En defensa de la libertad
¿VIVE el lector en un país que tiene una declaración de derechos?
Si es así, quizás le parezca que sus libertades están aseguradas. Pero, ¿cuán seguras están de hecho? ¿Puede estar seguro de que siempre las podrá ejercer?
Suponga que usted se sintiera obligado a hablar públicamente acerca de las actividades corruptas realizadas por los hombres que están en el poder político en su ciudad. ¿Le sería posible ejercer su derecho de libertad de palabra, o se vería hostigado por la policía? Suponga que usted viviera en una ciudad donde la mayoría de la gente pertenece a sindicatos de trabajadores, y que usted tuviera fuertes objeciones en contra de los sindicatos. ¿Podría usted expresar sus opiniones públicamente por mucho tiempo? ¿Qué hay si fuera a una ciudad donde hubiera tensiones raciales y comenzara a hablar a favor de la integración racial? ¿Por cuánto tiempo podría ejercer su libertad de palabra?
Una verdadera prueba de cuán seguras son las garantías para las libertades es el tratar de ejercerlas en los lugares donde la opinión de uno está en conflicto con la opinión de la mayoría o con la de los individuos que están en el poder. La gente está sujeta a intereses personales, prejuicios y otras debilidades humanas que influyen en sus actitudes para con individuos que osan hablar o para con minorías impopulares. No es cosa rara el que los políticos y la policía locales pasen por alto los derechos constitucionales al verse confrontados por personas de esta índole.
¿Qué haría usted si le negaran ilegalmente sus derechos constitucionalmente garantizados? ¿Los defendería pacíficamente recurriendo a los tribunales? Pero, ¿qué hay de la gente que no tiene el dinero para largas batallas jurídicas? Es muy probable que les rechinarían los dientes en amarga cólera y llegarían a la conclusión de que su único recurso es entregarse a manifestaciones violentas o revueltas armadas en contra del “Establecimiento.”
Pero, ¿les traerá mayor libertad el recurrir a la violencia? No es probable. La violencia engendra más violencia que puede resultar en la suspensión de las libertades constitucionales. Si un gobierno revolucionario gana el poder, no es probable que se extiendan libertades a los opositores. Es posible que hasta los que ayudaron al nuevo gobierno a ganar el poder hallen que tienen menos libertades que antes. Por lo tanto la búsqueda de las libertades humanas puede hacerse desconcertante.
Sin embargo, en los tribunales se han peleado muchas batallas sin derramamiento de sangre en defensa de la libertad. Algunas de éstas han sido victoriosas y actualmente sirven de precedentes históricos. Una de éstas ayudó a fortalecer las libertades canadienses.
Encarcelada por hablar la verdad
El 7 de diciembre de 1946 Louise Lamb, una testigo de Jehová del Canadá, estaba visitando los hogares de las personas en Verdún, Quebec, y hablando con ellas de las cosas en la Biblia que infunden esperanza en uno. En ese entonces el primer ministro Maurice Duplessis estaba disfrutando de un régimen de dieciséis años como cacique político de la provincia. Le desagradaba ver a personas que no eran de su religión hablar con la gente de Quebec sobre asuntos religiosos. Por eso usó a la policía para negar a los testigos de Jehová sus libertades de palabra y religión. La señorita Lamb fue una de los muchos arrestados por valerse de estas libertades.
La tuvieron encarcelada durante el fin de semana sin una acusación en contra de ella y sin permitir que se comunicara con sus amigos o con un abogado. Le sacaron una fotografía, le tomaron las impresiones digitales y la trataron como a un vulgar delincuente por haber ejercido libertades que por mucho tiempo han sido acariciadas en el Canadá.
Después de haber pasado el fin de semana en la cárcel se le dijo que quedaba libre, pero que tenía que firmar un documento en que convenía en no proceder contra el policía provincial por haberla encarcelado. Si rehusaba firmar, se levantaría una acusación de delincuencia en contra de ella. Ella se negó a firmar, y se hizo la acusación. Más tarde el tribunal rechazó la acusación.
Entonces la señorita Lamb inició acción civil en contra del policía en defensa de su derecho a las libertades de palabra y religión. Esta resultó ser una larga y difícil batalla que finalmente terminó en el Tribunal Supremo del Canadá. La opinión del Tribunal la vindicó, diciendo: “El arresto y la acusación fueron completamente injustificados o inexcusables y la detención de la demandante por el fin de semana se llevó a cabo de una manera y bajo condiciones que rayan en lo vergonzoso.”
