nuestra.

Un día recibimos órdenes de colocar una bomba de explosión retardada en un salón de una base militar donde un general británico iba a hablar a sus oficiales. Uno de los hombres a mi cargo que trabajaba en la base militar se las arregló para hacer un duplicado de la llave del salón. Al día siguiente algunos de nosotros nos escurrimos dentro de la base militar, abrimos la puerta del salón y colocamos la bomba. Estalló de acuerdo con el plan. Por lo menos diez oficiales fueron muertos y otros heridos.

Cuando un avión que transportaba soldados iba a salir de Chipre cierto día, recibí órdenes de sabotearlo. Nos las arreglamos para colocar una bomba de explosión retardada en el equipaje de uno de los pasajeros. Pero hubo una demora en la salida del vuelo y antes de que siquiera se entregara el equipaje al avión la bomba estalló en el aeropuerto.

Mi actividad cobró auge, y cada vez que cumplíamos uno de nuestros “trabajos” morían o salían heridas tres o cuatro personas.

Aparte de los riesgos de ser arrestado y ahorcado o fusilado, me enfrentaba a otros peligros también. Por ejemplo, en una ocasión la bomba que habíamos colocado la noche anterior en cierto lugar no estalló. ¡Y algunos de mis hombres y yo éramos empleados en aquel mismísimo lugar! Si la bomba llegaba a estallar ahora, toda la gente, incluso yo y mis hombres, podríamos ser muertos. Una llamada telefónica anónima a la cuadrilla de localización de bombas nos salvó de aquella situación.

¡Atrapado con evidencia incriminante!

En una ocasión me aprehendieron. Fue asombroso el que me escapara de la muerte. Llevábamos en un auto unos tubos de hierro de diez centímetros de diámetro, útiles para hacer bombas. Entonces la policía militar nos detuvo. Cuando examinaron nuestro auto y hallaron los tubos de hierro, sospecharon de nosotros y se comunicaron por radio con las autoridades militares. Nos arrestaron y nos echaron en diferentes celdas de la prisión. El interrogatorio comenzó.

Les dijimos la misma historia: Uno de los que viajaba con nosotros trabajaba en una empresa que negociaba en hierro. Después de terminar un trabajo, estaba recogiendo todos los pedazos de hierro que quedaban, y nosotros simplemente le estábamos ayudando a llevarlos a su nuevo trabajo. El ejército investigó nuestro relato y le pareció plausible.

Sin embargo, lo que atormentaba mi mente no eran los tubos de hierro; era algo mucho más incriminante. ¡En nuestro auto había una carta de mi líder de sección de la EOKA! Contenía órdenes para otro líder de grupo, y en el sobre había quince libras esterlinas. Yo había recibido la encomienda de entregar aquella carta, que mencionaba que el dinero estaba dentro del sobre.

Cuando la policía militar registró nuestro auto, uno de ellos vio el sobre. Lo tomó, lo abrió y vio las quince libras esterlinas. A su bolsillo fueron a dar. ¿Entregaría ahora la carta a las autoridades militares? Esa era mi gran preocupación. Si lo hacía, entonces yo estaba perdido. ¿Cómo podría explicar que estuviera en el auto? Sabrían que yo pertenecía a la EOKA. Afortunadamente para mí, el amor al dinero que tenía este hombre fue demasiado fuerte. Se quedó con el dinero, y por las circunstancias no pudo revelar la carta incriminante. Yo me había salvado. Aquello solo me costó tres días de interrogatorio y encarcelación.

Conocí a los testigos de Jehová

Siendo nacionalista, también era un hombre religioso, pues la religión y el nacionalismo han estado muy relacionados aquí en Chipre por mucho tiempo. Un día estaba vendiendo billetes de lotería, el producto de lo cual se usaría para construir una nueva iglesia ortodoxa griega. En el mismo establecimiento donde yo trabajaba había un testigo de Jehová empleado también. Muchas veces le había oído hablar acerca de Jehová a mis colegas. Hasta me hablaba a mí. Me caía bien. ¡Si solo fuese más patriota, pensaba yo!

Este testigo cristiano de Jehová me dijo un día que la verdadera libertad, no solo de toda clase de supresión nacionalista, sino libertad de enfermedad y muerte, vendría por medio del reino de Jehová Dios. En otra ocasión abordé a este hombre y le pedí que comprara un billete de lotería. Simpatizó conmigo, dándome encomio por hacer lo que yo creía que era una obra cristiana, pero no quiso comprar un billete. Dijo que le gustaría ayudarme de manera diferente. Sugirió que anotaría mi nombre para una suscripción de un año a la revista bíblica La Atalaya. Acepté.

Después de unas cuantas semanas la revista comenzó a llegar a mi casa por correo. Pero, puesto que realmente no estaba interesado en leerla, solía tirarla en un rincón de la casa. Ni siquiera la sacaba de su envoltura.

Cierto día el Testigo me pidió mi opinión acerca de un artículo que contenía una Atalaya reciente. Era acerca de un tema en el cual yo estaba realmente interesado, pero como sentí vergüenza de decirle que ni siquiera había abierto la revista, le dije que le daría una respuesta al día siguiente. Al regresar a casa, repasé el montón de revistas que había tirado en el rincón y encontré el artículo. Al leerlo, descubrí que me interesaba. Después de eso, cada vez que me encontraba con este testigo de Jehová él tenía algo interesante que considerar conmigo.

Estudio bíblico lleva a libertad verdadera

En muy poco tiempo acepté un estudio bíblico. Incluí en él a mi familia, pues comencé a ver que el amor a Dios y el amor a mi semejante eran más poderosos en mí que el nacionalismo. Comencé a aprender más acerca de Dios, su nombre y sus propósitos. Comencé a darme cuenta de que la felicidad no se alcanza promoviendo alguna clase de nacionalismo, alguna clase de gobierno humano. Yo estaba a favor del gobierno de Jesucristo, el reino de Dios. ¡Qué alegría sentí cuando se me mostró, con la Biblia, que Dios tiene un propósito al permitir que las naciones vayan al grado que han ido, que ésta es la generación que va a ver el cambio importante que los cristianos verdaderos han estado esperando por siglos! Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando aprendí que Jehová es un Dios misericordioso, dispuesto a perdonar, ¡y cuánto necesitaba yo personalmente perdón!

Después de unos cuantos estudios bíblicos tomé mi decisión. Amaba y necesitaba a Dios y su reino. Simbolicé mi dedicación a Jehová Dios bautizándome en agua. Después de eso lo primero que hice fue enviar las revistas La Atalaya y ¡Despertad! a todos los hombres que habían peleado bajo mis órdenes. Solo uno mostró algún interés en el mensaje de la Biblia.

Hoy soy un “líder de grupo” de nuevo, pero de una clase diferente... el ministro presidente de una congregación pacífica de testigos de Jehová. Tengo de nuevo conmigo unas treinta y cinco personas con quienes trabajo. Y, oh, ¡qué gozo el salir con ellos al ministerio del campo para dar a la gente hospitalaria y bondadosa de Chipre las buenas nuevas de la paz de mil años que se aproxima bajo el régimen del Reino de Jesucristo. (Rev. 20:4-6) ¡Qué gozo el leer a mis conciudadanos acerca de la resurrección de los muertos y de las condiciones maravillosas que el Dios verdadero, Jehová, producirá en su nuevo sistema de cosas que se aproxima rápidamente!—Rev. 21:1-4.

Ahora he encontrado la verdadera libertad que buscaba. ¡Cuán agradecido estoy a aquel testigo de Jehová que me mostró el verdadero propósito de la vida!

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