La victoria que ella ganó en una larga batalla legal fue reconocida por el profesor Frank Scott en su libro de 1959 Civil Liberty and Canadian Federalism como una victoria en defensa de la libertad, una victoria que ayudó a hacer más seguras las libertades democráticas para todos los canadienses. Él dijo:
“El caso Lamb es solo otro ejemplo de la ilegalidad policíaca, pero es parte del cuadro lúgubre que tan a menudo ha sido puesto de manifiesto en Quebec en años recientes. . . . Cuando uno lee un relato como ése se pregunta cuántas otras víctimas inocentes han sido tratadas de manera semejante por la policía pero no han tenido el valor ni el apoyo para persistir en el asunto hasta la victoria final... en este caso 12 años y medio después de haberse efectuado el arresto. Debemos estar agradecidos de tener en este país algunas víctimas de la opresión estatal que defienden sus derechos. La victoria de ellas es la victoria de todos nosotros.”
Como declaró el profesor Scott, no toda persona a quien se le han negado las libertades fundamentales ha tenido la determinación, los medios económicos y el apoyo legal para llevar una lucha jurídica hasta el mismo Tribunal Supremo. Por lo tanto este caso que fue llevado hasta allá para obtener la victoria tiene un significado histórico para el Canadá.
Declaración de derechos
Por lo general se cree que una declaración de derechos asegura la justicia para las minorías. Esta fue la opinión expresada por John Diefenbaker en 1960, cuando él era el primer ministro del Canadá y cuando se promulgó la declaración de derechos en el Canadá. Declaró: “Esta Declaración es un importante paso adelante. Levantará un altar de libertad que asegurará que la minoría no será tratada injustamente por la mayoría, lo cual es la esencia de la libertad.”
No puede haber dudas de que por medio de la declaración de derechos la gente del Canadá está en mejor posición, pues ésta les da una base legal para las libertades que ellos acarician. Pero, ¿significa el mero hecho de que existe que estas libertades serán automáticamente respetadas, que se les concederán a todos? ¿Significa que ninguna minoría será tratada injustamente por las autoridades de alguna ciudad? No necesariamente. Siempre hay funcionarios públicos egoístas y grupos emocionales entre el público que no están dispuestos a conceder las libertades de una declaración de derechos a personas que tienen puntos de vista impopulares. Esto significa que estas personas tendrán que defender legalmente sus libertades o sufrir la pérdida de ellas.
Lucha por la libertad en los Estados Unidos
Los Estados Unidos han tenido una declaración de derechos por 180 años, pero los testigos de Jehová han tenido que recurrir repetidamente a los tribunales para poder disfrutar de las libertades que ésta garantiza. La existencia de esta declaración ha dado base legal para llevar hasta el Tribunal Supremo de los Estados Unidos muchos casos que han llegado a ser sucesos culminantes en la historia legal. Comentando acerca de esto, Leon Friedman escribió lo siguiente en su libro The Wise Minority:
“En los veinte y pico de casos ganados, esta pequeña, débil e impopular minoría produjo cambios fundamentales en la ley estadounidense. Firmemente establecieron el derecho de todas las minorías de usar las calles y los parques públicos para proclamar sus mensajes. E hicieron claro que el gobierno no puede forzar ninguna manifestación pública de obediencia o lealtad de parte de sus ciudadanos. Estos precedentes adelantaron la libertad política en este país por varios grados.”
Concordando con esta opinión, el profesor Milton E. Konvitz dice esto en su libro Fundamental Liberties of a Free People:
“Los testigos de Jehová sirvieron de perfectos conejillos de Indias para poner a prueba los límites de las libertades de la Primera Enmienda. Fueron acusados de ‘excesos y abusos.’ Comenzando en 1938, le suministraron al Tribunal Supremo una larga serie de casos en los cuales varias fases de estas libertades fueron sujetas a cuidadoso examen. El resultado, en conjunto, ha sido el establecimiento de precedentes que han fortalecido los cimientos y las posibilidades de la libertad de religión y, no menos, de la libertad de palabra, de prensa, y de reunión.”
Aunque estas batallas legales de los testigos de Jehová lograron mucho en defensa de las libertades constitucionales en los Estados Unidos, todavía existen situaciones en las que esas libertades se ven amenazadas. Un ejemplo reciente es una ley aprobada en 1971 por la Cámara de Representantes de Pensilvania. Declaró obligatorio el saludo a la bandera por alumnos de las escuelas públicas y no proveyó exención para alumnos que consideran el saludo a cualquier bandera como un acto que viola su conciencia religiosa. Esta ley pone en peligro el derecho de los alumnos a disfrutar de la libertad de religión.
Puesto que el saludo a la bandera está asociado con el patriotismo, muchas personas se perturban emocionalmente al enterarse de que alguien se niega a saludarla. Aunque la mayoría tiene una opinión diferente, ¿no le debería conceder a esta minoría la libertad de abstenerse de hacer algo que su conciencia religiosa no le permite? ¿No mostraría aprecio por las libertades representadas por la bandera el respetar la conciencia religiosa de la minoría?
Comentando acerca de la ley de Pensilvania, el Inquirer del 16 de junio de 1971 dijo en su editorial:
“Al juzgar por las apariencias la ley es inconstitucional. Vez tras vez el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha rechazado semejante obligatoriedad en saludos a la bandera, la más notable fue en 1943 en el caso del Departamento de Educación del Estado de Virginia del Oeste vs. Barnette, cuando el fallecido juez del Tribunal Robert Jackson pronunció una opinión en la que elocuentemente declaró:
“‘Si hay alguna estrella fija en nuestra constelación constitucional, es que ningún funcionario, sea alto o insignificante, puede prescribir lo que será considerado como ortodoxo en la política, nacionalismo, religión, u otros asuntos de opinión u obligar a los ciudadanos a confesar ya por palabra ya por hecho su fe en aquéllos.’”a
Sin duda los legisladores de la Cámara de Representantes de Pensilvania son sinceros en su deseo de inculcar patriotismo en los estudiantes, pero subsiste el hecho de que han pasado por alto las garantías constitucionales de la libertad de religión. Continuando sus comentarios, el editorial de este diario dijo:
“Ciertamente que el patriotismo no puede ser promovido cuando los cuerpos legislativos mismos tratan con desprecio la Constitución. La cuestión, declaró el representante Ray Hovis, es sencilla: ‘Se trata de si este cuerpo legislativo desea cometer lo que virtualmente es un acto de desobediencia civil debido a que no le agrada la actual ley constitucional respecto al saludo a la bandera.’”
Las libertades de la Declaración de Derechos dan a la persona el derecho de expresar sus creencias, pero también le dan el derecho de abstenerse de expresar creencias que no comparte. Comentando acerca de esto, el profesor Konvitz declara lo siguiente en su libro Fundamental Liberties of a Free People:
“La libertad de no hablar, de no profesar creencias, posiblemente sea más importante que la libertad de hablar, pues el profesar uno creencias que no comparte puede hacer más daño a la conciencia que el no expresar creencias que sí comparte.”
Donde existe un fuerte espíritu de nacionalismo a menudo hay la tendencia a esperar que todos hablen y obren de la misma manera que lo hace la mayoría, sin tener en cuenta el asunto de conciencia religiosa. Esta es una forma de control de la mente que se lleva a extremos bajo ciertos tipos de gobierno. Pero donde el gobierno se enorgullece de las libertades que le concede a su pueblo, ¿por qué debería la gente en el poder tratar de forzar a una minoría a hacer algo que su conciencia religiosa le prohíbe? ¿No contradice esto las expresiones patrióticas acerca de libertad para todos?
Aun en los países democráticos es sumamente difícil que toda la gente disfrute imparcialmente de la libertad. Por lo general la persona que está en desacuerdo con la mayoría sobre ciertos asuntos se ve obligada a defender sus derechos constitucionales. Aunque puede hacer una defensa pacífica ante los tribunales, esto no necesariamente significa que saldrá victoriosa. Los jueces son hombres imperfectos como todos los demás y se dejan influir por intereses personales y emociones y están sujetos a cometer errores en sus juicios. Hasta el Tribunal Supremo de los Estados Unidos a veces ha tenido que revocarse porque se ha dado cuenta de haber errado en decisiones previas, de lo cual un ejemplo clásico es la vez que revocó su anterior decisión sobre el saludo a la bandera en Pensilvania en el caso del Distrito Escolar de Minersville vs. Gobitis, del 3 de junio de 1940 (310 U.S. 586), la cual había servido de señal para un recrudecimiento general de la violencia en todo el país, contra los testigos de Jehová.
Aunque los testigos de Jehová durante los pasados años han establecido muchos precedentes legales por sus batallas legales en defensa de la libertad, las libertades de las minorías todavía no están completamente aseguradas. Mientras humanos imperfectos ejerzan autoridad sobre otros humanos se pueden esperar injusticias. Por eso aunque la gente del Canadá y los Estados Unidos se han beneficiado de las decisiones que los testigos de Jehová han obtenido en sus luchas legales, la defensa de la libertad continúa.
Libertad para todos
Las circunstancias mejorarán, pero esto requerirá un cambio general en el modo de pensar y en los valores morales. Tiene que haber un amor básico por el prójimo de uno y se le tiene que tener simpatía, y esto tiene que ser cierto entre la gente de todo el mundo. Esto está concisamente expresado en la Biblia al decir: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.” (Mat. 22:39) Pero ¿cómo puede sobrevenir semejante cambio?
La única esperanza del necesitado cambio está en la promesa bíblica de que un gobierno hecho por Dios pronto gobernará la tierra en justicia y rectitud. Solo es bajo este gobierno divino que las libertades dejarán de estar amenazadas por prejuicios, emociones descontroladas, odios, malentendidos, injusticias y juicios erróneos de los humanos. Este gobierno divinamente establecido no estará sujeto a los muchos defectos, equivocaciones personales e intereses egoístas que son inherentes a los gobiernos hechos por los hombres. Puesto que toda la humanidad estará bajo la justa gobernación del reino de Dios, nadie tendrá que volver a luchar en defensa de las libertades que le corresponden.
[Nota]
a Informado en el Tomo 319 de los informes oficiales de los Estados Unidos, en las páginas 624, 642.